31 de enero de 2022

Tectónica de placas: un modelo bajo amenaza (2 de 5)

David Pratt, © 2000
Publicado por primera vez en Journal of Scientific Exploration, vol. 14, n° 3, p. 307-352, 2000.
 
 
Contenidos:

04. Deriva continental
-Ajustes y desajustes
-Trampas paleomagnéticas
-Deriva vs. geología
-Paleoclimatología
-Biopaleogeografía

 
04. Deriva continental

El mapeo de campo geológico proporciona evidencia respecto a movimientos horizontales de la corteza por hasta varios cientos de kilómetros (Jeffreys, 1976); no obstante, la tectónica de placas afirma que los continentes se han trasladado hasta 7.000 kms. o más desde la supuesta ruptura de Pangea. Las mediciones que utilizan técnicas geodésicas espaciales (VLBI o interferometría de base ancha, SLR o mediciones láser por satélite y GPS o sistema de posicionamiento global) han sido aclamadas por algunos especialistas como demostración de la hipótesis dominante. Tales mensuras proporcionan una guía para las tensiones corticales, pero al mismo tiempo dan pruebas sobre movimientos de placa del tipo predicho por la tectónica, a menos que se observen desplazamientos estimados y relativos entre todas las placas. Sin embargo, muchos de los resultados no exhiben un patrón definido y se muestran confusos y contradictorios, dando lugar a una variedad de hipótesis ad hoc (Fallon y Dillinger, 1992; Gordon y Stein, 1992; Smith y otros, 1994).
 
Como se predijo, Japón y América del Norte parecen aproximarse entre sí, pero las distancias desde los Andes centroamericanos hacia el primero o Hawai son más o menos constantes, mientras que la tectónica de placas anticipa un distanciamiento significativo (Storetvedt, 1997). La deriva transatlántica no ha sido demostrada porque las líneas de base dentro de Norteamérica y Europa occidental no han podido establecer que las placas se muevan como unidades rígidas; de hecho, sugieren una importante deformación intra-placa (Lowman, 1992b; James, 1994). Hasta la fecha, las mediciones geodésicas espaciales no han confirmado la tectónica de placas y están abiertas a explicaciones alternativas (por ejemplo, Meyerhoff et al., 1996a; Storetvedt, 1997; Carey, 1994). Claramente es un ejercicio peligroso extrapolar los movimientos de la corteza actual a decenas o cientos de millones de años en el pasado o en el futuro; en efecto, los estudios geodésicos en las zonas de "ruptura" (p. ej., Islandia y África oriental) no detectaron ninguna ampliación consistente y sistemática como se postula en la tectónica ortodoxa (Keith, 1993).

 
Ajustes y desajustes

Se dice que una pieza "convincente" que muestra que todos los continentes estuvieron unidos en una gran masa terrestre es el hecho de que se pueden unir como secciones de un rompecabezas. Hubo varios intentos de reconstrucciones (por ejemplo, Bullard, Everett y Smith, 1965; Nafe y Drake, 1969; Dietz y Holden, 1970; Smith y Hallam, 1970; Tarling, 1971; Barron, Harrison y Hay, 1978; Smith, Hurley y Briden, 1981; Scotese, Gagahan, y Larson, 1988), pero ninguna es del todo aceptable.
 
Fig. 2. El ajuste de Bullard. Las superposiciones y los espacios entre los continentes se muestran en negro (reimpreso con permiso de Bullard, Everett y Smith, 1965; derechos de autor por la Royal Society).

Por ejemplo, en el ajuste por Bullard generado mediante computadora (1965) hay una serie de omisiones evidentes pues queda excluida toda América Central y gran parte del sur de México, a pesar de que existen extensas áreas de rocas continentales paleozoicas y precámbricas. Este sector de unos 2.100.000 km2 se superpone a América del Sur en una zona que consta de un cratón con al menos 2.000 millones de años, y también se omite todo el archipiélago de Indias Occidentales. Por cierto, gran parte del Caribe está sustentado por corteza continental antigua y el área total involucrada de 300.000 km2 se superpone a África (Meyerhoff y Hatten, 1974). La cuenca de las islas Cabo Verde y Senegal también está sustentada por corteza continental pretérita, creando una superposición adicional de 800.000 km2.
 
En los ajustes de Bullard, Everett y Smith se ignoran varias de las principales estructuras submarinas que parecen ser de origen continental, incluidas las dorsales Faeroe-Islandia-Groenlandia, Jan Mayen, Walvis, la elevación Rio Grande y la meseta de Falkland; sin embargo, se incluyó la meseta de Rockall por la única razón de que podría estar "ranurada". El modelo de Bullard postula una zona de corte este-oeste a través del Mediterráneo actual y requiere una rotación de España, pero la geología de campo no admite ninguna de estas suposiciones (Meyerhoff y Meyerhoff, 1974a) e incluso el célebre ajuste de Sudamérica y África es problemático, ya que es imposible unir simultáneamente todas las partes costeras; por ejemplo, existe una brecha entre Guyana y Guinea (Eyles y Eyles, 1993).
 
Al igual que el prototipo de Bullard-Everett-Smith (1965), la reconstrucción por Smith y Hallam (1970) para los continentes de Gondwana se basa en el contorno de profundidad de 500 brazas. Se omiten las Orcadas del Sur y Georgia del Sur -al igual que la Isla Kerguelen en el Océano Índico- y existe una gran brecha al oeste de Australia, mientras que como en otras propuestas la adaptación de India contra Australia deja un resquicio correspondiente en el Océano Índico occidental (Hallam, 1976). Dietz y Holden (1970) basaron su ajuste en el contorno de 1.000 brazas (2 kms.), pero aun tuvieron que omitir la plataforma Florida-Bahamas e ignoraron la evidencia de que es anterior al supuesto comienzo de la deriva. En muchas regiones, el límite entre la corteza continental y oceánica parece ocurrir bajo profundidades oceánicas de 2 a 4 kms. o más (Hallam, 1979), y en algunos lugares la zona de transición océano-continente tiene varios cientos de kilómetros de ancho (Van der Linden, 1977), lo cual significa que es defectuosa cualquier reconstrucción basada en contornos de profundidad seleccionados arbitrariamente. Dadas las libertades que los "derivacionistas" han tenido que tomar para obtener las coincidencias continentales deseadas, sus ajustes generados por computadora pueden ser un caso de "si entra basura, sale basura" (Le Grand, 1988).
 
Fig. 3. Mapa tectónico por ordenador para el periodo pérmico (reimpreso con permiso de Meyerhoff, 1995; derechos de autor por Elsevier Science).
 
Los derivacionistas consideran las similitudes en tipos de roca y las estructuras geológicas costeras -supuestamente yuxtapuestas en otro tiempo- como una prueba más de que los continentes estaban unidos, pero rara vez mencionan el cúmulo de diferencias respectivas. Por ejemplo, se cree que África occidental y el norte de Brasil estuvieron en contacto, aunque las tendencias estructurales en la primera fueron N-S, mientras que las del segundo eran E-O (Storetvedt, 1997). Algunas reconstrucciones prederivacionales muestran a India peninsular contra Antártida occidental, pero las cuencas indias del Pérmico no corresponden geográficamente o en secuencia a aquéllas de Australia occidental (Dickins y Choi, 1997). Gregory (1929) sostuvo que las semejanzas geológicas en las costas atlánticas opuestas se deben a que las áreas pertenecían al mismo cinturón tectónico, pero que las disimilitudes son suficientes para mostrar que esos sectores estaban situados en partes distantes del cinturón. Bucher (1933) mostró que las congruencias paleontológicas y geológicas entre los Alpes orientales y los Himalayas centrales, a 6.430 kms. de distancia, son tan notables como las diferencias entre Argentina y Sudáfrica, separadas por igual tramo.
 
El paralelismo aproximado en las costas del Océano Atlántico puede deberse a que los límites entre continentes y océanos se formaron por fallas profundas que tienden a agruparse en sistemas paralelos (Beloussov, 1980). Además, la curvatura de los contornos continentales suele ser tan similar que muchos de ellos pueden unirse si se les da la rotación necesaria. Lyustikh (1967) dio ejemplos de 15 líneas costeras que pueden juntarse bastante bien aunque nunca hayan estado en yuxtaposición. Voisey (1958) demostró que el este de Australia encaja bien con el este de Norteamérica si el Cabo York se ubica al lado de Florida, y señaló que las afinidades geológicas y paleontológicas son notables presuntamente debido a los antecedentes tectónicos similares de ambas regiones.

 
Trampas paleomagnéticas

Uno de los principales soportes de la deriva continental es el paleomagnetismo o estudio del magnetismo en rocas y sedimentos antiguos. La inclinación y declinación del magnetismo fósil se puede utilizar para inferir el emplazamiento de un polo magnético virtual con respecto al sitio de la muestra pertinente. Cuando los polos virtuales se determinan a partir de rocas progresivamente más antiguas del mismo continente, los polos parecen "vagar" con el tiempo, y la unión de las primeras posiciones de polos promediadas genera una trayectoria de desplazamiento polar aparente. Distintos continentes producen caminos dispares de desplazamiento polar, y de esto se ha concluido que el aparente "vagabundeo" en los polos magnéticos es causado por el movimiento real de los continentes sobre la superficie terrestre. Sin embargo, no se ha descartado la posibilidad de que haya habido cierto grado de desplazamiento polar verdadero, es decir, un cambio posicional de toda la Tierra con respecto al eje de rotación (en cuyo caso la inclinación axial sigue siendo la misma).
 
Ha quedado bien establecido que el paleomagnetismo puede ser poco confiable (Barron, Harrison y Hay, 1978; Meyerhoff y Meyerhoff, 1972). Por ejemplo, los datos paleomagnéticos implican que durante el Cretácico medio Azerbaiyán y Japón se encontraban en el mismo lugar (Meyerhoff, 1970a) y asimismo la literatura está repleta de inconsistencias (Storetvedt, 1997). Los estudios paleomagnéticos en rocas de diferentes edades sugieren una ruta de desplazamiento polar distinta no sólo para cada continente, sino también para diferentes partes en cada uno de ellos. Cuando se trazan las posiciones de polos paleomagnéticos individuales en mapas mundiales, en lugar de las curvas promediadas, la dispersión es enorme y a menudo más ancha que la del Atlántico. Además, el paleomagnetismo puede determinar sólo la paleolatitud y no la paleolongitud, y en consecuencia no se puede utilizar para probar la deriva continental.
 
El paleomagnetismo está plagado de incertidumbres. Merrill, McElhinny y McFadden (1996, p. 69) afirman: "Hay numerosos escollos que esperan a los incautos: primero, al clasificar la magnetización primaria de magnetizaciones secundarias (adquiridas luego de la formación), y segundo, al extrapolar las propiedades de la magnetización primaria a las del campo magnético terrestre". La interpretación de los datos paleomagnéticos se basa en dos supuestos básicos aunque cuestionables: a) cuando se forman rocas, se magnetizan en la dirección del campo geomagnético existente en el momento y lugar de su génesis, y la magnetización adquirida se retiene en aquéllas al menos parcialmente durante el tiempo geológico; y b) el campo geomagnético promediado para cualquier período del orden de 105 años (excepto las épocas de inversión magnética) es un campo dipolar orientado a lo largo del eje planetario de rotación.
 
El desplazamiento gradual hacia el norte para las "elipses de dispersión" del paleopolo a través del tiempo y la reducción gradual de los diámetros en esas elipses sugieren que a largo plazo el magnetismo remanente se vuelve menos estable. El magnetismo rocoso está sujeto a modificaciones por magnetismo posterior, meteorización, metamorfismo, deformación tectónica y cambios químicos; además, el campo geomagnético en el momento presente se desvía sustancialmente del de un dipolo axial geocéntrico. El eje magnético está inclinado aproximadamente 11° con respecto al de rotación, y en algunos planetas se encuentran compensaciones mucho mayores: 46,8° en Neptuno y 58,6° para Urano (Merrill, McElhinny y McFadden, 1996). Sin embargo, debido a que el campo magnético terrestre experimenta a la postre una variación secular significativa (por ejemplo, una desviación hacia el oeste), se piensa que el campo promediado en el tiempo se aproximará mucho a un dipolo axial geocéntrico, pero existe fuerte evidencia de que el campo geomagnético tuvo componentes no dipolares a largo plazo en el pasado, aunque en gran parte se han desatendido (Van der Voo, 1998; Kent y Smethurst, 1998). Deben utilizarse datos paleoclimáticos para probar la naturaleza axial del campo geomagnético en épocas remotas; sin embargo, varios indicadores paleoclimáticos importantes, junto con información paleontológica, proporcionan evidencia poderosa contraria a los modelos de deriva continental y por tanto antagónica a la interpretación actual de datos paleomagnéticos (ver más adelante).
 
Es posible que los polos magnéticos hayan "vagado" considerablemente con respecto a los geográficos en periodos anteriores. Además, si en fases geológicas pretéritas hubo anomalías magnéticas estables de la misma intensidad que las irregularidades actuales de Asia oriental (o algo más fuertes), esto haría que la hipótesis del dipolo axial geocéntrico quedara invalidada (Beloussov, 1990). Los campos magnéticos regionales o semiglobales pueden ser generados por células de energía termomagmática similares a vórtices que se elevan y caen en el manto de la Tierra (Pratsch, 1990). Otro factor importante puede ser la magnetostricción o cambio en el sentido de la magnetización por tensión dirigida (Jeffreys, 1976; Munk y MacDonald, 1975). Algunos investigadores demostraron que ciertos resultados paleomagnéticos discordantes que podrían esclarecerse por grandes movimientos horizontales se pueden explicar bien mediante rotaciones de bloque vertical y basculaciones, y por inclinación de poca profundidad como resultado de la compactación de sedimentos (Butler et al., 1989; Dickinson y Butler, 1998; Irving y Archibald, 1990; Hodych y Bijaksana, 1993). Storetvedt (1992, 1997) ha desarrollado un modelo conocido como tectónica global de torsiones en que se elucidan datos paleomagnéticos mediante rotaciones horizontales in situ de bloques continentales, junto con el verdadero desplazamiento polar. Así, la posibilidad de que pueda funcionar simultáneamente una combinación entre estos factores socava en gran medida el uso del paleomagnetismo para apoyar la deriva continental.

 
Deriva vs. geología

Supuestamente la apertura del Océano Atlántico comenzó en el Cretácico por separación de las placas Euroasiática y Estadounidense. Sin embargo y en el otro lado del globo, el noreste de Eurasia está unido a América del Norte por la plataforma Bering-Chukotsk que subyace a la corteza continental precámbrica que es continua e ininterrumpida desde Alaska hasta Siberia. Geológicamente estas regiones constituyen una sóla unidad y no es realista suponer que anteriormente estaban divididas por un océano con varios miles de kilómetros en ancho que se cerró para compensar la apertura del Atlántico. Si una sutura está ausente allí, se debiera encontrar una en Eurasia o América del Norte, pero no parece existir tal sutura (Beloussov, 1990; Shapiro, 1990). Si la bahía de Baffin y el Mar de Labrador se hubieran formado por el distanciamiento de Groenlandia y América del Norte, esto habría producido cientos de kilómetros de desplazamiento lateral a través del Estrecho de Nares entre Groenlandia y la isla Ellesmere, pero los estudios de campo geológico no revelan dicho fenómeno (Grant, 1980, 1992). Groenlandia está segregada de Europa al oeste de Spitsbergen por sólo 50-75 kms. en el contorno de profundidad de 1.000 brazas, y se une a Europa por la dorsal continental Feroe-Islandia-Groenlandia (Meyerhoff, 1974), por cuanto todos estos hechos excluyen la posibilidad de una deriva este-oeste en el hemisferio norte.
 
La geología indica que por un lado ha habido una conexión tectónica directa entre Europa y África a través de las zonas de Gibraltar y Rif, y por el otro Calabria y Sicilia, al menos desde fines del Paleozoico, lo que contradice las afirmaciones tectonistas de desplazamiento significativo entre Europa y África durante este período (Beloussov, 1990). Los tectonistas tienen opiniones muy diversas sobre la región de Medio Oriente: algunos abogan por la presencia anterior de dos o más placas, otros postulan varias microplacas, otro resto apoya las interpretaciones de arco insular y la mayoría favorece la existencia de al menos una zona de sutura que marca el lugar de una colisión entre dos continentes. Kashfi (1992, p. 119) comenta: “Casi todas estas hipótesis se excluyen mutuamente, y muchas dejarían de existir si se respetaran los datos de campo. Esta información señala que no hay nada en el registro geológico que respalde una separación pasada de Arabia-África del resto de Medio Oriente".
 
Se piensa que India se separó de Antártica en algún momento durante el Mesozoico y luego se desvió hacia el noreste hasta 9.000 kms. por un lapso de hasta 200 millones de años, hasta que finalmente chocó con Asia en el Terciario medio elevando el Himalaya y la meseta tibetana. El hecho de que Asia tuviera una indentación de aproximadamente la forma y el tamaño correctos y en el lugar exacto para que India se "acoplara" sería una notable coincidencia (Mantura, 1972). Sin embargo, existe constatación geológica y paleontológica abrumadora de que India ha sido parte integral de Asia desde la época del Proterozoico o anterior (Chatterjee y Hotton, 1986; Ahmad, 1990; Saxena y Gupta, 1990; Meyerhoff et al., 1991). También hay abundantes pruebas de que el mar de Tetis en la región del actual cinturón orogénico alpino-himalayo nunca fue un océano profundo y ancho, sino más bien una vía marítima intracontinental estrecha y predominantemente poco honda (Bhat, 1987; Dickins, 1987, 1994c; McKenzie, 1987; Stöcklin, 1989). Si el largo viaje de India realmente hubiera ocurrido, habría sido una isla-continente aislada durante millones de años, tiempo suficiente para que evolucionara una fauna endémica muy distinta; sin embargo, las faunas mesozoicas y terciarias no muestran tal endemismo e indican que India se encontraba muy cerca de Asia durante este período, y no de Australia y Antártica (Chatterjee y Hotton, 1986). De esta suerte, la continuidad estratigráfica, estructural y paleontológica de India con Asia y Arabia significa que el supuesto "viaje" de la primera no es más que un vuelo de fantasía.
 
Una característica sorprendente de los océanos y continentes actuales es su disposición antípoda: el Océano Ártico es precisamente opuesto a Antártica; Norteamérica al Océano Índico; Europa y África a la zona central del Océano Pacífico; Australia está al otro lado de la pequeña cuenca del Atlántico norte, y el Atlántico sur corresponde -aunque con menos exactitud- a la mitad oriental de Asia (Gregory, 1899, 1901; Bucher, 1933; Steers, 1950). Sólo el 7% de la superficie planetaria no obedece a la regla antípoda. Si los continentes se hubieran desplazado lentamente miles de kilómetros a sus posiciones actuales, la disposición antipodal de tierra y agua tendría que considerarse como pura coincidencia; en este sentido Harrison et al. (1983) calcularon que hay 1 posibilidad en 7 de que este arreglo sea resultado de un proceso aleatorio.

 
Paleoclimatología

Se conserva un registro paleoclimático desde el Proterozoico hasta hoy sobre la distribución geográfica de evaporitas, rocas carbonatadas, carbones y tillitas. Las ubicaciones de estos indicadores paleoclimáticos se explican mejor por la vía de continentes estables que movedizos, y por cambios periódicos en el clima global desde el templado/caliente hasta el frío (Meyerhoff y Meyerhoff, 1974a; Meyerhoff et al., 1996b). Por ejemplo, desde el Proterozoico hasta hoy el 95% de todas las evaporitas -indicadores de clima seco- se encuentra en regiones que ahora reciben menos de 100 cms. de lluvia por año, es decir, los actuales cinturones de viento seco. Las zonas de evaporita y carbón muestran un pronunciado desplazamiento hacia el norte, similar al del presente ecuador térmico en la misma dirección. En el mejor de los casos, al mover los continentes se clarifican los rasgos paleoclimáticos locales o regionales para un período particular, e invariablemente falla en explicar el clima global para el mismo intervalo.
 
En el Carbonífero y el Pérmico los glaciares cubrían partes de Antártica, Sudáfrica, Sudamérica, India y Australia. Los derivacionistas afirman que esta glaciación se puede explicar en términos de Gondwana, que luego se situó cerca del Polo Sur; sin embargo, esa hipótesis queda anulada a este respecto porque las grandes áreas que se hallaban glaciadas durante aquel tiempo se moverían muy al interior para que pudieran alcanzarles las corrientes de aire oceánicas y húmedas. Los glaciares se habrían formado sólo en sus márgenes, mientras que en el interior habría existido un desierto vasto y frío (Meyerhoff, 1970a; Meyerhoff y Teichert, 1971). Los mares epicontinentales y poco profundos dentro de Pangea no pudieron proporcionar la humedad requerida porque se habrían congelado durante los meses de invierno. Esta glaciación es más fácil de explicar en términos de las posiciones actuales de los continentes, pues casi todos los centros de hielo continentales estaban adyacentes o cerca de las líneas costeras presentes, o en mesetas altas/montañas no muy apartadas de las costas modernas.
 
Los derivacionistas señalan que los continentes han cambiado poco desde inicios del Cenozoico (hace unos 65 millones de años), pero este período atestiguó alteraciones significativas en las condiciones climáticas. Incluso desde el Plioceno temprano el ancho de la zona templada se modificó en más de 15° (1.650 kms.) en los hemisferios norte y sur. El levantamiento de las Montañas Rocallosas y la meseta tibetana parece haber sido un factor clave en el deterioro climático del Cenozoico tardío (Ruddiman y Kutzbach, 1989; Manabe y Broccoli, 1990). Para decidir si los climas pasados son compatibles con las latitudes modernas de las regiones afectadas, claramente es fundamental tener en cuenta los movimientos verticales de la corteza que pueden provocar cambios importantes en los patrones de circulación atmosférica y oceánica al transformar la topografía de los continentes y el fondo oceánico, y también la distribución de tierra y mar (Dickins, 1994a; Meyerhoff, 1970b; Brooks, 1949).

 
Biopaleogeografia

En un análisis detallado, Meyerhoff et al. (1996b) demostraron que la mayoría de los límites biogeográficos más importantes basados en distribuciones florales y faunísticas no coinciden con los límites de placa producidos parcialmente por computadora y postulados por la tectónica de placas. Los movimientos propuestos de los continentes tampoco se corresponden con las rutas de migración conocidas o necesarias de los límites biogeográficos. En la mayoría de los casos, las discrepancias son muy grandes y ni siquiera se puede reclamar una coincidencia aproximada. Los autores comentan: "Lo desconcertante es que se permite que tales inconsistencias importantes entre los postulados tectónicos de placas y los datos de campo -que involucran límites extendidos por miles de kilómetros- pasen desapercibidas, no reconocidas y sin estudiarse" (p. 3).
 
Las distribuciones conocidas de organismos fósiles son más coherentes con un modelo terrestre como el de hoy que con los patrones de deriva continental, y aparecen más problemas de migración al unir los continentes en tiempos remotos que al mantenerlos separados (Smiley, 1974, 1976, 1992; Teichert, 1974; Khudoley, 1974; Meyerhoff y Meyerhoff, 1974a; Teichert y Meyerhoff, 1972). No es científico seleccionar algunas identidades de fauna e ignorar el número mucho mayor de diferencias faunísticas de distintos continentes que se supone estuvieron unidos alguna vez. Se afirma con frecuencia que la distribución generalizada de la flora Glossopteris en los continentes del sur apoya la existencia anterior de Gondwana, pero rara vez se dice que esta flora también se ha encontrado en el noreste asiático (Smiley, 1976).
 
Parte de la evidencia paleontológica parece requerir el surgimiento y la inmersión alternativos de las rutas de dispersión terrestre sólo tras la supuesta ruptura de Pangea. Por ejemplo, la distribución de mamíferos indica que no hubo conexiones físicas directas entre Europa y Norteamérica durante el Cretácico tardío y el Paleoceno, sino que sugiere un nexo temporal con Europa en el transcurso del Eoceno (Meyerhoff y Meyerhoff, 1974a). Por otra parte, la deriva continental habría resultado en una desconexión inicial sin un nuevo vínculo posterior. Pocos derivacionistas han reconocido la necesidad de puentes terrestres y discontinuos tras la supuesta separación de continentes (por ejemplo, Tarling, 1982; Briggs, 1987), y al respecto varias crestas, elevaciones y mesetas oceánicas podrían haber actuado como enlaces, pues se sabe que en el pasado muchos estuvieron parcialmente sobre el agua en varias ocasiones. También es posible que estos pasajes formaran parte de antiguas masas terrestres más grandes en los océanos actuales (véase más adelante).