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1 de noviembre de 2023

Blavatsky contra los finústicos de la "mediocrinión pública"


[Extractos de "Un Mundo Paradójico" por H.P.B., revista Lucifer, vol. III, n° 18, febrero de 1889. Se aplican separaciones de párrafos, con objetos de mejor comprensión].

"Vivimos en una era de prejuicios, disimulo y paradojas, donde cuales hojas secas y atrapadas en un remolino, algunos nos quedamos indefensos, aquí y allá, siempre luchando entre nuestras convicciones honestas y el miedo a la OPINIÓN PÚBLICA, el más cruel de los tiranos. Vamos por la vida en un torbellino formado por dos corrientes antagónicas: una que va de frente, y otra que nos tira hacia abajo; la primera hace que nos aferremos desesperadamente a lo que creemos correcto y verdadero, y que de buena gana practicaríamos en la superficie; la otra golpea nuestros pies y nos subyuga en el oleaje feroz y despótico de la conveniencia social, y esa opinión pública imbécil y arbitraria, basada en calumnias y rumores ociosos. Hoy ya nadie necesita ser honesto, sincero y justo con el fin de ganarse favores o reconocimientos como individuo de bien. Sólo debe hacerse un exitoso farisaico, o sin razón mortal, ser conocido como 'popular'. En nuestra era y según la señora Montague, 'mientras que todos los vicios son escondidos por la hipocresía, y donde toda virtud es sospechada por ser tal (...) la suspicacia es vista como sabiduría'. Por lo tanto, nadie parecería saber qué creer y rechazar, pues 'adquirir celebridad' se ha constituido en la mejor manera de llegar a ser un ejemplo de todas las virtudes de la fe ciega.

¿Y de qué forma se adquiere la popularidad? Muy fácil. Aúlla con los lobos. Rinde homenaje a los vicios favoritos del día, y reverencia a los mediocres en público. Mantén los ojos bien cerrados ante cualquier verdad, si es desagradable para los principales líderes de la manada social, y pisotea con ellos a la minoría discrepante. Muestra tu profunda pleitesía ante la vulgaridad en el poder, y aplaude con euforia al asno rebuznante que patea al león moribundo, que ahora es un ídolo caído. Respeta el prejuicio público y tolera sus dobleces y aficiones, y pronto serás muy famoso. ¡Mira, ahora es tu momento! No importa si eres ladrón y asesino a la vez, pues serás glorificado a pesar de todo, adornado con la aureola de las virtudes, y dándote un margen todavía más amplio para la impunidad que figura en el axioma de ese proverbio turco 'un truhán no descubierto es más honesto que un gobernador'. Pero ahora vemos a un Sócrates o Epícteto, convertidos de repente en impopulares. Lo único que quedará de ellos en la mente confusa de Doña Habladuría es una nariz chata y el cuerpo de un esclavo lacerado por el juego del látigo de su Maestro. Las hermanas gemelas Opinión Pública y Mojigata Criticastra pronto olvidarán a sus clásicos. Su aspecto femenino, del lado de Xantipa, caritativamente se esforzará por descubrir muchas buenas razones para sus estallidos pasionales, que en forma de agua sucia se vierte sobre las pobres cabezas calvas, y buscará la mayor diligencia para algunos vicios hasta ahora desconocidos en esos sabios griegos.

Su parte masculina no verá sino un cuerpo azotado antes que su ojo mental, y pronto terminará uniéndose al concierto armonioso de la 'sociedad' calumniosa contra los fantasmas de ambos pensadores. Así, Sócrates y Epícteto saldrán de la prueba tan negros como la brea, en calidad de 'objetos peligrosos' para todo quien se les aproxime. A partir de entonces, y durante eones por venir, dichos personajes se habrán convertido en impopulares.

Lo mismo sucede con el arte, la política e incluso la literatura. Erigirse como un 'santo maldito' o 'villano honorable' está en el orden social moderno. Verdad y realidad se han vuelto desagradables, y son condenadas al ostracismo: quien se atreva a defender un personaje o tema impopulares, corre el riesgo de convertirse en anatema maranatha. Los caminos sociales han contaminado a todos los que se acercan al umbral de las comunidades civilizadas, y si tomamos la palabra y el veredicto severo de Lavater para ello, no hay lugar en el mundo para quienes no están preparados para convertirse en hipócritas, en toda regla, pues el eminente fisonomista señala: 'El que por amabilidad y llana diligencia puede insinuar una calurosa recepción a su invitado no bienvenido, es un hipócrita superior a mil charlatanes'. Esto parece resolver la línea de demarcación, e impedir para siempre que nuestro medio social se convierta en un 'Palacio de la Verdad'.

Debido a esto, el mundo está pereciendo de hambre espiritual. Miles de millones han vuelto los ojos hacia el ritualismo antropomórfico. Ya no creen en un gobernador personal ni autoridad externa; sin embargo, esto no les impide asistir todos los domingos al 'servicio divino', y profesar durante la semana su adherencia a las respectivas iglesias. Otros millones han caído de cabeza en el espiritismo, la ciencia Cristiana y mental u ocupaciones 'místicas' afines [para hoy diríamos la Nueva Era y su comerciohisteria], y ¡cuán pocos son los que confiesan sus verdaderas opiniones ante una reunión de incrédulos! La mayoría de hombres y mujeres cultos -excepto los materialistas- se mueren de ganas por desentrañar los misterios de la naturaleza, e incluso los arcanos mágicos de la Antigüedad, ya sean reales o imaginarios. Incluso nuestras revistas y semanarios reconocen la existencia pasada de un conocimiento que se ha convertido en un libro cerrado para todos, a excepción de muy pocos. Y de esa mayoría, ¿cuántos son lo suficientemente valientes para hablar con civilidad sobre los fenómenos impopulares llamados 'espiritualistas', disertar desapasionadamente sobre Teosofía, o incluso abstenerse de comentarios burlones y epítetos insultantes? Hablarán con todo respeto sobre el carro de fuego de Elías, o la mesa y cama encontradas por Jonás dentro de la ballena; escribirán columnas para grandes suscripciones que proveen viajes científico-religiosos, con el propósito de rescatar desde el Mar Rojo el sumergido mondadientes del Faraón, o el trozo de una tabla lítica en el desierto. Pero jamás tocarían con un par de pinzas cualquier hecho -sin importar cuán bien probado esté- de manos del individuo más confiable conectado con la Teosofía o el espiritualismo. ¿Por qué? Porque 'Elías voló al cielo en su carro', y es 'un milagro bíblico ortodoxo', 'popular' y 'relevante'; mientras que un médium levitando hasta el techo es un acontecimiento malquisto, ni siquiera un milagro, sino simplemente un fenómeno de causas intermagnéticas y psicofisiológicas, e incluso físicas. 

Por un lado, las profesiones de propiedad son alardeos gigantescos para la civilización y la ciencia, lo que se demuestra estrictamente en los métodos inductivos de observación y experimentación; una expectativa ciega en esa disciplina que menosprecia e insulta a la Metafísica, y no obstante es un laberinto de 'hipótesis de trabajo', basado en teorías que sobrepasan el ámbito de los sentidos, y a menudo incluso del mismo pensamiento especulativo. Por otra parte, tenemos del mismo modo una aceptación servil y aparentemente ciega de lo que la ciencia ortodoxa rechaza con gran desprecio, a saber, el palillo de Faraón, el carro de Elías y las exploraciones 'ictiográficas' de Jonás. Ningún pensamiento sobre la incapacidad de las cosas, ni de lo absurdo, afectará a algún editor de semanario. Sin vacilar, reunirá el considerando evolucionista más novedoso de un F.R.S. [Fellow of the Research Society] y el último discurso de la calidad del fruto que provocó la caída de Adán. Y añadirá comentarios halagadores para ambas conferencias, que tienen el mismo derecho a la atención respetuosa, porque son 'populares' en sus respectivos ámbitos (...).

Todos los artículos como el citado anteriormente son las paradojas de esta época, y muestran prejuicios arraigados e ideas preconcebidas. Ni el conservador y ortodoxo editor del Standard, o aquéllos radicales e 'infieles' de muchos periódicos londinenses, darán incluso audiencia imparcial o desapasionada a cualquier escritor teosófico. '¿Puede salir algo bueno de Nazaret?', preguntaban los fariseos y saduceos de la Antigüedad. '¿Puede surgir algo más que tonterías desde los sectores teosóficos?', repiten los seguidores modernos de la hipocresía y el materialismo.

Por supuesto que no. ¡Somos muy malmirados! Además de eso, los teósofos que han escrito más sobre dichos temas -que en palabras del Evening Standard 'ahora sólo podemos adivinar vagamente'-, son considerados por los rebaños de la señora Mojigata Criticastra como 'ovejas negras' en centros culturales cristianos. Tras haber leído las obras secretas orientales, hasta entonces ocultas al mundo de lo profano, los citados teósofos tenían medios de estudio y verificar así el significado o valor real de los 'secretos maravillosos del cielo y la tierra', y con ello desenterrar muchos vestigios aparentemente perdidos para los estudiantes. ¿Pero qué importa esa materia? ¿Cómo puede uno ser acreditado con el mérito de saber algo, con tan poca santidad, o siendo una encarnación viva de todos los vicios y pecados según las almas más caritativas? Tampoco hay posibilidad de que no les quiten el sueño la simple lógica, ni tales acusaciones en cuanto simples frutos de malicia y calumnia, por ende calificadas como mentiras sub judice. ¿Y acaso nunca han reflexionado que, sobre ese principio, los trabajos de Aquél que fuera proclamado 'el más grande, sabio y humilde de la humanidad' también lleguen a ser impopulares, y la filosofía baconiana sea igualmente rechazada y boicoteada?

Sabemos que en nuestra era paradójica el valor de una producción literaria tiene que ser juzgada no por sus méritos intrínsecos, sino por el carácter privado, la apariencia y fama o impopularidad del autor. Citamos como ejemplo a un amargo opositor de 'La Doctrina Secreta', quien respondió así el otro día a un teósofo que instaba a un aspirante a científico y supuesto asiriólogo a leer dicha obra: 'Te concedo que pueda haber allí ciertos datos inestimables para los estudiantes de la Antigüedad y la especulación científica, pero ¿quién puede tener la paciencia de leer 1.500 páginas de tristes tonterías metafísicas, por el hecho de descubrir en ellas algunos detalles valiosos?'

Así, nos encontramos con el mundo 'civilizado' y sus humanidades siempre injustas, y como siempre, hacen cumplir una ley para ricos y poderosos, y otra para los pobres y sin influencia. La sociedad, la política, el comercio, la literatura, el arte y las ciencias, la religión y la ética, todos están llenos de paradojas, contradicciones, injusticias, egoísmo y ausencia de fiabilidad. El poder se ha convertido en 'derecho' por todos lados, en las colonias y como detrimento de los 'hombres negros'. La riqueza conduce a la impunidad, y la pobreza incluso a la condena legal, porque el menesteroso no tiene medios para financiarse un abogado, y se vulnera su derecho legítimo por apelar en tribunales y obtener reparación.

La insinuación -incluso en privado- de llamar 'delincuente' a una persona famosa por haber amasado su fortuna con saqueos y opresiones, o juegos desleales en la bolsa de valores, y la ley a que éste apela, os terminarán arruinando con daños, perjuicios y gastos jurídicos, y os encarcelarán por 'difamación', ya que 'cuanto mayor sea la verdad, mayor es la calumnia'. Pero dejemos al rico ladrón vapulear a su acusador públicamente, achacándole 'transgredir los Diez Mandamientos', y se encontrará entre los grados más bajos de impopularidad; ya seáis un 'infiel' o demasiado radical en vuestras opiniones, o por muy honorable y honesto que podáis ser, sin embargo deberéis aceptar el falso contraataque y permitir que se arraigue en la mente general, o bien ir a juicio con el riesgo de sacar mucho dinero de vuestro bolsillo, ¡como indemnización por 'daños' y 'perjuicios'! ¿Qué posibilidades tiene un 'infiel' a la vista de un jurado intolerante e idiota? Miren a los especuladores ricos organizar cotizaciones mendaces en la bolsa de valores para las acciones que imponen al público inocente, y éste termina por creer que su precio está subiendo. Y miren a ese pobre empleado con gran pasión por los juegos de azar -el ejemplo de esos mismos capitalistas corruptos-, si se detecta algún pequeño desfalco, ¡porque la 'justa indignación' de aquéllos no conoce límites! ¡Hasta son capaces de excluir a uno sólo de sus propios amigos, porque ha sido tan indiscreto para encontrarse con ese infeliz

Una vez más, ¿qué país se jacta más de la 'caridad cristiana' y su código de honor, que la vieja Inglaterra? Ustedes tienen soldados y campeones de la libertad, llevándose las mortíferas ametralladoras de su último proveedor letal, y vuelan en fragmentos una empalizada en Solymah, con su defensa multitudinaria de salvajes medio armados, de pobres 'negros', porque habéis oído que podrían amenazar vuestros campamentos. Y sin embargo, ¡es a ese mismo continente donde enviáis vuestras flotas todopoderosas e inundándolos de militares, cubiertos con la máscara hipócrita de 'salvar de la esclavitud' a estos mismos negros que acabáis de hacer saltar por el aire! ¿Qué país, de todo el mundo, tiene tantas sociedades filantrópicas, instituciones de beneficencia y generosos donantes como Inglaterra? Aun así, tiene la ciudad que alberga más miseria, vicio y hambre en toda la faz del planeta -Londres, la reina de las metrópolis prósperas. Horrible inopia, mugre y harapos a la vuelta de cada esquina ampulosa, y Carlyle estaba en lo cierto al decir que la Ley de Indigencia era anodina, jamás un remedio. 'Bienaventurados los pobres', exclamaba Jesús. '¡El mendigo andrajoso occidental y hambriento de nuestras calles del West End!', gritáis vosotros, ayudados por la fuerza policial, y no obstante, os proclamáis 'seguidores de Aquél'. Sólo habéis generado el desprecio de la clase más encumbrada hacia los más desposeídos, y se ha incubado cual virus que ha crecido en autodesprecio, indiferencia y brutal cinismo, transformando así una especie humana en los monstruos sin alma que llenan las casas de Whitechapel. Evidentemente son muy poderosos, ¡oh, gran civilización cristiana!"