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6 de febrero de 2022

¿Por qué sufre la gente buena?


"¿Qué es este dolor que no nos mata, que ha aprendido a seguirnos tan de cerca en la vida? Es el dolor de estar vivo, de tener que enfrentar siempre un nuevo desafío, el dolor de querer amar (y el sufrimiento de encontrarlo), de comenzar otra vez cuando no tenemos ganas, la tensión de llegar a un acuerdo con la vida que sigue cambiando ante nuestra mirada... Podemos hacer más con nuestro dolor que sólo sufrirlo. No hay que dejar que nos impida acercarnos a los demás. Nuestro sufrimiento vivirá menos a medida que nuestros corazones crezcan" 
(Eugene Kennedy). 

¿Por qué sufren las personas buenas? También podríamos preguntar: ¿por qué la gente mala parece sufrir menos o nada? Una respuesta obvia podría ser que los buenos padecen a causa de su conciencia despierta, porque es posible hacer mal y no sentir nada. Los individuos de buena voluntad son sensibles a los semejantes que los rodean, a sus gustos, aversiones y necesidades. Cuando una persona buena comete un error estando consciente de lo correcto y lo incorrecto, su conciencia no la dejará tranquila y así el estado de alguien con discernimiento despierto está bien descrito en el Dhammapada: “El malvado se lamenta aquí y también más adelante. 'He hecho mal,' se dice a sí mismo. Más grande es su tormento cuando está en el lugar del mal”. Pero un individuo completamente malvado está libre de esta forma sutil de sufrimiento y tormento -el "pinchazo de la conciencia"- ya que ha sofocado la voz interior de manera gradual.

Sin embargo, tenemos el padecimiento que se deriva de acciones incorrectas, como por ejemplo ingerir alimentos rancios que provocan malestar estomacal. Considerado bajo Ley de Karma, la pregunta es ¿por qué sufre un buen individuo a pesar de hacer el bien? Es como si sus buenas acciones le estuvieran dando malos resultados o si la ley fuese "oscurecida". Hay un lamento en la pregunta de que al parecer no existe justicia, ni misericordia, ni Dios. ¿Por qué la Divinidad todopoderosa y compasiva no interviene? ¿Puede Dios ayudar? Si es así, ¿cómo? ¿Puede asistirnos removiendo el dolor o cambiando milagrosamente las circunstancias? La respuesta es no. Si un niño se cae mientras aprende a caminar los padres lo observan con dolor, pero todavía le hacen continuar hasta que aprende a hacerlo correctamente, y de este modo tenemos una comprensión errónea con respecto a la bondad y omnipotencia divinas. Si Dios fuera amable, entonces las criaturas serían felices; si fuera omnipotente tendría el poder de hacernos prósperos; si no estamos contentos y sufrimos muestra que Dios no es amable, no es poderoso o ambos a la vez. Lo que es difícil de aceptar es que hay "un Dios que duele para sanar" pues la única ayuda que puede venir es desde la divinidad que está dentro de nosotros, y dicha asistencia puede ser en términos de una fuerza para soportar el sufrimiento o vencerlo.

Helena Blavatsky decía: "La virtud en la angustia y el vicio en el triunfo hacen a los ateos de la humanidad". Pero la ley del Karma es infalible, justa e imparcial, por cuanto es posible sufrir en esta vida como resultado de nuestra acción en alguna existencia previa; por lo tanto, un buen individuo que sufre ahora debe haber sido culpable por perturbar la armonía mediante algún acto incorrecto en una de sus vidas pretéritas. De la misma manera, la persona mala que ahora "parece estar libre de problemas" cosechará las consecuencias y padecerá en la vida posterior. Al describir el funcionamiento de la Ley de Karma, el libro "La Luz de Asia" señala: “Completamente exacto en sus medidas, su equilibrio impecable pesa; el tiempo no es nada porque mañana será juzgado o luego de muchos días".

Sin embargo, otra respuesta a la interrogante "¿por qué sufren las buenas personas?" podría ser por causa de que no son espirituales, pues como se afirma en "Luz en el Sendero":

"Recuerda, oh discípulo, que aunque sea grande el abismo entre el hombre bueno y el pecador, es mayor entre la persona buena y la que ha alcanzado el conocimiento; es inconmensurable entre el individuo bueno y el que está en el umbral de la divinidad".

Ya sea que lo entendamos o no, estamos siendo impulsados a niveles más altos y hacia la elección entre el bien y el mal. Incluso la Biblia tiene un aforismo que reza: "Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca". La vida nos lleva a un punto en que podemos abrir los ojos y en lugar de desviarnos podemos comenzar a evolucionar por nuestra propia cuenta. La escritora cristiana Janina Gomes narra la "parábola del acantilado" en un libro compuesto por Ralph Connor. 

Se dice que al principio no había acantilados, sino sólo una pradera amplia y abierta con pastos crecidos. Un día el Maestro de la llanura notó que no tenía flores y por eso habló a los pájaros para que trajesen semillas, y pronto la planicie floreció con rosas, sardonias y girasoles silvestres. Sin embargo, no había violetas, helechos y muchas otras especies que más le gustaban al Maestro. Los pájaros llevaron las semillas de estas plantas y las dejaron caer en la pradera, pero esas flores no se quedaron mucho tiempo y marchitaron muy pronto. Entonces el Maestro habló al relámpago que hendió la pradera en su corazón. El territorio se meció y gimió muchos días en agonía, llorando por su enorme herida. Pero ahora el río llevaba agua a través de esa hendidura, y una vez más cuando las aves esparcieron simientes sobre el acantilado que se formó todas las hermosas flores eclosionaron para permanecer por mucho tiempo sin marchitarse. “Dejados a nuestra suerte, a ninguno de nosotros le gustaría tener hendiduras y llevar heridas abiertas, pero a veces hay 'golpes de relámpago' en nuestras vidas (...) Nos duele el dolor, la enfermedad, los malentendidos y con frecuencia el rechazo", escribe Gomes. Luego, las virtudes que no pueden surgir en circunstancias de vida cómodas comienzan a desarrollarse bajo adversidades, como son los dones de gentileza, coraje, simpatía, paciencia y amor sacrificial.

Vemos así que el dolor es necesario para el crecimiento. Blavatsky lo plantea así: "¡Ay de los que viven sin sufrir! El estancamiento y la muerte es el futuro de todo lo que vegeta sin cambio. ¿Y cómo puede haber alguna transformación para mejor sin un sufrimiento proporcionado durante la etapa anterior?" (D.S., II, 475).

Para crecer como resultado del dolor necesitamos aprender de la experiencia, y se dice que los humanos son sabios no en proporción a su experiencia sino respecto a su capacidad de vivirla. Algunos de nosotros sufrimos intensamente y al final decimos "quiero olvidarme de todo como si fuera un mal sueño". Seguimos adelante con la vida como antes, esperando todo el tiempo que no nos coloquemos nuevamente en una situación similar, pero si tememos pasar una y otra vez por ese aprieto entonces eso demuestra que no hemos aprendido la lección, por cuanto es menester que vivamos una situación dolorosa similar y cuantas veces se requiera para permitirnos captar la moraleja.

No sólo aprendemos a través de la respuesta adecuada a nuestro propio dolor -que es una de aceptación en lugar de rebelarse-, sino también por comprender adecuadamente la aflicción ajena. En la medida en que estamos dispuestos a abrazar y asimilar el sufrimiento de los demás nos hallamos mejor capacitados para enfrentar nuestra propia congoja. Pero en general somos sensibles a nuestro propio dolor y no estamos tan conscientes del padecimiento en otra persona. ¿Es posible entonces que la incapacidad para encarar nuestro sufrimiento esté relacionada de alguna manera con nuestra actitud tibia cuando otros sufrían? Muy raramente existe una preocupación genuina y profunda por la pérdida de otro como si fuera nuestra. Un hombre espiritual no sólo tiene conocimiento sino también compasión; posee Mahaprajna ("gran visión espiritual") y Mahakaruna ("gran compasividad"). Una persona espiritual es la personificación del autosacrificio y ha alcanzado la extinción de los deseos, aunque un individuo "bueno" todavía debe alcanzar estas cualidades. Dice el Señor Buda:

"Me libero de la esclavitud hacia la Bienaventuranza no sólo por la disciplina de principios morales, ni por resoluciones o juramentos; o únicamente por mucho estudio y ni siquiera por el logro meditativo o en reclusión y soledad. Esto no es alcanzado por los mundanos. Oh, Bhikkhu, que no te engañe la autoconfianza mientras no hayas alcanzado la extinción del deseo".

Para adquirir una percepción espiritual debemos comenzar a comprender y lograr las tres características de la existencia condicionada. Ésta última es Dukkha o sufrimiento, teniendo así un carácter impermanente y se halla desprovista de interés personal. Vemos que los procesos de nacimiento, crecimiento y vejez hasta la muerte también incluyen pesares y que éstos incluso aparecen a partir de nuestros gustos y aversiones. No significa que no haya experiencias agradables en el mundo, sino que existe dolor oculto inclusive en vivencias placenteras. Así se dice: “Miramos antes y después, añorando lo que no es, y nuestra risa más sincera se vuelve una molestia con un poco de dolor". Una cosa determinada puede ser fuente de placer, pero puede estar vinculada a ansiedad ya que tenemos miedo de perderla. Podría ser una persona, un estatus o detentar poder, y de esta forma la situación de quien disfruta de posición o autoridad se describe en el budismo con la siguiente metáfora. Supongamos que hay un halcón que toma un trozo de carne y se va volando sosteniéndolo en el pico. Pronto, cientos de otras rapaces irán tras él; algunos picotean su cuerpo y otros los ojos tratando de quitarle la comida. De la misma manera, poseer tantos placeres en este mundo altamente competitivo es como sostener un pedazo de carne. Al mirarla, una persona puede verse feliz al estar rodeada de todas las comodidades, pero puede haber ansiedad y miedo subyacentes. Siempre existe un sufrimiento potencial unido a todo en este mundo porque algo puede ser fuente de alegría en un momento dado, pero tarde o temprano es posible que tengamos que renunciar a ello.

Esto también puede estar relacionado con la naturaleza impermanente de las cosas. Nuestro cuerpo, nuestras ideas y emociones siguen cambiando al igual que todo lo demás. Tratamos de conseguir placer de las sensaciones, pero en el libro "Luz en el Sendero" se advierte: “En la sensación no se puede encontrar un nicho permanente porque el cambio es la ley de esta existencia vibratoria. Ese hecho es el primero que debe ser aprendido por el discípulo. Es inútil hacer una pausa y llorar por una escena en un caleidoscopio que ya pasó”. Las cosas y los placeres mundanos son tan fugaces como la escena o el patrón formado en un caleidoscopio; de hecho, la ley del rédito decreciente parece gobernar el reino de los placeres. No obtenemos el mismo goce la segunda vez y aún menos la tercera, y así sucesivamente.

Existe el tipo más elevado de tribulación que muy pocos experimentamos, y ese es el sufrimiento metafísico que a menudo se describe como "descontento divino". Es la angustia que surge del sentimiento de que nada condicionado y mundano puede satisfacer el aspecto incondicionado en nosotros. Una persona espiritual no es estoica; al contrario, siente más vivamente el dolor y el placer, y sin embargo no permite que los sacuda o influya en sus decisiones. Esa persona es capaz de lograrlo al hacer que sólo una parte de la mente encarnada experimente la emoción mientras mantiene otra parte separada, y por lo tanto asume la posición de un observador (1). Cuando se experimenta el sufrimiento y extraen lecciones surge una percepción sobre la naturaleza de la vida y así uno es capaz de disfrutar sin involucrarse. Todos jugamos lo que juegan otras personas, pero sabemos que son sólo partidas. Un niño toma la recreación muy en serio, pero el adulto que juega con él no está molesto, incluso si pierde. Entonces, una persona realmente espiritual es la que no permite que lo que lo rodea lo determine o derribe. Como entendemos el sufrimiento, se puede decir que un individuo bueno sufre -o en realidad cualquier persona- porque se permite tener determinados padecimientos. Como escribió William Judge:

"Has estado en suficientes tormentas. Unos momentos de reflexión te mostrarán que creamos nuestras propias tempestades. El poder de toda y cualquier circunstancia es una calidad fija e invariable, pero a medida que cambiamos nuestra recepción de éstas nos parece que nuestras dificultades se modifican en intensidad, pero no es así en absoluto porque nosotros somos las variantes" ("Letters That Have Helped Me").

Podemos crear el cielo en la desesperación del infierno. Los Grandes Seres no tienen karma propio, pero a veces asumen el karma colectivo de la humanidad y sufren como resultado.

[(1) Comentario del traductor: respecto a la mención que se hace sobre la "actitud compasiva" y este pasaje en particular, es importante decir que muchas veces la compasión se confunde con sentimentalismo, y eso no correspondería estrictamente a una postura de "observación". Como se insinúa en el artículo "Compasión vs. corrupción social" y en algunas de las cartas por los Maestros de Sabiduría, "toda regla tiene su excepción" y en cuestiones kármicas "el motivo lo es todo"].  

(De la revista "The Theosophical Movement", abril de 2009).