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10 de junio de 2022

Sobre los tesoros ocultos y maldiciones asociadas

("The Theosophical Movement", mayo 2008).

Existen varios relatos fascinantes sobre la búsqueda de tesoros enterrados, y uno de ellos es el mítico caso de William Kidd. La historia señala que éste último -capitán de un navío británico- y sus hombres enterraron un cofre con oro robado en la isla de Clarke, situada en el río Connecticut (Northfield, Massachusetts). Un miembro del equipo fue asesinado y le sepultaron con el cofre para protegerlo de otros piratas. Con el paso de los años creció una leyenda en torno al botín: el oro sólo podía ser desenterrado por tres personas a medianoche, y cuando la luna llena estaba directamente encima de ellos, debiendo además formar un triángulo alrededor del lugar exacto y trabajar en absoluto silencio. Se cuenta que, tras horas de excavación y cuando un grupo de tres buscadores dio con el arca, uno de ellos exclamó jubiloso "¡aquí está, lo conseguimos!" Pero para su consternación, el baúl inmediatamente comenzó a hundirse y quedó lejos del alcance.

Cuando una persona sepulta o extravía una gran suma de dinero, joyas u objetos codiciados, sus deseos se fijan en aquéllo que ha perdido o guardado. El motivo de la ocultación y los pensamientos del individuo especifican si dicho caudal permanecerá velado para siempre o será localizado por otros. Entonces, ¿cómo es que los pensamientos y deseos de alguien provocan que el tesoro permanezca encubierto? Cada persona tiene a su alrededor una esfera, fluido o energía en que se encuentran unidades de energía vital, llamadas elementales o "vidas" [según el vocabulario teosófico], y que están coloreadas por emanaciones mentales, sentimientos y anhelos, o bien se imprimen en esa aura. Todo lo que llevamos puesto como ropa, anillos o relojes está impregnado del fluido magnético personal, y es a través de él que los elementales establecen un vínculo con cualquier cosa que portamos. Cuando uno de esos ítemes se deja caer repentinamente, los elementales son arrastrados tras él por atracción, cubriendo el objeto; en muchos casos lo envuelven completamente, y aunque esté cerca, no puede apreciarse a simple vista. A menudo, cuando se nos cae un pendiente o anillo, tardamos mucho tiempo en volver a encontrarlo. Cuando el magnetismo desaparece y se debilita el poder de los elementales para velar el objeto, entonces éste se hace visible. Los pensamientos y deseos también desempeñan un papel en dicho encubrimiento, y la misma regla se aplica a los tesoros enterrados. Si se hunde un barco que transporta determinado botín, las influencias en su derredor son muy poderosas porque se reúnen los elementales de todas las personas relacionadas con él, y con frecuencia estos seres influyen en los animales. Como resultado, las especies salvajes y serpientes venenosas rodean el lugar donde se oculta una fortuna, impidiendo que cualquier persona se acerque o la encuentre. Además, las fuerzas del aire y el agua contribuyen a la ocultación mediante tormentas eléctricas, lluvias torrenciales o ventarrones.

En algunos casos, el dineral escondido se vincula a deseos muy fuertes, y los individuos afines a él pueden haber determinado que esos haberes les fueran devueltos sólo a ellos. En el artículo "Can Stones Carry A Curse?" ("The Theosophical Movement", enero de 1959) se menciona el diamante azul Hope de 44
1/2 quilates, que fue llevado a Francia en 1642 por el aventurero Jean Tavernier, desde las minas del río Krishna en India. Algunos decían que la piedra se desprendió de la frente de un ídolo religioso, pero sea cual fuere la verdad, lo cierto es que han ocurrido grandes tragedias a muchos de sus poseedores. Estos desastres han incluido despedazamiento por perros salvajes (el destino del propio Tavernier), asesinato, suicidio, accidentes fatales, indigencia y, en el caso de Luis XVI y María Antonieta, su muerte en la guillotina. Una de las explicaciones se encuentra en el poder de la voluntad humana, descrita como el mayor de los imanes. Helena Blavatsky señaló que mediante una determinada concentración de voluntad, cualquier objeto inerte como piedras, papeles o telas pueden ser imbuidos de un poder protector o destructivo. Un talismán es un ítem bañado de magnetismo puro y lleva potencias benéficas con miras a proteger de toda influencia maligna o calamidad a la persona que lo lleva. Por el contrario, una maldición lanzada sobre un adminículo puede provocar desastres al poseedor del mismo.

En estos artilugios, los pensamientos del moribundo también juegan un papel importante. Por ejemplo, es un hecho conocido que tras abrir la tumba de Tutankamón, Lord Carnarvon y otras 14 personas se encontraron con muertes misteriosas y repentinas. También está el caso de Sir Alexander Seton y su esposa, que se trajeron como recuerdo un hueso sepulcral localizado cerca de la Gran Pirámide egipcia: primero Seton enfermó gravemente, luego su cónyuge, el hijo, su enfermera y la criada. No pudo reenviar la pieza a Egipto, y finalmente la caja de cristal que lo contenía y el propio "souvenir" se encontraron fragmentados en varios trozos; de este modo, Sir Alexander llegó a la conclusión de que los egipcios tenían el poder de maldecir a cualquiera que perturbara sus restos terrenales. Así, las catástrofes pueden atribuirse a los elementales que custodian despojos físicos de individuos muertos y actúan de acuerdo con el deseo formulado por aquéllos mientras vivían.

Otra explicación de la desgracia que sufren los tenedores de piedras preciosas, oro o dinero, es la propiedad de los objetos inertes para retener impresiones de acontecimientos. Consideremos el caso del mencionado diamante Hope. Cada vez que algún dueño de la joya se encontraba con una calamidad, aquélla absorbía las impresiones de esos eventos. Tales vibraciones atraen a su vez los poderes correspondientes de la atmósfera invisible, cuya unión produce resultados buenos o malos.

El hecho de que no todos quienes poseyeron el diamante Hope se encontraron con el infortunio, demuestra que el Karma -así como el carácter y los motivos de la persona- juegan un rol importantísimo, siendo la regla dorada "nunca codicies nada que no te pertenezca". Por otro lado, el perdedor de la riqueza debe cultivar desapego por el tesoro o la riqueza descuidados, y de hecho, anhelar con firmeza que pueda destinarse por otro para metas benéficas. Se nos dice que los Maestros o Adeptos pueden comandar a estos elementales y obtener grandes sumas de dinero sobre las que ninguna persona viva o sus descendientes tienen el más mínimo derecho, pero estos Humanos Perfeccionados emplean ese peculio sólo para el bien exclusivo de la humanidad. Recuérdese la instancia de Raimundo Lulio, rosacruz y cabalista, quien suministró seis millones de libras al rey Eduardo I de Inglaterra para emprender la guerra contra los turcos.

Por su parte, William Judge sostiene que existe una maldición que acompaña al dinero. Esto se debe a que, si bien un determinado caudal podría ser y ha sido utilizado por algunos con miras a favorecer al prójimo, muy pocos tienen la actitud de "fideicomiso" hacia su riqueza, pues con mucha frecuencia una persona acomodada tiene la tentación de ejercer poder sobre el beneficiario o pedir algo a cambio del favor monetario. A menos que alguien haya desarrollado el suficiente desprendimiento, se vinculan emociones muy fuertes y peculiares con la riqueza; por ende, hay sabiduría en el consejo "no pidas prestado ni prestes a nadie" [tomado en el sentido de su abuso, y no para incitar al egoísmo paranoide]. Muchas veces, la holgura material está en la base de disputas familiares y también causa la ruina de vínculos humanos. Por lo anterior, la próxima vez que encontremos un monedero -o incluso una moneda de bajo valor-, no lo recojamos a menos que tengamos intención de devolverlo a su dueño o utilizarlo para ayudar a los necesitados.