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1 de febrero de 2022

El origen del mal (Helena Blavatsky)


(Negritas y cursivas añadidas para enfatizar).

El problema sobre el origen del mal puede abordarse en términos filosóficos sólo si se considera la fórmula india arcaica como base argumentativa, pues únicamente la Sabiduría Antigua resuelve la presencia del demonio universal en una forma satisfactoria. Dicho sistema atribuye el nacimiento del Kosmos y el desarrollo de la vida a la división de la UNIDAD Primordial y Manifestada en la pluralidad o “gran ilusión de la forma”, y cuando la Homogeneidad se transformó en Heterogeneidad, naturalmente se crearon los contrastes; de aquí surgió lo que llamamos “mal”, que en adelante reinaría supremo en este "valle de lágrimas". La mal llamada filosofía occidental materialista no ha dejado de aprovechar este gran principio metafísico, e incluso la ciencia física (con la química de cabecera) ha centrado últimamente su atención en la primera propuesta dirigiendo sus esfuerzos hacia la confirmación de la homogeneidad material prístina sobre la base de datos irrefutables. Sin embargo, ahora da un paso en dirección hacia el pesimismo materialista, una enseñanza que no es ni filosofía ni ciencia, sino sólo un diluvio de palabras sin sentido. En su reciente desarrollo y habiendo dejado de ser panteísta para casarse con el materialismo, la ideología pesimista se prepara para sacar provecho de la antigua fórmula india, pero el pesimista ateo no sobrevuela más alto que el plasma terrestre homogéneo de los darwinistas. Para él, la última palabra es “tierra” y “materia” y más allá de la materia prima contempla únicamente un vacío horrible, una nada sin sentido.

Algunos de los pesimistas intentan poetizar su idea a la manera de los sepulcros blanqueados, o como se hace en la cultura mexicana con los cadáveres, cuyas fantasmagóricas mejillas y labios se pintan profusamente de rojo. Así, la descomposición de la materia penetra a través de la vida aparente y su máscara, a pesar de todos los esfuerzos para contrarrestarla.

Actualmente, el materialismo patrocina las metáforas y las imágenes indias. En un nuevo trabajo del Dr. Mainlander sobre el tema, llamado "Pesimismo y progreso", se nos dice que el panteísmo indio y el pesimismo alemán son idénticos, y lo que dio lugar a un universo tan infeliz fue la ruptura de la materia homogénea en un carácter heterogéneo, la transición de la uniformidad a la multiformidad. Su pesimismo sostiene: 

"Esta [transición] es precisamente el error original, el pecado primordial, el cual toda la Creación ahora tiene que expiar mediante un gran sufrimiento; es justamente ese pecado el que, habiendo lanzado a la existencia todo lo que vive, la sumergió en las profundidades abismales del mal y la miseria; y para escapar de ello sólo hay un medio posible, esto es, poner fin al ser mismo".

Esta interpretación de la fórmula oriental, atribuyéndole la primera idea de escapar de la miseria existencial "poniendo fin al ser", es un error grave, ya sea que ese ser se considere aplicable a todo el Kosmos o sólo a la vida individual. El panteísta oriental, cuya filosofía le enseña a discriminar entre el Ser o ESSE y la existencia condicionada, difícilmente caería en una idea tan absurda como la postulación de tal alternativa, y él sabe que puede poner fin sólo a la forma, no al ser, y eso sólamente en este plano de ilusión terrestre. También sabe que al matar en sí mismo a Tanha (el deseo insatisfecho de existir o la "voluntad de vivir") escapará gradualmente de la maldición del renacimiento y la existencia condicionada, pero también está consciente de que no puede "poner fin" incluso a su propia y pequeña vida excepto como personalidad, que después de todo no es más que un cambio de vestimenta; y creyendo sólo en Una Realidad, que es Seidad eterna -la "CAUSA sin causa" de la cual se ha exiliado hacia el mundo de las formas- verdaderamente considera las manifestaciones temporales y progresivas de la misma en el estado de Maya (cambio o ilusión) como el mayor mal, pero al mismo tiempo como un proceso en la Naturaleza, tan inevitable como los dolores del parto. Es el único medio por el cual puede pasar de las vidas de dolor limitadas y condicionadas a la vida eterna, o a esa absoluta "Seidad" que se expresa tan gráficamente en la palabra sánscrita sat

El "pesimismo" del panteísta hindú o budista es metafísico, abstruso y filosófico. La idea de que la materia y sus manifestaciones versátiles son la fuente del mal y la pena universales es muy antigua, aunque Gautama Buda fue el primero en darle su expresión definitiva. ¡Pero el gran reformador indio seguramente nunca tuvo la intención de convertirlo en una manija para que el pesimista moderno se apoderara de ella, o en una traba para el materialista con tal de colgar sus principios distorsionados y perniciosos! Cuando enseñó a ver sólo miseria en la existencia sensual de la materia, este Sabio y Filósofo que se sacrificó por la Humanidad viviendo para ella y con objeto de salvarla, en su mente profunda nunca albergó alguna idea de ofrecer un incentivo para el suicidio; sus esfuerzos fueron liberar a la humanidad de un apego tan fuerte a la vida, que es la causa principal del egoísmo, y de aquí la génesis del dolor y sufrimiento mutuos. En su caso personal, Buda nos dejó un ejemplo de fortaleza a seguir que consiste en vivir y no escapar de la vida. Su doctrina muestra el mal inherente no en la materia, que es eterna, sino en las ilusiones creadas por ella a través de las transformaciones físicas que generan vida, porque estos cambios están condicionados y tal vida es efímera. Al mismo tiempo, se demuestra que esos males no sólo son inevitables, sino también necesarios, porque si distinguiéramos el bien del mal, la luz de la oscuridad y apreciáramos lo primero, sólo podemos hacerlo mediante los contrastes entre esas dualidades. Mientras que en la letra muerta la filosofía de Buda señala únicamente al lado oscuro de las cosas en este plano ilusorio, su esoterismo, su alma oculta, aparta el velo y le revela al Arhat todas las glorias de la VIDA ETERNA en la homogeneidad integral de la Conciencia y del Ser, todo lo cual, sin duda, constituye un absurdo a los ojos de la ciencia materialista e incluso del idealismo moderno, pero un hecho para el sabio y el panteísta esotérico.

Sin embargo, la idea raíz de que el mal nace y se genera por las complicaciones cada vez mayores del material homogéneo (que entra en forma y se diferencia cada vez más a medida que esa estructura se vuelve físicamente más perfecta) tiene un lado esotérico que al parecer jamás se le ha ocurrido al pesimista moderno. Su aspecto de letra muerta se convirtió en tema de especulación en el pensamiento antiguo de todas las naciones; incluso en India, donde el ideario primitivo subyace a la fórmula ya citada, ha sido desfigurado por el sectarismo y lo llevó a las formalidades ritualistas y puramente dogmáticas de los yogis Hatha, en contraposición con la filosofía vedántica del Raja Yoga. La especulación exotérica pagana y cristiana, e incluso el ascetismo monástico medieval, extrajeron todo lo que pudieron de la idea originalmente noble subordinándola a sus puntos de vista sectarios y de mente estrecha. Sus falsas concepciones de la materia han llevado a los cristianos desde el primer día a identificar a la mujer con el mal y la materia, a pesar de la adoración que la Iglesia Católica Romana aún rinde a la Virgen.

No obstante, la última aplicación de la fórmula india malinterpretada por los pesimistas en Alemania es totalmente original y bastante inesperada, como veremos. Si tratáramos de estalecer cualquier analogía entre una enseñanza altamente metafísica y la teoría de la evolución de Darwin, parecería más bien una tarea sin esperanza, tanto más cuando la teoría de la selección natural no predica ninguna exterminación concebible del ser, sino un desarrollo continuo de la vida. Sin embargo, y por medio de paradojas científicas y muchos sofismas, el ingenio alemán se las ha arreglado para darle una apariencia de verdad filosófica y el antiguo principio indio no ha ocultado el pleito en manos del pesimismo moderno. El feliz “descubridor” ha reclamado la fórmula arcaica aria en su nuevo volumen, al teorizar que el origen del mal data de la ameba protoplásmica que se dividió para la procreación y perdió así su inmaculada homogeneidad, y mientras exalta su filosofía y la profundidad de las concepciones antiguas, ¡declara que debe considerarse "como la verdad más profunda precogitada y robada por los antiguos sabios del pensamiento moderno!"

De esto se desprende que el panteísmo profundamente religioso del filósofo hindú/budista y los ocasionales caprichos del materialista/pesimista se colocan al mismo nivel e identifican por el "pensamiento moderno", ignorándose el abismo infranqueable entre los dos. Al parecer, poco importa que el panteísta tenga que ver su propia existencia como un conjunto de ilusiones al no reconocer ninguna realidad en el Kosmos manifestado, considerándolo como una simple quimera de sus sentidos; y por tanto, cuando habla sobre los medios para escapar de los sufrimientos de la vida objetiva, su visión de ellos y su motivo para poner fin a la existencia son completamente diferentes de los del pesimista/materialista. Para él, tanto el dolor como la tristeza son ilusiones, debido al apego a esta vida y a la ignorancia, y así se esfuerza por la vida eterna e inmutable y la conciencia absoluta en el estado de Nirvana; mientras que el pesimista europeo, que toma los "males" de la vida como realidades, aspira a cualquier cosa cuando tiene el tiempo excepto a las dichas realidades mundanas, a la aniquilación del "ser", como lo expresa.

Para el filósofo no existe más que una vida real, la dicha nirvánica, que es una condición que difiere en especie y grado de aquélla en cualquiera de los planos de conciencia en el universo manifestado. El agorero alemán llama a la superstición "Nirvana" llamándola "cese de la vida", la que según él comienza y termina en la Tierra. El primero ignora en sus aspiraciones espirituales incluso la unidad integral homogénea, de la cual el pesimista germano ahora se convierte en dicho capital. El panteísta conoce y cree sólo en la causa directa de esa Unidad, eterna y siempre viva, porque el UNO se increó, o mejor dicho no evolucionó; y de esta manera, todos sus esfuerzos están dirigidos hacia la reunión más rápida posible con su condición primordial, después del peregrinaje a través de esta serie ilusoria de vidas visionarias y su fantasmagoría irreal de percepciones sensuales.

Tal panteísmo sólo puede ser calificado como "pesimista" por un creyente en una Providencia personal, por alguien que contrasta su negación de la realidad sobre cualquier aspecto "creado" (es decir, condicionado y limitado) con su propia fe ciega y antifilosófica. La mente oriental no se ocupa de extraer el mal de toda ley y manifestación radicales de la vida, ni multiplica cada cantidad fenoménica por unidades de males frecuentemente imaginarios; el panteísta oriental simplemente se somete a lo inevitable e intenta eliminar de su camino existencial tantos "descensos hacia el renacimiento" como pueda, evitando la generación de nuevas causas kármicas. El filósofo budista sabe que la duración de la serie de vidas en cada ser humano (a menos que llegue al Nirvana "artificialmente" o, como en el lenguaje kabalístico, cuando "toma el reino de Dios por la fuerza") alegóricamente se otorga en los cuarenta y nueve días que Gautama Buda pasó bajo el árbol Bo. Y a su vez, el sabio hindú está consciente de que debe encender el primer fuego y extinguir el 49° (1) antes de alcanzar su liberación final. Tomando esto en cuenta, tanto el sabio como el filósofo esperan pacientemente la hora natural de la liberación, mientras que su desafortunado imitador, el pesimista europeo, está siempre listo para predicar y cometer el suicidio. Ignorante de las innumerables cabezas de la hidra existencial, es incapaz de sentir el mismo desprecio filosófico tanto por la vida como por la muerte y así prosigue el sabio ejemplo de su hermano oriental.

(1) Éste es un principio esotérico, y el lector general no logrará descifrarlo en mucha extensión, pero el teósofo que ha leído “Budismo Esotérico” puede computar el 7 por 7 de los 49 “días” y los 49 “fuegos”, y entender que la alegoría refiere esotéricamente a las siete razas-raíces humanas consecutivas con sus siete subdivisiones. Cada mónada nace en la primera y obtiene liberación en la última y séptima raza, y se sabe que sólo un “Buda” la alcanzó durante el transcurso de una vida.

Por lo tanto, el panteísmo filosófico es muy diferente del pesimismo moderno, pues el primero se basa en la correcta comprensión de los misterios del ser; el último, en realidad sólo es un sistema más de perversión que agrega una insalubre fantasía a la ya gran cantidad de males sociales vigentes. En verdad, el pesimismo no es filosofía, sino simplemente una calumnia sistemática de la vida y el ser, las declaraciones biliosas de un dispéptico o un hipocondríaco incurable, y nunca se puede intentar un paralelo entre estas dos formas de pensamiento.

De hecho, las semillas del mal y la tristeza fueron el primer resultado y consecuencia de la heterogeneidad del universo manifestado y todavía no son más que una ilusión producida por la ley de los contrastes que, como se describió, es una ley fundamental en la Naturaleza. Ni el bien ni el mal existirían si no fuera por la luz que se arrojan mutuamente. El Ser, bajo cualquier forma y habiendo sido considerado desde la creación del mundo para ofrecerle estos contrastes, y a la vez que predomina el mal en el Universo debido al egoísmo, la rica metáfora oriental ha considerado a la existencia como una expiación del error de la Naturaleza; y en adelante el alma humana (psiquis) se consideraba chivo expiatorio y víctima de la SUPERALMA inconsciente, pero no para disfrute del pesimismo, sino para la Sabiduría que la dio a luz.

La ignorancia por sí sóla es una mártir entusiasta, pero el conocimiento es maestro del pesimismo natural. Gradualmente y por el proceso de herencia o atavismo, aquél se volvió innato en el ser humano y siempre está presente en nosotros, independiente de su voz latente y silenciosa al principio. En medio de las alegrías tempranas de la existencia y cuando aún estamos llenos de las energías vitales de la juventud, a la primera punzada de tristeza después de un fracaso o ante la súbita aparición de una nube negra, aún tenemos la capacidad de acusar a la vida por ello, sentirla como una carga y, a menudo, maldecir nuestro ser, lo cual muestra el pesimismo en nuestra sangre, pero al mismo tiempo la presencia de los frutos de la ignorancia.

A medida que la humanidad se multiplica y con ello el sufrimiento (que es el resultado natural de un número creciente de unidades que lo generan), la pena y el dolor se intensifican. Vivimos en una atmósfera de tristeza y desesperación, pero esto se debe a que nuestros ojos están abatidos y clavados en la tierra, con todas sus manifestaciones físicas y groseramente materiales. Si, en lugar de eso, la persona que se halla en su viaje existencial mirara dentro de sí mismo (no hacia el cielo, que no es sino una metáfora) y centrara su punto de observación en su aspecto interior, pronto escaparía de las vueltas en el gran carrusel de la ilusión. Entonces, desde la cuna hasta la tumba, su vida sería soportable y digna de continuarse, incluso en sus peores etapas.

El pesimismo -esa sospecha crónica de que el mal acecha en todas partes- tiene, por tanto, una naturaleza doble y produce frutos de dos clases: constituye una característica natural en el humano físico y se convierte en maldición sólo para el ignorante. Es una bendición para lo espiritual, en la medida en que convierte a este último en el camino correcto y lo lleva al descubrimiento de otra verdad fundamental, esto es, que todo en este mundo sólamente es preparatorio porque es temporal. Es como una grieta sobre las oscuras paredes en la prisión de la vida terrenal, a través de la cual se cuela un rayo luminoso del hogar eterno que, iluminando los sentidos internos, susurra al prisionero en su caparazón de arcilla el origen y misterio doble de nuestro ser. Al mismo tiempo, es una prueba tácita de la presencia en el ser humano de lo que ya intuye, sin que se le diga nada, a saber, que existe otra y mejor vida, una vez que se vive la maldición de las vidas terrenales.

Como ya dijimos, esta explicación sobre el problema y origen del mal, siendo de un carácter completamente metafísico, no tiene nada que ver con las leyes físicas, y por ende, al pertenecer por completo a la parte espiritual humana, incursionar superficialmente en este asunto es mucho más peligroso que permanecer ignorante de él; porque, como está en la raíz misma de la ética de Gautama Buda y ahora ha caído en manos de los filisteos modernos del materialismo, confundir los dos sistemas de pensamiento "pesimista" conduce sólamente a un suicidio mental, si no a su peor variante.

La sabiduría oriental enseña que el espíritu debe pasar por la dura prueba de la encarnación y la vida, como también ser sacramentado con la materia antes de que alcance destreza y conocimiento, después de lo cual recibe el bautismo de alma o autoconciencia y regresa a su condición original divina, además de la experiencia que termina con la facultad onmisciente. En otras palabras, puede retornar al estado homogéneo original de la esencia primordial sólo mediante la suma del fruto kármico, que por sí sólo es capaz de crear una deidad absoluta y consciente, removida en sólo un grado del TODO Absoluto.

Incluso según la palabra bíblica, el mal debe haber existido antes de Adán y Eva, quienes, en consecuencia, son inocentes del pecado original, pues si no hubo maldad antes de ellos, tampoco existiría en el Edén una serpiente tentadora ni un árbol de conocimiento sobre el bien y el mal. Las características de ese manzano se describen en el verso que muestra a la pareja cuando prueba su fruto: "Se abrieron los ojos de ambos y se dieron cuenta de muchas cosas además de saber que estaban desnudos". De esta forma y con razón, demasiado conocimiento sobre los asuntos de la materia también se muestra como perjudicial.

Pero así es, y es también nuestro deber examinar y combatir la nueva teoría perniciosa. Hasta ahora, el pesimismo se mantenía en las comarcas de la filosofía y la metafísica, y no mostraba ninguna pretensión de inmiscuirse en el dominio de la ciencia puramente física, como el darwinismo. Ahora la teoría de la evolución se ha vuelto casi universal y no hay escuela (excepto la de los domingos y las misioneras) donde no se enseñe, con más o menos modificaciones respecto del programa original. Además, no existe otra enseñanza más manoseada que la evolución, especialmente por la aplicación de sus leyes fundamentales a la solución de los problemas más complejos y abstractos de la existencia multifacética humana. Allí donde la psicología e incluso la filosofía "temen continuar", la biología materialista exhibe su panoplia de analogías superficiales y conclusiones prejuiciosas; y lo peor de todo, afirma que el hombre es sólo un animal superior manteniendo este derecho como indudablemente perteneciente al dominio de la ciencia evolutiva. Como consecuencia, ahora las paradojas en esos "dominios" no llueven sino que se derraman, y en vista de que "el hombre es la medida de todas las cosas", el ser humano se mide y se analiza mediante el animal. Un materialista alemán afirma que la evolución espiritual y psíquica es propiedad legal de la fisiología y la biología, y se dice que los misterios de la embriología y la zoología son capaces de resolver aquéllos relativos a la conciencia humana y el origen de su alma (2). Otro encuentra justificación para el suicidio en el ejemplo de los animales, que cuando están cansados de vivir ponen fin a la existencia por inanición (3).

(2) Haeckel. (3) Leo Bach.

Hasta el momento y a pesar de la abundancia y brillantez de sus paradojas, el pesimismo tenía un punto débil: la ausencia de una base real y evidente sobre la cual cimentarse. Sus seguidores no tenían ningún pensamiento vivo que les sirviera de faro y así mantenerse alejados de los bancos arenosos de la vida -reales e imaginarios- tan profusamente sembrados por ellos mismos en forma de denuncias contra la existencia y el ser. Todo lo que consiguieron fue confiar en sus representantes, que ocuparon su tiempo de manera muy creativa -aunque no provechosa- en clavetear los muchos y diversos males de la vida en las proposiciones metafísicas de los grandes pensadores alemanes, como Schopenhauer y Hartmann, al igual que los niños cuando se aferran a las coloridas colas de los cometas manipulados por los mayores y se regocijan al verlos lanzarse en el aire. Pero ahora el programa se transformó, pues los pesimistas encontraron algo más sólido y autoritario (aunque menos filosófico) que los cometas metafísicos de Schopenhauer para virar sus jeremiadas y endechas. El día que estuvieron de acuerdo con los puntos de vista de este filósofo, que apuntaba a la VOLUNTAD universal como el perpetrador de todo el mal del mundo, se ha ido para no volver más y tampoco estarán más satisfechos con el brumoso "inconsciente" de von Hartmann. Han buscado diligentemente un terreno más agradable y menos metafísico sobre el cual construir su filosofía pesimista y han sido recompensados con éxito, ahora que la causa del “Sufrimiento Universal” ha sido descubierta por ellos en las leyes fundamentales del desarrollo físico. El mal ya no estará aliado con el fantasma nebuloso e incierto llamado "VOLUNTAD", sino con un hecho real y obvio: que en adelante los pesimistas serán arrastrados por los evolucionistas.

El argumento básico de su representante se ha dado en la frase inicial de este artículo: el Universo y todo en él apareció como consecuencia de la "separación de la UNIDAD en la Pluralidad". Como se demostró, esta representación más bien oscura de la fórmula india no menciona más tarde en la mente del pesimista a la Única Unidad, a la abstracción vedantina (Parabrahm), pues de lo contrario, ciertamente no usaríamos la palabra "separar". El pesimista tampoco se preocupa mucho por Mulaprakriti o el "Velo" de Parabrahm, ni siquiera con la materia primordial manifestada -excepto de manera inferencial- como se desprende de la exposición del doctor Mainlander, sino principalmente con el protoplasma terrestre. El Espíritu o la Deidad se ignoran por completo en este caso y es obvio que se debe a la necesidad de mostrar el conjunto como "el dominio legal de la ciencia física". 

En resumen, se afirma que la fórmula consagrada se basa y encuentra su justificación en la teoría de que a partir de “unos pocos, quizá una sola forma de la naturaleza más simple" (Darwin), se han desarrollado gradualmente "todos los diferentes animales y plantas que viven hoy y todos los organismos que alguna vez existieron en la Tierra”, y se nos dice que este axioma científico justifica y demuestra el principio filosófico hindú. ¿Cuál es ese axioma? La ciencia sostiene que la serie de transformaciones experimentadas por una semilla -la que crece en un árbol, se convierte en un óvulo o se desarrolla en un animal- en cada caso consiste sólamente en el traspaso del tejido de esa simiente, desde la forma homogénea a la heterogénea o compuesta. Esta es entonces la verdad científica que nivela la fórmula india con la de los evolucionistas, identifica ambas y exalta así la sabiduría antigua reconociéndola digna del pensamiento materialista moderno.

Nuestro pesimista explica que esta fórmula filosófica no está simplemente corroborada por el desarrollo y crecimiento individual de especies aisladas, sino que se demuestra tanto en términos generales como en detalle, justificándose en la evolución y crecimiento del Universo y de nuestro planeta. En resumen, el nacimiento y desarrollo de todo el mundo orgánico están ahí para demostrar la Sabiduría Antigua. Desde los universales hasta los particulares, se descubre que el mundo biológico está sujeto a las mismas leyes transicionales de elaboración cada vez mayor desde la unidad a la pluralidad como "la fórmula fundamental en la evolución de la vida". Incluso el crecimiento de las naciones, la vida social, las instituciones públicas, el desarrollo de las lenguas, artes y ciencias, todo esto sigue inevitable y fatalmente la ley omniabarcante de "disgregar la unidad en la pluralidad y el paso de lo homogéneo a la multiformidad". 

Pero mientras sigue el rastro de la sabiduría india, nuestro autor exagera esta ley fundamental a su manera y la distorsiona, pues trae dicha norma para hacerla recaer incluso sobre los destinos históricos de la humanidad, al mostrar estos hados como la prueba y servidumbre de la corrección en el pensamiento indio. Sostiene que la humanidad como un todo integral, a medida que se desarrolla y progresa en su evolución y se descompone en partes -cada una convirtiéndose en una rama distinta e independiente de la unidad-, se aleja cada vez más de su unidad original saludable y armoniosa, y así las complicaciones del establecimiento social y las relaciones análogas, como también las de individualidad, conducen al debilitamiento del poder vital, a la relajación de la energía del sentimiento y la destrucción de esa unidad integral, sin la cual no es posible la armonía interna. La ausencia de ese equilibrio genera una discordia interna que se convierte en la causa de la mayor miseria mental, por lo que el mal tiene sus raíces en la naturaleza misma de la evolución de la vida y sus complicaciones. Cada uno de los pasos que da, al mismo tiempo, es un avance hacia la disolución de su energía y conduce a la apatía pasiva; tal es el resultado inevitable, dice él, de cada complicación progresiva de la vida, porque la evolución o desarrollo es una transición de lo homogéneo a lo heterogéneo, una dispersión del todo en muchos, etc., etc. Esta terrible ley es universal y se aplica a toda la creación, desde lo infinitamente pequeño hasta el hombre, ya que como dice nuestro pesimista, es una ley fundamental de la Naturaleza.

Ahora bien, es sólo en esta visión unilateral de la naturaleza física en cuanto a su aspecto espiritual y psíquico -la cual el autor alemán acepta sin titubeos- que su escuela está condenada al fracaso seguro. No se trata de saber si la citada ley de diferenciación y sus consecuencias fatales pueden aplicarse o no, en ciertos casos, al crecimiento y desarrollo de la especie animal e incluso humana (puesto que dicha norma es la base y principal apoyo de toda la nueva teoría en la escuela pesimista), sino de determinar si es realmente una ley universal y fundamental. Queremos saber si esta fórmula básica de la evolución abarca todo el proceso de desarrollo y crecimiento en su totalidad, y si, de hecho, está dentro del dominio de la ciencia física o no. Si no es "nada más que la transición del estado homogéneo al heterogéneo", como dice Mainlander, queda por demostrar que dicho proceso "genere esa complicada combinación de tejidos y órganos que forman y completan al animal y la planta perfectos".

Como ya comentaron algunos críticos sobre la obra "Pesimismo y progreso", el autor alemán no duda por un momento que su supuesto descubrimiento y enseñanza "descansan completamente en su certeza de que el desarrollo y la ley fundamental del complicado proceso de organización no representan sino una cosa: la transformación de la unidad en pluralidad". De ahí la identificación del proceso con la disolución y la decadencia, y el debilitamiento de todas las fuerzas y energías. Mainlander tendría razón en sus analogías si esta ley de diferenciación de lo homogéneo en lo heterogéneo representara realmente la ley fundamental de la evolución vital, pero la idea es bastante errónea, tanto metafísica como físicamente. La evolución no procede en línea recta, no más que cualquier otro proceso en la Naturaleza, sino que se desarrolla cíclicamente, al igual que el resto. Las serpientes cíclicas tragan sus colas como la Serpiente de la Eternidad. Y es en esto que la fórmula india, que es una enseñanza de la Doctrina Secreta, está corroborada en la práctica por las ciencias naturales y especialmente la biología. Esto es lo que leemos en las "Cartas científicas" de un autor y crítico ruso anónimo:

"En la evolución de individuos aislados, en la del mundo orgánico, del Universo y en el crecimiento y desarrollo de nuestro planeta; en otras palabras, dondequiera que ocurra alguno de los procesos de complejidad progresiva, y además de la transición de la unidad a la pluralidad (o la homogeneidad a la heterogeneidad), encontramos una transformación inversa: el paso de la pluralidad a la unidad, de lo heterogéneo a lo homogéneo (…) La observación minuciosa del proceso de complejidad progresiva ha demostrado que lo que ocurre en él no es sólo la separación de las partes, sino también su absorción mutua (…) Mientras que una parte de las células se fusionan en un todo uniforme, formando fibras y tejido musculares, otras se absorben en los tejidos óseos y nerviosos, etc., etc. Lo mismo ocurre en la formación de las plantas".

En este caso, la naturaleza material repite la ley que actúa en la evolución de lo psíquico y espiritual: ambos descienden, pero para reascender y fusionarse en el punto de partida. La masa o elemento formativo homogéneo diferenciado en sus partes se transforma gradualmente en lo heterogéneo, y luego, fusionando esas secciones en un todo armónico, recomienza un proceso inverso o reinvolución para retornar gradualmente a su estado primitivo o primordial.

El pesimismo tampoco encuentra ningún apoyo mejor en el materialismo puro, ya que hasta ahora éste último se ha teñido con un sesgo decididamente optimista. De hecho, sus principales defensores nunca dudaron en desdeñar la adoración teológica de la "gloria de Dios y de todas sus obras", como en el caso de Buchner, quien se mofa contra el panteísta que ve en un mundo tan "loco y malo" la manifestación del Absoluto; pero, en general, los materialistas admiten una preeminencia del bien sobre el mal, quizá como un amortiguador contra cualquier tendencia "supersticiosa" a mirar hacia otro lado y descubrir una creencia mejor. Al tener una visión estrecha y un horizonte espiritual limitado, aún no encuentran causa para la desesperación que provoca la deriva general de los asuntos mundanos. Sin embargo, los pesimistas panteístas nunca han dejado de insistir en que la desesperación del ser consciente es el único resultado legítimo de la negación atea. Por supuesto, esta postura es axiomática, o así debiera serlo. Si "en esta vida sólo hay esperanza", la tragedia existencial está absolutamente desprovista de razón de ser y la perpetuación del drama es tan absurda como inútil.

El hecho de que las conclusiones del pesimismo finalmente hayan sido asimiladas por una cierta clase de escritores ateos es una característica sorprendente del día y otra señal de los tiempos, ilustrando la perogrullada evidente de que el vacío creado por la negación científica moderna no puede y nunca podrá ser llenado por las frías perspectivas ofrecidas como solatium a los optimistas. El "entusiasmo de la humanidad" comteano es una idea tan pobre como la aniquilación de la raza "a medida que los fuegos solares mueren lentamente" (si es que realmente mueren) para complacer a la ciencia física en el tiempo calculado. Si toda la tristeza y el sufrimiento presentes, la lucha feroz por la existencia y todos sus horrores acompañantes no sirven de nada a la larga; si el ser humano es únicamente una entidad efímera y marioneta de las fuerzas ciegas, ¿por qué contribuir entonces a perpetuar la farsa? La "rutina incesante de la materia, la fuerza y la ley" no hará más que precipitar a millones de personas al olvido eterno y, en última instancia, no dejará ningún rastro o recuerdo del pasado cuando las cosas regresen a la neblina de fuego de donde surgieron. La vida terrestre no es un objeto en sí misma; está cubierta de tristeza y miseria. No parece extraño, entonces, que el negacionista ciego de alma prefiera el pesimismo de Schopenhauer al optimismo sin base de Strauss y sus seguidores, el cual, frente sus enseñanzas, recuerda al ánimo renovado de un burro joven tras una buena comida de cardos.

Sin embargo, una cosa es clara: la absoluta necesidad de alguna solución que abarque los hechos de la vida sobre una base optimista. La sociedad moderna está impregnada de un cinismo creciente y carcomida por el disgusto de la existencia como resultado de una completa ignorancia sobre las operaciones del Karma y la naturaleza de la evolución espiritual. Es a partir de una lealtad equivocada a los dogmas de una teoría evolutiva mecánica y en gran medida espuria que el pesimismo se ha elevado a una importancia tan indebida. Una vez que se comprende la base de la Gran Ley (y la doctrina esotérica de los grandes Sabios Indios puede proporcionar mejores medios para tal captación y solución final) no queda ningún locus standi posible para las recientes enmiendas al sistema de pensamiento schopenhaueriano o las sutilezas metafísicas tejidas por el "filósofo del inconsciente". La razonabilidad de la Existencia Consciente sólo puede probarse mediante el estudio de la filosofía primitiva, ahora esotérica, y dice: "no hay muerte ni vida, porque ambos son ilusiones y el Ser es la única realidad". Esta paradoja fue repetida luego de incontables eras por uno de los más grandes fisiólogos que jamás haya existido: “la vida es muerte”, en palabras de Claude Bernard. El organismo vive porque sus partes están siempre muriendo, y la supervivencia del más apto seguramente se basa en esta obviedad. La vida del todo superior requiere la muerte de lo inferior, y la desaparición de las partes dependen de ello y le están subordinadas. Y, como la vida es muerte, así también la muerte es vida, y todo el gran ciclo de vidas forma sólo UNA EXISTENCIA, de la cual el peor momento se vive en nuestro planeta

El que SABE hará lo mejor posible, porque hay un amanecer para cada entidad una vez liberada de la ilusión y la ignorancia por el Conocimiento; y finalmente proclamará en verdad y toda Conciencia a Mahamaya: ¡SE HAN DERRUMBADO TU MORADA Y PARHILERA, PUES EL ENGAÑO TE CONCIBIÓ! ¡EL CAMINO ESTÁ LIBRE PARA OBTENER LA LIBERACIÓN!...

H.P.B.