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11 de agosto de 2025

¿Qué vale la pena desear?

 
The Theosophical Movement, abril 2025

Gracias al aumento del sueldo per cápita, el mundo se transformó rápidamente de una economía basada en necesidades a otra consumista y estimuladora de apetencias. Y a medida que existen vías satisfactorias de impulsos, suele haber una búsqueda frenética para complacer todo tipo de "caprichos-droga", pero pronto descubrimos que esos antojos son infinitos y la recompensa dopaminérgica de toda novedad posee rendimientos decrecientes. En consecuencia, el asunto obvio es: "De la plétora casi interminable de opciones que disponemos, ¿qué vale la pena ansiar?"

Podemos prescindir de clichés tontos como "felicidad" o "paz mental", ya que retrasan la cuestión un paso más hacia lo fútil: "¿qué se debe desear para conseguir ambas?" En otras palabras, semejantes respuestas trilladas sólo reiteran la premisa del planteamiento.

Para comenzar, debemos admitir que la pregunta básica trata de valores éticos, y no hechos. Lo realmente sugerido es "¿qué implica valor continuo en la vida?" Ningún evento por sí sólo resulta idóneo, y a guisa de ejemplo, consideremos el Estudio sobre Desarrollo de Adultos por la Universidad de Harvard, el más extenso acerca de la felicidad. Su conclusión era que la mejor garantía de salud a los 80 años era tener relaciones profundas y significativas desde los 50; sin embargo, la encuesta contuvo el prejuicio de que a esas alturas "vale la pena procurarse bienestar". Ciertamente la integridad física es deseable, pero ¿debería ser el único objetivo existencial?

También es necesario un nivel de independencia monetaria, ya que otorga cierta libertad para dedicarse a cualquier tarea. Lakshmi [equivalente hindú/sánscrito de Venus] es parecida a la Energía Cósmica al representar el conducto que manifiesta la Ideación homónima, mas una energía sin objetivo es similar a un automóvil desprovisto de chofer, y es igualmente inútil que hayan objetivos sin voluntad. Por ende, peculio y salud son imprescindibles, pero insuficientes, porque ellos -como cualquier otro medio- tienen que ver sólo con el cuerpo, que en sí mismo es vehículo expresivo del Alma, y la importancia de aquéllos termina junto con la muerte de nuestro organismo.

El aspecto irónico del designio vital parece conferir e implorar sentido a la vez. Si fuéramos eternos, ninguna jornada implicaría sentido, al igual que para una persona infinitamente millonaria un centavo no expresa nada. Cada momento sólo adquiere valor y contenido en relación con su finitud; además y puesto que "el tiempo lo devora todo" y "nada permanece", ¿qué de perdurable puede tener la vida? Todo lo que adquirimos o construimos no resiste jamás los estragos del tiempo, o el sabotaje de vicios humanos propios y ajenos. ¿Hay algún deseo que merezca el sacrificio?

Antes de sugerir cursos de acción, veamos qué criterios engloba una meta coherente:

01. Inasequible. Si consideramos nuestro anhelo como finalidad, debiese entrañar un carácter irrealizable, pues de lo contrario, toda vez cumplido no vale la pena quererlo y seguiremos insatisfechos por soluciones temporales (Luz en el Sendero, p. 3).

02. Aumentativa. Aunque el ideal se aleja constantemente, debe permitirnos ver hechos cruciales que muestren progreso verdadero a lo largo del camino. Su comparación neurológica atañe al funcionamiento de circuitos de motivación y recompensa a nivel cerebral, es decir, la dopamina llega a su máximo no después de concretar un sueño, sino durante el recorrido previo, como bien dijo Robert Sapolsky.

03. Durable. El desarrollo gradual necesita prolongarse más allá de una vida, porque sin esta condición, el rumbo hacia un destino inalcanzable sería inútil y tampoco valdría el esfuerzo.

El deseo de perdurabilidad es tan vigoroso, que muchísima gente cae en el error de satisfacerlo con "transmisión genética a la descendencia", "legados de riqueza o cultura", etc. Varios reyes o líderes estaban y siguen obsesionados con dejar herencias positivas y "eternas", pero al examinarlo bien, descubrimos que no somos nada de lo anterior. Entonces, ¿de qué sirve todo eso a la personalidad efímera, y al "yo" que no se asocia con ella luego de morir?

Dado que cualquier posesión física termina desapareciendo bajo el pórtico de la muerte, nuestro objetivo real no puede ser nada externo, y por ello es menester buscar atributos del Espíritu, deseando únicamente lo que se encuentra al interior.

De conformidad, si postulamos "no existe un 'ser' ni nada más allá del óbito", la vida pierde su sentido. Sin embargo, esta noción prepóstera no armoniza ni siquiera con el factum cotidiano donde nuestra parte subjetiva continúa móvil incluso mientras el cuerpo duerme, y volvemos a despertar como el día sigue a la noche y las estaciones llegan una tras otra. Toda la Naturaleza es cíclica, y esta ley se "desmorona" con la muerte sólo en el pensamiento bruto de los materialistas crónicos.

Además, sólo el Karma y la Reencarnación explican la aparente arbitrariedad de prerrogativas y jerarquías, endémica en la naturaleza. Piénsalo: ¿a qué parte de nuestros logros podemos atribuir mérito propio? Imagina que ningún ciudadano tiene privilegios económicos al nacer, y todos nuestros éxitos se debieran al esfuerzo personal, sin devenir lamezapatos de derechas/izquierdas ni anarco-neuras. ¿Qué hicimos para merecer la inquebrantable fuerza de voluntad que nos impulsa a vencer obstáculos? Es un rasgo innato, no compartido entre muchos que hoy pugnan por ejercerlo. La única posibilidad sensata es que fue "modelado" en una o múltiples vidas anteriores, y así pasa también con otros talentos.

En síntesis, vale la pena desear cualidades virtuosas y perdurables tras el fallecimiento, cultivándolas en el carácter del Alma mediante experiencias. Pero éstas últimas no bastan por sí mismas, pues debemos reflexionar sobre ellas a la luz del conocimiento y transformarlas en sabiduría. Luego hay que volver a pensar esta comprensión hasta ejemplificarla sin hipocresías ni amarguras.

¿Deberíamos anhelar vivencias? ¿Aprenderá algo un niño pasando exámenes que él mismo creó? Invariablemente, muchos quieren sólo experiencias placenteras que no aportan lecciones cruciales. Lo que necesitamos es una serie de eventos que reflejen las aventuras en cuentos de hadas, retándonos a superar defectos de carácter y lograr sabiduría. Estos episodios deben ser lo suficientemente complejos para no despreciarlos, no tan difíciles con tal de subyugar a los protagonistas, y comportar moralejas óptimas.

La Ley Kármica otorga situaciones precisas, sin importar lo "insignificantes" que sean y en cualquier etapa de vida. Generalmente nunca enfrentamos problemas que no podamos sobrellevar (*), y con ese propósito, necesitamos suscribir a un Pacto de Honestidad. Es muy fácil soslayar hechos con mojigaterías y dobleces, o como Arjuna en el primer capítulo del Bhagavad-Gita, engañarnos pensando que "el objetivo no merece la contienda". Si nos aferramos a la Verdad sin calcular réditos, la vida se convierte en una odisea.

[(*) Excepto quizás los suicidas y enfermos graves, de lo cual rendirán cuentas todos quienes hicieron y hacen más difícil instaurar una educación espiritual genuina, libre de purulencias teológicas].

Analizar intelectualmente la propia situación, querer algo distinto y manipular el contexto con falsías es contrario al temple sincero. Por ello, lo que debiéramos codiciar es un estado de aceptación y adherirnos a lo ético. La aventura sólo es agotable si asumimos posturas separatistas y egoicas, siendo éste el Camino Abierto; su antílogo o Círculo de Gentileza implica adoptar mayores responsabilidades filantrópicas, convirtiéndonos en ayudantes de la Naturaleza Ilimitada. Si pensamos en nosotros a manera de "conos" y buscamos expandir la base redonda, hay que elevar más el punto superior al plano causal de las Ideas Éticas, sosteniendo a la vez el trabajo personal en dicha faceta y evadiendo los autoengaños (reléanse las notas 01, 02 y 03). Si bien la meta del Bodhisattva semeja extremadamente elevada, aún así nos sugiere esta fórmula que puede aplicarse en cualquier condición que vivamos.

2 de febrero de 2022

El significado de la vida


Asumimos que la vida es significativa porque la necesidad de un juicio valórico aparece sólo cuando no consideramos que una cosa sea intrínsecamente valiosa. Por ejemplo, una persona que ha renunciado a su exitosa carrera para cuidar de la familia bien puede preguntar si eso valió la pena. Tales juicios tienen sentido porque estamos sopesando un ítem contra otro, y los aspectos que se evalúan no son apreciados por su propio bien.

La vida es intrínsecamente significativa e inapreciable, y cada persona debe darse cuenta y percibir el valor y sentido de la existencia. La única alternativa a la vida es la "muerte", y de esa forma tenemos que sopesar el valor de vivir contra el valor de morir. William Judge dice: "La vida es mejor que la muerte, porque ésta última decepciona nuevamente al Ser" (“Letters That Have Helped Me”, edición estadounidense, p. 34). Entonces cabe preguntarnos: “¿Cuál es el significado de la vida?" Esta inquietud es la más importante de todas, porque muchas de las decisiones que tomamos con respecto a nuestra carrera, el ocio y los dilemas morales dependen de nuestra comprensión sobre dicho trasfondo vital.

En primer término, investigar el significado de la vida es descubrir si existe un plan o patrón para el Universo. La teoría moderna del "diseño inteligente" es el resurgimiento de una consideración esgrimida por el filósofo británico William Paley en 1802, quien señalaba que a diferencia de la piedra, un reloj aparece montado a propósito y no funcionaría sin su combinación precisa de partes; por lo tanto, "el reloj debe tener un fabricante".

Paley argumentaba que a lo largo de líneas similares, la complejidad de ciertas estructuras biológicas implica un diseño. La respuesta de Darwin al razonamiento de aquél fue que la selección natural podría crear la apariencia del diseño y postuló una serie de fuerzas naturales que trabajan a ciegas, sin objetivo y sin diseño. En el artículo “Which is Vague, Theosophy or Science?", Judge describe esto como una teoría descabellada y fantasiosa pues no hay una sóla prueba en la vida presente, en ninguno de los reinos inferiores, sobre “fuerzas ciegas” que comienzan a trabajar sin un plan y finalmente produzcan un diseño hermoso y visible en la forma más pequeña que percibimos. La teoría evolutiva presentada por la Teosofía admite tanto la inteligencia como el patrón y según ello todo el Kosmos está guiado, controlado y animado por una interminable serie de Jerarquías de entidades o Poderes Divinos conscientes que son agentes de leyes kármicas y cósmicas y son "seres inteligentes que ajustan y controlan la evolución".

Entonces puede surgir otra inquietud: ¿existe un propósito para la vida humana en general? ¿Existo yo para cumplir algún propósito? Aunque estas preguntas se interrelacionan, generalmente estamos más preocupados por lo último o el aspecto personal, es decir, lo que deseamos saber es: ¿tiene mi vida algún significado? 

Sorprendentemente, a algunas de las personas más eminentes y exitosas les ha invadido el sentimiento de falta de sentido para sus vidas. Por ejemplo, el conde Leo Tolstoi se sintió abrumado por el pensamiento de su propia muerte y la de quienes cuidaba, así como por la naturaleza transitoria de todos los logros humanos, y comparó el destino de una persona con un viajero en un relato oriental, donde el protagonista es sobrepasado por una bestia y se salva al saltar a un pozo sin agua, pero en el fondo ve un dragón con las mandíbulas abiertas listas para devorarlo. Este hombre no puede salir por miedo a la bestia ni saltar por evitar al dragón; entonces, se aferra a la ramita de un arbusto silvestre que crece en la hendidura del pozo y encuentra a dos ratones mordisqueando ese limbo que está sosteniendo, de modo que en cualquier momento podría romperse y hacerlo caer a las fauces del monstruo. Como sabe que la muerte es inevitable, el viajante aún se aferra al arbusto y al ver unas gotas de miel en las hojas, comienza a lamerlas. Las dos gotas de miel en la vida de Tolstoy fueron el amor por su familia y la escritura de libros, pero como él mismo sugiere hay personas que nunca se han preocupado por el significado de la vida. Hay quienes cuestionaron la existencia sintiendo la desesperanza, y sin embargo aprovechan la mayor cantidad posible de placeres en la vida ignorando al "dragón", la "bestia" y los "ratones", como también existen otros que ven la desesperanza de la vida y se suicidan. 

Asimismo, Tolstoi se sintió consternado por el hecho de que cuando la vida termina todo se acaba con eso y para algunos de nosotros la existencia puede parecer un ciclo interminable de actividades repetitivas y un viaje sin destino.

Con el sabio Patanjali, la Teosofía sostiene que todo el Universo existe para la experiencia y emancipación del alma y todo lo que existe no aparece arbitrariamente sino de acuerdo con la Ley de Periodicidad o de Ciclos. El plan o prototipo para este cosmos fenoménico existe en la Mente Divina y es interpretado y ejecutado por jerarquías de seres divinos inteligentes. Nuestro Universo actual es sólo uno en la serie de muchos otros que han surgido y marchitado en un proceso sin principio ni fin. Todo en el Universo está gobernado por la Ley: el fuego arde y el agua fluye, cada uno se comportándose de acuerdo con su dharma. El hombre dotado de mente y por tanto con el poder de pensar y elegir, puede ir en contra de la Ley y armonía universales, pero también podría convertirse en un Buda al hacer realidad sus potencialidades y elevando toda la manifestación a un nivel superior, aunque sea en lo más mínimo. Sin embargo, esa budeidad o perfección mental, moral, psicológica y espiritual no se puede lograr en una vida, porque al final de cada existencia se produce una asimilación y expansión de todas las cualidades más nobles (simpatía, amor por la belleza, el arte y los aspectos abstractos de la vida) en Devachan [swarga] para que el alma regrese enriquecida, y de esta manera ningún esfuerzo se pierde. De hecho, la etapa humana sólo se alcanza luego de pasar por lo que los hindúes llaman ochenta y cuatro lakh-yonis, es decir, luego de experimentar en varias formas inferiores como la elemental, mineral, vegetal y animal. Además el propio Buda señala: “Difícil es obtener nacimiento como ser humano, y difícil es vivir como un hombre”, implicando así el largo viaje desde ser un ser humano común hasta llegar a la etapa de perfeccionamiento como Tathagata que sale de este mundo con sabiduría, y sin embargo regresa a él por compasión. En este contexto, el más alto "sentido de la vida" es alcanzar la paz y dicha del Nirvana, y renunciar a ellas para ayudar a la humanidad sufriente.

Entonces, sí existe un trasfondo, patrón o plan para el Universo y la vida humana en general. Pero la vida de un individuo en particular no se vuelve significativa sólo porque la existencia en general tenga un sentido, pues no es suficiente saber que hay un plan y estamos incluidos en él. Para que nuestras vidas tengan sentido, debemos tratar de comprender el plan, ver nuestro lugar en él y luego trabajar para lograr ese objetivo.

¿Cuántos de nosotros estamos conscientes de este patrón? Si realmente es así, ¿cuántos intentamos seguirlo? Sólo unos pocos. Como resultado, nuestra vida se asemeja al estado descrito en el "mito de Sísifo", donde se cuenta que este personaje delató secretos divinos a los mortales y por eso fue condenado por los dioses a trasladar una roca incesantemente a la cima de una montaña, y esa gran piedra a su vez rodaba por su propio peso, por cuanto tenía que empujarla una vez más sólo para verla caer una y otra vez por la eternidad. Este es un símbolo de la lucha eterna del hombre y su voluntad de intentar una vez más sin rendirse, así como de un trabajo inútil y sin esperanza. Mientras tengamos algún objetivo que perseguir o nos comprometamos a cumplir algún deseo, nuestra vida será significativa, pero casi todos nuestros objetivos son transitorios porque cuando se cumple una meta corremos tras otra.

En general, creemos que la vida de alguien es significativa si se ha dedicado a una causa, y de este modo íconos como Gandhi, Thoreau, Lincoln, la Madre Teresa y todos aquellos con una finalidad general y dominante parecen haber llevado una vida significativa. ¿Está entonces desprovista de sentido la vida de una persona común? Para muchos de nosotros la existencia está llena de tareas repetitivas que parecemos llevar a cabo día tras día. Si las hacemos por su propio bien y sin preocuparnos por el nombre, la fama, el dinero, el poder, etc., o si no lo consideramos un trabajo inútil, esas acciones tan mundanas y repetitivas llenarán de significado nuestro pasar en la Tierra y entonces eso implicaría nuestra propia contribución para mantener la armonía en el Universo. Cada vida es significativa, siempre que cambiemos nuestra actitud hacia lo que nos brinda la existencia, por cuanto la rutina de un maestro, un hombre de negocios o un barrendero podría ser significativa siempre que cada uno viva su existencia con objetivos de autorealización y autotrascendencia.

La posibilidad y capacidad de cambio dan sentido a la vida humana y no importa en qué circunstancias nos encontremos, pues si las consideramos como una oportunidad para aprender, entonces crecemos. El propósito de la existencia es aprender y todo está hecho de aprendizaje, aunque no es como si siempre hubiera una didáctica consciente, porque incluso cuando alguien pierde a un ser querido la experiencia parece causar sólo dolor y nada más. En ocasiones, tales vivencias pueden llenar el corazón de amargura y quejas, pero también pueden generar al menos cierto desapego y cambio de actitud ante la vida. Así, el proceso de "cambio" y "aprendizaje" es siempre gradual e imperceptible, pero está ahí en cada persona que no sea completamente insensible.

Si pudiéramos enfrentar los problemas de nuestra vida sin quejarnos o intentar escapar, nos acercaremos gradualmente al centro de nuestro ser, y cuando nos hallamos cerca de ese núcleo divino la existencia adquiere un significado que las palabras no pueden expresar, por lo que es sólo en los momentos en que estamos lejos de dicho estado que sentimos vacío, depresión y desesperanza. En su libro “The Unheard Cry for Meaning”, el psiquiatra Viktor Frankl escribe que el 85 por ciento de los estudiantes que intentaron suicidarse en una universidad estadounidense lo hicieron porque la vida parecía no tener sentido, y así el autor señala:

“¡Esto es lo que sucede en medio de sociedades prósperas y niveles de bienestar! Durante demasiado tiempo hemos tenido un sueño del cual recién ahora nos despertamos; el sueño de que si sólo mejoramos la situación socioeconómica de las personas todo estará bien y todos serán felices. La realidad es que a medida que la lucha por la supervivencia disminuye también ha surgido la pregunta: ¿supervivencia para qué? Cada vez más individuos tienen hoy los medios para susbsistir, pero ningún sentido por el que vivir” [énfasis añadido].

Frankl sostiene que en cada uno de nosotros hay una "voluntad de significado” porque el ser humano necesita algo para vivir. Cuando termina el ajetreo de una semana intensa, se manifiesta el vacío interno y para llenarlo nos entregamos a bebidas y drogas, pero la búsqueda de riqueza, comodidad, placeres y poder es ineficaz para llenar este vacío. La preocupación del hombre por la valía de su vida es una angustia espiritual, no una enfermedad mental, y hay muchos que siguen experimentando este vacío existencial en varios niveles de su progreso espiritual. Cuanto más se esfuerza por acercarse a lo divino, más se percata de la naturaleza ilusoria de la existencia, que a su vez produce el sentimiento de sinsentido y desesperanza. El libro de Mabel Collins “Luz en el Sendero” describe la experiencia del neófito en esta situación:

“Es un hecho muy conocido -con el cual Bulwer Lytton trató con gran poder- que la primera experiencia del neófito en el ocultismo es una tristeza intolerable. Hay una sensación de falta de claridad que cae sobre él, lo que convierte al mundo en un desperdicio y la vida en un esfuerzo vano (…) Al contemplar o incluso intentar mirar en el misterio inefable de su propia naturaleza superior, él mismo hace que caiga la primera prueba sobre sí. La oscilación entre placer y dolor cesa, quizás por un instante, pero eso es suficiente para liberarlo de sus rápidos amarres en el mundo de las sensaciones. Ha experimentado, aunque sea brevemente, la vida más grande y atraviesa la existencia ordinaria ponderada por un sentido de irrealidad, vacío y negación horribles” (p. 42).

Victor Frankl afirma que debería haber una autotrascendencia de la vida humana: “Denota el hecho de que el ser humano siempre está dirigido a algo o alguien distinto de uno mismo, ya sea un significado que cumplir o que pueda encontrar otra persona. Cuanto más se olvida uno de sí mismo entregándose a una causa o a otro individuo para amar, se hace más humano y más se autorrealiza" (“El hombre en búsqueda de sentido”, p. 133).

(“The Theosophical Movement”, mayo 2009).