David Pratt, septiembre 2003-septiembre 2021
05. Distribución de polvo
06. El polvo y los movimientos de la Tierra
07. ¿"Baño de polvo" al amanecer?
-Apéndice 1: Movimiento solar galáctico (septiembre 2021)
-Apéndice 2: Citas teosóficas
05. Distribución de polvo
Koot-Hoomi asevera: "Felizmente, la ciencia descubrió que a medida que la Tierra se traslada por el espacio -con todos los demás planetas- recibe una mayor proporción de esa materia polvorienta en el hemisferio norte que en el austral; asimismo, consigna que a esto se debe el mayor número de continentes en dicha región, y la suma abundancia de nieve y humedad" (1).
Como vimos en la Parte 1, el Mahatma citó las opiniones de A.C. Ranyard, quien a su vez decía: "Se han recopilado varias pruebas (...) con respecto a que muchos meteoros de gran tamaño entran en la atmósfera terrestre, cuyas velocidades indican sus órbitas hiperbólicas, y por consiguiente no pertenecen al Sistema Solar (...). La Tierra y los planetas, al ser arrastrados junto con el Sol en su movimiento a través del espacio, recibirían un mayor volumen de polvillo meteórico en sus hemisferios norte".
Cabe consignar que el autor menciona únicamente los meteoritos producidos fuera del Sistema Solar, y en la actualidad se cree que sólo entre el 1 y 2% de meteoroides son foráneos a aquél (2). Si éstos últimos se acercan a nuestro planeta -ya sea desde la dirección en que se mueve el grupo de orbes con respecto a las estrellas locales, o a partir de su trayectoria alrededor del centro galáctico-, y la evidencia es consistente con ambas posibilidades, entonces el Hemisferio Norte recibirá más polvo de estos suplidores interestelares que el sector austral (ver más adelante).
Los científicos modernos vienen estudiando mucho la cantidad de polvo en atmósfera, utilizando colectores transportados por aviones, pero sin determinar que haya más tierra meteórica en regiones boreales. Ello tampoco es de esperarse si el mayor importe viene de la nube análoga interplanetaria; esta formación (incluidos los granos interestelares que le constituyeron) participa en el movimiento del Sistema Solar, al contrario de los corpúsculos que precipitan sobre nuestro mundo a gran velocidad y desde un sitio cósmico particular. Sin embargo, existen cambios en los patrones estacionales y latitudinales de deposición, conforme al tipo de material que se analice. Por ejemplo, los desechos meteóricos fusionados con aerosoles estratosféricos se depositarán principalmente en latitudes medias por la dinámica aérea en ese nivel, lo cual contrasta con las partículas que poseen más de 1 µm, asentadas por acción gravitatoria (3).
Todos los años caen alrededor de 4500 meteoritos, los que individualmente arrojan al menos un kilo de sustancia extraterrestre sobre el planeta. Los desplomes son más corrientes en la tarde que en horas de la mañana, están casi un 10% por encima del promedio cerca del equinoccio vernal, y tenemos un número similar en otoño e inferior a dicha tasa. La media de afluencia también varía con la latitud: en el ecuador, el índice anual de meteoritos excede el valor normal para toda la Tierra en 5%, mientras que los polos geográficos experimentan el 90% de la alícuota (4).
Fig. 5.1. Meteorito Hoba (Namibia), el más grande conocido en el mundo, se estrelló hace unos 80.000 años. Mide 2,95 por 2,84 metros, pesa alrededor de 60 toneladas y comporta un 82,4% de hierro, 16,4% de níquel y 0,76% de cobalto, así como varios oligoelementos (5).
Koot-Hoomi sugiere la "atracción magnética" de la Tierra por sustancias meteóricas con igual atributo. Se sabe que la mayoría de polvo cósmico en el rango de 0,1 a 1 mm. se encuentra imantada. Los científicos también declaran que partículas aún más reducidas en las proximidades del planeta acumulan cargas electrostáticas y reaccionan a los campos electromagnéticos de la magnetosfera, de modo que su movimiento puede verse influenciado por fuerzas homónimas (6). ¿Podría el campo magnético terrestre afectar la distribución hemisférica del polvazal alóctono?
El especialista Antal Juhász sostiene la improbabilidad de que estos factores canalicen más polvo hacia el Hemisferio Norte (7), añadiendo que sólo las trayectorias de partículas submicrónicas son modificadas por electromagnetismo. Las simulaciones en computadora proponen que los gránulos entrantes de esa magnitud se concentran en las inmediaciones polares-magnéticas norte y sur, pero no hay asimetría significativa entre los dos hemisferios (8).
El polvo cósmico ingresa al Sistema Solar desde varias direcciones, siendo una de ellas el sentido en que dicho grupo orbita al centro galáctico, y la otra se localiza aproximadamente hacia al vértice solar, es decir, el movimiento planetario respecto a las estrellas locales (Apéndice 1). Se supone que este polvo es expulsado alrededor de estrellas cercanas tipo A por injerencias de radiación y choques (9). Como ambos surtidores se encuentran en el cielo norte, un mayor número de partículas asociadas impactará ese hemisferio en vez del austral (sección 06); a pesar de ello, hoy se cree que el flujo interestelar constituye un leve porcentaje de la sumatoria cósmica que llega a la Tierra.
Ranyard planteó que los hipotéticos "grandes caudales" de polvo sobre el Hemisferio Norte podría explicar la mayor superficie terrestre en ese lugar. Aunque K.H. menciona esta idea en su Carta, no la respalda claramente y tampoco se repite en otras partes de la literatura teosófica. En cambio, los movimientos verticales de la corteza terrestre se identifican como el origen principal de la distribución cambiante de tierra y mar (10). A todas luces, la orogénesis y elevación o sumergimiento de masas terrestres no son consecuencia de deposiciones irregulares de polvo en la superficie planetaria, o el fondo oceánico. La presencia de estratos marinos a miles de metros sobre el nivel del agua (por ejemplo, cerca de la cima del Monte Everest) y los grandes espesores sedimentarios de aguas poco profundas -en viejas cuencas oceánicas de continentes modernos- evidencian traslados verticales de corteza terrestre de al menos 9 kms. sobre el nivel acuático y 10-15 por debajo, mientras se estima que todo el polvo caído alguna vez en nuestro planeta equivale a una capa de 5 cms. en espesor. Incluso multiplicando la cifra por un factor de mil, apenas se comenzaría a generar una nueva masa firme.
Referencias
1. Cartas Mahatma para A.P. Sinnett, 2da ed., TUP, 1975, p. 162/ed. cron., TPH, 1993, p. 318-9.
2. E. Grün, B. Gustafson, I. Mann, M. Baghul, G.E. Morfill, P. Staubach, A. Taylor y H.A. Zook, "Interstellar dust in the heliosphere", Astron. Astrophysics, v. 286, 1994, p. 915-24; R.L. Hawkes y S.C. Woodworth, "Do some meteorites come from interstellar space?", Journal of the Royal Astronomical Society of Canada, v. 91, 1997, p. 68-73; R. Hawkes, T. Close y S. Woodworth, en: W.J. Baggaley y V. Porubcan (eds.), Meteoroids 1998, Instituto de Astronomía, Academia Científica Eslovaca (Bratislava), 1999, p. 257-64.
3. B. Peucker-Ehrenbrink y B. Schmitz (eds.), Accretion of Extraterrestrial Matter Throughout Earth’s History, New York: Kluwer Academic/Plenum Publishers, 2001, p. 138-40.
4. Ibídem, p. 313-4.
5. www.southafrica-travel.net/namibia/ehoba.htm; www.namibweb.com/hoba.htm.
6. A. Juhász y M. Horányi, "Magnetospheric screening of cosmic dust", Journal of Geophysical Research, v. 104, 1999, 12, p. 577-83; M. Horányi, "Charged dust dynamics in the solar system", Annu. Rev. Astron. Astrophys., v. 34, 1996, p. 383-418.
7. Antal Juhász (KFKI Research Institute for Particle and Nuclear Physics, Budapest, Hungría), comunicación personal, 13 marzo 2003.
7. Antal Juhász (KFKI Research Institute for Particle and Nuclear Physics, Budapest, Hungría), comunicación personal, 13 marzo 2003.
8. M.N. Vahia, P. Ayyub y J.S. Yadav, "Distinguishing sub-micrometer man-made debris from interplanetary dust using near-Earth satellites", Astron. Astrophys., v. 301, 1995, p. 914-8.
9. A.D. Taylor, W.J. Baggaley y D.I. Steel, "Discovery of interstellar dust entering the earth’s atmosphere", Nature, v. 380, 1996, p. 323-5.
06. El polvo y los movimientos de la Tierra
Suponiendo que el Hemisferio Norte recibe más polvo meteórico que el Sur, se han hecho varios intentos "teosóficos" para explicar eso en términos de dinámicas planetarias. Un escritor decía que éste era el caso, pues la Tierra se inclina sobre su eje a 23,5° y con la parte boreal "hacia delante" (1), pero aquí se omite un aspecto decisivo. A medida que la Tierra gira alrededor del Sol, la orientación axial en que apunta permanece más o menos fija durante cada órbita, produciendo así las cuatro estaciones. Por ejemplo, en el verano de latitudes septentrionales la mitad correspondiente se inclina hacia el Sol y la meridional toma distancia de él, pero medio año después, en el acabe opuesto de su órbita (invierno) sucede justo lo contrario.
El lugar del Polo Norte celeste (proyección del geográfico al espacio) se mueve sólo fraccionalmente (~1/72°) en el curso de cada órbita, dando lugar a la precesión de los equinoccios que dura unos 25.920 años (= 360÷1/72), en tanto que la estrella Polaris (Alpha Ursae Minoris) se encuentra hoy a unas siete décimas de grado del extremo norte sidéreo.
Cuando la Tierra circunda al Sol, la mitad que mira en dirección del movimiento forma su "hemisferio principal"; si estuviera erguida sobre su eje, el límite de aquella zona en un momento dado siempre cruzaría por los polos Norte y Sur, y en el transcurso de cada rotación diaria, todas las áreas globales pasarían la misma cantidad de tiempo como parte de dicho hemisferio. Debido a que la línea axial está inclinada, ello no es el caso durante un sólo día, sino a lo largo de un año. En cuanto al polvo interplanetario (que se mueve junto con el resto del Sistema Solar), ambos hemisferios deberían exponerse a flujos iguales.
El giro terrestre alrededor del Sol es un movimiento relativo. Así como nuestro mundo le orbita (a 30 km/s) y a su vez la Luna respecto de él (~1 km/s), esa estrella también rodea al centro galáctico (~220 km/s), y cuando la Tierra le circuye, ésta nunca regresa al mismo punto en el espacio y no invierte su dirección de movimiento, adelantándose a toda velocidad y luego quedando atrás, a medida que el Sol prosigue en su viaje galáctico. Así, las velocidades máxima y mínima de la Tierra son 30 km/s más rápidas y lentas que la aceleración solar.
La Vía Láctea tiene forma de lente, y el Sol se encuentra casi a medio camino entre su centro y borde, próximo al ecuador galáctico. Desde este punto, nuestra galaxia aparece como una banda luminosa en el cielo nocturno, formando parte de un círculo completo alrededor de la Tierra. Esta franja blanquecina comporta una miríada de estrellas y nubes de gas y polvo. Actualmente, el ecuador celeste (proyección del mundano hacia el firmamento) está oblicuo 62,9° con respecto a la misma línea galáctica.
Fig. 6.1. Vía Láctea y telescopio William Herschel, La Palma (2).
Según otro autor, la antedicha inclinación entre el ecuador mundial y el disco galáctico explicaba por qué el Hemisferio Norte de la Tierra "alberga más polvo". Esta hipótesis se basa en el siguiente diagrama, que ilustra la mitad norte "a proa" del movimiento solar galáctico, de modo que el hemisferio principal planetario en su órbita galáctica comprende la mayor parte de la región boreal y un reducido tramo sureño (3), pero nuevamente aparecen varios problemas.
Fig. 6.2. (no sujeta a escala).
La inclinación entre el ecuador de la Tierra y el plano galáctico no influye en la cantidad de polvo interplanetario barrido por el globo durante su órbita solar, y afecta sólo la llegada de masa interestelar. Sin embargo y como ya se mencionó, actualmente es muy baja la contribución de gránulos al flujo meteórico total en una distancia Tierra-heliopausa (o heliosfera). En los momentos en que el Sistema Solar atraviesa nubes compactas de polvo, el ingreso de éste último al conjunto podría multiplicarse considerablemente, y de facto sería necesario dirimir cómo el viento solar y las fuerzas gravitacionales y electromagnéticas inciden en la trayectoria del polvo interestelar que capta la heliosfera, antes de venir a nuestro globo. Incluso si ello resultara en una distribución asimétrica y pasajera del polvo almacenado en la Tierra, no siempre sería el Hemisferio Norte la zona que capta más, por las razones descritas a continuación.
El diagrama previo no es del todo claro (ver Apéndice 1), pero si a efectos del argumento presumimos que la Tierra se desvía exactamente como aparece en el dibujo, e ignorando por un momento cualquier cambio en su ladeo axial, podríamos preguntarnos en qué dirección apuntará el Polo Norte cuando el planeta avance 180° en su camino galáctico, y no hay razón para creer que dicho polo continúe señalando al movimiento solar. Durante la traslación, el axis mundano tiene esencialmente igual derrotero en cada órbita, y si el Sistema Solar se comporta de forma equiparable en su viaje alrededor de la galaxia, es nuestro Polo Sur el que se inclinará hacia este curso de movimiento, media órbita galáctica más tarde. Por lo tanto, todos los sectores del planeta recibirán la misma exposición al polvo interestelar durante cada recorrido galáctico, estimado en 246 millones de años.
También hay factores que operan en escalas cronológicas mucho más cortas, y afectan la distribución de polvo interestelar entrante, a saber, los cambios en el ángulo de inclinación axial terrestre, y el sentido en que apunta. En el transcurso de un ciclo precesional de 25.920 años, nuestro globo gira alrededor de su punto medianero, haciendo que los polos tracen círculos aproximados a aquéllos de la eclíptica (puntos en el espacio y perpendiculares a la órbita de traslación). El extremo norte homólogo está a 60,2° de su contraparte galáctica, y si el ladeo del eje planetario no cambiara, el ángulo entre el ecuador celeste y galáctico oscilaría entre los 37° y 84° a lo largo de una fase precesiva.
Sin embargo, el declive del axis terrestre sí cambia, que la ciencia determina entre 21,6° y 24,6° por un lapso de 41.000 años. Por el contrario, la Teosofía mantiene que ese "pivote" está sujeto a un desplazamiento continuo de 4° por ciclo precesional (4). Esto significa que durante 2,3 millones de años el eje sufre una inversión de 360°, y si dicho ciclo se repite constantemente, entonces cualquier asimetría del flujo de polvo interestelar es susceptible de eliminarse en cada etapa.
Referencias
1. Protogonos, n° 22, septiembre 1995, p. 10.
2. www.ing.iac.es/PR/archive/wht/external.html (foto cortesía del Grupo de Telescopios Isaac Newton, La Palma).
3. Sunrise, febrero-marzo 2002, p. 76-7.
4. "Inversiones polares y catástrofes geológicas", parte 1.
07. ¿"Baño de polvo" al amanecer?
En términos ocultistas, una causa que ayudaría a elucidar el aspecto mágico y la mayor vitalidad relacionada con el amanecer, es que al salir el Sol percibimos una lluvia de "materia cósmica aún sin corromper por la actividad de todos los seres vivos", mientras que hacia la noche se torna "caótica y viciosa" (1).
Fig. 7.1. [clave de puntos: amanecer, mediodía, ocaso y medianoche].
Se supone que la figura anterior muestra esa hipótesis, pero en realidad es incorrecta. Es todo el hemisferio principal de la Tierra -zona que experimenta horarios desde la medianoche hasta el mediodía- lo que capta gránulos espaciales durante su órbita al Astro Rey, y no sólo la delgada franja que experimenta el amanecer. Además, la atmósfera está siempre llena de polvo y el material debe atravesar todas las capas previo a depositarse en la litosfera, lo que puede tardar varias horas o incluso muchos años (2). Dicho de otra manera, ingresa permanentemente en la atmósfera que cubre el 50% de la corteza, y llega de continuo a todas las regiones mundiales luego de pasar cierto tiempo en suspensión.
Fig. 7.2. Partícula irregular y condrítica de polvo interplanetario, muy unida a una esfera lisa de óxido de aluminio producida por un cohete a combustible sólido. Cada componente mide 6 micras en diámetro, y esta imagen indica que el polvo puede alterarse con material antropogénico en la estratosfera (3).
Es discutible si todo el polvo cósmico en atmósfera tiene un carácter "inmaculado", pero ciertamente se contamina con materia terrestre (por ejemplo, sulfatos) a medida que la transita. Sin embargo, es difícil imaginar cómo un polvazal acendrado mejoraría nuestra vitalidad. El volumen medio que precipita al día sobre cada metro cuadrado en la Tierra es de sólo dos diezmillonésimas de gramo, pero incluso si cada mañana nos echáramos un cubo lleno de tierra meteórica fresca, es poco probable que sintamos limpieza. El cuerpo no puede convertir directamente el polvo en energía utilizable, a diferencia de los influjos más sutiles que nos llegan desde el Sol. La "magia del amanecer" probablemente se vincule con la radiación solar etérica tras el reavivamiento parcial nocturno, cuando el mundo está mayormente en reposo; asimismo, para otros contextos habría una similitud entre la alborada y el paso del invierno a la primavera.
Referencias
1. Sunrise, febrero-marzo 2002, p. 75-6.
2. Mike Zolensky (NASA), comunicación personal, 25 febrero 2002; R.A. Muller y G.J. MacDonald, "Spectrum of 100-kyr glacial cycle: orbital inclination, not eccentricity", Proceedings of the National Academy of Sciences, USA, v. 94, 1997, p. 8329-34; B. Peucker-Ehrenbrink y B. Schmitz (eds.), Accretion of Extraterrestrial Matter Throughout Earth’s History, New York: Kluwer Academic/Plenum Publishers, 2001, p. 70, 155.
2. Mike Zolensky (NASA), comunicación personal, 25 febrero 2002; R.A. Muller y G.J. MacDonald, "Spectrum of 100-kyr glacial cycle: orbital inclination, not eccentricity", Proceedings of the National Academy of Sciences, USA, v. 94, 1997, p. 8329-34; B. Peucker-Ehrenbrink y B. Schmitz (eds.), Accretion of Extraterrestrial Matter Throughout Earth’s History, New York: Kluwer Academic/Plenum Publishers, 2001, p. 70, 155.
3. www.mpi-hd.mpg.de/dustgroup/~graps/earth/properties.html.
APÉNDICE 1: Movimiento solar galáctico
Para describir la posición y trayectoria de cuerpos cósmicos, la Tierra es visualizada en el centro de una enorme esfera (celeste) donde cada astro está representado por un punto de luz en la superficie interior de aquélla. A cada objeto se pueden asignar dos coordenadas (semejantes a la latitud y longitud terrestres), utilizando varios sistemas de ubicación. Éstos últimos tienen un plano de referencia (similar al ecuador), un punto cero desde el cual se mide la longitud (equivalente al del ecuador global, definido por el meridiano de Greenwich), y los Polos Norte y Sur a +90° y -90° de latitud.
Hay tres sistemas relevantes para la presente discusión: el celeste o ecuatorial, eclíptico y galáctico. Sus planos de referencia son, de conformidad, el ecuador celeste (proyección del físico), la eclíptica (órbita traslacional) y el ecuador/disco galáctico. En el primero de ellos, se emplean los términos ascensión recta (AR) y declinación en lugar de "longitud" y "latitud". La AR se mide hacia el este a lo largo del ecuador sidéreo, desde el punto equinoccial de primavera ó 0° Aries, uno de los dos sectores donde la eclíptica atraviesa aquél, y a menudo se expresa en horas y minutos en vez de grados (1h= 15°). Dicho equinoccio es también el punto cero para la longitud eclíptica, que se determina hacia el este por medio de esa línea. El centro galáctico se encuentra en dirección de Sagitario cerca del límite con Escorpio, y la longitud homónima es calculada hacia oriente a través del ecuador galáctico desde este lugar (17 h. 45,6 m. AR, declinación -28,94° (J2000.0)).
Actualmente el plano de la eclíptica tiene una oblicuidad de 23,4° respecto al ecuador terrestre; en otras palabras, la separación angular entre el Polo Norte o Sur celestes y los de la eclíptica alcanza dicha medida. El extremo boreal eclíptico se encuentra en Draco y tiene las coordenadas ecuatoriales 18 h. (270°) AR, declinación +66,6°, mientras el Polo Norte galáctico (NGP) se halla en Coma Berenices a 12 h. 51,4 m. AR, +27,13° (J2000.0). El ecuador terrenal/celeste presenta desviación de 62,9° en cuanto al plano galáctico, es decir, el ángulo entre los polos de éste último y las contrapartes siderales en nuestro globo; asimismo, las partes finales eclípticas y aquéllas del nivel galáctico se alejan en 60,2°. El nexo entre todos ellos puede verse fácilmente en programas de computadora.
Fig. 1. Sistema de coordenadas celeste/ecuatorial.
Fig. 2. Sistema de coordenadas galácticas, que muestra los polos celeste y galáctico norte/sur, y el punto cero de longitud galáctica (GC). ♈= 0° Aries.
Ahora podemos reconsiderar el gráfico en la sección 6. Como ya se explicó, el ángulo entre el ecuador celeste y galáctico alcanza 62,9°.
Fig. 3.
Este diseño es erróneo en dos aspectos: a) parece mostrar la Tierra orbitando al Sol en el plano del ecuador terrestre, en lugar del eclíptico; y b) ilustra el mismo nivel ecuatorial inclinado (y por lo tanto el celeste) de manera que la línea recta que pasa por el eje terrestre y perpendicular al plano galáctico coincide exactamente con la dirección del movimiento del Sistema Solar en la Vía Láctea; ésta es, de hecho, la situación más favorable para el considerando propuesto. Sin embargo y en principio, el plano del ecuador terráqueo podría girar alrededor de su "punto central" (el Sol, en la figura anterior) 360° completos, manteniendo el mismo ángulo de 62,9° con el ecuador galáctico. En realidad, el plano que pasa por el axis terrestre y se encuentra perpendicular al de la "franja blanquecina", intersecta la dirección del movimiento solar galáctico en 33°, con el Polo Norte de nuestro planeta apuntando hacia la "izquierda" si vemos de frente al sentido en que viaja el conjunto de orbes. Como se indica en el apartado 6, ese número podría variar de 0° a 360° en el transcurso de una órbita galáctica.
El guarismo actual se fija en 33°, pues por definición el Sistema Solar viaja perpendicularmente respecto al núcleo galáctico, es decir, hacia 90° de longitud galáctica y 0° de latitud homóloga; por lo tanto, se traslada hacia las 21,2 h. AR y 48,3° de declive, con un vértice cercano a Deneb o estrella más luciente de Cygnus. La longitud galáctica del Polo Norte celeste llega a 123° y su latitud es +27,1° (= 90° - 62,9°). Sólo si el grupo planetario se desplazara hacia dichos 123° y 0° de latitud, el eje terrestre coincidiría exactamente con el derrotero de moción solar, pero el tramo se localiza 33° hacia el este a lo largo del ecuador galáctico, desde la longitud real del precitado movimiento (90°).
El siguiente esquema -aparecido en una obra de Paul LaViolette- muestra el plano eclíptico (no el ecuatorial terrestre) hacia delante y en dirección del avance solar galáctico (1). LaViolette indica que la brecha entre aquél y su par galáctico tiene 62°, cuando en realidad son 60,2°; sin embargo, la figura es más precisa pues el nivel que entrecruza el eje, uniendo los polos de la eclíptica y se encuentra perpendicular al plano galáctico, corta la dirección del trayecto en sólo 6,5° (es decir, la longitud galáctica del extremo norte eclíptico llega a 96,5°), en comparación con los 33° referidos a los polos celestes.
Fig. 4. Orientación del Sistema Solar respecto al núcleo galáctico. Los símbolos muestran a Tauro (♉), Leo (♌), Escorpio (♏) y Acuario (♒).
Los 62,9° entre el ecuador mundano y el plano galáctico son levemente distintos de la inclinación a 60,2° entre la eclíptica y el segundo de ellos, indicando que la zona de 23,4° es transversal al sentido del rumbo solar galáctico; en otras palabras, si miramos en dirección del mismo, la eclíptica presentará oblicuidad de izquierda a derecha, en lugar de adelante-atrás.
Fig. 5. Vista del recorrido solar en torno a la galaxia (wikimedia.org).
La teoría dice que el Sol se encontraría a 27.700 años-luz del centro de la Vía Láctea, y 16-98 por sobre el plano medular del disco galáctico. Nuestro conjunto planetario orbita el centro de aquélla a 240 km/s, y tarda 220 millones de años en completar una vuelta. Vimos también que su dirección actual enfila hacia el asterismo Cygnus. A medida que circunda el interior de la galaxia -en sentido horario- y visto desde su "norte", el grupo también "ondula" armónicamente de arriba abajo, con un período de 52 a 74 millones de años y una amplitud de 160-300 años-luz fuera del plano galáctico. Se cree que el Sistema Solar cruzó éste último hace 2 ó 3 millones de años con rumbo "boreal", y en relación con las estrellas más cercanas hoy viaja a 17-22 km/s hacia un punto en la constelación Hércules cercano a la frontera con Lyra, aproximadamente a 18 h. AR, +30° (2).
La literatura teosófica declara que, sincronizadamente con las revoluciones del grupo planetario a las "entrañas" galácticas, también da vueltas a un sol-raja no visible. Los astrónomos desechan esta posibilidad, pero es interesante que el vértice solar queda en Hércules, y dicho astro oculto estaría bajo su "muslo" (3). Como el mencionado cénit se hallaría al oriente de ese cuerpo ignoto, nuestra estrella principal puede traslacionarlo en modo regresivo, tal como hace el centro galáctico (4).
*Blavatsky mencionó al astrónomo Mädler, quien creía que el Sol orbitaba Alción en las Pléyades durante unos 180 millones de años, pero no respaldó explícitamente esta teoría.
Además de los desplazamientos intragalácticos ya descritos, el Sistema Solar participa en el movimiento de la Vía Láctea en su conjunto y del grupo local de galaxias. Por supuesto, cualquier ítem celeste puede trasladarse en un momento dado sólo en una dirección genérica. El movimiento absoluto de un cuerpo es la suma de sus múltiples dinámicas relativas; así, el correspondiente a nuestro "vecindario" solar incluye su celeridad alrededor del núcleo galáctico, el curso de la galaxia con respecto al Grupo Local y la moción de este último referente a los astros próximos.
La radiación de fondo cósmico de microondas (CMB) exhibe una anisotropía dipolar, que se interpreta como desplazamiento Doppler generado por la moción del Sistema Solar a través de él; el CMB es ligeramente "más azul" (caliente) en sentido del trayecto y un poco "más rojo" (frío) en dirección contraria. Estos hallazgos significarían que la Tierra y su cortejo de planetas navegan a 370 km/s hacia las 11,2 h. AR, -6,9°, con su vértice en Cráter y bordeando Leo (6). Otra hipótesis señala que existe mayor densidad de protones en el supuesto rumbo, si bien algunos experimentos controvertidos de "deriva etérica" respaldan dicho movimiento absoluto basado en CMB (7).
El Sistema Solar rodea al núcleo galáctico en una dirección casi opuesta a aquélla de la intensidad máxima observada del CMB; en consecuencia, si es correcta la rapidez derivada de éste, implicaría que el Grupo Local y otras galaxias cercanas -incluido el Cúmulo de Virgo- circulan a 620 km/s hacia el centro de Hidra (6), mas este vector no coincide con las resultantes de otros datos. Según una encuesta, el camino del Grupo Local difiere del basado en CMB entre 23° y 36°, y se afirmó que esta discrepancia persistente "sólo se vuelve más desconcertante con el tiempo" (8). Además, el volumen predicho de estrellas, gas y polvo no toma en cuenta las velocidades calculadas.
El Grupo Local pertenece al Supercúmulo de Virgo, que supuestamente está siendo remolcado hacia el "Gran Atractor", una gran concentración másica a 150-250 millones de años-luz de la Vía Láctea, en dirección a los supercúmulos Hidra y Centauro. Se cree que todos ellos son parte de una estructura mayor conocida como Laniakea, cuyo punto gravitatorio-medular es el Gran Atractor.
Fig. 6. Distribución de galaxias allende la Vía Láctea, que muestra la dirección de movimiento del dipolo CMB versus el Gran Atractor/Cúmulo Norma. Las galaxias están codificadas por tonos según corrimiento al rojo: violeta/azul= fuentes más cercanas; verde/amarillo= distancias moderadas; naranja/rojo= mayor lontananza (cortesía de T. Jarett).
Referencias
1. Paul A. LaViolette, Earth Under Fire: Humanity’s survival of the apocalypse, Schenectady, NY: Starlane Publications, 1997, p. 33.
2. P.R. Weissman, "The solar system and its place in the galaxy", en: T. Spohn, D. Breuer y T.V. Johnson, Encyclopedia of the Solar System, Elsevier, 3era ed., 2014, p. 3-28.
3. H.P. Blavatsky Collected Writings, TPH, 1950-91, 5:162-3.
4. F.J. Dick, The Theosophical Path, julio 1914, p. 30-2.
5. H.P. Blavatsky, La Doctrina Secreta, TUP, 1977 (1888), 1:501, 2:551.
6. Planck Collaboration, "Planck 2018 results- I, Overview, and the cosmological legacy of Planck", Astronomy & Astrophysics, v. 641, 2020, A1.
7. P.N. Correa, A.N. Correa, D. Pratt y M. Askanas, "Revaluación de evidencia sobre una deriva etérica distinta a cero", partes B y C, Akronos Publishing, 2020-2021.
8. A.C. Crook, "Motions of galaxies in the nearby universe with 2MASS", tesis doctoral, Instituto Tecnológico de Massachusetts, 2009.
APÉNDICE 2: Citas teosóficas
Cartas Mahatma para A.P. Sinnett, TUP, 2da ed., 1975 / TPH, ed. cron., 1993.
Sinnett (misiva XXIII-A): ¿Tienen algo que ver las condiciones magnéticas con la caída de lluvia, o esto se debe a las corrientes atmosféricas de diversas temperaturas que chocan con otras que llevan diversos grados de humedad, siendo toda la serie de movimientos establecida por presiones, expansiones, etc., debidas en primera instancia a la energía solar? Si las condiciones magnéticas tienen que ver, ¿cómo operan y de qué forma pueden analizarse?
Koot-Hoomi (XXIII-B): Tienen que ver con toda seguridad. La lluvia puede ser provocada artificialmente en una pequeña superficie, y sin ninguna pretensión de milagro o poderes superhumanos, aunque su secreto no me pertenece y tampoco puedo divulgarlo. Estoy tratando de obtener permiso para hacerlo. No conocemos ningún fenómeno en la naturaleza que no esté totalmente relacionado con el magnetismo o la electricidad, puesto que donde hay movimiento, calor, fricción o luz, siempre aparecerá el magnetismo y su alter ego la electricidad (según nuestra humilde opinión), lo mismo como causa y efecto, o más bien ambos, si profundizamos en la manifestación hasta su origen. Todos los fenómenos de corrientes terrestres, del magnetismo planetario y la electricidad atmosférica, se deben al hecho de que la Tierra es un conductor electrificado, cuyo potencial siempre está cambiando debido a su rotación y al movimiento anual de su órbita, al sucesivo enfriamiento y calentamiento del aire, y la formación de nubes y lluvia, de tormentas o vientos, etc. Probablemente los encontraréis en algún libro. Pero luego, la ciencia será porfiada para admitir que todos esos cambios se deben al magnetismo akásico, que produce incesantemente corrientes eléctricas que tienden a restablecer el equilibrio perturbado. Mediante la dirección de la más poderosa batería eléctrica (la estructura humana electrificada por un determinado proceso), podéis detener la lluvia en algún punto específico, haciendo "un agujero en la nube" como dicen los ocultistas; y utilizando otros medios magnéticos poderosísimos, en cierta forma puede generarse lluvia artificial dentro de un área aislada.
Incluso la simple contracción muscular va siempre acompañada de fenómenos eléctricos y magnéticos, y existe el vínculo más poderoso entre el magnetismo de la Tierra, los cambios de temperatura y el ser humano, que sería el mejor barómetro vivo si supiera cómo entenderlo debidamente. Por otra parte, el estado del cielo siempre puede averiguarse por las variaciones que indican los instrumentos magnéticos. Han transcurrido varios años desde que tuve oportunidad de leer las conclusiones científicas sobre el tema; por lo tanto, no conozco sus últimos corolarios, a menos que me haga el trabajo de poner al día lo que quizás haya ignorado. Pero para nosotros, es un hecho establecido que el magnetismo planetario produce vientos, tormentas y lluvia. Lo que la ciencia parece conocer de ello no son más que síntomas secundarios, inducidos siempre por ese magnetismo, y puede que muy pronto descubra sus errores actuales. Creo que la atracción magnética del polvo meteórico por la Tierra, y la influencia directa de éste último en los cambios repentinos de temperatura, especialmente en materia de calor y frío, no es un problema resuelto hasta hoy. Se puso en duda de que el paso de nuestra Tierra por una zona del espacio donde hay más o menos masas meteóricas, tuviera algo que ver con que la altitud de nuestra atmósfera aumenta o disminuye, o ni siquiera tuviese influencia sobre el estado del clima, pero creemos poder demostrarlo fácilmente. Hoy se acepta que la relativa distribución y proporción de tierra y agua sobre nuestro globo puede atribuirse a la elevada acrecencia en él de polvo meteórico -especialmente en nuestras regiones nórdicas-, con la nieve nutrida de hierro análogo y partículas magnéticas; y habiéndose descubierto depósitos de éstas últimas incluso en el fondo de mares y océanos, me pregunto cómo, hasta ahora, la ciencia no ha comprendido que cada cambio y perturbación atmosféricos se deben al magnetismo combinado de las dos grandes masas entre las cuales se encuentra comprimida nuestra atmósfera. Llamo 'masa' a este polvo meteórico, porque realmente se trata de eso. Mucho más allá de la superficie de nuestra Tierra, el aire está impregnado y el espacio sigue lleno de polvo magnético o meteórico, que ni siquiera pertenece a nuestro Sistema Solar. Felizmente, la ciencia descubrió que a medida que la Tierra se traslada por el espacio -con todos los demás planetas- recibe una mayor proporción de esa materia polvorienta en el hemisferio norte que en el austral; asimismo, consigna que a esto se debe el mayor número de continentes en dicha región, y la suma abundancia de nieve y humedad. Millones de esos meteoritos e incluso de las partículas más finas nos alcanzan cada año y día, y todos los cuchillos de nuestros templos están fabricados de este hierro 'celeste' que nos llega sin haber sufrido ningún cambio, pues el magnetismo planetario lo mantiene en cohesión. Todo el tiempo se está añadiendo materia gaseosa a nuestra atmósfera, que proviene de la incesante caída de masa aerolítica, enormemente magnética, y sin embargo, para los científicos todavía parece un enigma si las condiciones magnéticas tienen algo que ver o no con la lluvia (...).
No conozco ninguna "serie de movimientos establecida por presiones, expansiones, etc., debidas en primera instancia a la energía solar". La ciencia otorga mucho o poco interés a la "energía solar", e incluso del mismo Sol, y éste no tiene nada que ver con la lluvia y muy poco respecto al calor. Mi impresión era que la ciencia había determinado que los períodos glaciales, al igual que aquellos en donde la temperatura es "similar al Carbonífero", son debidos a la disminución y el aumento de nuestra atmósfera, cuya amplitud se debe a la misma presencia meteórica. De cualquier forma, todos sabemos que el calor absorbido en la Tierra por radiación solar es, como máximo, un tercio o menos de la cantidad que recibe directamente de los meteoros (...).
Las estrellas distan de nosotros por lo menos 500.000 veces más que el Sol, y algunas se encuentran a mayor lejanía. La fuerte acumulación de materia meteórica y las vibraciones aeríferas siempre obstaculizan. Si vuestros astrónomos pudieran traspasarla con sus telescopios y puros habanos, podrían tener más confianza de la que ahora demuestran con sus fotómetros (...).
[La rueda dentada para medir la velocidad lumínica] es muy ingeniosa y no puede dejar de ofrecer resultados espléndidos en un viaje de ida y vuelta de unos cuantos miles de metros, al no existir atmósfera entre el Observatorio de París y las fortificaciones de esa ciudad, ni tampoco masas meteóricas que impidan el progreso del rayo; y al descubrir éste último unas condiciones totalmente diferentes, un medio para viajar por encima del éter espacial -aquél entre el Sol y el continente meteórico sobre nosotros-, la velocidad de la luz mostrará, en verdad, unas 185.000 y pico de millas por segundo, y vuestros físicos exclamarán '¡eureka!' Ningún otro artefacto inventado por la ciencia desde 1867 para medir esa rapidez ha dado mejores efectos. Todo lo que pueden decir es que sus cálculos son exactos, en sentido cabal. Y si pudieran mensurar la luz por encima de nuestra atmósfera, pronto descubrirían que estaban equivocados.