Entre varios pueblos antiguos, así como hindúes y budistas modernos, era y es muy común asegurar que tras la muerte física un individuo responsable de actos malos renacerá en cuerpos de animales, plantas o incluso piedras, siendo para ellos una perspectiva terrorífica. Las Ordenanzas por Manu incluyen normas éticas y religiosas en pro de una vida correcta y la armonía social, puntualizando las clases de obras que llevan a "reencarnar" en especies orgánicas e inertes. Pitágoras, quien enseñó la metempsicosis, sostenía que el alma era inmortal y transmigraba en otros animales, de lo cual se hizo eco Jenófanes, su contemporáneo. Platón declaró en su República el carácter intemporal del espíritu y sus "viajes" en criaturas inferiores, mientras Heródoto describió que según los egipcios aquél renacía en animales antes de volver a formas humanas, luego de tres mil años. El Ramayana cuenta sobre Ahalya, consorte del sabio Gautama, quien la maldice y convierte en roca durante mil años por cometer adulterio, retornando al nivel humano gracias al toque de Rama.
El Vishnu Purana relata el episodio de un gran asceta, cuya penitencia fue interrumpida al forjar cariño extremo por un ciervo. Se dice que estuvo tan ansioso con el bienestar del rumiante, que cuando murió sus últimos pensamientos se centraron en la criatura y renació a semejanza de un ejemplar análogo. Terminado el ciclo reencarnatorio en dicha especie, llegó a una familia india de almas puras como un sabio a quien llamaron Jada Bharata, pues ocultó su iluminación y el mundo lo veía a modo de persona torpe, floja y obtusa. Otra historia refiere que Gautama Buda señaló a sus bhikkus [discípulos] cierta escoba en el lugar donde vivía, y dijo que anteriormente fue un novicio que descuidó barrer la sala del consejo, motivo por el cual reencarnó como ese utensilio.
Al tenor de William Judge, los persas creyeron que la gente mala volvía a nacer en bestias ferinas, y quienes incitaban crímenes eran condenados a venir al mundo en calidad de animales indefensos para ser destruidos por los primeros. En el Bhagavati Sutra del jainismo se lee que los malhechores regresan al planeta como animales y plantas, los actos agresivos conllevan a morar en el infierno y quienes muestran disposición benéfica y humilde logran el nacimiento humano.
¿Qué atisbo de verdad hay en esas creencias? No cabe duda de que ellas, junto con muchas otras en escrituras místicas, son mal entendidas porque los principios espirituales/psicofisiológicos humanos y las leyes de Karma, metempsicosis y reencarnación no se comprenden a nivel general. Huelga añadir que, cuando sean bien asimilados, desaparecerán el miedo supersticioso y las perspectivas inexactas, llevando a replantear nuestros destinos sobre la base de ideas correctas.
No existe más que UNA Vida, Infinita, Omnipresente, Ilimitada e Indivisible. A partir de ella y en su seno emergen Jivas o almas particulares; cada una representa una copia perfecta de dicha Vida y comporta todos los poderes ínsitos en ese Espíritu Universal. La evolución de aquéllas implica el crecimiento gradual de facultades ocultas a través de una larga serie de reencarnaciones dirigidas por la Ley Kármica, y sólo en la Tierra, el ser humano es la cumbre del proceso, cuyo destino es acoplar su Ser con la Divinidad, y ayudando a los reinos inferiores para conseguir el mismo objetivo; de esta guisa, no hay nada "muerto" en la Naturaleza. Los llamados "átomos minerales" o "inorgánicos" también encierran un potencial superior, y con el tiempo ascenderán la "escalera evolutiva" hasta alcanzar nuestra índole.
Lo que nos distingue de otros seres planetarios es el principio de Manas (Ego), un rayo de la Mente Universal, mientras las formas "pedáneas" entrañan ese rasgo inactivo que se "encenderá" rumbo a la etapa humana. Nuestra parte verdadera es este Ego Superior, que cuando encarna en un cuerpo humano se vuelve dual: una porción adquiere el rol de mente corpórea o mortal -personalidad mundana-, y la otra más sublime junto con Atma y Buddhi "incuba" al sujeto de carne y hueso. El Hombre Real es un Ego Reencarnante (Atma-Buddhi-Manas), en tanto que el individuo consiste en un reflejo burdo y transitorio del primero. Sólo perdura la esencia espiritual de los pensamientos y anhelos de un fallecido en el estadio post-mortem, los cuales se integran al Ser Superior como parte del progreso hacia la Completitud Absoluta.
Por ello, cuando decimos que "el humano reaparece en animales/vegetales" debe entenderse que no alude al Ego. Las almas en otros subreinos alcanzan nuestra etapa luego de incontables eras mediante todos los estratos inferiores, y habiendo conseguido venir al mundo entre nosotros, bajo ninguna circunstancia el Ego retrocede a jerarquías menos avanzadas, un hecho contrario al Plan Universal. Los bebés no reingresan en el útero, ni la sangre fluye por una sóla arteria para inundar el corazón, ni éste tampoco cierra sus válvulas forzando el ciclo.
Hay tres verdades principales que subyacen al tema. La primera reside en el misterio de la transmigración de átomos vitales. Nuestro cuerpo -como en todos los reinos de la Naturaleza y el planeta- está formado por innumerables "vidas" invisibles que pertenecen a los cuatro grandes elementos; son Jivas eternos, miríadas de chispas de la Vida Única que evolucionan en el peldaño más bajo. Los humanos, en cuanto Egos Espirituales, atraemos esos componentes de acuerdo con nuestro Karma y en toda encarnación, para concebir los principios físico, astral, pránico y kamásico. Al morir, ese conjunto cuádruple se desintegra y separa del Ego, y las vidas que les modelaron regresan al ámbito natural o van hacia nosotros cuando adoptamos otra "permanencia" terrena.
El Ego es indestructible, al igual que las mencionadas partículas. De modo continuo les "imprimimos" pensamientos, emociones y la energía de nuestros actos, buenos y malos. A su vez y durante la vida corpórea, el Manas Superior lleva un registro de esos predominios hasta en el último detalle, formando los vasanas o depósitos psíquicos, unidos magnéticamente a los átomos vitales de nuestra cobertura tangible. Así llegamos a la herencia de atributos y carácter (Samskara) que afloran desde nuestra propia creación, mejorados o corrompidos por obras individuales.
También en el curso mundano, dichas partículas surgen a diario de nuestro organismo y mente -cargadas con la fuerza de conductas o ideas-, entran en el caudal dinámico de la Naturaleza e influyen al prójimo u otros seres para bien o mal [es decir, consolidan o aminoran rasgos más o menos brutales]. Si somos egoístas y perversos, los efluvios que despedimos viajan al reino animal, vegetal o mineral, y metafóricamente se dice que el hombre "renace" entre ellos dependiendo de la similitud en su carácter. Este es el significado del aserto por Buda de que un joven perezoso adquirió "talle de escoba", pues sus átomos profusos de Tamas se integraron a plantas y hierbas con que se elaboró ese adminículo, y el Despierto presenció la imagen del individuo por medio de visión espiritual.
Las Ordenanzas de Manu, adicionalmente, se interpretan conforme a lo anterior: "El hombre (Nara) por sus acciones nefarias merece el estado (Yati) de los objetos inmóviles como plantas y minerales (Sthavarata); por las ofensas pronunciadas concurre a pájaros y animales (Pakshi Mrigata), y entregándose a malos pensamientos llega a lo más bajo de los hombres (Antya Jati)" (capítulo 12, verso 9).
Nara simboliza la personalidad terrestre. Hay una clara diferencia entre el “hombre”, su Ego Eterno/Real y el Espíritu: "Aquel impulsor de la vida y faenas del ser corpóreo se llama Kshetrajna ('conocedor del campo'), y el 'sabio Bhutatma' ('Ser que se compone de elementos') se encarga de realizar actos. Otro Ser interno que se genera con todos los encarnados (Kshetrajnas) es Jiva, a través del cual Kshetrajna se torna sensible a placeres y dolores en nacimientos sucesivos. Luego está el Gran Uno (Mahakshetrajna), y éstos dos últimos (...) se hallan muy unidos con los elementos, instilando a Aquél que reside en los seres multiformes" (Manu, capítulo 12, versos 12 a 14).
Asimismo, Nara refiere al engarce de Bhutatma (cuerpo) y Antaratman (Alma Interna/Mente Inferior) que moldean el "personaje terreno", y Kshetrajna (Ego Inmortal) se encuentra por sobre la vida efímera como testigo, experimentándola indirectamente a través de ellos, terminando con el Alma Suprema o Paramatma, la base de todo el cuadro.
Los humanos deben salvarse concretando los anhelos de su Divino Padre (Kshetrajna) o caer por inobservancia, prefiriendo vivir según pasiones grotescas. El Manava Dharma Shastra señala que los insensatos y vulgares (avidvamsonaradhamah), adictos a los sentidos y casquivanos, obtienen una existencia condicionada por múltiples faltas (ibídem, verso 52), siendo Nara [átomos vitales] lo que entra en dicha tesitura y no Kshetrajna. El concepto tampoco implica un "castigo personal", sino un efecto por acciones humanas que pueden perdurar a lo largo de varios renacimientos (HPB Series n° 25, p. 34).
Cualquier Sabio auténtico de perspicacia intachable ve la semblanza de alguien en plantas, criaturas o rocas, y saber que sus partículas les concibieron, pero los "psíquicos" imperfectos -para hoy contados por miles- desvirtúan o mezclan ambas facetas, contribuyendo a la superchería de que "renacemos en planos inferiores".
Parte 2 y final, marzo 2015
Nuestro Karma está indisolublemente conexo al que tiene el mundo. No es posible soslayar un destino común, pero estamos bajo el precepto ineludible de practicar virtudes y asistir al prójimo. Si atendemos a la Conciencia Divina y se demuestra ética cotidiana, damos a las "vidas" del cuerpo una índole superior haciendo que permanezcan en el reino humano, engendrando buenos pensamientos y emociones sutiles o más nobles, y atraemos influjos de carácter similar; entonces, toda la Naturaleza emite "ondas" finas y armoniosas para el bien de todos. Existen relatos de grandes sabios, en torno a cuyas ermitas residían animales salvajes mostrando y recibiendo perfecta calma. De tales individuos se habla en el Libro de Job (capítulo 5, versículos 22-23): "No tendrás temor de las fieras, porque con las piedras del campo estarás en alianza, y las bestias vivirán en paz contigo".
Si, por el contrario, nos focalizamos en impulsos viles y egoístas, nuestros "inquilinos metafísicos" contraen rasgos brutales, que al pasar a otros semejantes les inspiran a cometer obras de vicio y maldad. Así, nos hacemos responsables de impedirles a ellos y a la Naturaleza su marcha progresiva hacia estratos superiores, cosechando efectos de dolor, tristeza y más ignorancia.
Al explicar la doctrina persa del renacimiento en animales, Judge sostiene: "Esos átomos prorrumpen de todos nosotros a cada minuto, y buscan su centro apropiado o similar al temple de quien los desarrolla. Absorbemos de nuestros semejantes todo lo que se nos parece, y así es como el ser humano 'vuelve a encarnar' en reinos inferiores porque es el 'señor' del gran laboratorio de la naturaleza, su clave, foco y concentrador supremo. Y los corpúsculos que remite a las bestias volverán a él en alguna vida futura para desmedro, pero su faceta inmortal no decae, sino sólamente la más burda o personal. El hombre es hermano y maestro de todo ser que se halla a sus pies, por lo cual no tiene derecho a obstaculizar la naturaleza con faltas de virtud" (Heart Doctrine, p. 145).
En la Parte 1 esbozamos una de las tres realidades incumbentes al "retorno cíclico" en criaturas. La segunda es que los pensamientos de un individuo, aparte de modelar átomos de sus tejidos u órganos, tienen efectos inequívocos sobre el cuerpo astral mientras vive y posterior a la muerte. Si la persona fue egoísta, maléfica o viciosa, su "capa" interna asume el talle del animal feroz o reptil que homologa su carácter. En apariencia externa, los hombres o féminas con dicho pergenio pueden mostrar cariz normal o gran belleza, pero sus componentes invisibles a nuestros ojos -y bien percibidos por dotados veraces- adquieren figuras animales, grotescas o repulsivas, al ser el producto de sus pensamientos y actos.
Cuando un humano fallece, la anatomía tangible se desintegra y sus partículas somáticas (tendencias psicológicas) pasan por ciclos de transmigraciones en ámbitos naturales. La suma de pensamientos y deseos más nobles gravita hacia el Ego Superior, y aferrándose a él llega al Devachán; luego, en el área de Kama-Loka su constitutivo paralelo se une con el astral, carente de todo intelecto. Allí la "basura" tenue fabrica un "cadáver inconsciente" conocido bajo los nombres de bhut, pisacha, elementario, etc. Si en la vida mundana el occiso aplicó ideas y obras beneficiosas, su Kama rupa se disuelve pronto, mas si se entregó a modos perversos, manipuladores o materialistas la cobertura astral "digiere" el semblante de animales bravos o luce deforme, equivaliendo precisamente al carácter del muerto. Dichos residuos impuros siguen activos muchos años en Kama Loka y generan desequilibrios en la naturaleza, de lo cual la persona responderá bajo la Ley Kármica.
El cuerpo astral está hecho de cierta materia que el humano comparte con el mundo animal, exhibiendo afinidades espontáneas; por ello, los restos análogos de un muerto se adhieren a igual estrato sutil de sus "hermanos menores", pero sin implicar que el hombre adopte figuras animales. Aquí comprendemos mejor el episodio del asceta Jada Bharata [Parte 1], y el Bhagavad-Gita enseña: “Se dirige a lo mismo todo aquél que, como secuela de la constante meditación en una forma particular, piense en ella al abandonar su cuerpo físico” (VIII, verso 6). Así, el astral del sujeto adquirió la "estampa" del ciervo, y tras la muerte finalizó en el medio animal.
El tercer axioma se vincula con el reingreso del Ego en otro cuerpo, tras dejar su vida previa y Devachán. Todos sabemos que el marco físico humano es consecuencia del nexo entre células germinativas masculinas y femeninas. Puesto que la fineza de nuestro organismo y el proceso reproductivo dependen de los alimentos consumidos, el Ego que busca nacer debe "tomar posesión" en un gameto andrógeno y a través de la dieta seguida, con vistas a procurarse el nuevo soma alojado en el útero. Los Maestros teosóficos no se explayan mucho sobre el particular, al considerarlo más bien abstruso, pero dan ciertos indicios. El Chhandogya Upanishad consigna (cap. 5 y párrafo 10d): "Allí [la “esfera de la Luna” o Devachán] permanecen [los Egos espirituales] mientras les quede bondad. Cuando se agotan, vuelven por el camino que recorrieron: primero a esta esfera, del espacio al aire, para después convertirse en humo, nubes errantes y lluvia que nutre el campo, donde aparecen arroz, cebada, pastos, árboles, sésamo y frijoles. Es sumamente arduo salir de ahí, pues todo quien come alimento y esparce la semilla, como él nace el hombre caído" (versículos 5 y 6).
Las cláusulas previas tienen poco sentido si se toman literales. El "hombre caído" designa al Ego reencarnatorio, que adviene en un cuerpo análogo al de quien lo engendra. Se dice que Manas reside "prisionero" en plantas y granos alimenticios, desde donde emigra a diversos cuerpos animales que los ingieren; por eso, el Upanishad y Sri Shankaracharya sostienen que es complejo para Aquél -recluso en múltiples criaturas- entrar en un hombre fértil, y Su destino se halla condicionado a virtudes o defectos morales: “Entre ellos, los de buena conducta pronto alcanzarán nacimientos felices: maestros eruditos, héroes o gente de riqueza; pero los innobles devienen perros, cerdos, Chandalas o parias" (ibídem, verso 7).
En cuanto a los individuos ferósticos o proclives a malos pensamientos, el Ego puede quedar cautivo en animales y plantas durante la transición del estado incorpóreo al tangible, por tiempo considerable o proporcional a sus yerros, antes de encontrar un cuerpo humano acorde al Karma pretérito; sin embargo, es sólo un periodo de mayor o menor lapso, de acuerdo estricto con la Ley. Un paso rápido es producto de buen Karma, y la demora significa que el Ego se mantendrá sin encarnar, con la consiguiente pérdida de aprendizajes en el plano terrestre.
Además, en aquel contexto debe auscultarse el Manu Smriti que relata el "viaje humano" a cuerpos rocosos, vegetales y animales debido a ofensas por actos, mente y habla. Un mayor estudio de dichas leyes cruciales muestra el aspecto científico de la ética con que todos lograríamos el bien del mundo y la propia ventura. "Cada persona tiene un imperativo no sólo consigo misma, sino también para los átomos que utiliza, pues representa su principal educadora. Al poseer un número de ellos o desprendiéndolos en todo momento, debiera vivir de modo tal que asimilen un nuevo impulso hacia el entorno humano, en comparación con las bestias. Esa impronta y pujanza otorga afinidad por nuestros cuerpos y cerebros, o les envía a reinos inferiores mediante pasiones brutales (...). A partir de estos principios verdaderos, la gente podría llegar a creer en la transmigración como una manera oportuna y fácil de proponer el asunto, e indicar reglas de conducta" (Heart Doctrine, p. 131-132).