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11 de agosto de 2025

Hamlet, un relato de trastorno psíquico

 
[The Theosophical Movement, vol. XIII, p. 34-40, enero 1942].

Ibídem [L.U.T. de Mumbay, India], parte 1, noviembre 2009

[N.del T.: se omiten "cláusulas-relleno"].

La Naturaleza conlleva equilibrio, así como el ser humano y el vínculo entre ambos. Lo que denominamos cordura es salud mental, moral y física, el balance de todos nuestros estados y principios. Muy pocos individuos en la era actual exhiben esa virtud, y la gran mayoría de gente sólo incurre en obstinaciones. Algunas tesituras promedio se consideran estándares y normales, mientras lo que se aleja de ellas es visto a modo de patología o anormalidad. Los principios humanos, en cuanto instrumentos por los cuales opera el alma, protegen y manifiestan el Poder Espiritual, y debido a errores o abusos conscientes y pretéritos de pensamiento o acción, esos medios pueden estar mal conectados en una persona, y el efecto en las partes de su índole psíquica es comparable a la acción de un cuerpo donde los huesos y músculos permanecen desarticulados.

En el uso general, no están bien definidos los términos "psíquico" y "psiquismo", pues abarcan nociones parcialmente correctas o equívocas, o incluso vagas y limitadas, utilizándose para referir no sólo a un aspecto de la naturaleza humana y algunos de sus poderes o principios importantes, sino también a varios fenómenos trascendentes. Cada uno de estos empleos es bastante apropiado, pero debemos considerar que las facultades psíquicas conforman nuestra naturaleza en gran medida, y constituyen vías por donde aquéllas trabajan y se manifiestan; asimismo, dichos fenómenos vitales -tanto subjetivos como objetivos- resultan de interrelaciones y actividades entre esos componentes y aptitudes. Los eventos análogos muestran la existencia y característica de lo psíquico como un gran departamento en la Naturaleza y el ser humano. Añádase que buena parte de la confusión se debe a conceptos restrictos acerca de hechos psíquicos, pues varios de ellos no comportan ese rasgo, y lo que la gente llama “tormentas cerebrales” o “trastornos” emocionales (entusiasmo, miedo, ira, etc.) sí entran en esa categoría.

Sin embargo, la expresión "fenómeno psíquico" se suele adscribir a lo "extraordinario", "insólito" o "sobrenatural", aquéllo que la ciencia materialista ignora o no explica. Esta limitación es ciertamente una desgracia, si bien el término engloba una amplia gama de experiencias y proclividades muy evidentes en la humanidad. El atractivo -a menudo hipnótico- que ejerce lo "extraño" y "siniestro" es suplidor y refugio de supercherías, sentimentalismo radical y temores incomprensibles. Naturalmente, también ha sido y es un terreno fértil para embaucadores de avidez comercial y especialistas en "psico-algo" bajo diversos nombres.

Esta gruesa nube de ignorancia puede disiparse al estudiar las enseñanzas teosóficas sobre nuestra división septenaria. La Sabiduría Perenne declara que lo "psíquico" circunscribe todos los elementos humanos, excepto los más egregios/espirituales y sus contrarios o físicos; por ende, tenemos fases psíquicas sublimes e inferiores. Así, es esto lo que evoluciona a lo largo de múltiples experiencias, permaneciendo mortal y transitorio, o volviéndose limpio y duradero; bajando a la materia no desarrollada/efímera (ignorancia) o ascendiendo al Espíritu (conocimiento real). Hoy la mayoría de personas es ignara de fases psíquicas superiores, al vivir demasiado tiempo complaciendo los sentidos somáticos.

En Teosofía, también el adjetivo "psíquico" designa la cuarta división humana o "intermedia" de las siete [Kama-Manas] que pende de un hilo entre bien y mal, lo verdadero y falso. Bajo ese contexto, el drama Hamlet puede llamarse “psíquico” pues la acción y tragedia se encuentran en el comportamiento de ese principio al interior del personaje central.

Sin oponerse directamente a ningún argumento a favor o en contra de la sensatez de Hamlet, un teósofo puede decir que la locura estriba en desconexiones verídicas entre órganos y funciones cerebrales, tiene trasfondo kármico y su causa es moral. En Hamlet, el principio medio tiende al descontrol en algunos actos, pero pronto recupera su aplomo. El sector kama-manásico es especialmente inestable en un particular cuyos "estratos" internos no poseen raigambre; su mente vacila y es susceptible a influencias externas benéficas y perjudiciales; experimenta fantasías locas, arrebatos súbitos de pasión o entusiasmo, y períodos de melancolía o duda que frenan cualquier iniciativa. Un sujeto así vive en el psiquismo inferior -atado siempre a lo físico- y no logra controlarlo, pues su voluntad oscila entre violencia y laxitud. Los impulsos valóricos son gelatinosos y el funcionamiento espiritual está casi reprimido; de esta forma, es posible que los críticos no hayan prestado suficiente atención a las fases en la vida de Hamlet que podrían considerarse éticas.

Desde una perspectiva teosófica, la locura puede escrutarse según el nivel de egoísmo en individuos, o su intensidad de búsquedas personalistas. Hamlet no es ciertamente magnánimo, pero tampoco es tan ególatra como cabría esperar. El hecho de que su tío le suplantara en la herencia regia no parece constituir el factor principal de la melancolía que lo envuelve al inicio. Había sentido gran amor por sus padres verdaderos, pero el progenitor murió de improviso, y desconfía de su madre y tío asombrado de que se casaran tan pronto. Su autoestima se ve menos herida que el apego familiar, un sentimiento que le incide profundamente y llena de consternada admiración. No piensa en reivindicar sus derechos legales, y contrario al deseo de sus mayores, se retira a la universidad donde puede seguir viviendo en paz. Es estudioso, pensador y soñador, prefiriendo mantenerse pasivo.

A medida que avanza el drama, se responde a la pregunta de qué trastoca su principio medio y lo deja sin el riel de la Voluntad Superior. La conmoción en su amor filial provoca melancolía excesiva, además de pánico tras aparecer el Fantasma del rey quien devela su muerte por asesinato y traición del tío, amparada por debilidad materna; ello termina por derrumbar sus cimientos, y ante ese vuelco llega la orden de "¡venganza!" Pero antes de obedecerla y mientras duda, entabla una relación con Ofelia que pronto le crea más perturbación mental.

Infeliz en el hogar, al comienzo la frecuenta porque es encantadora y puede consolarlo; detesta la sensualidad de su madre y Ofelia parece dulcemente pura. Cuando más tarde ella obedece la apresurada orden paternal de no dar más tiempo a Hamlet, le duele el cambio inexplicable y su frialdad. Rumiando todas estas experiencias conmovedoras, las emociones suelen alcanzar el paroxismo. En uno de esos instantes, con la psique confundida y sus ropas desaliñadas, la busca en secreto para descubrir quién es realmente: ¿puede confiar en ella y representar lo que necesita? Todo lo que logra ver es un rostro inexpresivo, sus temores y silencio, sin tener más opción que considerarle una "chica débil". La abandona sumido en gran dolor, comprendiendo gradualmente que no desea cortejar más. El propio luto de Ofelia por la directriz superior, que la priva de su amante, se intensifica con la compasión por ese "loco de amor".


Parte 2, diciembre 2009

Polonio y el rey experimentan con Hamlet bajo esa posibilidad. Ofelia está plenamente consciente del ardid, y la sitúan en un lugar donde pueden observar cómo el joven la sorprende, pero intuye y se convence de que lo están espiando. En un instante, decide retornar el engaño (...); pregunta a su amada por el padre y ella responde con dulzura que se halla en casa. Herido de enojo ante la mentira y el comportamiento despreciable de los dos hombres, sintiendo además su propia locura, la de ella y del mundo entero, despotrica de tal manera que termina doblegándole (...).

Durante un tiempo, Hamlet siente rabia y disgusto por Ofelia y su progenitor, mientras la "chica débil" se hunde en melancolía por afectos frustrados. Pronto llega el deceso paterno a manos de su examante, y la pesadumbre se transforma en locura. La reacción a estos golpes es profundamente personal (...) significando concentración total en uno mismo, los sueños de matrimonio y la persona querida. La mente no tiene otro designio, el alma carece de perspectivas amplias y no hay fuerzas para opugnar el desencanto.

Así, con Ofelia los Adeptos demuestran que la insania surge por formas de egoísmo muy concentrado, y desde esta visión, la muerte puede parecer simbólica. Tras caer al agua (materia) sus amplios vestidos se inflan y la sostienen por un rato, esparciendo flores, canciones y delicadas gracias, hasta precipitarse al fondo (sustancia primigenia). Su óbito es lamentable, pero más todavía la insípida existencia anímica. Esa abulia extrema hace imposible admirarla, y un error filosófico de muchos autores es elogiar a Ofelia, presas de una "gran conmoción literaria"...

El proceder irracional de Hamlet en la tumba es parecido al que tendría cualquier desequilibrado frente a imprevistos, pesares y vituperios. Ofelia y el sentimiento que despertaba en él habían sido parcialmente olvidados, mientras rumia la idea de venganza y otras complicaciones causadas por el atraso. Debido a su ausencia, no ha recibido novedades de la mujer que amaba. Justo después de volver, piensa distraídamente junto a un nicho recién cavado, cuando se sorprende que los asistentes despiden a Ofelia. Ve a su hermano sobre el ataúd con lamentos excesivos, y entonces el viejo amor invade al protagonista; disgustado por ese dolor artificial, lucha contra el pariente para ver cuál de ambos es digno de su memoria.

Sin embargo, duran poco las agonías de decepción y tristeza. Tales experiencias son propias de la vida humana, mas para Hamlet representan obstáculos y desvíos en su camino, sin constituir la línea básica de acción mental. El Fantasma le impuso un deber, pero ¿por qué no lo ha cumplido? (...).

En la enseñanza teosófica, los Kamarupas son restos orgánico-sutiles de fallecidos que se desintegran post-mortem, pero los asesinados por cualquier vía no manifiestan igual condición, es decir, la adherencia de sus principios en la vida física los sigue amalgamando a dichos residuos, hasta que desaparecen por agotamiento natural. Así, el kamarupa del exgobernante es muy cohesivo y puede materializarse -incluso con armas- ante los guardias de palacio y Hamlet (...). Un kamarupa sólo está desprovisto de cuerpo tangible (...) pero no puede funcionar ni afectar la vida terrena, salvo mediante un humano vivo. De este modo (...) el espectro conserva iguales creencias teológicas, feudales y raciales, códigos de honor, orgullo aristócrático y autoritario, o deseos de privilegios y méritos.

Desde la infancia, Hamlet asimiló dichas nociones y nunca las cuestionaba mucho, pero su naturaleza se inclina a la filosofía y otras actividades eruditas. En vida, el rey consideraba que el castigo era la única compensación adecuada por cualquier deshonra que se le infligiera, y en cuanto kamarupa, aún resiente los agravios al no disfrutar la continuidad mundana y sus posesiones, estimulado por injusticias, el hermano traidor y la esposa canalla (...). Este deseo es lo que le permite materializarse, y su exigencia de venganza se muestra imperiosa y compulsiva: eliminar al tío para reclamar el trono.

Pero tal demanda es errónea, egoísta y contraria a las leyes naturales. Toda persona no es sólo "miembro de una familia", sino también un Ego independiente y humano séptuple con virtudes y vicios, cuyo Karma se despliega en cada uno de los Siete Planos (...). El pensamiento y acto de asesinar repercuten en la totalidad del ser (...) y la verdadera norma ética se centra en la visión de Atma o el Ser Superior. Según esto, la venganza jamás es conveniente, y la Voz de Aquéllo se escucha como "recuerdos de conciencia" en cualquier particular que no sea completamente insensible a la maldad.

¿Cuál es, entonces, la relación de Hamlet con ese kamarupa y su exigencia, desde una perspectiva espiritual? Durante la visita, aunque tiembla de miedo, está convencido de que la aparición es un "remanente vivo" del padre (...). Su acogida en los primeros minutos es consecuencia del cariño filial y las creencias inculcadas, como el falso sentido de honor que manda "compensar" un crimen por otro, pero también su mente ha estado llena de resentimiento sospechoso hacia el tío. Por lo tanto y mientras habla el Fantasma, Hamlet tiene poca o ninguna vislumbre para cuestionar la "enmienda", o ver lo que simboliza el kamarupa y pretende conseguir. Su rencor lo deja completamente débil, y aún si no está obsesionado por el espectro (...) permanece bajo su influencia a lo largo de la obra.

Anteriormente, Hamlet se volvió egoísta por molicie intelectual, pese a su bondad innata (...) se había gratificado con muchos años de estudios universitarios (...) en vez de convertirse en compañero principal, consejero y protector del padre contra Polonio y el tío. Se hizo pasivo en la vida y admite varios errores, pero no lucha por mejorar. Su principal motor no es el Espíritu, sino la mente racional; bien entrenado en análisis lógico, es lento para discernir entre sus motivos tenebrosos y correctos, o escudriñar éticamente las sutilezas del pensamiento. Tampoco asume una posición práctica y dominante en la corte (probablemente el tío contaba con esa debilidad) ni percibe el origen de su inconstancia. Demuestra que el kamarupa es genuino y otorga información verdadera, mas no progresa moralmente con tal de apreciar que la venganza es injusta y convencional, y su promesa (...) le coloca sobre cimientos falsos mediante un deber quimérico.

En consencuencia, Hamlet comparte y alimenta la ojeriza (...) sin detectar el peligro de semejante "trato con los muertos". Dada la ignorancia general sobre el tema, la confianza y obediencia de un hombre en dicho contexto pueden obstaculizar la debida atención a tareas prácticas en el mundo de los vivos. Aunque se siente parte de una nación, su anhelo vengativo (...) es mucho más vigoroso que erradicar la maldad aristocrática y servir al pueblo danés. En ninguna parte de las conversaciones (...) hay reconocimiento claro de su obligación hacia ellos, y así, el patriotismo del hijo es muy pérfido.


Parte 3 y última, enero 2009

Pese a todos sus malentendidos y omisiones, Hamlet tiene remordimientos acerca de la revancha. En su interior (...) el Ego los envía cual conato por iluminarle. Sus titubeos y demoras se deben en parte a las advertencias del Ser Superior, que no logra comprender al verse empañadas por indolencia mental y fáctica (...). El intelecto asiduo de Hamlet es superficial (...) albergando una profunda resistencia al cambio (...) su voluntad en la vida exterior es rápida e incluso violenta, y al interior sigue inmersa en abulia psíquica. Las alertas del Ego (...) no tienen mucho poder, cuya razón data de vidas pretéritas donde fueron ignoradas, y hoy no permiten elección libre al momento presente (...).

Hamlet no ha comprendido los niveles cruciales de la filosofía, moralmente regeneradores, conformándose con la "religión" y "ética" predominantes (...). Esa lentitud psíquica viene de una incapacidad para ofrecer su conocimiento al servicio de los demás y gestionar el propio desarrollo valórico (...). La "advertencia silente" lo hace dudar, pues incluso cuando encuentra rezando al monarca, no siente impulsos de misericordia. Percibiendo la hipocresía, experimenta un motivo adicional para vengarse de modo más feroz (...). En lugar de reconocer la guía mística, se autoculpa furiosamente (...). Esta desidia lo afecta casi desde el principio, en cuanto el Fantasma se aleja. Incluso en las primeras tentativas, su vehemencia enflaquece bajo el análisis intelectual y la búsqueda en su archivo para refinar conclusiones sobre el tío, su país y la deplorable situación (...).

Los guardias le piden que aclare lo del Fantasma. Para proteger su privacidad, se le ocurre fingir vesania, lo cual implica "actuar en el futuro y retrasar el presente"; se nota incapaz al no saber qué hacer, pero en realidad no desea actuar, presa de sus llamamientos de conciencia y flojera, lo cual se transforma en autocompasión ("El tiempo está fuera de su cauce/pero, ¡oh, maldito rencor, ojalá hubiera nacido para remediarlo!") (...). Deja pasar los días mientras simula y reflexiona. Poco a poco, se excusa albergando dudas sobre el Fantasma y su palabra, creyendo que debería obtener mejores pruebas (...). Se deja llevar por el recuerdo de Ofelia y su ruina psicológica; luego ingresa pretendiendo "conmover la conciencia del rey" y encuentra la oportunidad propicia para vengarse (...) pero renuncia al plan, pensando que después la represalia será más exitosa. Furioso con su madre (...) mata al espía Polonio (...) y quizás con cierto autodesprecio, posibilita que el fementido rey lo expulse del país.

Sólo una vez la Admonición Divina logra disipar estas nubes negras, cuando su vida corre peligro. Entonces, gracias a una acción rápida, descubre que el rey lo ha enviado a morir y consigue volver, no sin antes empeñar a sus guardias (...). Su conciencia del bien y el mal es casi nula, se precipita más en la estulticia y no tiene más propósito ni oportunidad trascendentes (...). Cerca del final, la "Voz de lo Alto" avisa otros peligros, pero no escucha a la "divinidad que ya había forjado su último sueño". El tío malévolo enreda al joven adversario en intrigas nefarias que terminan por involucrar a la esposa y otros actores. Hamlet comprende el juego y se satisface quitando la vida al dinasta (...).

Un teósofo no puede sino sobrecogerse ante el karma que representa ese momento e insinúa para el futuro. Vidas huecas, gente corrupta, chances perdidas, repeticiones y agonías venideras, ¡todo porque se ha comprendido tan poco de ese presente fugaz! Sin embargo, no hay fatalismo en la tragedia, pues siempre existe la facultad de elegir con miras a superar nuestras tentaciones, y actuar mediante aflatos egregios.

En el siglo XIX, la obra Hamlet fue descrita por autores alemanes e ingleses como "el mayor logro de Shakespeare", y ciertamente gozó de enorme popularidad (...). Primero, refleja la lentitud psíquica que ciega el discernimiento, acalla el susurro espiritual y ahoga sus mejores aspiraciones; segundo, muestra el error de intelectualizar la vida y considerarle "meta suprema"; y tercero, cauciona sobre la insistencia en vengarse debido a múltiples afrentas. Enseña asimismo el riesgo de flirtear con la nigromancia (...) real o supuesta, amén de sus tendencias con origen kármico por desdeñar consejos o reprimendas correctivos (...).

A nuestro alrededor hay hombres y mujeres que lidian contra estos errores, necesitando ser comprendidos y animados con guías meritorias. Resulta llamativo que aquellos críticos con alta estima por esa obra, encontraran allí una imagen de sí mismos (...): mentes brillantes e inestables, líneas de acción no superiores a las de Hamlet, y sus fines quizá no tan decentes (...). De hecho, la cotidianidad de los problemas presentados es lo que le confiere su mayor poder de atracción (...). Es factible que esta praxis no sea reconocida conscientemente, pero implica cierto poder consultivo para quienes se identifican con Hamlet, y pueden beneficiarse mucho de su instrucción semioculta si tienen el espíritu agudo para comprender la serie de causas y efectos más hondos en su carácter (...).

29 de junio de 2022

Julio César: un estudio teosófico sobre violencia, muerte y el más allá

Pintura por William Holmes Sullivan, c. 1888 (wikipedia.org).

[Reimpreso de "The Theosophical Movement", vol. XIII, p. 51-57, febrero de 1943].

Parte 1, febrero 2009

"Los Adeptos afirman que Shakespeare fue, inconscientemente para él, inspirado por uno de los suyos" 
(William Judge, "Ecos de Oriente").

El desarrollo de un gobierno tiene demasiada importancia en la vida humana para que sus problemas no llamen la atención de un gran dramaturgo, y el interés de los Adeptos por esos eventos se aunaría con el suyo a fin de elevar sus intuiciones y carácter perceptivo. Las obras análogas no eran un campo nuevo para Shakespeare cuando abordó la historia de Julio César, pues su larga serie de crónicas inglesas eran esencialmente problemas político-gubernamentales, y su esmerado seguimiento hagiográfico le permitió realizar múltiples estudios sobre consejeros y conspiradores, turbas y ejércitos, patriotas y egoístas, o reinas y reyes buenos o pobres. De ahí que la obra "Julio César" exhiba el tratamiento de un experto en efectos dramáticos y los entresijos de la naturaleza humana.

Durante muchas generaciones, Roma tuvo una forma republicana de gobierno en que la gente tenía cierta voz en sus asuntos, pero ahora las condiciones ponían en serio riesgo este derecho y los ciudadanos se enfrentaban a una gran extensión de la monarquía y al reducimiento de privilegios populares. César había conservado las formas gubernamentales precedentes, pero casi las había desprovisto de validez, y poco a poco implementó medidas que le daban control absoluto de las cuestiones romanas en todas partes. Su régimen fue considerado al principio como una dictadura necesaria aunque temporal; sin embargo, Julio había sido reelegido y planeaba establecerse en modo permanente amén de adquirir mayor importancia. En su lista de títulos utilizó como primera la grandiosa palabra "Imperator", y la mayoría de las políticas que introdujo se convirtieron en piedras fundamentales del posterior Imperio.

El eje de este drama trágico es Marco Junio Bruto. Hombre de naturaleza noble y motivos desinteresados, y sabiendo que era un líder tradicional entre los ciudadanos republicanos -quienes a su vez no simpatizaban con la política cesariana-, se vio obligado por su propio sentido del deber a colaborar en un movimiento de cambio, y aún más por la insistencia de su partido. El problema era cómo hacerlo, y había estado examinándolo mucho antes que Casio sugiriera la conspiración y el asesinato.

Ninguno de estos hombres se fijó en el hecho primordial de que siempre debe fracasar la solución por medio de un asesinato, debido a la ignorancia moral y su injusticia inherentes. En las condiciones romanas de esa época, dicho remedio tenía pocas posibilidades de éxito, incluso temporal, porque en realidad la mayoría de ciudadanos había perdido éticamente su derecho a la libertad al descuidar sus propias responsabilidades bajo el gobierno liberal. Ante las agresiones políticas de César, muchas personas en la alta sociedad estaban medio ciegas, si bien no querían un rey, mientras el populacho era poco más que una turba errática cambiando repentinamente de un líder a otro, y de una forma política a su contraria. Sin embargo, quienes defendían la libertad popular -como Bruto- no avizoraban las flaquezas políticas existentes, y tampoco anticiparon que si tenían éxito como conspiradores, difícilmente podrían esperar un apoyo moral duradero para cualquier gobierno que pudieran crear.

No podemos evitar la ley kármica de que un gobierno es resultado del pueblo que lo configura y vive bajo su influencia, y asimismo gestar cambios mediante violencia traerá más agresividad como reacción. Los romanos de ese periodo, habiéndose expuesto a una dictadura por su exigua fibra moral, pueden hasta ahora considerarse afortunados por tener un líder prudente y moderado como César. Sus tendencias imperialistas eran muy evidentes, pero Bruto, al condenarlo, parece haber olvidado que Roma ya no es una pequeña ciudad-Estado, habiendo adquirido por la guerra vastas colonias y provincias distales pobladas por representantes de diversas civilizaciones, y César era el único general que había demostrado capacidad para manejar los problemas derivados de estas condiciones.

Matar a un líder de esas características era la forma más pobre de liberar al Estado de su política sin que se produjera anarquismo. La falta de discreción ejecutiva entre los conspiradores queda en evidencia por el olvido de esos aspectos; además, estaban motivados en gran medida por resentimientos personales, siendo Casio el principal canalizador de los mismos, mas sólo Bruto permaneció libre de móviles egoístas, llegando a decir "no conozco ninguna causa personal para despreciarlo, sino sólamente general". No obstante, la oposición de Marco a César y al imperialismo se debía en parte al hábito y la teoría, pues era tanto un sentimiento como una habilidad política. Como el republicanismo simbolizaba para Bruto el único bien político, había considerando grandes sacrificios y a Casio respondió: "Lo que tú quieres que haga, yo lo tengo como objetivo", demostrando así que las ideas de violencia contra el Imperator ya habían despertado sus sentimientos a favor y en contra: los dos yoes moradores en él haciendo la "guerra" interior, y las "pasiones de alguna diferencia" que le preocupaban, según declaró.

En esa "guerra" interna, el Ser Superior humano sería siempre su consejero y literalmente "ángel de la guarda", impidiendo que que el yo inferior se convierta en demonio de las tinieblas, o rechazando siempre la violencia y felonía secreta, como las que llevan con facilidad a un asesinato. Pero ese "yo" pasajero se aferra a sus opiniones, no atisba la solución de los problemas más que los de su propio deseo, y termina por cegarse tanto que a menudo, por mera desesperación o cansancio del conflicto, estalla en acciones extremas e irremediables. El propio Bruto describió plenamente dicho contexto:

"Entre provocar un hecho espantoso
y la primera moción,
todo el interludio
es como un fantasma
o un sueño horrible:
el genio y los instrumentos mortales
se hallan entonces en deliberación;
y el estado del hombre,
como un pequeño reino,
sufre entonces la naturaleza de una rebelión" (Acto II, Escena 1).

Pero aunque en su interior veía esta imagen, la mente inferior de Bruto no seguía el emplazamiento así transmitido y permaneció en la conjetura. En tal experiencia, justo antes de ese "punto explosivo", hay tantas intromisiones del yo mortal que la fuerza divina apenas puede abrirse paso, y por lo tanto no puede impedir la "rebelión".

Cuando Marco decidió integrar la conspiración, liderar la revuelta y participar en el asesinato, asumió su postura en la creencia de que los nobles fines -como él pensaba que eran sus metas- podían justificar medios criminales; de hecho, tal y como se describe en la obra (1), Bruto no manifiesta la sagacidad que por lo general se le atribuye. Cada vez que él y Casio diferían en cuanto a política, Bruto insistía en un camino que llevaba a su derrota final, y si había poco o ningún respaldo de antemano para el magnicidio, se demostró que no lo hubo después cuando el país entró como consecuencia en una larga guerra civil, empeorando las nuevas condiciones respecto a la situación previa.

(1) Se dice que el drama está basado en la traducción por North sobre las "Vidas" de Plutarco, en este caso, "Julio César" y "Marco Bruto".

Desde la visión teosófica, este drama se halla repleto de brutalidad y graves errores morales y crímenes como traiciones, conjuras, asesinato o suicidio, mientras que los delitos menores son muchos. Pero las personas cuya historia se registró en ella, así como los individuos a quienes se dio la obra, no consideraron que los acontecimientos indicaran una medida especial de envilecimiento. Más bien ocurrió lo contrario, pues su narrativa continúa siendo uno de los relatos heroicos sobre la "grandeza que tuvo Roma".

Las normas y prácticas morales en la civilización romana pasaron junto con sus conquistas políticas por toda Europa; los países subyugados adoptaron los hábitos e ideales del imperio, y por ellos seguían viviendo y muriendo. En su mayoría los romanos no eran estudiosos ni meditabundos, llevando así una existencia ávida de sensaciones y lujos, llena de terquedad y autoglorificación. Como consecuencia eran poco humanitarios, ignaros del principio de la vida e irreverentes con respecto a él, siendo diestros en los móviles asesinos y exánimes para el impulso de la misericordia gracias a un largo hábito mental, ya que constituían un pueblo guerrero empapado de sangre.

Para los humanos que viven bajo tal oscuridad, el asesinato y suicidio no son comprendidos ni deplorados. Según la Teosofía, ambos están entre los peores crímenes porque atacan el fundamento mismo de la Naturaleza. El propósito de la Vida es un largo viaje del alma hacia el Espíritu, por el contacto y la experiencia con lo material, y así estas fechorías imponen barreras efectivas y de gran alcance contra una mayor evolución superior, impidiendo el progreso tanto del asesino como su víctima. En general las condiciones de cada uno luego de la muerte no se conocen o ni siquiera son tomadas en cuenta, ya que se piensa en el óbito como un "final de todo", o para los más religiosos, un medio para "conocerlo todo".

Las enseñanzas teosóficas son muy claras sobre estos temas. El ser humano, en esencia, constituye un ser espiritual sin cuerpo ni forma. Al encarnar en la vida mundana asume una cobertura física con el propósito de aprender y evolucionar con otros seres iguales y diferentes a él que han alcanzado la etapa evolutiva terrestre, y sólo a través de ese cuerpo el individuo puede realizar obras externas en este plano. El asesinato mata el cuerpo físico, pero nada más; y si la mente y el alma han sido malvados, siguen manteniendo esas cualidades al formar una entidad mental.

El karma de un magnicidio como aquél perpetrado contra César no podía sino desembocar en horrores: para el Estado significó una guerra subsiguiente, y respecto a los conspiradores ésta variaba de acuerdo con la injusticia de sus motivos individuales, aunque el drama shakespeariano muestra sólo dos de ellos.

Tras una larga e incierta lucha, los conjuradores habían reunido sus fuerzas para un último intento. Los malos presagios habían sido frecuentes, e incluso el escéptico Casio percibió su autenticidad. Bruto, temiendo el fracaso, también estaba afligido por el desesperado suicidio de su esposa y la forma en que se produjo. Sobre ambos particulares recaía el peso abrumador del combate desperdiciado y la causa perdida. El conflicto del día siguiente fue sólo una carrera contra un tiempo corto, embrollada por directrices erróneas y malentendidos, en tanto que las cavilaciones de Némesis cubrían el escenario con una lóbrega niebla.


Parte 2, marzo 2009

Casio, esforzándose por ver el movimiento de la batalla, dijo de su vista física que "era siempre penosa", pero ¿no lo había sido también su visión moral y política cuando se involucró en la conspiración junto a Bruto? En esos momentos finales, esta ceguera lo llevó a su muerte autoinfligida. También Marco, movido por el error que muestra "cosas que no son a los aptos pensamientos de los hombres", fue víctima del miedo y un exceso de confianza. Al final ambos se suicidaron en medio de presunciones mentecatas, porque para ellos dicha salida era "menos terrible" que ser llevados como prisioneros por Roma entre las burlas de sus antiguos amigos y subordinados.

Los romanos pensaban que era honorable el suicidio por lealtad a un amigo o una causa, o para escapar de desgracias, y por lo cual se enorgullecían. En el caso que nos compete, tres personas tomaron esa ruta con objeto de eludir lo que consideraban peor que la muerte; un cuarto hizo lo mismo por desesperación, originada en lamentables exageraciones y debilidad psíquica. Ninguno de ellos pensó en un resultado definitivo y la muerte parecía un muro desnudo. Se acercarían a ella, la saltaban y todo terminaría, sin responsabilidad ni efectos buenos o malos, sino sólo un vacío.

Las leyes de la Naturaleza, tal como son enunciadas en Teosofía y también la ciencia ortodoxa, declaran que las energías centradas en una forma viva no pueden encontrarse con destrucción y únicamente cambian de aspecto. Tras haber animado la forma, la abandonan de nuevo rompiendo así dicho esquema visible, pero aún las energías siguen ocupadas en moldear otras hechuras. La Teosofía aplica esto a las múltiples y variadas fuerzas que constituyen un humano vivo; por lo tanto, para una persona fallecida no puede existir "borrón y cuenta nueva" sin nada en el "otro lado".

Para el caso de alguien que se suicida o las víctimas de asesinato, dichas energías -pensamientos y emociones- que componen sus mentes y almas se hallan tan vivas y conectadas tras su expulsión del cuerpo físico como antes, y necesariamente se someten a una continua actuación y reacción entre ellas. Los consumadores invierten una enorme energía de voluntad en pensamientos tendientes a ambos crímenes, pues aquéllos se han fusionado con todas las demás líneas de pensamiento del período vital y les otorgan una índole particular, concibiendo juntos una unidad mental sostenida por la Ley de Cohesión en la Naturaleza. Cuando termina la cohesividad que integra a una persona, la ley dispersiva opuesta rompe con ese "todo" y remite las energías a otra parte. Ese minuto se convierte en el momento natural de muerte para un ser que ha permanecido en su cuerpo, pero el poder cohesivo entre las energías mentales no se destruye si hablamos de una entidad expulsada forzosamente de esa cobertura física. El pensamiento continúa, y como ahora no tiene nuevas experiencias objetivas, se ve obligado a ocuparse de las que ha tenido, sobre todo aquellas cogitaciones posteriores y muy fuertes que provocaron el suicidio. Por lo tanto, quien se autoinmola practica inevitablemente las líneas de su pensamiento que le llevaron al último acto terrestre: sus desesperaciones, males, deseos infructuosos, actos perversos y la desconexión repentina e ilícita. Y lo hace hasta el momento -ya sea dentro de meses o años- en que la cohesión entre sus energías llega a un fin natural legítimo.

Eso es lo que estaban obligados a afrontar los suicidas en el extracto de este drama: Bruto y Casio siempre planeando su contubernio, llevando a cabo sus batallas ganadas o perdidas, y su escape final de la vida; Porcia, la "verdadera y honorable esposa" de Bruto, obligada a sufrir una y otra vez la intranquilidad por ausencia marital, su dolor por el éxito enemigo y la tortura de ingerir brasas en el desequilibrio. Y como también los criminales, aquellos suicidas conspiradores se vieron forzados a reiterar siempre el apuñalamiento a César. Este es el tormento especial e inexperimentado que se trajeron a sí mismos con el suicidio. Como creía Bruto, no podían decir "ahora descansa, César" simplemente saliendo de sus cuerpos físicos; la obtención de quietud no podía ser tan fácil, pues habían perturbado en demasía el equilibrio de las fuerzas naturales.

Lastimosamente Bruto "lo sabía mejor". En la mañana del último día, él y Casio dialogaban así (Acto V, Escena 1):

"Casio: -Si perdemos esta batalla,
¿qué estás, entonces, decidido a hacer?

Bruto: -Incluso por la regla de esa filosofía
por la que culpé a Cato de la muerte
que se dio a sí mismo, no sé cómo,
lo encuentro cobarde y vil
por miedo a lo que pueda avecinarse,
para evitar el tiempo de la vida:
armándome de reciedumbre
para detener la providencia de algunos altos poderes
que nos gobiernan aquí abajo.

Casio: -Entonces, si salimos derrotados,
¿te conformas con que te lleven en volandas
por las calles de Roma?

Bruto: -No, no pienses así, noble romano,
que alguna vez Brutus irá a Roma;
tiene una mente demasiado grande".

En consecuencia, Bruto no evidenció la fuerza requerida para obedecer a su ideario conocido, que le habría llevado a enfrentarse a sus propios resultados y "detener la providencia de altos poderes gobernantes", demostrando ser tan teórico en su filosofía como en el arte de gobernar.


El psiquismo de la obra

El escrito de Shakespeare destaca algunos fenómenos psíquicos inusuales, en su mayoría ejemplos de profecía. Por muy poco que la mayoría de romanos conociera o practicara la antigua filosofía oriental, sí conservaba algunas creencias antiguas referentes a la predicción del futuro, y en las cuales se mezclaba mucha superstición y falsedad. La desmesura ficticia tal vez quedó ejemplificada en las narraciones de la pavorosa tormenta y los misteriosos eventos de la noche anterior a la muerte de César. Algunos de esos incidentes, sin embargo, pueden ser reconocidos por varios teósofos como posibles acontecimientos psíquicos.

Los fenómenos proféticos no sólo aludían a personas, sino que afectaban directamente a las contingencias políticas más importantes: la muerte de César y el fracaso letal de Bruto. Los teósofos saben que los Adeptos, si bien no se mezclan con la política transitoria determinada ni tratan de interferir con "la deriva general de las relaciones cósmicas del mundo", sí vigilan y trabajan en beneficio tanto individual como nacional. Dijo uno de Ellos: "Nunca hubo un tiempo -dentro o antes del llamado período histórico- en que nuestros predecesores no moldearan los acontecimientos y 'haciendo la historia'". Las manifestaciones psíquicas genuinas se encuentran entre los medios utilizados por Adeptos-Iniciados para "configurar eventualidades" a través de los individuos que experimentan dichos sucesos. Es posible que las perturbaciones del "extraño tiempo dispuesto" justo antes del magnicidio fueran empleadas o incluso producidas en parte como admoniciones de asesoramiento por Adeptos invisibles, que actuaban en ese momento para el bienestar de Roma. Si entonces el pueblo en su conjunto hubiera reconocido que los temibles acontecimientos eran realmente "portentosos para el clima que señalan", y si hubiera tomado realmente en serio esas advertencias, podría haber encontrado una manera de mejorar su condición político-ética para entonces. Si los Iniciados prestaban especial atención a Roma, el César como jefe de Gobierno naturalmente sería un foco principal de Su interés. Al prever mediante percepción espiritual los peligros que se avecinaban para él, y sabiendo que su muerte no serviría de nada, Ellos podían ejercer Su guía públicamente por medio de augures y más ocultamente en los sueños.


Parte 3, abril 2009

Los adivinos suelen ser personas con cierto grado de clarividencia natural, que fortalecen por diversos medios al enfocar sus ojos y atención hasta que la mente se cierra a asuntos externos y percibe las condiciones visibles en la Luz Astral. Esta zona rodea e interpenetra la Tierra, y en ella hay impresiones de acontecimientos pasados y futuros que pueden den ser leídas por quienes saben hacerlo.

Ya sea que fuera utilizado o no por Adeptos, el Adivino de la obra "Julio César" declaró fielmente su mensaje de peligro para el soberano en los Idus de marzo, pero corrió la suerte frecuente de los augures, pues fue llamado "soñador" y despreciado por aquél. En la mañana de los idus volvió a notificar el presagio, pero sin mejor resultado, pues muchas otras cuestiones reclamaban el interés de César. Para el Imperator era un momento de exhibicionismo y autogratificación.

Hoy el arte adivinatorio es muy conocido bajo otros nombres, como en la Antigüedad, y quizás igualmente acreditado o zaherido, donde la diferencia sólo radica en lo externo. Lo mismo ocurre con los sueños, y un gran número de personas inteligentes cree que la parte onírica tiene valor predictivo, pero no declaran este convencimiento. Por su lado, la Teosofía declara que esas experiencias internas tienen alguna legitimidad y ofrece una explicación verdadera sobre ellas.

En cuanto a dichas visiones, algunas se originan en causas fisiológicas y muestran poco valor, mientras las verdaderamente importantes surgen de la naturaleza manásica más profunda. H.P. Blavatsky escribió: "El Ego [Manas] es el actor, el individuo real y verdadero ser humano"; en las instancias oníricas o "reales (...) algo de lo que fue visto, hecho o pensado por el Ego se imprimió en el cerebro físico (...) nuestros sueños representan el estado de vigilia y las acciones del verdadero Ser, cuyo tenue recuerdo al momento de despertar se vuelve más o menos distorsionado por nuestra memoria física". Puesto que se habla de impresiones genuinas atañentes a "cosas vistas" o "eventos presenciados", pueden transmitir al cerebro material acontecimientos que para nosotros aún no se producen. Los sueños admonitorios, como el de Calpurnia, son "verídicos" y requieren "la cooperación activa del Ego interno (...) Los sueños proféticos (...) son fijados en nuestra memoria por el Ser Superior, y son generalmente claros y directos, como por ejemplo una voz oída o bien el suceso venidero y previsto". También existen "sueños de advertencia para los incapaces de prevenirse por sí mismos", y César era uno de ellos.

Es factible que una aguda intuición llevara a Shakespeare a realzar el relato de Plutarco, haciendo que se correspondieran exactamente el informe del Imperator sobre el sueño de su esposa y la posterior escenificación del mismo por parte de los conspiradores, pues de ese modo podría insinuarse la "cooperación egoica" necesaria para una alerta onírica. Además, el esfuerzo realizado por el Ser Superior de Calpurnia pudo indicarse por la afirmación de Julio de que ella "gritó tres veces en su sueño '¡socorro, socorro, que matan a César!'" La vislumbre de otro personaje -el poeta [Cayo Helvio] Cinna- sobre un peligro para él, y su falta de atención al mismo que le lleva a la muerte, refuerza sutil pero poderosamente los valores ocultos del sueño experimentado por Calpurnia y el desprecio de su marido al mismo. No hay dudas de que para Shakespeare y la gente de su tiempo los sueños y otros modos de videncia tenían la envergadura que se les atribuye en este drama. También es cierto que la enseñanza teosófica, aunque analice con mucho cuidado los ejemplos específicos, reconoce la actualidad de tales experiencias. El otro fenómeno psíquico importante le ocurrió a Bruto en su tienda la noche anterior al último combate (Acto IV, Escena 3): "Un monstruoso espectro, que le heló la sangre y puso los pelos de punta, autodenominado su espíritu maligno" ("Vida de Bruto"); la "extraña visión de una enorme y horripilante figura de pie junto a él", diciendo que en la siguiente batalla debería encontrarlo de nuevo. Marco interpretó aquéllo como el fantasma de César advirtiéndole que su "hora había llegado", pero la estantigua nunca se nombra a sí misma como tal ni Plutarco la llama en esos términos. La Teosofía asevera que un "fantasma", considerado estrictamente, es el doble astral de un individuo fallecido y en consecuencia debe parecerse a dicha persona. De todas formas, la entidad que se presentó a Bruto era de otro orden.

Para entenderlo es necesario considerar la antigua creencia de que los humanos tenemos "espíritus acompañantes". La Encyclopaedia de Hastings incluye información valiosa, sosteniendo que "a menudo un espíritu maligno se concebía como fantasma", en ocasiones vinculado a un "héroe" y posiblemente alguien asesinado, aunque en ciertas historias "los dos términos se emplean indistintamente". La visión de Bruto se cita como ejemplo de un demonio maligno "especialmente conexo a un individuo", pero no todos esos daimones eran perjudiciales. Platón comentaba en Fedón (107 D): "Cada hombre tiene un daimon distinto que le acompaña durante su vida y luego de la muerte", mientras Menandro declaraba: "Por cada persona al nacer, un daimon bueno toma su puesto para iniciarlo en los misterios de la vida". Asimismo, Hastings afirma que "se creía que un daimon vengador era designado para castigar los crímenes de una familia particular", y así Plutarco dijo de César: "El gran genio que le acompañó durante toda su vida, incluso tras morir, permaneció como vengador de su asesinato". Hastings añade: "Los pitagóricos siempre fomentaron la creencia en demonios, en especial (...) como representantes de las almas de los muertos (...) Decían que todo el aire estaba lleno de almas, y éstas se llaman demonios y héroes" (1).

(1) Encyclopaedia of Religion and Ethics, James Hastings, IV, p. 590.


Parte 4 y final, mayo 2009

Estos criterios en general son corroborados por Helena Blavatsky, aunque por supuesto se explican con matices más estrictos de significados ocultos:

-"Daimon era un nombre otorgado por los pueblos antiguos (...) a toda clase de espíritus, ya sean buenos o malos".

-"(...) la palabra 'demonio' (...) en el trasfondo que le da todo el mundo antiguo, significa el Espíritu guardián o 'Ángel', no un diablo de ascendencia satánica. Satán (...) es simplemente la personificación del mal abstracto, que es el arma de la ley kármica (...) Es nuestra naturaleza humana y el hombre mismo, pues se dice que 'Satanás está siempre próximo e inextricablemente vinculado a una persona'. Sólo es cuestión de que ese Poder esté latente o activo en nosotros".

-"Porfirio sentenció, hablando de los espíritus malignos: 'Los demonios son invisibles, pero saben revestirse de formas'".

-"El destino que (...) cada persona va tejiendo en torno a sí misma (...) es guiado por la voz celestial del prototipo invisible ('ángel de la guarda') fuera de nosotros, o por nuestra parte astral más íntima (hombre interior) que con demasiada frecuencia es el genio maligno de la entidad encarnada que se denomina 'ser humano'".

-"Todo el interminable catálogo de malos espíritus no son demonios [como algo distinto de la humanidad], sino pecados, crímenes y pensamientos humanos encarnados espiritualmente".

Estos pasajes parecen indicar que la aparición a Bruto era una forma adoptada por ese complejo de energías mentales: los "pecados y crímenes espiritualmente encarnados" -propios y ajenos- que causaron los gigantescos males del asesinato y la guerra. Al llegar a una hora rezagada y tranquila, cuando Marco estaba exhausto, afligido y su mente permanecía en un nivel astral pasivo, el fantasma gatilló en su fuero íntimo un pavoroso entendimiento de su responsabilidad. El minuto había llegado.

Esa "terrible apariencia con forma humana, pero de prodigiosa estatura y el más horrible aspecto" era también una encarnación próxima y análoga a aquéllo que los actos conspirativos e inhumanos extrajeron de César en sus instantes finales. Justo antes de apuñalarlo, sus enemigos habían suplicado insidiosamente el regreso en libertad de alguien a quien desterró, siendo el motivo encontrar en su negativa una excusa pública para el magnicidio. Perplejo y cada vez más irritado, César se negó finalmente con altanera prepotencia; entonces, con las puñaladas se despertaron en él miedo, ira, resentimiento ardoroso y profunda tristeza por los engaños y la injusticia practicados en su contra. Todos esos aspectos predominaron en su psiquis al llegar el deceso corporal, y es cierto que dicho conjunto de ambiciones y poderes conscientes, desencantos y anhelos, u odios y temores -que constituían la mente de quien "arrasó el mundo como un coloso"- no podía ser arrancado de la vida por repentinas puñaladas traicioneras de supuestos amigos, sin llevar a la muerte una profunda melancolía y altísimas furias vengativas. Este peso emocional, por su propia naturaleza feroz y temible, se reflejaría en una figura de semblante hórrido.

Hay además una razón especial y sutil para la visita de aquélla a Bruto como artífice del mal y "representante cesariano". La causal puede encontrarse en el baño de sangre, representado por Shakespeare con horripilancia gráfica. Bruto dio el ejemplo al gritar:

"Agachaos, romanos, agachaos,
y bañemos los brazos hasta el codo
en la sangre de César,
untando nuestras espadas...
Y agitando las armas rojas sobre nuestras cabezas,
gritemos al unísono '¡paz y libertad!'" (Acto III, Escena 1).

De este modo, Marco multiplicó por diez y envenenó los lazos magnéticos entre César, él mismo y los demás criminales, porque la sangre tiene cualidades atractivas muy poderosas.

Fue ese carácter magnético y portador de vida lo que llevó a las creencias en el misterioso poder sanguíneo, y generó prácticas como señalaba Shakespeare: "Los grandes hombres oprimirán por tintas, impurezas, reliquias y conocimiento". Varias religiones enseñan veneración por la sangre y su poder sacramental para unificar en un nexo fuerte y sagrado a quienes la compartían, eran tocados por ella o "purificados". Aunque esos criterios terminaban fácilmente en excesos salvajes, nada podía destruir las cualidades peculiares de dicho fluido. En este caso, ellas actuaron no sólo para componer un lazo particularmente estrecho entre el Imperator y sus asesinos, sino que trenzaron en una unidad más fuerte aquellas terribles fuerzas psíquicas enviadas por la mente del soberano cuando murió. Al bañar las manos en su sangre y agitar los puñales embadurnados, invocaron sobre sí mismos esas extrañas fuerzas naturales que se amalgamaron e hicieron visibles en la monstruosa figura que visitó a Bruto por causa del crimen, y que en palabras de Plutarco era "el vengador" y perseguía "a través de todas las tierras a todos quienes estaban implicados, sin dejar escapar a ninguno".

El filósofo chino Lao-Tse decía: "Si un reino se gobierna de acuerdo con el Tao, los espíritus de los difuntos serán tan pacíficos como la gente y no molestarán a nadie, porque ellos también están regidos por el Tao. Cuando esa armonía prevalece entre los vivos y quienes se han ido, sus buenas influencias se combinan".

Aparte del magnetismo tangible en la sangre de César, había otro enlace aún más oculto para la visita a Brutus: la atracción de alma entre los dos hombres, siendo viejos amigos enlazados por afectos. Marco fue rescatado del peligro político por Julio, recibió honores y dignidades, e incluso el soberano confiaba en su protegido. Todos estos lazos Bruto los rompió en jirones temblorosos, empapados con los fluidos etéreos de la vida interior no reconocida.

Además, puesto que Bruto era siempre el centro y motor protagónico de la unidad actoral que constituía la historia, puede ser que Shakespeare lo considerara un símbolo sintético, tanto ética como dramáticamente, que se representaba a sí mismo, a sus compañeros conspiradores, a todo el gobierno y el Estado; un emblema roto en fragmentos por su traición, falta de sabiduría e incompetencia política. Cuando se le considera bajo este prisma y comparamos sus posibles logros con fracasos reales, Bruto y el drama que lo esboza destacan entre los grandes resultados trágicos de la creación shakespeariana: imágenes conmovedoras de nobleza cegada por falsas ideas de lo que constituye el deber del individuo consigo mismo y sus pares, así como también hacia el país y su gobierno.