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29 de junio de 2022

Julio César: un estudio teosófico sobre violencia, muerte y el más allá

Pintura por William Holmes Sullivan, c. 1888 (wikipedia.org).

[Reimpreso de "The Theosophical Movement", vol. XIII, p. 51-57, febrero de 1943].

Parte 1, febrero 2009

"Los Adeptos afirman que Shakespeare fue, inconscientemente para él, inspirado por uno de los suyos" 
(William Judge, "Ecos de Oriente").

El desarrollo de un gobierno tiene demasiada importancia en la vida humana para que sus problemas no llamen la atención de un gran dramaturgo, y el interés de los Adeptos por esos eventos se aunaría con el suyo a fin de elevar sus intuiciones y carácter perceptivo. Las obras análogas no eran un campo nuevo para Shakespeare cuando abordó la historia de Julio César, pues su larga serie de crónicas inglesas eran esencialmente problemas político-gubernamentales, y su esmerado seguimiento hagiográfico le permitió realizar múltiples estudios sobre consejeros y conspiradores, turbas y ejércitos, patriotas y egoístas, o reinas y reyes buenos o pobres. De ahí que la obra "Julio César" exhiba el tratamiento de un experto en efectos dramáticos y los entresijos de la naturaleza humana.

Durante muchas generaciones, Roma tuvo una forma republicana de gobierno en que la gente tenía cierta voz en sus asuntos, pero ahora las condiciones ponían en serio riesgo este derecho y los ciudadanos se enfrentaban a una gran extensión de la monarquía y al reducimiento de privilegios populares. César había conservado las formas gubernamentales precedentes, pero casi las había desprovisto de validez, y poco a poco implementó medidas que le daban control absoluto de las cuestiones romanas en todas partes. Su régimen fue considerado al principio como una dictadura necesaria aunque temporal; sin embargo, Julio había sido reelegido y planeaba establecerse en modo permanente amén de adquirir mayor importancia. En su lista de títulos utilizó como primera la grandiosa palabra "Imperator", y la mayoría de las políticas que introdujo se convirtieron en piedras fundamentales del posterior Imperio.

El eje de este drama trágico es Marco Junio Bruto. Hombre de naturaleza noble y motivos desinteresados, y sabiendo que era un líder tradicional entre los ciudadanos republicanos -quienes a su vez no simpatizaban con la política cesariana-, se vio obligado por su propio sentido del deber a colaborar en un movimiento de cambio, y aún más por la insistencia de su partido. El problema era cómo hacerlo, y había estado examinándolo mucho antes que Casio sugiriera la conspiración y el asesinato.

Ninguno de estos hombres se fijó en el hecho primordial de que siempre debe fracasar la solución por medio de un asesinato, debido a la ignorancia moral y su injusticia inherentes. En las condiciones romanas de esa época, dicho remedio tenía pocas posibilidades de éxito, incluso temporal, porque en realidad la mayoría de ciudadanos había perdido éticamente su derecho a la libertad al descuidar sus propias responsabilidades bajo el gobierno liberal. Ante las agresiones políticas de César, muchas personas en la alta sociedad estaban medio ciegas, si bien no querían un rey, mientras el populacho era poco más que una turba errática cambiando repentinamente de un líder a otro, y de una forma política a su contraria. Sin embargo, quienes defendían la libertad popular -como Bruto- no avizoraban las flaquezas políticas existentes, y tampoco anticiparon que si tenían éxito como conspiradores, difícilmente podrían esperar un apoyo moral duradero para cualquier gobierno que pudieran crear.

No podemos evitar la ley kármica de que un gobierno es resultado del pueblo que lo configura y vive bajo su influencia, y asimismo gestar cambios mediante violencia traerá más agresividad como reacción. Los romanos de ese periodo, habiéndose expuesto a una dictadura por su exigua fibra moral, pueden hasta ahora considerarse afortunados por tener un líder prudente y moderado como César. Sus tendencias imperialistas eran muy evidentes, pero Bruto, al condenarlo, parece haber olvidado que Roma ya no es una pequeña ciudad-Estado, habiendo adquirido por la guerra vastas colonias y provincias distales pobladas por representantes de diversas civilizaciones, y César era el único general que había demostrado capacidad para manejar los problemas derivados de estas condiciones.

Matar a un líder de esas características era la forma más pobre de liberar al Estado de su política sin que se produjera anarquismo. La falta de discreción ejecutiva entre los conspiradores queda en evidencia por el olvido de esos aspectos; además, estaban motivados en gran medida por resentimientos personales, siendo Casio el principal canalizador de los mismos, mas sólo Bruto permaneció libre de móviles egoístas, llegando a decir "no conozco ninguna causa personal para despreciarlo, sino sólamente general". No obstante, la oposición de Marco a César y al imperialismo se debía en parte al hábito y la teoría, pues era tanto un sentimiento como una habilidad política. Como el republicanismo simbolizaba para Bruto el único bien político, había considerando grandes sacrificios y a Casio respondió: "Lo que tú quieres que haga, yo lo tengo como objetivo", demostrando así que las ideas de violencia contra el Imperator ya habían despertado sus sentimientos a favor y en contra: los dos yoes moradores en él haciendo la "guerra" interior, y las "pasiones de alguna diferencia" que le preocupaban, según declaró.

En esa "guerra" interna, el Ser Superior humano sería siempre su consejero y literalmente "ángel de la guarda", impidiendo que que el yo inferior se convierta en demonio de las tinieblas, o rechazando siempre la violencia y felonía secreta, como las que llevan con facilidad a un asesinato. Pero ese "yo" pasajero se aferra a sus opiniones, no atisba la solución de los problemas más que los de su propio deseo, y termina por cegarse tanto que a menudo, por mera desesperación o cansancio del conflicto, estalla en acciones extremas e irremediables. El propio Bruto describió plenamente dicho contexto:

"Entre provocar un hecho espantoso
y la primera moción,
todo el interludio
es como un fantasma
o un sueño horrible:
el genio y los instrumentos mortales
se hallan entonces en deliberación;
y el estado del hombre,
como un pequeño reino,
sufre entonces la naturaleza de una rebelión" (Acto II, Escena 1).

Pero aunque en su interior veía esta imagen, la mente inferior de Bruto no seguía el emplazamiento así transmitido y permaneció en la conjetura. En tal experiencia, justo antes de ese "punto explosivo", hay tantas intromisiones del yo mortal que la fuerza divina apenas puede abrirse paso, y por lo tanto no puede impedir la "rebelión".

Cuando Marco decidió integrar la conspiración, liderar la revuelta y participar en el asesinato, asumió su postura en la creencia de que los nobles fines -como él pensaba que eran sus metas- podían justificar medios criminales; de hecho, tal y como se describe en la obra (1), Bruto no manifiesta la sagacidad que por lo general se le atribuye. Cada vez que él y Casio diferían en cuanto a política, Bruto insistía en un camino que llevaba a su derrota final, y si había poco o ningún respaldo de antemano para el magnicidio, se demostró que no lo hubo después cuando el país entró como consecuencia en una larga guerra civil, empeorando las nuevas condiciones respecto a la situación previa.

(1) Se dice que el drama está basado en la traducción por North sobre las "Vidas" de Plutarco, en este caso, "Julio César" y "Marco Bruto".

Desde la visión teosófica, este drama se halla repleto de brutalidad y graves errores morales y crímenes como traiciones, conjuras, asesinato o suicidio, mientras que los delitos menores son muchos. Pero las personas cuya historia se registró en ella, así como los individuos a quienes se dio la obra, no consideraron que los acontecimientos indicaran una medida especial de envilecimiento. Más bien ocurrió lo contrario, pues su narrativa continúa siendo uno de los relatos heroicos sobre la "grandeza que tuvo Roma".

Las normas y prácticas morales en la civilización romana pasaron junto con sus conquistas políticas por toda Europa; los países subyugados adoptaron los hábitos e ideales del imperio, y por ellos seguían viviendo y muriendo. En su mayoría los romanos no eran estudiosos ni meditabundos, llevando así una existencia ávida de sensaciones y lujos, llena de terquedad y autoglorificación. Como consecuencia eran poco humanitarios, ignaros del principio de la vida e irreverentes con respecto a él, siendo diestros en los móviles asesinos y exánimes para el impulso de la misericordia gracias a un largo hábito mental, ya que constituían un pueblo guerrero empapado de sangre.

Para los humanos que viven bajo tal oscuridad, el asesinato y suicidio no son comprendidos ni deplorados. Según la Teosofía, ambos están entre los peores crímenes porque atacan el fundamento mismo de la Naturaleza. El propósito de la Vida es un largo viaje del alma hacia el Espíritu, por el contacto y la experiencia con lo material, y así estas fechorías imponen barreras efectivas y de gran alcance contra una mayor evolución superior, impidiendo el progreso tanto del asesino como su víctima. En general las condiciones de cada uno luego de la muerte no se conocen o ni siquiera son tomadas en cuenta, ya que se piensa en el óbito como un "final de todo", o para los más religiosos, un medio para "conocerlo todo".

Las enseñanzas teosóficas son muy claras sobre estos temas. El ser humano, en esencia, constituye un ser espiritual sin cuerpo ni forma. Al encarnar en la vida mundana asume una cobertura física con el propósito de aprender y evolucionar con otros seres iguales y diferentes a él que han alcanzado la etapa evolutiva terrestre, y sólo a través de ese cuerpo el individuo puede realizar obras externas en este plano. El asesinato mata el cuerpo físico, pero nada más; y si la mente y el alma han sido malvados, siguen manteniendo esas cualidades al formar una entidad mental.

El karma de un magnicidio como aquél perpetrado contra César no podía sino desembocar en horrores: para el Estado significó una guerra subsiguiente, y respecto a los conspiradores ésta variaba de acuerdo con la injusticia de sus motivos individuales, aunque el drama shakespeariano muestra sólo dos de ellos.

Tras una larga e incierta lucha, los conjuradores habían reunido sus fuerzas para un último intento. Los malos presagios habían sido frecuentes, e incluso el escéptico Casio percibió su autenticidad. Bruto, temiendo el fracaso, también estaba afligido por el desesperado suicidio de su esposa y la forma en que se produjo. Sobre ambos particulares recaía el peso abrumador del combate desperdiciado y la causa perdida. El conflicto del día siguiente fue sólo una carrera contra un tiempo corto, embrollada por directrices erróneas y malentendidos, en tanto que las cavilaciones de Némesis cubrían el escenario con una lóbrega niebla.


Parte 2, marzo 2009

Casio, esforzándose por ver el movimiento de la batalla, dijo de su vista física que "era siempre penosa", pero ¿no lo había sido también su visión moral y política cuando se involucró en la conspiración junto a Bruto? En esos momentos finales, esta ceguera lo llevó a su muerte autoinfligida. También Marco, movido por el error que muestra "cosas que no son a los aptos pensamientos de los hombres", fue víctima del miedo y un exceso de confianza. Al final ambos se suicidaron en medio de presunciones mentecatas, porque para ellos dicha salida era "menos terrible" que ser llevados como prisioneros por Roma entre las burlas de sus antiguos amigos y subordinados.

Los romanos pensaban que era honorable el suicidio por lealtad a un amigo o una causa, o para escapar de desgracias, y por lo cual se enorgullecían. En el caso que nos compete, tres personas tomaron esa ruta con objeto de eludir lo que consideraban peor que la muerte; un cuarto hizo lo mismo por desesperación, originada en lamentables exageraciones y debilidad psíquica. Ninguno de ellos pensó en un resultado definitivo y la muerte parecía un muro desnudo. Se acercarían a ella, la saltaban y todo terminaría, sin responsabilidad ni efectos buenos o malos, sino sólo un vacío.

Las leyes de la Naturaleza, tal como son enunciadas en Teosofía y también la ciencia ortodoxa, declaran que las energías centradas en una forma viva no pueden encontrarse con destrucción y únicamente cambian de aspecto. Tras haber animado la forma, la abandonan de nuevo rompiendo así dicho esquema visible, pero aún las energías siguen ocupadas en moldear otras hechuras. La Teosofía aplica esto a las múltiples y variadas fuerzas que constituyen un humano vivo; por lo tanto, para una persona fallecida no puede existir "borrón y cuenta nueva" sin nada en el "otro lado".

Para el caso de alguien que se suicida o las víctimas de asesinato, dichas energías -pensamientos y emociones- que componen sus mentes y almas se hallan tan vivas y conectadas tras su expulsión del cuerpo físico como antes, y necesariamente se someten a una continua actuación y reacción entre ellas. Los consumadores invierten una enorme energía de voluntad en pensamientos tendientes a ambos crímenes, pues aquéllos se han fusionado con todas las demás líneas de pensamiento del período vital y les otorgan una índole particular, concibiendo juntos una unidad mental sostenida por la Ley de Cohesión en la Naturaleza. Cuando termina la cohesividad que integra a una persona, la ley dispersiva opuesta rompe con ese "todo" y remite las energías a otra parte. Ese minuto se convierte en el momento natural de muerte para un ser que ha permanecido en su cuerpo, pero el poder cohesivo entre las energías mentales no se destruye si hablamos de una entidad expulsada forzosamente de esa cobertura física. El pensamiento continúa, y como ahora no tiene nuevas experiencias objetivas, se ve obligado a ocuparse de las que ha tenido, sobre todo aquellas cogitaciones posteriores y muy fuertes que provocaron el suicidio. Por lo tanto, quien se autoinmola practica inevitablemente las líneas de su pensamiento que le llevaron al último acto terrestre: sus desesperaciones, males, deseos infructuosos, actos perversos y la desconexión repentina e ilícita. Y lo hace hasta el momento -ya sea dentro de meses o años- en que la cohesión entre sus energías llega a un fin natural legítimo.

Eso es lo que estaban obligados a afrontar los suicidas en el extracto de este drama: Bruto y Casio siempre planeando su contubernio, llevando a cabo sus batallas ganadas o perdidas, y su escape final de la vida; Porcia, la "verdadera y honorable esposa" de Bruto, obligada a sufrir una y otra vez la intranquilidad por ausencia marital, su dolor por el éxito enemigo y la tortura de ingerir brasas en el desequilibrio. Y como también los criminales, aquellos suicidas conspiradores se vieron forzados a reiterar siempre el apuñalamiento a César. Este es el tormento especial e inexperimentado que se trajeron a sí mismos con el suicidio. Como creía Bruto, no podían decir "ahora descansa, César" simplemente saliendo de sus cuerpos físicos; la obtención de quietud no podía ser tan fácil, pues habían perturbado en demasía el equilibrio de las fuerzas naturales.

Lastimosamente Bruto "lo sabía mejor". En la mañana del último día, él y Casio dialogaban así (Acto V, Escena 1):

"Casio: -Si perdemos esta batalla,
¿qué estás, entonces, decidido a hacer?

Bruto: -Incluso por la regla de esa filosofía
por la que culpé a Cato de la muerte
que se dio a sí mismo, no sé cómo,
lo encuentro cobarde y vil
por miedo a lo que pueda avecinarse,
para evitar el tiempo de la vida:
armándome de reciedumbre
para detener la providencia de algunos altos poderes
que nos gobiernan aquí abajo.

Casio: -Entonces, si salimos derrotados,
¿te conformas con que te lleven en volandas
por las calles de Roma?

Bruto: -No, no pienses así, noble romano,
que alguna vez Brutus irá a Roma;
tiene una mente demasiado grande".

En consecuencia, Bruto no evidenció la fuerza requerida para obedecer a su ideario conocido, que le habría llevado a enfrentarse a sus propios resultados y "detener la providencia de altos poderes gobernantes", demostrando ser tan teórico en su filosofía como en el arte de gobernar.


El psiquismo de la obra

El escrito de Shakespeare destaca algunos fenómenos psíquicos inusuales, en su mayoría ejemplos de profecía. Por muy poco que la mayoría de romanos conociera o practicara la antigua filosofía oriental, sí conservaba algunas creencias antiguas referentes a la predicción del futuro, y en las cuales se mezclaba mucha superstición y falsedad. La desmesura ficticia tal vez quedó ejemplificada en las narraciones de la pavorosa tormenta y los misteriosos eventos de la noche anterior a la muerte de César. Algunos de esos incidentes, sin embargo, pueden ser reconocidos por varios teósofos como posibles acontecimientos psíquicos.

Los fenómenos proféticos no sólo aludían a personas, sino que afectaban directamente a las contingencias políticas más importantes: la muerte de César y el fracaso letal de Bruto. Los teósofos saben que los Adeptos, si bien no se mezclan con la política transitoria determinada ni tratan de interferir con "la deriva general de las relaciones cósmicas del mundo", sí vigilan y trabajan en beneficio tanto individual como nacional. Dijo uno de Ellos: "Nunca hubo un tiempo -dentro o antes del llamado período histórico- en que nuestros predecesores no moldearan los acontecimientos y 'haciendo la historia'". Las manifestaciones psíquicas genuinas se encuentran entre los medios utilizados por Adeptos-Iniciados para "configurar eventualidades" a través de los individuos que experimentan dichos sucesos. Es posible que las perturbaciones del "extraño tiempo dispuesto" justo antes del magnicidio fueran empleadas o incluso producidas en parte como admoniciones de asesoramiento por Adeptos invisibles, que actuaban en ese momento para el bienestar de Roma. Si entonces el pueblo en su conjunto hubiera reconocido que los temibles acontecimientos eran realmente "portentosos para el clima que señalan", y si hubiera tomado realmente en serio esas advertencias, podría haber encontrado una manera de mejorar su condición político-ética para entonces. Si los Iniciados prestaban especial atención a Roma, el César como jefe de Gobierno naturalmente sería un foco principal de Su interés. Al prever mediante percepción espiritual los peligros que se avecinaban para él, y sabiendo que su muerte no serviría de nada, Ellos podían ejercer Su guía públicamente por medio de augures y más ocultamente en los sueños.


Parte 3, abril 2009

Los adivinos suelen ser personas con cierto grado de clarividencia natural, que fortalecen por diversos medios al enfocar sus ojos y atención hasta que la mente se cierra a asuntos externos y percibe las condiciones visibles en la Luz Astral. Esta zona rodea e interpenetra la Tierra, y en ella hay impresiones de acontecimientos pasados y futuros que pueden den ser leídas por quienes saben hacerlo.

Ya sea que fuera utilizado o no por Adeptos, el Adivino de la obra "Julio César" declaró fielmente su mensaje de peligro para el soberano en los Idus de marzo, pero corrió la suerte frecuente de los augures, pues fue llamado "soñador" y despreciado por aquél. En la mañana de los idus volvió a notificar el presagio, pero sin mejor resultado, pues muchas otras cuestiones reclamaban el interés de César. Para el Imperator era un momento de exhibicionismo y autogratificación.

Hoy el arte adivinatorio es muy conocido bajo otros nombres, como en la Antigüedad, y quizás igualmente acreditado o zaherido, donde la diferencia sólo radica en lo externo. Lo mismo ocurre con los sueños, y un gran número de personas inteligentes cree que la parte onírica tiene valor predictivo, pero no declaran este convencimiento. Por su lado, la Teosofía declara que esas experiencias internas tienen alguna legitimidad y ofrece una explicación verdadera sobre ellas.

En cuanto a dichas visiones, algunas se originan en causas fisiológicas y muestran poco valor, mientras las verdaderamente importantes surgen de la naturaleza manásica más profunda. H.P. Blavatsky escribió: "El Ego [Manas] es el actor, el individuo real y verdadero ser humano"; en las instancias oníricas o "reales (...) algo de lo que fue visto, hecho o pensado por el Ego se imprimió en el cerebro físico (...) nuestros sueños representan el estado de vigilia y las acciones del verdadero Ser, cuyo tenue recuerdo al momento de despertar se vuelve más o menos distorsionado por nuestra memoria física". Puesto que se habla de impresiones genuinas atañentes a "cosas vistas" o "eventos presenciados", pueden transmitir al cerebro material acontecimientos que para nosotros aún no se producen. Los sueños admonitorios, como el de Calpurnia, son "verídicos" y requieren "la cooperación activa del Ego interno (...) Los sueños proféticos (...) son fijados en nuestra memoria por el Ser Superior, y son generalmente claros y directos, como por ejemplo una voz oída o bien el suceso venidero y previsto". También existen "sueños de advertencia para los incapaces de prevenirse por sí mismos", y César era uno de ellos.

Es factible que una aguda intuición llevara a Shakespeare a realzar el relato de Plutarco, haciendo que se correspondieran exactamente el informe del Imperator sobre el sueño de su esposa y la posterior escenificación del mismo por parte de los conspiradores, pues de ese modo podría insinuarse la "cooperación egoica" necesaria para una alerta onírica. Además, el esfuerzo realizado por el Ser Superior de Calpurnia pudo indicarse por la afirmación de Julio de que ella "gritó tres veces en su sueño '¡socorro, socorro, que matan a César!'" La vislumbre de otro personaje -el poeta [Cayo Helvio] Cinna- sobre un peligro para él, y su falta de atención al mismo que le lleva a la muerte, refuerza sutil pero poderosamente los valores ocultos del sueño experimentado por Calpurnia y el desprecio de su marido al mismo. No hay dudas de que para Shakespeare y la gente de su tiempo los sueños y otros modos de videncia tenían la envergadura que se les atribuye en este drama. También es cierto que la enseñanza teosófica, aunque analice con mucho cuidado los ejemplos específicos, reconoce la actualidad de tales experiencias. El otro fenómeno psíquico importante le ocurrió a Bruto en su tienda la noche anterior al último combate (Acto IV, Escena 3): "Un monstruoso espectro, que le heló la sangre y puso los pelos de punta, autodenominado su espíritu maligno" ("Vida de Bruto"); la "extraña visión de una enorme y horripilante figura de pie junto a él", diciendo que en la siguiente batalla debería encontrarlo de nuevo. Marco interpretó aquéllo como el fantasma de César advirtiéndole que su "hora había llegado", pero la estantigua nunca se nombra a sí misma como tal ni Plutarco la llama en esos términos. La Teosofía asevera que un "fantasma", considerado estrictamente, es el doble astral de un individuo fallecido y en consecuencia debe parecerse a dicha persona. De todas formas, la entidad que se presentó a Bruto era de otro orden.

Para entenderlo es necesario considerar la antigua creencia de que los humanos tenemos "espíritus acompañantes". La Encyclopaedia de Hastings incluye información valiosa, sosteniendo que "a menudo un espíritu maligno se concebía como fantasma", en ocasiones vinculado a un "héroe" y posiblemente alguien asesinado, aunque en ciertas historias "los dos términos se emplean indistintamente". La visión de Bruto se cita como ejemplo de un demonio maligno "especialmente conexo a un individuo", pero no todos esos daimones eran perjudiciales. Platón comentaba en Fedón (107 D): "Cada hombre tiene un daimon distinto que le acompaña durante su vida y luego de la muerte", mientras Menandro declaraba: "Por cada persona al nacer, un daimon bueno toma su puesto para iniciarlo en los misterios de la vida". Asimismo, Hastings afirma que "se creía que un daimon vengador era designado para castigar los crímenes de una familia particular", y así Plutarco dijo de César: "El gran genio que le acompañó durante toda su vida, incluso tras morir, permaneció como vengador de su asesinato". Hastings añade: "Los pitagóricos siempre fomentaron la creencia en demonios, en especial (...) como representantes de las almas de los muertos (...) Decían que todo el aire estaba lleno de almas, y éstas se llaman demonios y héroes" (1).

(1) Encyclopaedia of Religion and Ethics, James Hastings, IV, p. 590.


Parte 4 y final, mayo 2009

Estos criterios en general son corroborados por Helena Blavatsky, aunque por supuesto se explican con matices más estrictos de significados ocultos:

-"Daimon era un nombre otorgado por los pueblos antiguos (...) a toda clase de espíritus, ya sean buenos o malos".

-"(...) la palabra 'demonio' (...) en el trasfondo que le da todo el mundo antiguo, significa el Espíritu guardián o 'Ángel', no un diablo de ascendencia satánica. Satán (...) es simplemente la personificación del mal abstracto, que es el arma de la ley kármica (...) Es nuestra naturaleza humana y el hombre mismo, pues se dice que 'Satanás está siempre próximo e inextricablemente vinculado a una persona'. Sólo es cuestión de que ese Poder esté latente o activo en nosotros".

-"Porfirio sentenció, hablando de los espíritus malignos: 'Los demonios son invisibles, pero saben revestirse de formas'".

-"El destino que (...) cada persona va tejiendo en torno a sí misma (...) es guiado por la voz celestial del prototipo invisible ('ángel de la guarda') fuera de nosotros, o por nuestra parte astral más íntima (hombre interior) que con demasiada frecuencia es el genio maligno de la entidad encarnada que se denomina 'ser humano'".

-"Todo el interminable catálogo de malos espíritus no son demonios [como algo distinto de la humanidad], sino pecados, crímenes y pensamientos humanos encarnados espiritualmente".

Estos pasajes parecen indicar que la aparición a Bruto era una forma adoptada por ese complejo de energías mentales: los "pecados y crímenes espiritualmente encarnados" -propios y ajenos- que causaron los gigantescos males del asesinato y la guerra. Al llegar a una hora rezagada y tranquila, cuando Marco estaba exhausto, afligido y su mente permanecía en un nivel astral pasivo, el fantasma gatilló en su fuero íntimo un pavoroso entendimiento de su responsabilidad. El minuto había llegado.

Esa "terrible apariencia con forma humana, pero de prodigiosa estatura y el más horrible aspecto" era también una encarnación próxima y análoga a aquéllo que los actos conspirativos e inhumanos extrajeron de César en sus instantes finales. Justo antes de apuñalarlo, sus enemigos habían suplicado insidiosamente el regreso en libertad de alguien a quien desterró, siendo el motivo encontrar en su negativa una excusa pública para el magnicidio. Perplejo y cada vez más irritado, César se negó finalmente con altanera prepotencia; entonces, con las puñaladas se despertaron en él miedo, ira, resentimiento ardoroso y profunda tristeza por los engaños y la injusticia practicados en su contra. Todos esos aspectos predominaron en su psiquis al llegar el deceso corporal, y es cierto que dicho conjunto de ambiciones y poderes conscientes, desencantos y anhelos, u odios y temores -que constituían la mente de quien "arrasó el mundo como un coloso"- no podía ser arrancado de la vida por repentinas puñaladas traicioneras de supuestos amigos, sin llevar a la muerte una profunda melancolía y altísimas furias vengativas. Este peso emocional, por su propia naturaleza feroz y temible, se reflejaría en una figura de semblante hórrido.

Hay además una razón especial y sutil para la visita de aquélla a Bruto como artífice del mal y "representante cesariano". La causal puede encontrarse en el baño de sangre, representado por Shakespeare con horripilancia gráfica. Bruto dio el ejemplo al gritar:

"Agachaos, romanos, agachaos,
y bañemos los brazos hasta el codo
en la sangre de César,
untando nuestras espadas...
Y agitando las armas rojas sobre nuestras cabezas,
gritemos al unísono '¡paz y libertad!'" (Acto III, Escena 1).

De este modo, Marco multiplicó por diez y envenenó los lazos magnéticos entre César, él mismo y los demás criminales, porque la sangre tiene cualidades atractivas muy poderosas.

Fue ese carácter magnético y portador de vida lo que llevó a las creencias en el misterioso poder sanguíneo, y generó prácticas como señalaba Shakespeare: "Los grandes hombres oprimirán por tintas, impurezas, reliquias y conocimiento". Varias religiones enseñan veneración por la sangre y su poder sacramental para unificar en un nexo fuerte y sagrado a quienes la compartían, eran tocados por ella o "purificados". Aunque esos criterios terminaban fácilmente en excesos salvajes, nada podía destruir las cualidades peculiares de dicho fluido. En este caso, ellas actuaron no sólo para componer un lazo particularmente estrecho entre el Imperator y sus asesinos, sino que trenzaron en una unidad más fuerte aquellas terribles fuerzas psíquicas enviadas por la mente del soberano cuando murió. Al bañar las manos en su sangre y agitar los puñales embadurnados, invocaron sobre sí mismos esas extrañas fuerzas naturales que se amalgamaron e hicieron visibles en la monstruosa figura que visitó a Bruto por causa del crimen, y que en palabras de Plutarco era "el vengador" y perseguía "a través de todas las tierras a todos quienes estaban implicados, sin dejar escapar a ninguno".

El filósofo chino Lao-Tse decía: "Si un reino se gobierna de acuerdo con el Tao, los espíritus de los difuntos serán tan pacíficos como la gente y no molestarán a nadie, porque ellos también están regidos por el Tao. Cuando esa armonía prevalece entre los vivos y quienes se han ido, sus buenas influencias se combinan".

Aparte del magnetismo tangible en la sangre de César, había otro enlace aún más oculto para la visita a Brutus: la atracción de alma entre los dos hombres, siendo viejos amigos enlazados por afectos. Marco fue rescatado del peligro político por Julio, recibió honores y dignidades, e incluso el soberano confiaba en su protegido. Todos estos lazos Bruto los rompió en jirones temblorosos, empapados con los fluidos etéreos de la vida interior no reconocida.

Además, puesto que Bruto era siempre el centro y motor protagónico de la unidad actoral que constituía la historia, puede ser que Shakespeare lo considerara un símbolo sintético, tanto ética como dramáticamente, que se representaba a sí mismo, a sus compañeros conspiradores, a todo el gobierno y el Estado; un emblema roto en fragmentos por su traición, falta de sabiduría e incompetencia política. Cuando se le considera bajo este prisma y comparamos sus posibles logros con fracasos reales, Bruto y el drama que lo esboza destacan entre los grandes resultados trágicos de la creación shakespeariana: imágenes conmovedoras de nobleza cegada por falsas ideas de lo que constituye el deber del individuo consigo mismo y sus pares, así como también hacia el país y su gobierno.