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11 de agosto de 2025

Hamlet, un relato de trastorno psíquico

 
[The Theosophical Movement, vol. XIII, p. 34-40, enero 1942].

Ibídem [L.U.T. de Mumbay, India], parte 1, noviembre 2009

[N.del T.: se omiten "cláusulas-relleno"].

La Naturaleza conlleva equilibrio, así como el ser humano y el vínculo entre ambos. Lo que denominamos cordura es salud mental, moral y física, el balance de todos nuestros estados y principios. Muy pocos individuos en la era actual exhiben esa virtud, y la gran mayoría de gente sólo incurre en obstinaciones. Algunas tesituras promedio se consideran estándares y normales, mientras lo que se aleja de ellas es visto a modo de patología o anormalidad. Los principios humanos, en cuanto instrumentos por los cuales opera el alma, protegen y manifiestan el Poder Espiritual, y debido a errores o abusos conscientes y pretéritos de pensamiento o acción, esos medios pueden estar mal conectados en una persona, y el efecto en las partes de su índole psíquica es comparable a la acción de un cuerpo donde los huesos y músculos permanecen desarticulados.

En el uso general, no están bien definidos los términos "psíquico" y "psiquismo", pues abarcan nociones parcialmente correctas o equívocas, o incluso vagas y limitadas, utilizándose para referir no sólo a un aspecto de la naturaleza humana y algunos de sus poderes o principios importantes, sino también a varios fenómenos trascendentes. Cada uno de estos empleos es bastante apropiado, pero debemos considerar que las facultades psíquicas conforman nuestra naturaleza en gran medida, y constituyen vías por donde aquéllas trabajan y se manifiestan; asimismo, dichos fenómenos vitales -tanto subjetivos como objetivos- resultan de interrelaciones y actividades entre esos componentes y aptitudes. Los eventos análogos muestran la existencia y característica de lo psíquico como un gran departamento en la Naturaleza y el ser humano. Añádase que buena parte de la confusión se debe a conceptos restrictos acerca de hechos psíquicos, pues varios de ellos no comportan ese rasgo, y lo que la gente llama “tormentas cerebrales” o “trastornos” emocionales (entusiasmo, miedo, ira, etc.) sí entran en esa categoría.

Sin embargo, la expresión "fenómeno psíquico" se suele adscribir a lo "extraordinario", "insólito" o "sobrenatural", aquéllo que la ciencia materialista ignora o no explica. Esta limitación es ciertamente una desgracia, si bien el término engloba una amplia gama de experiencias y proclividades muy evidentes en la humanidad. El atractivo -a menudo hipnótico- que ejerce lo "extraño" y "siniestro" es suplidor y refugio de supercherías, sentimentalismo radical y temores incomprensibles. Naturalmente, también ha sido y es un terreno fértil para embaucadores de avidez comercial y especialistas en "psico-algo" bajo diversos nombres.

Esta gruesa nube de ignorancia puede disiparse al estudiar las enseñanzas teosóficas sobre nuestra división septenaria. La Sabiduría Perenne declara que lo "psíquico" circunscribe todos los elementos humanos, excepto los más egregios/espirituales y sus contrarios o físicos; por ende, tenemos fases psíquicas sublimes e inferiores. Así, es esto lo que evoluciona a lo largo de múltiples experiencias, permaneciendo mortal y transitorio, o volviéndose limpio y duradero; bajando a la materia no desarrollada/efímera (ignorancia) o ascendiendo al Espíritu (conocimiento real). Hoy la mayoría de personas es ignara de fases psíquicas superiores, al vivir demasiado tiempo complaciendo los sentidos somáticos.

En Teosofía, también el adjetivo "psíquico" designa la cuarta división humana o "intermedia" de las siete [Kama-Manas] que pende de un hilo entre bien y mal, lo verdadero y falso. Bajo ese contexto, el drama Hamlet puede llamarse “psíquico” pues la acción y tragedia se encuentran en el comportamiento de ese principio al interior del personaje central.

Sin oponerse directamente a ningún argumento a favor o en contra de la sensatez de Hamlet, un teósofo puede decir que la locura estriba en desconexiones verídicas entre órganos y funciones cerebrales, tiene trasfondo kármico y su causa es moral. En Hamlet, el principio medio tiende al descontrol en algunos actos, pero pronto recupera su aplomo. El sector kama-manásico es especialmente inestable en un particular cuyos "estratos" internos no poseen raigambre; su mente vacila y es susceptible a influencias externas benéficas y perjudiciales; experimenta fantasías locas, arrebatos súbitos de pasión o entusiasmo, y períodos de melancolía o duda que frenan cualquier iniciativa. Un sujeto así vive en el psiquismo inferior -atado siempre a lo físico- y no logra controlarlo, pues su voluntad oscila entre violencia y laxitud. Los impulsos valóricos son gelatinosos y el funcionamiento espiritual está casi reprimido; de esta forma, es posible que los críticos no hayan prestado suficiente atención a las fases en la vida de Hamlet que podrían considerarse éticas.

Desde una perspectiva teosófica, la locura puede escrutarse según el nivel de egoísmo en individuos, o su intensidad de búsquedas personalistas. Hamlet no es ciertamente magnánimo, pero tampoco es tan ególatra como cabría esperar. El hecho de que su tío le suplantara en la herencia regia no parece constituir el factor principal de la melancolía que lo envuelve al inicio. Había sentido gran amor por sus padres verdaderos, pero el progenitor murió de improviso, y desconfía de su madre y tío asombrado de que se casaran tan pronto. Su autoestima se ve menos herida que el apego familiar, un sentimiento que le incide profundamente y llena de consternada admiración. No piensa en reivindicar sus derechos legales, y contrario al deseo de sus mayores, se retira a la universidad donde puede seguir viviendo en paz. Es estudioso, pensador y soñador, prefiriendo mantenerse pasivo.

A medida que avanza el drama, se responde a la pregunta de qué trastoca su principio medio y lo deja sin el riel de la Voluntad Superior. La conmoción en su amor filial provoca melancolía excesiva, además de pánico tras aparecer el Fantasma del rey quien devela su muerte por asesinato y traición del tío, amparada por debilidad materna; ello termina por derrumbar sus cimientos, y ante ese vuelco llega la orden de "¡venganza!" Pero antes de obedecerla y mientras duda, entabla una relación con Ofelia que pronto le crea más perturbación mental.

Infeliz en el hogar, al comienzo la frecuenta porque es encantadora y puede consolarlo; detesta la sensualidad de su madre y Ofelia parece dulcemente pura. Cuando más tarde ella obedece la apresurada orden paternal de no dar más tiempo a Hamlet, le duele el cambio inexplicable y su frialdad. Rumiando todas estas experiencias conmovedoras, las emociones suelen alcanzar el paroxismo. En uno de esos instantes, con la psique confundida y sus ropas desaliñadas, la busca en secreto para descubrir quién es realmente: ¿puede confiar en ella y representar lo que necesita? Todo lo que logra ver es un rostro inexpresivo, sus temores y silencio, sin tener más opción que considerarle una "chica débil". La abandona sumido en gran dolor, comprendiendo gradualmente que no desea cortejar más. El propio luto de Ofelia por la directriz superior, que la priva de su amante, se intensifica con la compasión por ese "loco de amor".


Parte 2, diciembre 2009

Polonio y el rey experimentan con Hamlet bajo esa posibilidad. Ofelia está plenamente consciente del ardid, y la sitúan en un lugar donde pueden observar cómo el joven la sorprende, pero intuye y se convence de que lo están espiando. En un instante, decide retornar el engaño (...); pregunta a su amada por el padre y ella responde con dulzura que se halla en casa. Herido de enojo ante la mentira y el comportamiento despreciable de los dos hombres, sintiendo además su propia locura, la de ella y del mundo entero, despotrica de tal manera que termina doblegándole (...).

Durante un tiempo, Hamlet siente rabia y disgusto por Ofelia y su progenitor, mientras la "chica débil" se hunde en melancolía por afectos frustrados. Pronto llega el deceso paterno a manos de su examante, y la pesadumbre se transforma en locura. La reacción a estos golpes es profundamente personal (...) significando concentración total en uno mismo, los sueños de matrimonio y la persona querida. La mente no tiene otro designio, el alma carece de perspectivas amplias y no hay fuerzas para opugnar el desencanto.

Así, con Ofelia los Adeptos demuestran que la insania surge por formas de egoísmo muy concentrado, y desde esta visión, la muerte puede parecer simbólica. Tras caer al agua (materia) sus amplios vestidos se inflan y la sostienen por un rato, esparciendo flores, canciones y delicadas gracias, hasta precipitarse al fondo (sustancia primigenia). Su óbito es lamentable, pero más todavía la insípida existencia anímica. Esa abulia extrema hace imposible admirarla, y un error filosófico de muchos autores es elogiar a Ofelia, presas de una "gran conmoción literaria"...

El proceder irracional de Hamlet en la tumba es parecido al que tendría cualquier desequilibrado frente a imprevistos, pesares y vituperios. Ofelia y el sentimiento que despertaba en él habían sido parcialmente olvidados, mientras rumia la idea de venganza y otras complicaciones causadas por el atraso. Debido a su ausencia, no ha recibido novedades de la mujer que amaba. Justo después de volver, piensa distraídamente junto a un nicho recién cavado, cuando se sorprende que los asistentes despiden a Ofelia. Ve a su hermano sobre el ataúd con lamentos excesivos, y entonces el viejo amor invade al protagonista; disgustado por ese dolor artificial, lucha contra el pariente para ver cuál de ambos es digno de su memoria.

Sin embargo, duran poco las agonías de decepción y tristeza. Tales experiencias son propias de la vida humana, mas para Hamlet representan obstáculos y desvíos en su camino, sin constituir la línea básica de acción mental. El Fantasma le impuso un deber, pero ¿por qué no lo ha cumplido? (...).

En la enseñanza teosófica, los Kamarupas son restos orgánico-sutiles de fallecidos que se desintegran post-mortem, pero los asesinados por cualquier vía no manifiestan igual condición, es decir, la adherencia de sus principios en la vida física los sigue amalgamando a dichos residuos, hasta que desaparecen por agotamiento natural. Así, el kamarupa del exgobernante es muy cohesivo y puede materializarse -incluso con armas- ante los guardias de palacio y Hamlet (...). Un kamarupa sólo está desprovisto de cuerpo tangible (...) pero no puede funcionar ni afectar la vida terrena, salvo mediante un humano vivo. De este modo (...) el espectro conserva iguales creencias teológicas, feudales y raciales, códigos de honor, orgullo aristócrático y autoritario, o deseos de privilegios y méritos.

Desde la infancia, Hamlet asimiló dichas nociones y nunca las cuestionaba mucho, pero su naturaleza se inclina a la filosofía y otras actividades eruditas. En vida, el rey consideraba que el castigo era la única compensación adecuada por cualquier deshonra que se le infligiera, y en cuanto kamarupa, aún resiente los agravios al no disfrutar la continuidad mundana y sus posesiones, estimulado por injusticias, el hermano traidor y la esposa canalla (...). Este deseo es lo que le permite materializarse, y su exigencia de venganza se muestra imperiosa y compulsiva: eliminar al tío para reclamar el trono.

Pero tal demanda es errónea, egoísta y contraria a las leyes naturales. Toda persona no es sólo "miembro de una familia", sino también un Ego independiente y humano séptuple con virtudes y vicios, cuyo Karma se despliega en cada uno de los Siete Planos (...). El pensamiento y acto de asesinar repercuten en la totalidad del ser (...) y la verdadera norma ética se centra en la visión de Atma o el Ser Superior. Según esto, la venganza jamás es conveniente, y la Voz de Aquéllo se escucha como "recuerdos de conciencia" en cualquier particular que no sea completamente insensible a la maldad.

¿Cuál es, entonces, la relación de Hamlet con ese kamarupa y su exigencia, desde una perspectiva espiritual? Durante la visita, aunque tiembla de miedo, está convencido de que la aparición es un "remanente vivo" del padre (...). Su acogida en los primeros minutos es consecuencia del cariño filial y las creencias inculcadas, como el falso sentido de honor que manda "compensar" un crimen por otro, pero también su mente ha estado llena de resentimiento sospechoso hacia el tío. Por lo tanto y mientras habla el Fantasma, Hamlet tiene poca o ninguna vislumbre para cuestionar la "enmienda", o ver lo que simboliza el kamarupa y pretende conseguir. Su rencor lo deja completamente débil, y aún si no está obsesionado por el espectro (...) permanece bajo su influencia a lo largo de la obra.

Anteriormente, Hamlet se volvió egoísta por molicie intelectual, pese a su bondad innata (...) se había gratificado con muchos años de estudios universitarios (...) en vez de convertirse en compañero principal, consejero y protector del padre contra Polonio y el tío. Se hizo pasivo en la vida y admite varios errores, pero no lucha por mejorar. Su principal motor no es el Espíritu, sino la mente racional; bien entrenado en análisis lógico, es lento para discernir entre sus motivos tenebrosos y correctos, o escudriñar éticamente las sutilezas del pensamiento. Tampoco asume una posición práctica y dominante en la corte (probablemente el tío contaba con esa debilidad) ni percibe el origen de su inconstancia. Demuestra que el kamarupa es genuino y otorga información verdadera, mas no progresa moralmente con tal de apreciar que la venganza es injusta y convencional, y su promesa (...) le coloca sobre cimientos falsos mediante un deber quimérico.

En consencuencia, Hamlet comparte y alimenta la ojeriza (...) sin detectar el peligro de semejante "trato con los muertos". Dada la ignorancia general sobre el tema, la confianza y obediencia de un hombre en dicho contexto pueden obstaculizar la debida atención a tareas prácticas en el mundo de los vivos. Aunque se siente parte de una nación, su anhelo vengativo (...) es mucho más vigoroso que erradicar la maldad aristocrática y servir al pueblo danés. En ninguna parte de las conversaciones (...) hay reconocimiento claro de su obligación hacia ellos, y así, el patriotismo del hijo es muy pérfido.


Parte 3 y última, enero 2009

Pese a todos sus malentendidos y omisiones, Hamlet tiene remordimientos acerca de la revancha. En su interior (...) el Ego los envía cual conato por iluminarle. Sus titubeos y demoras se deben en parte a las advertencias del Ser Superior, que no logra comprender al verse empañadas por indolencia mental y fáctica (...). El intelecto asiduo de Hamlet es superficial (...) albergando una profunda resistencia al cambio (...) su voluntad en la vida exterior es rápida e incluso violenta, y al interior sigue inmersa en abulia psíquica. Las alertas del Ego (...) no tienen mucho poder, cuya razón data de vidas pretéritas donde fueron ignoradas, y hoy no permiten elección libre al momento presente (...).

Hamlet no ha comprendido los niveles cruciales de la filosofía, moralmente regeneradores, conformándose con la "religión" y "ética" predominantes (...). Esa lentitud psíquica viene de una incapacidad para ofrecer su conocimiento al servicio de los demás y gestionar el propio desarrollo valórico (...). La "advertencia silente" lo hace dudar, pues incluso cuando encuentra rezando al monarca, no siente impulsos de misericordia. Percibiendo la hipocresía, experimenta un motivo adicional para vengarse de modo más feroz (...). En lugar de reconocer la guía mística, se autoculpa furiosamente (...). Esta desidia lo afecta casi desde el principio, en cuanto el Fantasma se aleja. Incluso en las primeras tentativas, su vehemencia enflaquece bajo el análisis intelectual y la búsqueda en su archivo para refinar conclusiones sobre el tío, su país y la deplorable situación (...).

Los guardias le piden que aclare lo del Fantasma. Para proteger su privacidad, se le ocurre fingir vesania, lo cual implica "actuar en el futuro y retrasar el presente"; se nota incapaz al no saber qué hacer, pero en realidad no desea actuar, presa de sus llamamientos de conciencia y flojera, lo cual se transforma en autocompasión ("El tiempo está fuera de su cauce/pero, ¡oh, maldito rencor, ojalá hubiera nacido para remediarlo!") (...). Deja pasar los días mientras simula y reflexiona. Poco a poco, se excusa albergando dudas sobre el Fantasma y su palabra, creyendo que debería obtener mejores pruebas (...). Se deja llevar por el recuerdo de Ofelia y su ruina psicológica; luego ingresa pretendiendo "conmover la conciencia del rey" y encuentra la oportunidad propicia para vengarse (...) pero renuncia al plan, pensando que después la represalia será más exitosa. Furioso con su madre (...) mata al espía Polonio (...) y quizás con cierto autodesprecio, posibilita que el fementido rey lo expulse del país.

Sólo una vez la Admonición Divina logra disipar estas nubes negras, cuando su vida corre peligro. Entonces, gracias a una acción rápida, descubre que el rey lo ha enviado a morir y consigue volver, no sin antes empeñar a sus guardias (...). Su conciencia del bien y el mal es casi nula, se precipita más en la estulticia y no tiene más propósito ni oportunidad trascendentes (...). Cerca del final, la "Voz de lo Alto" avisa otros peligros, pero no escucha a la "divinidad que ya había forjado su último sueño". El tío malévolo enreda al joven adversario en intrigas nefarias que terminan por involucrar a la esposa y otros actores. Hamlet comprende el juego y se satisface quitando la vida al dinasta (...).

Un teósofo no puede sino sobrecogerse ante el karma que representa ese momento e insinúa para el futuro. Vidas huecas, gente corrupta, chances perdidas, repeticiones y agonías venideras, ¡todo porque se ha comprendido tan poco de ese presente fugaz! Sin embargo, no hay fatalismo en la tragedia, pues siempre existe la facultad de elegir con miras a superar nuestras tentaciones, y actuar mediante aflatos egregios.

En el siglo XIX, la obra Hamlet fue descrita por autores alemanes e ingleses como "el mayor logro de Shakespeare", y ciertamente gozó de enorme popularidad (...). Primero, refleja la lentitud psíquica que ciega el discernimiento, acalla el susurro espiritual y ahoga sus mejores aspiraciones; segundo, muestra el error de intelectualizar la vida y considerarle "meta suprema"; y tercero, cauciona sobre la insistencia en vengarse debido a múltiples afrentas. Enseña asimismo el riesgo de flirtear con la nigromancia (...) real o supuesta, amén de sus tendencias con origen kármico por desdeñar consejos o reprimendas correctivos (...).

A nuestro alrededor hay hombres y mujeres que lidian contra estos errores, necesitando ser comprendidos y animados con guías meritorias. Resulta llamativo que aquellos críticos con alta estima por esa obra, encontraran allí una imagen de sí mismos (...): mentes brillantes e inestables, líneas de acción no superiores a las de Hamlet, y sus fines quizá no tan decentes (...). De hecho, la cotidianidad de los problemas presentados es lo que le confiere su mayor poder de atracción (...). Es factible que esta praxis no sea reconocida conscientemente, pero implica cierto poder consultivo para quienes se identifican con Hamlet, y pueden beneficiarse mucho de su instrucción semioculta si tienen el espíritu agudo para comprender la serie de causas y efectos más hondos en su carácter (...).

19 de marzo de 2022

Materialismo, ingenuidad y carácter débil


Muchas veces nos topamos con personas que miran en menos la espiritualidad, aduciendo que quienes muestran intereses místicos parecen ser "tontos", "chiflados", "raros", "incomprensibles", "estrambóticos"... e "ingenuos". Y tienen su cuota de razón. Los problemas laborales, familiares, de salud o económicos y a menudo estimulados por el ritmo cruel y estresante de la "sociedad" sobrepasan a mucha gente, creando una epidemia de "resignación escéptica" que alienta la desconfianza mutua e ignora la parte espiritual de la vida. Por tanto, en el fondo de la crítica mencionada y en forma tácita se nos reprocha por "esconder" los males sociales bajo la alfombra, y en otros casos más extremos se acusa a varias tendencias o prácticas metafísicas contemporáneas de lucrar con el dolor ajeno de manera totalmente inmoral. No tiene sentido reproducir aquí los testimonios y noticias pasadas o recientes sobre el tema, pues nuestros lectores podrán haberse informado o buscarán los datos pertinentes. 

Para varios de nosotros sería muy difícil enseñar espiritualidad a un policía o un delincuente, tratando de explicarles las doctrinas gemelas de karma/reencarnación, o despertar en ellos el interés de abandonar sus actividades por "generar conflicto o violencia". Además, ¿cómo inculcaríamos conocimientos espirituales a quienes trabajan, por ejemplo, en entornos muy estresantes y con familias ya establecidas? ¿Qué nivel de aplicabilidad encontrarán ellos en los valores éticos, si al final esas virtudes se practican sólo para asegurar réditos egoí$ta$ y no por el bien real de todos los involucrados, ya sean empresarios, clientes, trabajadores u otros? ¿Es realmente "espiritual" o "ejemplar" ser "humilde" y soportar vejámenes únicamente cuando se impone o exige de forma unilateral (tratando a burrajos conflictivos como "intocables"), o es más bien cuando esa cualidad surge espontáneamente de la persona? ¿Y qué hay de los frecuentes divorcios o rompimientos familiares motivados por estrés laboral? 

Los entornos de trabajo con excesiva presión son un claro ejemplo sobre la imposición de una falsa fortaleza y una ética de pacotilla en el individuo que sirven a motivaciones indudablemente diabólicas y alimenta de modo deliberado o inconsciente el ciclo del materialismo, por cuanto esos supuestos "valores" terminan por derrumbarse o se muestran inútiles a la hora de enfrentar complicaciones más graves y de mayor connotación existencial. Esta es también la causa de que varias personas necesiten recurrir al consumo de drogas para "producir" en sus rubros (lo que es muy frecuente en el mundo del espectáculo, la mafia y entre muchos "políticos") e incapaces de dejar su adicción primaria a la ganancia inmediata.

La impresión general de no pocos críticos es que hoy pasamos de la antigua servidumbre física, al sometimiento psicológico y la identificación con posesiones o la pseudomoral narci$i$ta, que buscan sacar provecho de todo lo que cae bajo su influencia. Si hemos de apelar a la "justicia con uno mismo", entonces nadie debiera convertirse en "piedra de tope" ni "esponja" absorbente de la mala clase e inmadurez de otros, lo cual es de hecho el "gran" e "inteligente" requisito para la estabilidad en muchos "trabajo$". Precisamente es esto lo que termina por acumular sentimientos negativos en la gente y que estallan en el momento menos pensado bajo las peores formas, repercutiendo así en la estabilidad emocional del núcleo familiar y en la propia persona que padece esta crisis, confirmando así la idea anterior sobre los pseudovalores éticos que se "imparten" en varios sectores del mundo laboral.

Con esta suerte de "paréntesis" se demuestra que, si bien hay "ciudadano$" que prefieren "pasar" de la espiritualidad por los prejuicios mencionados al comienzo, también ellos tienen parte de culpa por formar parte de un círculo vicioso, y en consecuencia su acusación de "ingenuidad" o "tontería" hacia los asuntos metafísicos no está totalmente justificada y corresponde más bien a un condicionamiento psíquico o masoquista en lugar de una actitud observadora.

Pero volviendo al tema y si consideramos el crudo contexto de muchos países, no es correcto ni inteligente llevar la especulación espiritual al grado de colorear ciertas situaciones con un sentimentalismo que limita con el ámbito de lo absurdo, manipulador o dogmático. Nos guste o no, la realidad está ahí y como teósofos es nuestro deber adoptar posturas sensatas que puedan alejarse de los libros, por muy queridos que sean. Si hemos de ser consecuentes con nuestra fe en el karma, es necesario plantear que mientras detentemos con ahínco una posición meramente emocional/ideológica y que no tome en cuenta el bienestar del entorno, entonces la oposición a dicha postura será más fuerte y nos pondrá a prueba una y otra vez hasta que hayamos deshecho esa ilusión a la que nos aferrábamos tanto. De aquí la justa reprimenda hacia los interesados en metafísica por comportarse de forma "egoísta", pues se percibe que éstos parecen pensar "esto a mí no me va a suceder" y se alzan en una suerte de "pedestal" imaginario, creyendo estar a salvo de influencias negativas. Ciertamente la Teosofía sostiene que el pensamiento genera corrientes de atracción/repulsión respecto de otras personas o determinadas circunstancias, aunque esto no es garantía de inmunidad de cara al mal humano. 

Esto en parte es similar al reclamo de varios cristianos o católicos que han perdido familiares o amigos por enfermedad terminal o actos de violencia, y dicen "pero si yo siempre he sido buen creyente, esposo (a), padre/madre, hice mis mandas como correspondía, ¿y Dios me abandona justo ahora?" Pueden haber dos razones para ello: o no son tan buenas personas como dicen ser, o tienen fortaleza/carácter débil ante la inminencia de la muerte y en realidad sí están aferrados a lo material expresado bajo la apariencia de sensaciones o recuerdos placenteros

Estos casos de ingenuidad espiritual (el que se construye un mausoleo imaginario y los que delegan su "fuerza" mística en un "agente externo") también pasan a ser consideraciones que en la práctica constituyen malentendidos. Por ejemplo, habrá quienes piensen que en realidad no es útil asistir a otros en su pesar con la excusa de "ellos sufren por su propia culpa (karma negativo)"; que es "justificable" centrarse sólo en las propias dificultades y dejar a los otros a su suerte; que si el mundo te da la espalda también hay que ignorar el entorno, y así sucesivamente. Vemos así que la ingenuidad quebradiza, defectuosa y volátil puede muy fácilmente convertirse en amargura/resentimiento y casi de forma imperceptible. Recurriendo a las enseñanzas básicas del budismo, tenemos un adagio nepalés bastante duro, pero muy necesario para estos tiempos de moral enferma, y válido tanto para los adictos a lo material como a cándidos espirituales: "Si piensas que todo en tu vida es perfecto, bien eres un iluminado o bien un perfecto idiota".

De esta forma, en plena época de Kali-Yuga no es recomendable adoptar un comportamiento tal que nos lleve a distorsionar la realidad y acomodarla al "yo psicológico/inferior", por muy retocado que podamos tenerlo. Recordemos además que la "sensación de espiritualidad" se confunde muy seguido con el "aura o sentimiento grupal" del que echan mano un sinfín de sectas para suprimir el sentido crítico tan necesario en la actualidad. Precisamente éste es el problema de base sobre las divisiones en el Movimiento Teosófico, es decir, por una parte están los que en sus ansias por nuevas "revelaciones" aceptan "autoridades" o "fuentes" sin evaluarlas, y a su vez éstos "reprochan" (rasgando vestiduras en nombre de una "tolerancia" o "flexibilidad" de piñata) la actitud de los teósofos que por otro lado sí necesitamos (y debemos) ponderar esas enseñanzas con la consecuente y necesaria denuncia.   

Este mismo espíritu constante de cuestionamiento no debiera limitarse sólo a la "arena teosófica", sino hacerse extensible también al ámbito social, y existe la impresión de que algunos teósofos en su comprensible candidez (aunque muy limitante) no asumen un compromiso serio, imparcial e independiente acerca de crear consciencia frente a males humanos definidos y cómo explicarlos o subsanarlos desde las enseñanzas de la Doctrina. Y es justamente esta y otras conductas lo que aleja a la gente de la espiritualidad haciéndole pensar que "todas las religiones son más o menos lo mismo" y espetar los calificativos burlones descritos al inicio. Si se va a enseñar Teosofía, entonces es imperativo adquirir un enfoque lo más aterrizado y práctico posible, evitando estrictamente toda especulación, todo dogmatismo y todo amoldamiento de consciencia tanto en las reuniones públicas de logias o grupos de estudio, como en el trabajo de difusión por internet. Lo que la gente solicita a diario y sin decirlo es ayuda con praxis, lógica y aspectos claramente definidos, porque ya se ven manifestaciones de asco por las piruetas y los sobajeos intelectuales o emocionales tan comunes en la religión organizada, los grupos sectarios y la moda neoerista. 

Para terminar, se adjunta una fábula china con miras a la reflexión personal.  


Un carácter demasiado débil

Había una vez un viejo campesino que vivía del producto de algunas hectáreas de tierra que él mismo cultivaba. Era un hombre débil de carácter, pero tomaba su defecto con espíritu apacible.

Un día fueron a decirle:

-Su vecino metió la vaca en vuestro campo y el animal pisoteó toda su plantación de arroz.

-No lo habrá hecho a propósito –contestó el viejo campesino–. No tengo nada que reprocharle.

Al día siguiente le comentaron:

-El vecino está cosechando el arroz de vuestro terreno.
-Mi vecino no tiene gran cosa que comer -explicó el viejo campesino-; mi arroz madura antes que el suyo, y que coseche un poco para alimentar a su familia no tiene ninguna importancia.

La humildad de este individuo que siempre lo llevaba a hacer concesiones volvió al vecino cada día más audaz; se apropió de una parte del campo, y para hacer un mango a su azadón cortó una rama del árbol que sombreaba la tumba de los antepasados del anciano. Perdiendo la paciencia, el viejo campesino fue a pedir explicaciones:

-¿Por qué se ha apoderado usted de una parte de mi campo?
-Nuestros campos están juntos –replicó el bribón–, los dos pertenecen al mismo terreno sin cultivar que desbrozamos y la línea de demarcación nunca ha sido bien definida. ¿Y me reprocháis que usurpo vuestra tierra? ¡Pero si es más bien usted quien se apodera de la mía!

-De todas maneras, ¿por qué cortasteis las ramas del árbol que sombreaba la tumba de mis antepasados?

-¿Y por qué no enterró más lejos a vuestros familiares? –contestó el otro–; ese árbol tiene raíces que se extienden por debajo de mis tierras y ramas que pasan por encima de mi campo. Si yo quiero cortarlas, ¡eso es cuenta mía!

Ante tanta mala fe, el campesino empezó a temblar de cólera, pero su debilidad de carácter se impuso y, saludando a su vecino, le dijo:

-¡Esto que sucede es completamente culpa mía! ¡No debí escogerlo a usted como vecino!

Pu Li Zi (compilado por Ma Shifang, principios del siglo XIX).

Aquila in Terris