4 de febrero de 2022

Orígenes humanos: el mito científico del mono ancestral (4 de 10)

David Pratt
Febrero 2004, septiembre 2014

 
Contenidos:
 
02. Fábulas genéticas: Adán y Eva
-Similitudes humano-simio
-La "Eva africana"
-El "Adán africano"
-Genética y arqueología
 
 
02. Fábulas genéticas: Adán y Eva

Similitudes humano-simio

Frecuentemente los darwinistas sostienen que el ADN humano y del chimpancé son idéntico en más del 98% (1); por ejemplo, el Instituto Smithsoniano señala que el ADN humano difiere de dichos monos y también bonobos por 1,2%, mientras que el ADN humano, de chimpancé y bonobo se diferencia del de los gorilas en alrededor de 1,6% y el ADN de estos simios africanos es distinto al que tiene el orangután -el gran simio asiático- en un 3,1%. Estas cifras se basan únicamente en las mediciones de reemplazos en los bloques de construcción básicos de genes seleccionados que comparten las especies en cuestión. Si además se tienen en cuenta las eliminaciones, duplicaciones e inserciones de segmentos de ADN hay una distinción adicional de 4 a 5% entre los genomas humanos y de chimpancé. A partir de cifras como éstas y planteadas por primera vez en la década de 1970, se infiere comúnmente que humanos, chimpancés y bonobos están más estrechamente relacionados entre sí que cualquiera de ellos con los gorilas u otro primate (2).
 
Los esbozos iniciales de los genomas humano y de chimpancé no se dieron a conocer hasta el año 2001 y 2005, respectivamente. Sin embargo, incluso hoy las cifras de similitud en el ADN no se basan en una comparación de genomas completos sino en las secuencias de ADN seleccionadas y ya conocidas por tener una elevada semejanza. Como explican Jeffrey Tomkins y Jerry Bergman, los datos secuenciales del ADN "a menudo pasan por varios niveles de prerevisión, filtrado y selección antes de ser sintetizados y discutidos. Con frecuencia las regiones y lagunas no alineables en los patrones de secuencia se omiten en los resultados finales o se complejiza su impacto". Tomkins y Bergman hallaron que cuando se toman datos omitidos la similitud humano-chimpancé para las secuencias consideradas no es mayor al 81 u 87% (3). Muchos de los estudios que encontraron una diferencia de 1-2% se basaron en secuencias muy escogidas de ADN proteíno-codificante -altamente conservado- mientras que parte del 95% del genoma humano se compone de ADN no codificante llamado hasta hace un tiempo "ADN basura", pero actualmente se reconoce como factor decisivo para regular la expresión génica. Tomkins y Bergman también señalan que mediante el empleo de técnicas similares a las utilizadas en la comparación de humanos y chimpancés, el ADN de los primeros es 35% idéntico al ADN del narciso [flor], pero "no se infiere que seamos físicamente el 35% de esa planta".
 
Un estudio detallado de cromosomas sexuales (cromosomas X e Y) y no sexuales (autosomas) por Tomkins informó los siguientes resultados:
 
"Sólo el 69% del cromosoma X de chimpancé fue similar al humano y sólo el 43% del cromosoma Y. La similitud autosómica de chimpancé a humano en promedio fue de 70,7% con un rango de 66,1% a 77,9% en función del cromosoma. En todo el genoma sólo el 70% del ADN de chimpancé fue similar al humano bajo las condiciones más óptimas de rebanado secuencial. Los chimpancés y humanos comparten muchas regiones proteíno-codificantes localizadas de alta similitud; sin embargo, en general hay una extrema discontinuidad secuencial de ADN entre los dos genomas" (4). 
 
La afirmación de que humanos y chimpancés son genéticamente iguales en un 98% es claramente absurda, pues se informa que el genoma de los últimos es 8% más grande que el de los primeros. Además, los humanos tienen 23 pares de cromosomas en comparación con los 24 en chimpancés y otros grandes simios. Otras discrepancias refieren a que los cromosomas 4, 9, y 12 son muy diferentes en humanos y chimpancés y que los genes y marcadores en estos cromosomas no se hallan en el mismo orden (5); incluso un estudio de 2010 demostró que los cromosomas Y entre ambos animales son "horriblemente distintos entre sí". El cromosoma Y del chimpancé tiene sólo dos tercios de tantos genes distintos o familias génicas como el cromosoma Y humano, y sólo el 47% de tantos elementos proteino-codificantes como los últimos; también más de 30% del cromosoma Y chimpancé carece de un homólogo alineable en el nuestro (6).
 
Para explicar por qué chimpancés y humanos tienen diferente número cromosómico, los darwinistas argumentan que los cromosomas 2A y 2B de chimpancé se fusionaron de principio a fin formando el cromosoma humano 2. Supuestamente la prueba llegó en 1991 cuando los investigadores descubrieron una secuencia de ADN con desempeño fusionador similar como en el cromosoma humano 2; sin embargo, tuvo un tamaño inesperadamente pequeño (800 bases) y se encontraba altamente degenerado (ambiguo) dados los supuestos 3 a 6 millones de años de divergencia de un ancestro común, y lo más relevante es que contenía una firma nunca antes vista: una fusión telómero-telómero (regiones en el extremo de los cromosomas que contienen miles de repeticiones para una secuencia de ADN particular). Ahora se sabe que la supuesta secuencia de fusión es parte clave de un gen regulador importante, y puesto que se ubica en la hebra cromosomal orientada inversamente tiene que ser leído en dicho sentido y no en la orientación directa que se usa típicamente como evidencia de una fusión. Además, los genes que rodean el presunto sitio de fusión no existen en el cromosoma 2A ó 2B de chimpancé (7). François de Sarre, quien rechaza la teoría la teoría de ancestralidad primate, sostiene que el cromosoma 2 humano en realidad se dividió en los cromosomas 2A y 2B, y éste último también ha adquirido material genético adicional (8), lo cual es coherente con la posición teosófica de que los monos descendieron parcialmente de los humanos y desarrollaron una anatomía más especializada.
 
Aunque la conexión chimpancé-humano recibe con creces la mayor publicidad, diferentes tipos de estudios genéticos dan resultados contradictorios respecto a la relación evolutiva entre humanos, chimpancés y gorilas. En el caso del ADN nuclear, la evidencia del cromosoma Y hace que los chimpancés se acerquen más a nosotros, pero la prueba del cromosoma X hace que los primeros se asemejen más a los gorilas al igual que el análisis para el gen de involucrina y bandas cromosómicas. Algunos estudios de ADN mitocondrial sugieren que humanos, chimpancés y gorilas están igualmente próximos unos de otros; no obstante, un análisis indicó que las mitocondrias humanas parecen representar una separación radical de organismos examinados previamente y no se originan de los familiares reconocibles en los organismos actuales (9).
 
Jeffrey Schwartz señala que de los 26 rasgos únicos que tenemos en común con los hominoideos vivos, todos comparten 26 con el orangután, 9 con chimpancés y gorilas y sólo cinco con el gibón. Por lo tanto, sostiene que los humanos están más estrechamente relacionados con el orangután que con los simios africanos y cuestiona el uso de datos moleculares y bioquímicos para establecer relaciones evolutivas entre humanos y simios (10). Jonathan Marks dice que con relación a la evidencia del esqueleto, el cráneo vincula humanos y chimpancés, pero el resto del esqueleto une a chimpancés y gorilas. Al igual que Schwartz, Marks pone en duda el aserto predominante de que la evidencia genética es superior a otros tipos de pruebas, diciendo que se ha utilizado para hacer "generalizaciones precipitadas" y "sacar conclusiones beligerantes sobre la base de suposiciones cuestionables" (11).
 
Como se ha señalado, los genes están muy sobrevalorados por los biólogos materialistas, pues esas estructuras sólo especifican qué aminoácidos deben enhebrarse para formar moléculas de proteínas, y no es tan sorprendente que los cuerpos de humanos y monos estén compuestos de ingredientes moleculares parecidos. El verdadero problema es explicar cómo esos componentes se organizan en estructuras complejas y por qué los humanos tienen mentes autoconscientes mientras que todos los simios no las evidencian.

 
La "Eva africana"

De acuerdo con la hipótesis dominante de la "Eva africana" o "mitocondrial", todos los humanos vivos pueden rastrear parte de su herencia genética a una hembra que vivió en África hace unos 150.000 años. Esta teoría se basa en estudios de ADN mitocondrial (ADNmt) que heredamos sólo de nuestras madres. Se supone que los únicos cambios que sufre el ADNmt son aquéllos que se acumulan por mutaciones azarosas, y que al calcular la tasa de mutación el ADNmt puede emplearse como una especie de reloj. Sobre la base de datos de ADN mitocondrial de diferentes poblaciones humanas, los programas computacionales identifican qué grupo tiene la mayor variación/mutación en su ADN mitocondrial, por cuanto se cree que éste es el grupo más antiguo y el parental. También se analiza que tan atrás en el tiempo debemos remontarnos respecto a la diversidad de ADNmt observada en las poblaciones humanas de hoy para fundirse en una sóla secuencia de ADNmt remoto, y se supone que esto proporciona la fecha del último ancestro común.
 
Todas las conjeturas subyacentes a este método son falsas (1). Se piensa que el ADN mitocondrial sufre mutaciones azarosas en una tasa fija y no está sujeta a selección natural, pero en realidad la tasa de mutación es en realidad estocástica o probabilística lo que hace imposible una perfecta calibración del reloj molecular. Por otra parte existe una creciente evidencia de que la selección natural afecta el ADNmt lo que significa que el reloj molecular se ejecutará a diferentes velocidades en distintas poblaciones. Por ejemplo, si en un grupo la selección natural elimina algunas de las mutaciones esto hará que ese colectivo parezca más joven de lo que es realmente. Algunos científicos también han desafiado la creencia de que el ADN mitocondrial se hereda exclusivamente de la madre y no se recombina de forma aleatoria con ADN masculino durante la reproducción sexual; hasta ahora se han encontrado pruebas de herencia paterna de ADNmt en mejillones, moscas de la fruta, ratones y anchoas.
 
El hecho de que las poblaciones africanas puedan mostrar un mayor nivel de diversidad ADNmt que las de Asia y Europa no significa necesariamente que los grupos africanos sean los más antiguos. Si la población aumenta más rápidamente en una región que en otra, esto puede causar en ella una mayor diversidad; por el contrario, los "embotellamientos" de población (donde ésta se reduce a sólo unas pocas parejas de apareamiento) conducen a una pérdida de variación. La variabilidad genética al interior de estos grupos y entre ellos también puede surgir de niveles bajos aunque consistentes de entrecruzamiento combinado con el desarrollo de cambios genéticos aleatorios en grupos regionales. Como señala el genetista Alan Templeton: 'La diversidad en una región no refleja necesariamente la edad de la población local, sino más bien la época desde que apareció la última mutación favorable en la población, la historia demográfica de expansión en el tamaño de la misma, la extensión del flujo génico con otras poblaciones y así sucesivamente" (2).
 
Se afirma con frecuencia que nuestro último ancestro común vivió hace 150.000 a 200.000 años, pero diferentes estudios de ADN mitocondrial han arrojado fechas ampliamente divergentes. Un análisis de 1986 que utilizó cálculos intraespecíficos para calibrar el reloj molecular (es decir, tasas de mutación sólo en poblaciones humanas) produjeron un rango de edad para "Eva" de 140.000 a 290.000 años; sin embargo, Templeton calculó que teniendo en cuenta los efectos probabilísticos y del nivel de divergencia del ADNmt entre 1,4 a 9,3% hallado por algunos investigadores, la fecha dilucidada sería de entre 33.000 a 675.000 años (3). También se determinó que el ADNmt parece estar mutando mucho más rápido de lo que se esperaba, y si esto fuera cierto también en el pasado la "Eva mitocondrial" tendría una antigüedad de sólo 6.000 años (4).
 
Un estudio de 1991 obtuvo un rango de 166.000 a 249.000 años mediante el empleo de cálculos interespecíficos para calibrar la tasa de mutación; se supone que los humanos divergieron de los chimpancés hace 4 ó 6 millones de años, pero P. Gingerich estima que dicha división tuvo lugar hace 9,2 millones de años, lo que daría una fecha de 554.000 años para "Eva". Por otra parte, Lovejoy et al. encontraron que los investigadores habían cometido un error matemático que cuando fue corregido arrojaba una datación para "Eva" de al menos 1,3 millones de años (5).

Algunos estudios de ADN mitocondrial han contradicho la hipótesis de la "Eva africana" y sugieren que los humanos modernos tienen raíces asiáticas o africano-asiáticas. En términos de anatomía, los asiáticos y europeos están más estrechamente relacionados que cualquiera de ellos con los africanos (6). Si el continente negro es el hogar de los humanos modernos, es difícil explicar por qué nuestros cromosomas carecen de una secuencia de gen protector denominado "marcador babuino", pues todos los primates no-humanos que se sabe llevan esta secuencia génica son africanos como el gorila y chimpancé (7). 
 
 
El "Adán africano"

La contraparte masculina del ADNmt es el cromosoma Y que se hereda sólo del padre. Muchos científicos creen que así como podemos rastrear nuestro ADNmt a una "Eva africana", así también podemos hacerlo con los cromosomas Y hasta un "Adán africano" u "hombre-Y", aunque otros investigadores lo ven como "una aparición estadística generada por dudosos supuestos evolucionistas" (1). Como en el caso del ADNmt, diversos factores interfieren con el reloj molecular del cromosoma Y: la mayor diversidad en cromosomas Y entre las poblaciones de África podría deberse a que este continente estaba más densamente poblado, y la diversidad fuera de este lugar pudo haberse reducido por la propagación de genes particularmente favorables a través de esas poblaciones. En otras palabras, los humanos podrían tener millones de años de antigüedad y la diversificación genética que vemos hoy podría reflejar simplemente eventos genéticos recientes en esa larga historia.
 
Un estudio publicado en 1995 llegó a la conclusión de que los humanos tuvieron un ancestro común hace 270.000 años. No obstante, los investigadores reconocieron que este corolario se basa en muchos supuestos de fondo; por ejemplo, que la línea humana se separó de la del chimpancé hace unos 5 millones de años y que los resultados están abiertos a otras interpretaciones. Un número de Nature de 1995 contenía dos artículos sobre el origen de los cromosomas Y existentes y uno de ellos determinó una edad de 37.000 a 49.000 años, mientras que el otro la estimó en 188.000 años con un rango posible de 51.000 a 411.000 años. Un análisis posterior arrojó una fecha de 150.000 años y encontró que la raíz del árbol estadístico estaba en África, pero que además de un movimiento "originado en África" hacia el Viejo Mundo pudo haber existido un desplazamiento de vuelta a África desde Asia (2). Un estudio de 2001 concluyó que tres mutaciones en los cromosomas Y entre las poblaciones de África oriental se pueden remontar a una mutación que surgió en dicho continente entre 35.000 y 89.000 años atrás. Los autores admitieron que los cromosomas Y arcaicos de humanos modernos podían ser borrados por selección natural ("barrido de selección") y también por procesos aleatorios tales como la deriva genética. Se percataron de que la edad de un ancestro común calculada utilizando genes de autosoma/cromosoma X oscilaban entre 535.000 a 1.860.000 años, mucho más antigua que las dataciones favorecidas de ADN mitocondrial y cromosoma Y. Para explicar esto los investigadores especularon que en el transcurso de "embotellamientos" en la población durante una supuesta migración fuera de África pudo haber tres o cuatro veces más hombres como mujeres, lo que lleva a una mayor diversidad en el ADN del autosoma/cromosoma X (3).
 
Un documento de 2013 informó el hallazgo de un linaje hasta entonces desconocido del cromosoma Y que dio una fecha de 338.000 años para el ancestro común más reciente (con un rango de 237.000 a 581.000 años); aquí también se sugirió que "los modelos más complejos para el origen de la diversidad del cromosoma Y" debían ser considerados con el fin de reconciliar esto con la fecha favorecida y basada en ADNmt (4), y esto demuestra cómo las hipótesis auxiliares siempre pueden ser trastocadas para generar resultados "anómalos" más en consonancia con la ortodoxia actual.
 
Los estudios de ADN nuclear (ADNn) también han llevado a corolarios divergentes acerca de nuestros antecesores humanos. En un análisis que apoya la hipótesis de la "Eva africana" los dos marcadores génicos examinados sugirieron que la especie humana se divide en tres poblaciones distintas, a saber, subsaharianos, africanos nororientales ¡y todos los demás en el mundo! Otra investigación indicó que los africanos y euroasiáticos están separados por una gran distancia genética, contradiciendo de este modo la teoría "fuera de África" (5). Un análisis de 1990 concluyó que las poblaciones caucasoides (localizadas desde el norte de África hasta India) estaban más cerca del reservorio genético ancestral en lugar de los subsaharianos. Otro estudio de alelos (formas diferentes del mismo gen) que codifican la molécula globina señaló una edad mayor de 200.000 años para las poblaciones humanas modernas y posiblemente hasta 3 millones de años (6).

 
Genética y arqueología

La última versión sobre la teoría multirregional está de acuerdo con la teoría "fuera de África" en que los modernos Homo sapiens probablemente se originaron en ese continente hace unos 200.000 años, pero difiere al sugerir que posterior a su salida de esa región tuvo lugar un entrecruzamiento significativo con homínidos pre-sapiens en otras partes del mundo, como los neandertales en Europa y erectus en Asia, llevando así a la evolución de los humanos modernos. Hay abundante evidencia fósil y arqueológica que apunta al cruzamiento entre diferentes poblaciones humanas (1) y el punto en cuestión es saber exactamente qué grado de entrecruzamiento se produjo. Como dice Erik Trinkaus, el debate ahora se centra en "cuantías triviales de mezcla frente a grandes cantidades" (2) o como señalaba el New Scientist: "Algunas disputas parecen terminar con argumentos sobre casi nada" (3). Ambas teorías probablemente son erróneas ya que los fósiles más antiguos de humanos modernos tienen una antigüedad de muchos millones de años, pero hoy esta evidencia prácticamente no tiene ninguna posibilidad de recibir una consideración justa (véase la siguiente sección).
 
Entretanto, el debate actual continúa. Mientras que la mayoría de los análisis genéticos se centran en una sóla región de ADN y producen resultados muy variables, Alan Templeton realizó un estudio basado en 25 de esas regiones y llegó a las siguientes conclusiones: a) un evento de expansión "fuera de África" tuvo lugar hace 1,9 millones de años, lo que corresponde a la propagación inicial del Homo erectus fuera de dicho sector; b) una segunda expansión externa al continente ocurrió hace unos 700.000 años coincidiendo con la difusión de la cultura achelense e implicó un cruzamiento con algunas poblaciones de Eurasia; c) finalmente los humanos anatómicamente modernos empezaron a expandirse fuera del África subsahariana hace 130.000 años y se cruzaron en niveles bajos con poblaciones euroasiáticas arcaicas, distorsionando así la hipótesis de que los humanos modernos reemplazaron por completo las poblaciones arcaicas que fueron encontrando. Templeton sostiene que los tres eventos de expansión son corroborados por fósiles y evidencia arqueológica y sucedieron durante períodos climáticamente favorables (4).
 
Las diferencias de ADN se han interpretado en el sentido de que la línea neandertal se separó de aquélla conducente a los humanos modernos hace unos 500.000 años (5). De igual forma, la evidencia fósil muestra signos de un considerable cruce entre neandertales y humanos contemporáneos (6). Hasta alrededor de 2010 los estudios genéticos parecían mostrar que los neandertales se extinguieron sin contribuir con genes a los humanos modernos; sin embargo, los análisis más recientes indican que los neandertales en promedio están más cerca de las personas en Eurasia que a los africanos y que entre un 1 y 4% de los genomas de individuos en Eurasia se deriva de los neandertales, probablemente a través de cruzamientos entre 80.000 y 28.000 años atrás (7). Otra investigación encontró que alrededor del 20% de la reserva génica neandertal estaba presente en un amplio muestreo de individuos no africanos, a pesar de que el genoma de cada sujeto era sólo 2% neandertal (8). La evidencia genética señala que los primeros humanos modernos se cruzaron no sólo con neandertales sino también con los denisovanos, una población hominina del Paleozoico que se extendió desde Siberia hasta el sudeste de Asia y también un grupo todavía más antiguo que sigue siendo desconocido (9).
 
Las limitaciones y falta de fiabilidad en los análisis genéticos están claramente expuestos por los resultados contradictorios producidos por diferentes estudios. David Frayer comenta:
 
"A diferencia de los datos genéticos derivados de humanos vivos, los fósiles se pueden utilizar para probar predicciones de teorías sobre el pasado sin depender de una larga lista de suposiciones sobre la neutralidad de marcadores genéticos, tasas de mutación u otros requisitos necesarios para retrodecir el pasado a partir de la variación genética actual (...) A lo sumo, la información genética ofrece una teoría de cómo pudieron ocurrir los orígenes de los humanos modernos si son correctos los supuestos utilizados en la interpretación de los datos genéticos".
 
Rosalind Harding afirma: "No hay ninguna prueba genética clara. Tendremos que dejar que la gente fósil responda a esto" (10). No obstante, la tendencia actual entre los darwinistas es crear una dependencia creciente de los análisis estadísticos en los datos genéticos en lugar de la evidencia fósil.
 
La literatura teosófica indica que los fósiles humanos asombrosamente antiguos pudieron aparecer en Asia Central ya que es aquí donde nuestra quinta humanidad (o raza-raíz) se convirtió en un reservorio humano distinto hace aproximadamente 1 millón de años. Se dice que esta región fue hogar de una serie de civilizaciones florecientes durante los últimos 4 ó 5 millones de años desde la época intermedia de la era atlante*.
 
*Los 4 a 5 millones de años en la escala temporal teosófica corresponden a los 26-34 millones de años en la cronología científica, es decir, el Oligoceno.
 
Los descubrimientos arqueológicos futuros están obligados a traer muchas sorpresas y encontrarse con una gran resistencia. Desde 1982 el arqueólogo Yuri Mochanov y su equipo han localizado varios miles de herramientas de piedra muy antiguas en Diring Yuriakh y otros sitios a lo largo del río Lena en Siberia. Varias técnicas de datación sugieren que los estratos en que se encuentran dichos artefactos tienen entre 1,8 y 3,2 millones de años, y tal fecha es inaceptable para los antropólogos tradicionales que prefieren la cifra más conservadora de unos 300.000 años. Mochanov dice que los descubrimientos nos obligan a reexaminar "el concepto olvidado que el norte y centro de Asia fue el hogar original de la humanidad" (12).
 
En las colinas de Pabbi (norte de Pakistán) fueron desenterrados artefactos de 2 millones de años, lo cual "pone en tela de juicio toda la cronología de la evolución y dispersión de los homínidos, tanto en África como en Asia". La mayoría de los científicos considera que los artefactos de edad muy superior fueron fabricados por el Homo erectus, pero la datación en este caso es difícil de cuestionar (13). En el yacimiento fósil de Renzidong en el este de China hay huesos de animales que muestran signos de descuartizamiento mezclados con herramientas líticas fechadas en 2,25 millones de años. En el este de África también se halló un fragmento mandibular con dientes parecidos a los del primer Homo y muchos científicos chinos creen que H. erectus evolucionó independientemente en Asia (14). Una fecha de homínido aún más antigua en Asia proviene de Yenangyaung en el centro de Myanmar (Birmania) donde en la década de 1890 se hallaron utensilios de sílex simples y un fémur o húmero humano en estratos de 3 y 4 millones de años (15). Este último descubrimiento parece haber sido olvidado desde hace mucho tiempo, y como se muestra en la siguiente sección, esto se aplica a un gran número de otros hallazgos que destruyen el paradigma.

 
Referencias

Similitudes humano-simio

1. Chris Stringer y Peter Andrews, The Complete World of Human Evolution, New York: Thames & Hudson, 2da edición, 2011, p. 24.

2. humanorigins.si.edu/evidence/genetics.
3. Jeffrey Tomkins y Jerry Bergman, "Genomic monkey business – estimates of nearly identical human-chimp DNA similarity re-evaluated using omitted data", Journal of Creation, v. 26, n° 1, 2012, p. 94-100, creation.com; Jerry Bergman y Jeffrey Tomkins, "Is the human genome nearly identical to chimpanzee? – a reassessment of the literature", Journal of Creation, v. 26, n° 1, 2012, p. 54-60, creation.com.

4. Jeffrey Tomkins, "Comprehensive analysis of chimpanzee and human chromosomes reveals average DNA similarity of 70%", Answers Research Journal, v. 6, 2013, answersingenesis.org.

5. Science Frontiers, n° 150, nov.-dic. 2003, p. 2.
6. Lizzie Buchen, "The fickle Y chromosome", Nature, v. 463, 2010, p. 149, nature.com; J.F. Hughes et al., ‘Chimpanzee and human Y chromosomes are remarkably divergent in structure and gene content", Nature, v. 463, 2010, p. 536-9, nature.com.

7. Jeffrey Tomkins, "New research debunks human chromosome fusion", Acts & Facts, v. 42, n° 12, 2013, icr.org; Jeffrey Tomkins, "Alleged human chromosome 2 'fusion site' encodes an active DNA binding domain inside a complex and highly expressed gene – negating fusion", Answers Research Journal, v. 6, 2013, p. 367-75, answersingenesis.org.

8. François de Sarre, "Statut phylogenique des hominoïdes", part 1, Bipedia, n° 5, septiembre 1990, http://perso.wanadoo.fr/initial.bipedalism/5.htm.

9. William R. Corliss (comp.), Biological Anomalies: Humans III, Glen Arm, MD: Sourcebook Project, 1994, p. 101-2, 105-6.

10. William R. Corliss (comp.), Biological Anomalies: Humans I, Glen Arm, MD: Sourcebook Project, 1992, p. 28-30.

11. Jonathan Marks, "Blood will tell (won’t it?): a century of molecular discourse in anthropological systematics", American Journal of Physical Anthropology, v. 94, 1994, p. 59-79.

 
La "Eva africana"

1. Alan R. Templeton, "The 'Eve' hypotheses: a genetic critique and reanalysis", American Anthropologist, v. 95, 1993, p. 51-72; Marvin L. Lubenow, Bones of Contention: A creationist assessment of human fossils, Grand Rapids, MI: BakerBooks, 2da edición, 2004, p. 225-9.

2. "The 'Eve' hypotheses: a genetic critique and reanalysis", p. 59; B. Bower, "DNA’s evolutionary dilemma", 6 de febrero de 1999, sciencenews.org.

3. "The 'Eve' hypotheses: a genetic critique and reanalysis’, p. 58.
4. A. Gibbons, "Calibrating the mitochondrial clock", Science, v. 279, enero 1998, p. 28-9.

5. Michael A. Cremo, Human Devolution: A Vedic alternative to Darwin’s theory, Los Angeles, CA: Bhaktivedanta Book Publishing, 2003, p. 85-6.

6. Ronald A. Fonda, "Africa Eve, Eurasian Adam, the age and origin of the human species", heretical.com/science/rafonda1.html.

7. Biological Anomalies: Humans III, p. 78-9, 91-2.

 
El "Adán africano"

1. B. Bower, ‘'Y-guy' steps into human-evolution debate", Science News, v. 158, 2000, p. 295.

2. Nature, v. 378, 1995, p. 376-80; Cremo, Human Devolution, p. 92.
3. Human Devolution, p. 94.
4. F. Mendez et al., "An African American paternal lineage adds an extremely ancient root to the human Y chromosome phylogenetic tree", American Journal of Human Genetics, v. 92, 2013, p. 454-9, ucl.ac.uk.

5. Corliss, Biological Anomalies: Humans III, p. 93, 104.
6. Human Devolution, p. 89.

 
Genética y arqueología

1. Kate Wong, "Is out of Africa going out the door?", 19 de agosto de 1999, www.sciam.com; B. Bower, "Gene, fossil data back diverse human roots", Science News, v. 159, 2001, p. 21; Milford Wolpoff y Rachel Caspari, Race and Human Evolution, New York: Simon & Schuster, 1997, p. 270-80.

2. Citado en Lubenow, Bones of Contention, p. 177.
3. New Scientist, 14 de junio de 2003, p. 3.
4. A.R. Templeton, "Haplotype trees and modern human origins", American Journal of Physical Anthropology, v. 128, 2005, p. 33-59, wiley.com; A.R. Templeton, "Gene flow, haplotype patterns and modern human origins", eLS, 2012, wiley.com.

5. R.E. Green et al., "Analysis of one million base pairs of Neanderthal DNA", Nature, v. 444, 2006, p. 330-6, nature.com.

6. B. Bower, "Gene test probes Neandertal origins", Science News, v. 158, 2000, p. 21.

7. R.E. Green et al., "A draft sequence of the Neandertal genome", Science, v. 328, 2010, p. 710-22, sciencemag.org; S. Sankararaman, N. Patterson, H. Li, S. Pääbo y D. Reich, "The date of interbreeding between Neandertals and modern humans", PLoS Genetics, v. 8, 2012, e1002947, plosgenetics.org.

8. B. Vernot y J.M. Akey, "Resurrecting surviving Neandertal lineages from modern human genomes", Science, v. 343, 2014, p. 1017-21.

9. E. Pennisi, "More genomes from Denisova Cave show mixing of early human groups", Science, v. 340, n° 6134, 2013, p. 799, scribd.com; K. Prüfer et al., "The complete genome sequence of a Neanderthal from the Altai Mountains", Nature, v. 505, n° 7481, 2013, p. 43-9.

10. Citado en Cremo, Human Devolution, p. 90, 95.
12. Patrick Huyghe, "On human origins: out-of-Siberia. An interview with Yuri Mochanov", The Anomalist, n° 2, primavera de 1995, p. 28-47; Heather Hobden, "Diring Yuryakh – and the first Siberians", 2014, cosmicelk.net/Siberiahistory1.htm; Yuri A. Mochanov y Svetlana A. Fedoseeva, Archaeology, the Paleolithic of Northeast Asia, a Non-Tropical Origin for Humanity, and the Earliest Stages of the Settlement of America, Burnaby, BC: Archaeology Press, Simon Fraser University, 2008.

13. H. Rendell y R. Dennell, "Asian axe 2 million years old", The Geographical Magazine, v. 59, 1987, p. 270-2; S. Bunney, "First migrants will travel back in time", New Scientist, 18 de junio de 1987, p. 36.

14. R. Ciochon y R. Larick, "Early Homo erectus tools in China", Archaeology, v. 53, enero/febrero 2000, p. 14-5.

15. William R. Corliss (comp.), Archeological Anomalies: Small artifacts, Glen Arm, MD: Sourcebook Project, 2003, p. 189-90.