4 de febrero de 2022

Orígenes humanos: el mito científico del mono ancestral (5 de 10)

David Pratt
Febrero 2004, septiembre 2014


Contenido:

03. Evidencia suprimida de antigüedad humana


03. Evidencia suprimida de antigüedad humana

El año 1993 vio la publicación de un trabajo académico y controvertido de 900 páginas llamado "Forbidden Archeology" compuesto por Michael Cremo y Richard Thompson (1). Presenta una abundante evidencia -en forma de herramientas líticas, huesos incisos y restos óseos- que sugiere que los humanos modernos existían en el Plioceno, Mioceno e incluso los primeros tiempos del Terciario, millones de años antes de la aparición de nuestros presuntos ancestros simiescos como señala la teoría general. La mayor parte de esta evidencia fue descubierta por científicos de renombre en el siglo XIX y principios del XX antes que arraigara la escala de tiempo moderna y truncada sobre la evolución humana. Cremo y Thompson escriben:

"Estos descubrimientos no son bien conocidos y fueron olvidados por la ciencia en el transcurso de muchas décadas o en varios casos eliminados por un proceso sesgado de filtración de conocimiento. El resultado es que los estudiantes modernos de paleoantropología no están en posesión de la gama completa de evidencia científica relativa al origen y la antigüedad humanos; más bien, la mayoría de las personas -incluidos científicos profesionales- sólo está expuesta a una selección cuidadosamente revisada de pruebas que apoyan la teoría ahora aceptada de que los homínidos protohumanos evolucionaron de antecesores simiescos en África durante el Plioceno tardío y el Pleistoceno temprano, y que los humanos modernos se derivaron a partir de dichos homínidos en el Pleistoceno tardío, en África u otros lugares" (2). 

Los autores también analizan en detalle hallazgos fósiles más recientes y muestran cómo las preconcepciones teóricas todavía condicionan la aceptación o el rechazo de la evidencia y la forma en que se interpreta. Concluyen que varios tipos de seres humanos y simiescos han coexistido durante decenas de millones de años en el pasado.

La institucionalidad científica respondió con ira a Cremo y Thompson por su desafío a las creencias profundamente sostenidas. Richard Leakey llamó a su libro "pura farsa"; el American Journal of Physical Anthropology lo etiquetó como "babosería creacionista pseudo-hindú", "antropología popular torpe" y "una verdadera cornucopia de baratijas" (3). Ambos escritores declaran abiertamente su afiliación al Instituto Bhaktivedanta, una rama de la Asociación Internacional para la Conciencia de Krishna y muchos críticos atacaron el libro con el argumento de que las creencias de sus autores impidieron el manejo imparcial del tema principal. Esto es injusto ya que todos los autores -incluidos los darwinistas- poseen una postura filosófica que podría afectar su objetividad y todas las pruebas y argumentos deben resistir o caerse según sus propios méritos.

Las respuestas de los científicos profesionales no fueron enteramente negativas. Algunos eruditos convencionales reconocieron la calidad de la investigación contenida en el texto; por ejemplo, David Heppell (Departamento de Historia Natural del Museo Real de Escocia) escribió: "Una recopilación muy exhaustiva y académica (...) Ya sea que se acepten o no las pruebas presentadas, ciertamente parece que ya no habrá ninguna excusa para ignorarlo" (4). Incluso un darwinista ortodoxo intentó refutar "Forbidden Archeology" con otro largo libro, pero simplemente trata de encontrar defectos en un puñado de casos dejando intacta la mayor parte de la evidencia (5). 

Gran parte de los casos presentados por Cremo y Thompson salió a la luz poco después de que Darwin publicara "El Origen de las Especies" en 1859. En ese momento no había hallazgos fósiles notables excepto el hombre de Neanderthal y tampoco existía una historia claramente establecida de descendencia humana para ser defendida. Como resultado, los científicos profesionales reportaron muchos descubrimientos que hoy nunca llegarían a las páginas de cualquier revista académica respetable. La mayoría de los fósiles y artefactos "anómalos" fue desenterrada antes del descubrimiento por Eugene Dubois del hombre de Java en 1891-1892, y así Dubois llamó a esta especie Pithecanthropus erectus creyendo que era intermedia entre los simios y el género Homo, pero hoy se clasifica bajo la categoría de Homo erectus.

"El hombre de Java se encontró en depósitos del Pleistoceno medio a los que generalmente de atribuye una edad de 800.000 años. El descubrimiento se convirtió en punto de referencia y a partir de entonces los científicos no esperan encontrar fósiles o artefactos humanos anatómicamente modernos en depósitos de igual o mayor edad. Si lo conseguían, ellos (o alguien más sabio) solían concluir que esto era imposible y encontraban alguna manera de desacreditar el hallazgo como error, ilusión o engaño" (6). 

En 1884 el antropólogo Armand de Quatrefages escribió: "Las objeciones a la existencia humana en el Plioceno y Mioceno parecen estar habitualmente más relacionadas con consideraciones teóricas que la observación directa" (7). Alfred Wallace expresó su consternación por la evidencia de que los humanos anatómicamente modernos y existentes en el Terciario tendía a ser "atacada con todas las armas de la duda, acusación y burla" (8). Por supuesto, ninguno de los cientos de casos documentados por Cremo y Thompson necesariamente son válidos y la  mayoría de ellos suscitó controversia en ese momento, pero los argumentos opuestos no fueron tan abrumadores y concluyentes para justificar la virtual ausencia de cualquier consideración seria de esta evidencia anómala en los relatos modernos sobre evolución humana.

En la segunda mitad del siglo XIX numerosos científicos descubrieron huesos y proyectiles con roturas e incisiones que indicaban una presencia humana en el Plioceno, Mioceno e incluso antes. Los opositores sugirieron que las marcas y agrietamientos observados en huesos fósiles fueron causadas por acción de carnívoros, tiburones o presión geológica, pero los partidarios de los hallazgos ofrecieron contraargumentos detallados. Los científicos también presentaron grandes cantidades de lo que suponían ser herramientas de piedra y armas. Estos descubrimientos fueron reportados en revistas consolidadas y discutidas a fondo en congresos científicos, pero hoy casi nadie ha oído hablar de ellos. El punto de vista actual es que los homininos del Plioceno tardío y medio eran australopitecos muy primitivos de los que generalmente se piensa eran incapaces de elaborar herramientas líticas.


Fig. 3.1. Arriba: herramientas de piedra encontradas por A. Rutot bajo arenas del Oligoceno tardío en Boncelles (Bélgica) en 1907. Debajo: implementos fabricados por nativos de Tasmania en tiempos históricos recientes y que se parecen bastante a los utensilios de la ilustración superior (9).

En 1881 y en la formación Red Crag del Plioceno tardío (Inglaterra) se encontró una concha que exhibía una cara humana tosca pero reconocible y tallada en su superficie exterior. Fue datada en más de 2 millones de años, mientras que según las opiniones estándar los humanos capaces de tal habilidad artística no llegaron a Europa hasta hace unos 40 mil años. A principios del siglo XX el geólogo J. Reid Moir encontró herramientas de piedra rudimentarias (eolitos) y artefactos líticos más avanzados (paleolitos) en y bajo la formación Red Crag que podrían tener de 2 a 55 millones de años. Los hallazgos obtuvieron el apoyo de Henri Breuil, uno de los críticos más abiertos de los eolitos; también en 1923 una comisión científica internacional viajó a Inglaterra para investigar los principales descubrimientos de Moir y los declaró genuinos.

Fig. 3.2. Concha tallada en la formación inglesa de Red Crag (10).

Entre 1912 y 1914 Carlos Ameghino encontró en Miramar (costa de Argentina) una serie de implementos de piedra que incluían bolas (esferas arrojadizas) y señales de fogones en estratos del Plioceno tardío de 2 a 3 millones de años. También halló una punta de flecha lítica firmemente incrustada en el fémur de una especie pliocénica de Toxodon, un mamífero extinguido. En 1913 su compañero Lorenzo Parodi descubrió una bola de piedra en un acantilado pliocénico de Miramar; la dejó en su sitio e invitó a varios científicos -entre ellos el etnógrafo Eric Boman, crítico ardiente de los hallazgos- a presenciar la extracción del instrumento. Una segunda esfera de piedra fue hallada en el mismo lugar seguida por otro instrumento a 200 metros de distancia, y pasmado, Boman sólo pudo insinuar en su informe que Parodi había colocado los artefactos. En 1921 Parodi descubrió un fragmento de mandíbula fósil totalmente humano en la misma formación de dicha localidad (11) y la creencia actual es que los humanos no entraron en América en una fecha no anterior a los 25.000 años.

Durante los siglos XIX y principios del XX se realizaron varios descubrimientos de restos óseos humanos de apariencia moderna en formaciones del Pleistoceno medio en Europa. Estos hallazgos incluyen los sectores de Galley Hill, Moulin Quingnon, Clichy, La Denise e Ipswich que podrían atribuirse a entierros intrusivos recientes o fraudes, pero hay razones para pensar que dichas osamentas en realidad pueden datar del Pleistoceno medio, es decir, ser más antiguas que los 200.000 años o más asignados actualmente al Homo sapiens. Por ejemplo, el esqueleto de 330.000 años de Galley Hill (cerca de Londres, 1888) fue descubierto en estratos imperturbables y el antropólogo Sir Arthur Keith concluyó que "no había posibilidad de negar la autenticidad del descubrimiento sin provocar daños a la verdad" (12); sin embargo, la opinión general de hoy es que debió tratarse de sepultamientos recientes.

En 1863 J. Boucher de Perthes descubrió una mandíbula humana anatómicamente moderna en el pozo de grava de Moulin Quingnon en Abbeville, Francia. La pieza fue extraída desde una capa de arena negra y grava de 5 mts. de hondura que también contenía utensilios de piedra del tipo acheliense con unos 400.000 años de antigüedad. Una comisión de geólogos y arqueólogos franco-británica respaldó la autenticidad de la mandíbula, pero dos de los miembros ingleses tenían reservas y finalmente ganó la mayoría de los especialistas que lo apoyaban. Boucher de Perthes realizó nuevas excavaciones en el sitio bajo controles muy estrictos y en presencia de observadores científicos capacitados y descubrió más huesos, fragmentos óseos y dientes humanos anatómicamente modernos, pero no recibieron casi ninguna atención en el mundo angloparlante.

En 1880 el geólogo Giuseppe Ragazzoni desenterró los huesos de una mujer, un hombre y dos niños en una formación del Plioceno medio (hace 3 ó 4 millones de años) en Castenedolo, norte de Italia (13). La capacidad craneal de la mujer era 1340 c.c., estando así dentro de la gama moderna; asimismo el especialista inspeccionó cuidadosamente las capas superpuestas de sedimento y las encontró sin perturbaciones, descartando así el entierro reciente. Un esqueleto de edad similar fue localizado por otros investigadores en Savona, Italia. En 1883 el anatomista Giuseppe Sergi examinó los restos humanos y el sitio confirmando plenamente los hallazgos de Ragazzoni y descartó el sepultamiento intrusivo señalando que "la arcilla de las capas superficiales superiores, reconocible por su color rojo intenso, habría estado entremezclada".

Sin embargo, muchos científicos influyentes estaban comprometidos con la evolución más reciente del tipo humano moderno desde las criaturas simiescas y primitivas, por cuanto se opusieron a tales descubrimientos por razones teóricas. Sergi protestó: "Por medio de un prejuicio científico despótico (...) se ha desacreditado todo descubrimiento de restos humanos en el Plioceno". El arqueólogo R.A.S. Macalister es un buen ejemplo de tal discriminación, ya que en 1921 afirmó que si los huesos de Castenedolo realmente pertenecieran al estrato en que fueron encontrados implicarían "un estancamiento extraordinariamente largo para la evolución" que crearía "muchos problemas insolubles" y entonces concluyó: "Es mucho más probable que haya algo malo en las observaciones".

Los científicos han utilizado pruebas químicas y radiométricas para negar una edad pliocénica a los huesos de Castenedolo. En 1980 se informó que los restos tenían un contenido de nitrógeno similar a las osamentas en sitios del Pleistoceno tardío y el Holoceno; no obstante, el grado de preservación de este elemento en el hueso puede variar ampliamente de un lugar a otro haciendo que tales comparaciones sean poco fiables como indicadores de edad. Los huesos se encontraron en arcilla, una sustancia conocida por preservar proteínas óseas que contienen nitrógeno, y también se determinó que dichos restos tenían un contenido de flúor relativamente alto para huesos recientes y una concentración de uranio inesperadamente elevada y consistente con una gran antigüedad. Una prueba de carbono-14 determinó una edad de 958 años para algunos de los huesos, pero éstos habían permanecido en un museo por casi 90 años y pudieron haberse contaminado con carbono reciente otorgando así una datación falsa. 

Durante los días de la Fiebre del Oro en California, comenzando en la década de 1850, hubo mineros que exhumaron varios huesos humanos anatómicamente modernos e implementos de piedra avanzados en pozos de minas hundidos a gran profundidad en depósitos de grava áurea cubiertos por espesos cursos de lava (14) y dichos reservorios localizados bajo esa capa fueron fechados en una antigüedad de entre 9 a 55 millones de años. En 1880 J.D. Whitney, geólogo estatal de California, publicó una extensa revisión sobre avanzadas herramientas de piedra descubiertas en minas de oro californianas y toda la evidencia reunida por Whitney indicaba que los objetos no podrían haber ingresado desde otros niveles; los implementos -que incluían puntas de lanza, morteros de piedra y pilones- fueron localizados a profundidad en yacimientos minerales bajo capas de lava espesas y no intervenidas. Así, Whitney concluyó que habían existido humanos similares a los actuales durante tiempos muy antiguos en Norteamérica. No obstante, W.H. Homes del Instituto Smithsoniano reaccionó diciendo: "Quizás si el profesor Whitney hubiera apreciado totalmente la historia de la evolución humana como se entiende hoy, habría dudado de anunciar las conclusiones formuladas, a pesar del impresionante conjunto de testimonios al que se enfrentaba". En otras palabras, si los hechos no están de acuerdo con la teoría predilecta, entonces tales evidencias debieran ser descartadas completamente incluso si es un "impresionante conjunto" de ellas

Fig. 3.3. Mortero y pilón descubiertos en un túnel minero excavado en depósitos del Terciario (33-55 millones de años de antigüedad) bajo Table Mountain, condado de Tuolumne, California.

Durante 1886, en el condado de Calaveras y en las mismas montañas de Sierra Nevada de California, el propietario de una mina encontró un cráneo humano altamente fosilizado en una capa pre-pliocénica de grava a 40 mts. bajo la superficie (15). Las opiniones sobre su autenticidad variaron, pero algunos científicos sostuvieron que un examen cuidadoso demostró que estaba incrustado con arena y grava provenientes del sitio y sus cavidades permanecían rellenas con el mismo material. Como se mencionó anteriormente, se descubrieron grandes números de implementos de piedra en depósitos cercanos de edad similar y asimismo fueron halladas otras osamentas humanas en la misma región datadas entre 9 y 55 millones de años. Sir Arthur Keith estableció que el cráneo de Calaveras "no puede ser ignorado y constituye el 'fantasma' que acecha al estudiante de los primeros humanos (...) poniendo a prueba las creencias más poderosas de todo experto llegando casi a un punto de quiebre"

También el libro "Forbidden Archeology" contiene otros informes sobre restos humanos anatómicamente modernos exhumados en estratos terciarios tempranos e incluso pre-terciarios (p. ej., Cretácico y Carbonífero), pero dichos reportes son más difíciles de evaluar debido a que existen muchos menos detalles disponibles.

Cremo y Thompson demuestran que los paleoantropólogos actuales aplican doble estándar a la evidencia fósil. Si un hallazgo se ajusta a la teoría convencional es aceptado fácilmente, mientras que una prueba anómala está sometida a un escrutinio tan severo que no se puede admitir ningún descubrimiento, por cuanto si los científicos aplicaran normas iguales a los fósiles anómalos y "normales" ambos serían aceptados o rechazados.

No todas las evidencias de orígenes humanos que se encuentran en los libros actuales cumplen altos estándares. Por ejemplo, la mayoría de los fósiles de homínidos africanos -entre ellos los de "Lucy" (Australopithecus afarensis)- fueron descubiertos en la superficie y se asignaron fechas específicas debido a su asociación ambigua con ciertos estratos expuestos. Del mismo modo, ninguno de los descubrimientos del hombre de Java -que van desde los originales realizados por Dubois en la década de 1890 hasta los de fines del siglo XX- se realizaron en excavaciones bajo supervisión, fotografiadas in situ, etc., y aunque fueron hallazgos superficiales se les asignó una edad de 800.000 años o más, con la suposición de que los huesos erosionaron desde formaciones del Pleistoceno medio. Los hallazgos fueron hechos por coleccionistas nativos no supervisados y a sueldo que más tarde los trajeron o enviaron a  científicos para su estudio. Por el contrario, casi todos los descubrimientos de huesos humanos anormalmente viejos ocurrieron in situ y en estratos bien definidos. En este sentido, dichas exhumaciones en gran parte olvidadas son superiores a muchas que ahora se aceptan plenamente.

Originalmente Dubois creó al hombre de Java a partir de un par de dientes, una calavera de apariencia simiesca y un fémur similar al humano encontrado a 15 mts. de distancia. Sin embargo, ahora se acepta universalmente que el fémur no difiere significativamente del de un humano moderno y no se corresponde con la calavera; y en lugar de concluir que los humanos de apariencia moderna vivían hace 800.000 años, se supone que el fémur (y otros similares encontrados posteriormente en los mismos depósitos) debieron mezclarse desde niveles más altos y recientes. Por supuesto, lo mismo podría aplicarse igualmente a la calavera, lo cual demolería completamente al hombre Java original, y no obstante algunas exposiciones de museo continúan exhibiendo el cráneo y dicho hueso original como pertenecientes a un individuo Homo erectus del Pleistoceno medio (16). 

Frecuentemente la evidencia paleoantropológica está sujeta a múltiples interpretaciones contradictorias y así los fundamentos partidistas determinan qué opinión prevalece en un momento dado. Como demuestra el caso sobre el fémur del hombre de Java, incluso algunas de las pruebas que se han adaptado a la teoría ortodoxa sobre la evolución humana son potencialmente anómalas. En 1965 se encontró un fragmento de húmero (hueso del brazo superior) de 4 a 4,5 millones de años en Kanapoi, Kenia, y algunos expertos afirmaron que era distinto al de los australopitecos y casi exactamente igual respecto al humano moderno, pero otros afirmaron exactamente lo contrario. A lo largo de los años el pie llamado OH 8 que se encontró en la garganta de Olduvai y datado en 1,7 millones de años ha sido descrito como humano, simiesco, intermedio entre humanos y simios, distinto de humano y mono y similar a un orangután. La mandíbula de Kanam, de 1,7 a 2,0 millones de años, ha sido atribuida a Australopithecus boisei, Homo habilis, individuos similares a neandertales, Homo sapiens temprano y Homo sapiens moderno (17). 

El húmero de Gombore con 1,5 millones de años y desenterrado en Etiopía (1977) se atribuyó antaño a Australopithecus boisei, pero actualmente se lo vincula a Homo ergaster y es descrito como muy parecido al de un humano contemporáneo. El talo ER 813 (hueso del tobillo) de 1,5 a 1,9 millones de años está asociado a Homo ergaster, pero también se cataloga como no demasiado diferente del de un bosquimano actual. Los fémures ER 1481 y 1472 de Kenia -con unos 2 millones de años- actualmente están conferidos a Homo rudolfensis; no obstante ambos se describen parecidos a los de nuestra especie (18). Desde luego, la posibilidad de que tales fósiles pertenezcan de hecho a individuos anatómicamente modernos es descartada por anticipado debido a razones teóricas.

De igual forma, Cremo y Thompson llaman la atención sobre la dudosa y deshonesta práctica de la datación morfológica. Esto significa que si por ejemplo un homínido simiesco y otro más humano se encuentran en dos sitios diferentes en asociación con la misma fauna del Pleistoceno medio, se da una fecha posterior al lugar con el individuo "más humano" que al otro. Más tarde ambos homínidos fósiles son citados en los textos como evidencia de una progresión evolutiva, por cuanto esta práctica distorsiona sustancialmente el registro fósil de dichas especies.

Un apéndice en "Forbidden Archeology" está dedicado a descubrimientos de artefactos que sugieren logros culturales y tecnológicos más desarrollados en formaciones geológicas que datan del Precámbrico. La evidencia incluye una uña encontrada en arenisca devónica, tubos metálicos en tizas del Cretácico, un hilo de oro insertado en piedra carbonífera, una pequeña cadena áurea carbonífera en un trozo de lignito, una taza de hierro de igual época proveniente de un trozo de carbón, una "huella de zapato" cámbrica, un jarrón metálico de rocas precámbricas y esferas de metal estriadas del Precámbrico sudafricano. Los informes emanan de fuentes científicas y no científicas, pero la mayoría de los artefactos no se han conservado en los museos y son imposibles de localizar. Aunque tal evidencia es a menudo débil, todavía merece el estudio apropiado y no debe descartarse sobre bases puramente ideológicas.

En 1937 una mujer de Wyoming descubrió una cuchara con unos 15 cms. de largo en un gran trozo de carbón blando de Pensilvania. Fue enviado al Instituto Smithsoniano que respondió que nunca podrían hallarse artefactos humanos en ese material (19). ¿Y debemos pensar acaso que esa institución jamás se equivoca?


Referencias

1. Michael A. Cremo y Richard L. Thompson, Forbidden Archeology, San Diego: CA: Bhaktivedanta Institute, 1993; versión resumida: The Hidden History of the Human Race, Badger, CA: Govardhan Hill Publishing, 1994. Ver también Michael A. Cremo, Forbidden Archeology’s Impact, Los Angeles, CA: Bhaktivedanta Book Publishing, 1998; Michael A. Cremo, Human Devolution: A Vedic alternative to Darwin’s theory, Los Angeles, CA: Bhaktivedanta Book Publishing, 2003.

2. Forbidden Archeology, p. 150.
3. Forbidden Archeology’s Impact, p. 53, 93.
4. Ibídem, p. 257.
5. Michael Brass, The Antiquity of Man, Baltimore, MD: AmErica House, 2002; véase la reseña de Richard Milton en grahamhancock.com/library/review001_brass.php.

6. Forbidden Archeology, p. 19.
7. Human Devolution, p. 19.
8. Forbidden Archeology, p. 390.
9. The Hidden History of the Human Race, p. 69.
10. Forbidden Archeology, p. 72.
11. Ibídem, p. 313-34, 438-9.
12. Arthur Keith, The Antiquity of Man, London: Williams and Norgate, 1925, p. 256.
13. Forbidden Archeology, p. 422-32.
14. Ibídem, p. 368-93.
15. Ibídem, p. 439-52.
16. The Hidden History of the Human Race, p. 155-62.
17. Forbidden Archeology, p. 656, 684-6, 705-6.
18. Ibídem, p. 686-7, 691-3; The Antiquity of Man, p. 56.
19. William R. Corliss (comp.), Archeological Anomalies: Small artifacts, Glen Arm, MD: Sourcebook Project, 2003, p. 113.