10 de febrero de 2022

Diseño y evolución de las especies (5 de 18)

David Pratt
Mayo 2004, última revisión enero 2019


Contenidos:
 
-Micro y macro evolución
-Los límites de la procreación


Micro y macroevolución

La microevolución se refiere a la variación genética menor en una población local, principalmente como resultado de la recombinación de características ya presentes en el banco genético de una especie y la influencia de la selección natural. La macroevolución consiste en la aparición de rasgos completamente nuevos y más "avanzados", llevando por ende a la generación de especies de un tipo totalmente distinto. La microevolución es un hecho, mientras que la macroevolución, o la transformación molecular a gran escala hacia el ser humano, es una hipótesis no probada, y como ha dicho el paleontólogo Keith Thompson:

"Nadie ha demostrado en forma satisfactoria un mecanismo a nivel de población genética por el cual se acumulen rápidamente cambios fenotípicos innumerables y muy pequeños para producir grandes transformaciones: un proceso para el origen de lo magníficamente improbable desde lo indescriptiblemente trivial" (1).

Se han observado varios ejemplos de microevolución; por ejemplo, el tamaño promedio del pico en las poblaciones de pinzones puede cambiar durante el curso de unos pocos años. También muchas especies de polillas y mariposas en regiones industrializadas han mostrado un aumento en la frecuencia de individuos con alas oscuras en respuesta al ennegrecimiento de árboles por el hollín. Adicionalmente, más de 200 especies de insectos y roedores han desarrollado resistencia al pesticida DDT en partes del mundo donde el rociamiento ha sido intenso. Por su parte, las bacterias causantes de enfermedades han hecho un retorno exitoso como cepas que evolucionaron a la habilidad de defenderse contra los antibióticos (como ya señalamos, es poco probable que todas las mutaciones implicadas sean "aleatorias" y "no dirigidas").

La microevolución puede producir el surgimiento de una especie nueva, aunque similar, si adoptamos la definición ortodoxa de que las diferentes especies no se cruzan entre sí. Por ejemplo, un estudio en una especie de carriceros siberianos que anidan y crían en hábitats boscosos alrededor de la meseta tibetana determinó que las aves de hábitats vecinos se emparejaban con asiduidad, aunque sus características difieren levemente, pero que dos poblaciones distanciadas de carriceros no se apareaban y tenían grandes desemejanzas en otras características, por lo que pueden ser consideradas como dos especies distintas*.

*Definir una especie en términos de una comunidad generada por cruce de organismos es sólo una definición teórica, ya que en la práctica las especies se describen casi siempre por su morfología y a veces por su comportamiento. Algunos evolucionistas afirman que cuando una población varía continuamente en gran medida, constituye una especie única incluso si los extremos puedan ser incapaces de cruzarse. Nótese que algunas poblaciones consideradas como especies diferentes, tales como perros y lobos, se cruzan libremente si se dan las condiciones (2).

Sin embargo, las diferencias entre las dos especies de carriceros son triviales comparadas con las que existen entre un ratón y un elefante, o entre un pulpo y una abeja. Parece descabelladamente improbable esperar mutaciones accidentales para transformar una criatura en otra completamente distinta, pero los darwinistas simplemente responden con el mantra de que "improbable no significa imposible", pues ellos tienen una fe acérrima en la habilidad de la mutación fortuita, con la ayuda de la selección natural, para generar cambios fabulosamente inverosímiles (en otros términos, "producir milagros") una y otra vez por millones y millones de años. Si esto fuera cierto, la "suerte" tendría que cambiar su nombre, y reconociendo esto el biólogo Lyall Watson afirmó que, en lugar de actuar ciegamente, la "suerte" parece tener "un patrón y una razón propios" como si operara de acuerdo a un "conjunto de reglas cósmicas" (3).

El cambio macroevolutivo requiere variaciones en la embriogénesis más temprana. Durante el desarrollo embrionario, los genes apropiados deben ser activarse o desactivarse para asegurar la producción de los derivados proteínicos adecuados en el tiempo y los tipos celulares correctos. Como ya se explicó, las regiones codificadoras de proteínas en el genoma y los sectores no codificadores que controlan juntos la expresión genética funcionan como circuitos, conocidos como redes de desarrollo de genes reguladores (dGRN, en inglés). La precisión de conjunto y la complejidad de este sistema son asombrosas, aunque los experimentos han demostrado que las mutaciones que afectan a las dGRN en el desarrollo del plan corporal tienen efectos catastróficos en el organismo y conducen a anormalidades o la muerte (4).

En nuestros días los biólogos pueden describir algunos de los cambios complejos a gran escala en la red reguladora de genes necesarios para el origen de nuevas estructuras y planes corporales, aunque se sabe muy poco sobre los complejos cambios epigenéticos requeridos. Los especialistas aún están muy lejos de comprender cómo los organismos en desarrollo adquieren su forma, y a pesar de la impresión dada por la propaganda darwinista la simple descripción sobre algunos de los cambios necesitados está lejos de proporcionar una explicación causal y plausible. En resumen, debe abordarse con gran escepticismo cualquier cosa que los darwinistas digan sobre la transformación de un organismo en otro muy diferente (por ejemplo, un pez en anfibio) únicamente por mutaciones genéticas aleatorias u otros cambios físicos azarosos.


Referencias

1. Keith S. Thompson, "Macroevolution: the morphological problem", American Zoologist, vol. 32, 1992, p. 106-12.

2. Robert Wesson, Beyond Natural Selection, Cambridge, MA: MIT Press, 1994, p. 196-8.

3. Lyall Watson, Supernature II, London: Sceptre, 1987, p. 24-5.
4. Stephen C. Meyer, Darwin’s Doubt: The explosive origin of animal life and the case for intelligent design, New York: HarperOne, 2013, p. 259-70.


Los límites de la procreación

A menudo se cita el origen de plantas y animales domesticados por selección artificial y crianza como evidencia para la evolución darwinista. No obstante, incluso con la ayuda del genio inventivo humano que permite variación máxima en el menor tiempo, la variación alcanzada es extremadamente limitada y resulta en plantas y animales con viabilidad reducida.

En 1800 se iniciaron experimentos para incrementar el contenido de azúcar en la remolacha de mesa, y hacia 1878 se había aumentado del 6 al 17%, pero la selección posterior falló para acrecentarlo más. Se han usado técnicas similares para obtener gallinas que pongan más huevos, vacas que produzcan más leche y maíz con mayor contenido proteico. En cada caso, se traspasaron límites más allá de los cuales el cambio no ha sido posible, y además, los criadores terminaron con las mismas especies de pollos, vacas y maíz con las que empezaron. En todas las instancias, estos ejemplares especializados poseen viabilidad reducida, es decir, se debilitó su habilidad básica para sobrevivir (1).

Las crías domésticas de animales, si se reproducen sin selección, se revierten relativamente al tipo salvaje en el transcurso de algunas generaciones. Por ejemplo, los colonizadores introdujeron conejos domesticados en Australia, donde había congéneres nativos, y cuando algunos de los animales de crianza escaparon, se aparearon libremente entre sí y rápidamente sus descendientes volvieron al tipo silvestre original.

Darwin, como criador de palomas y otros animales, estaba consciente de que la cantidad de variabilidad disponible era limitada. Aún así, en la primera edición de "El Origen de las Especies" escribió: "No creo que haya problema en que una raza de osos devenga, por selección natural, más y más acuática en sus hábitos, y con hocicos cada vez más grandes, hasta que se produjera una criatura tan monstruosa como una ballena" (2). Aunque Darwin eliminó esta declaración de las ediciones posteriores del libro, la esencia de su doctrina permanece como principio central del neodarwinismo ortodoxo, sosteniendo que los osos pueden convertirse en ballenas, o que los microbios finalmente lleguen a ser elefantes por medios de mutación al "azar" y "selección natural".


Referencias

1. Duane T. Gish, Evolution: The fossils still say no!, El Cajon, CA: Institute for Creation Research, 1995, p. 32-3.

2. Citado en Richard Milton, The Facts of Life: Shattering the myths of Darwinism, London: Corgi, 1993, p. 162.