David Pratt
Octubre 2019, agosto 2024
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09. Socialismo de Estado
09. Socialismo de Estado
Los socialistas de la variante socialdemócrata propugnan la gestión del capitalismo en un modo que satisfaga mejor las necesidades de la gente. En cambio, los de la corriente marxista -es decir, comunistas- creen que el capitalismo debe ser derrocado y reemplazarse por una economía planificada y centralizada socialmente.
Los socialistas de la variante socialdemócrata propugnan la gestión del capitalismo en un modo que satisfaga mejor las necesidades de la gente. En cambio, los de la corriente marxista -es decir, comunistas- creen que el capitalismo debe ser derrocado y reemplazarse por una economía planificada y centralizada socialmente.
Marx y Engels reconocieron la extraordinaria aptitud del capitalismo para desplegar fuerzas productivas, al tiempo que criticaban severamente sus deficiencias e injusticias, en particular las crisis periódicas y el enorme desperdicio. Sostuvieron que el modo de rendimiento capitalista se convertiría en un obstáculo para el desarrollo de fuerzas productivas, y que la clase trabajadora -liderada por un partido comunista- accedería al poder para nacionalizar los medios productivos y reemplazando la anarquía del mercado con una planificación económica racional, a efecto de cubrir los menesteres del pueblo. La construcción de una colectividad socialista más igualitaria y en el principio "de cada uno según su capacidad, a cada quien según su trabajo", es vista como el primer paso hacia una futura humanidad comunista sin clases y con plétora de bienes, y el axioma rector sería "de cada uno según su capacidad, a cada quien de acuerdo con sus necesidades". La tecnología de punta se considera clave para garantizar una sociedad de abundancia y la emancipación final de la especie humana.
Marx y Engels esperaban que ocurriera primero una revolución socialista en los países capitalistas o avanzados. Sin embargo, aquélla se produjo durante 1917 en Rusia, un país menesteroso y agrícola. El alzamiento estuvo comandado por el partido bolchevique (comunista), que a su vez tenía por líder a Vladimir Lenin, y tuvo amplio apoyo entre trabajadores y campesinos. Fue seguido por varios años de guerra civil e injerencismo militar extranjero, y posterior a la derrota de las fuerzas opuestas vino un período de reformas orientadas al mercado (la "nueva política económica"). La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se fundó en 1922, y si bien comenzó constituyendo un Estado de soviets (consejos) elegidos por vía democrática, la participación activa de los trabajadores fue sustituida poco a poco por un sistema en que la burocracia partidista tomaba decisiones en nombre del pueblo. El Partido Comunista Soviético (PCUS) funcionó de acuerdo con el centralismo democrático, esto es, hubo intensos debates en su seno, pero a puertas cerradas.
La planificación económica central comenzó en torno a 1928, y los años '30 atestiguaron un esfuerzo heroico para industrializar rápidamente el país y rediseñar la agricultura. En sólo dos décadas, la Unión Soviética alcanzó el nivel de industrialización que había tomado siglo y medio en Gran Bretaña, y se transformó en la segunda potencia fabricante del mundo. De 1928 a 1940 su manufactura creció en un promedio de 17% por año y los ingresos llegaron a un 15% anual, una hazaña "incomparable en la historia" (Suny, 2011, 259), todo lo cual le permitió combatir y derrotar la maquinaria bélica nazi de 1941 a 1944. Entre un 70 a 75% de las fuerzas hitlerianas se desplegó en el frente oriental, y murieron allí 10 millones de los 13,6 millones de alemanes asesinados, heridos, desaparecidos o hechos prisioneros durante la conflagración. Los soviéticos perdieron de 26 a 27 millones de vidas (19 millones correspondientes a civiles y 7-8 millones de combatientes), en comparación con los 405.000 estadounidenses y 375.000 británicos. Hacia 1952 el educto industrial soviético era dos veces y medio más alto que en 1940.
Terminada la guerra y según acuerdos por los líderes aliados Franklin Roosevelt, Winston Churchill y Joseph Stalin, el socialismo de estilo soviético se extendió a las zonas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania) y a Europa del Este (Alemania Oriental, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y Rumania). Yugoslavia y Albania tomaron la senda socialista por sus propios esfuerzos, y también se establecieron regímenes homólogos en Vietnam septentrional y Corea del Norte, ocupada por soviéticos. En China tuvo lugar una revolución socialista durante 1949, y a mediados de los '70 los gobiernos marxistas tomaron el poder en todo Vietnam, Laos y Camboya, tras derrotar a la milicia estadounidense. Además, se establecieron repúblicas populares encabezadas por partidos marxistas en varios Estados de Asia, África y el Caribe.
En el apogeo de su poder e influencia a mediados de la década '80, las naciones socialistas albergaban un tercio de la humanidad, y todas ellas eran esencialmente de un único partido. Un conglomerado que abrazara la ideología marxista-leninista ejercía un poder indiviso y la oposición política generalmente era reprimida, aunque a diferentes niveles en diversos países y momentos.
Los comunistas sostienen que el socialismo es superior al capitalismo y a fin de cuentas traerá justicia social, bonanza y libertad a las masas trabajadoras; prevén que la naturaleza humana se transformará a medida que las personas estén cada vez más al "servicio del bien general" y construyan un colectivo basado en solidaridad y cooperación mutuas en lugar de individualismo, codicia e interés propio. Asimismo, esperaban que las economías socialistas sobrepasaran a sus contendoras. Durante el decenio de 1960 el líder soviético Nikita Khrushchev hacía la jactancia memorable de que el socialismo "enterraría" a la tendencia opuesta, pero entre 1989-1991 el referido modelo estatal se derrumbó desde su interior en todos los países involucrados, excepto cuatro, y se restauró el capitalismo junto con un sistema de partidos múltiples. Los marxistas argumentan que esto no se debió a la insuficiencia del socialismo en sí, sino a las imperfecciones burocráticas de la variante estadual (o "capitalismo de Estado" según algunos teóricos) que existía en las naciones comprometidas, incluyendo reformas pro-mercantiles mal hechas.
Las economías socialistas estatales lograron tasas de crecimiento impresionantes en las primeras etapas (Suny, 2015, cap. 17); por ejemplo, a principios de los '50 dicha proporción de desarrollo era de 14% en Rumania, 11% por año en Albania y Polonia, 10% en Alemania Oriental, 9,5% para Checoslovaquia y 8,5% en Hungría. Durante igual periodo el producto nacional bruto (PNB) soviético se alzaba a un cociente anual de 7,1%, frente al 2,9% para EE.UU. A partir de 1958 dicha tasa en el caso soviético se desaceleró a 5,3% al año, permaneciendo así hasta 1964. Luego este progreso se redujo por las siguientes décadas, y en ese contexto la ulterior carrera armamentista contra Occidente ("Guerra Fría") representó una gran pérdida de recursos.
Bajo el socialismo clásico de variante soviética se priorizó el ensanche del rendimiento industrial a costa de los servicios, el consumo, la calidad en productos y el medio ambiente. La torpeza hacia los primeros significó un subdesarrollo crónico para los sistemas de transporte, distribución, almacenamiento y reparación (incluidas piezas de repuesto), creando así graves desequilibrios. El consumo real per cápita tendió a subir sustancialmente con el tiempo, pero no tanto como en algunos países capitalistas. Por ejemplo, en el período 1951-1978 creció un 3,7% anual en la Unión Soviética y 2,6% en Hungría, comparado con el 2,3% de Estados Unidos y 3,9% en Francia (Kornai, 1992, 303).
Las élites en áreas socialistas gozaban de ciertos privilegios, pero las desemejanzas en salarios y el acceso a bienes fueron mucho menores que en la mayoría de regiones capitalistas. A inicios de los '80, los mayores ingresos en la Unión Soviética eran diez veces aquéllos de trabajadores, y en EE.UU. las jefaturas corporativas con mejor paga recibían 115 veces más dinero que sus dependientes (Keeran y Kenny, 2010, p. 15).
Una economía de planificación centralizada puede abolir las crisis periódicas que afligen al capitalismo y también garantizar el pleno empleo o un nivel cercano a éste. Para justificar su regla, un gobierno socialista busca proporcionar enseñanza y cuidados médicos gratuitos, y asegurar que los precios básicos de alimentos, alquileres de casas (que consumían sólo a un 2-3% del presupuesto familiar), las tarifas de transporte público y el costo de otros servicios y comodidades permanezcan bajos. Sin embargo, a menudo la calidad en servicios sociales y vivienda dejó mucho que desear, y el sistema socialista estatal se veía apestado de escasez crónica en alimentos, bienes de consumo (teléfonos, automóviles), viviendas, etc. Esa carestía tuvo un efecto adverso sobre la moral y motivación de los trabajadores, pues la productividad laboral soviética llegaba al 50% con respecto al nivel industrial de EE.UU., y menos del 20% en agricultura (Mandel, 1991). La eficiencia de inversión también fue muy baja: por ejemplo, para que la productividad aumentara a 4-6% anual durante un largo período, las impensas tenían que crecer entre 8-11% al año (Kornai, 1992, 167).
PIB per cápita, dólar americano de 1990 (en miles) para la U.R.S.S., sudeste asiático, Medio Oriente, China, India británica y África.
Bajo el sistema de autogestión financiera desarrollado en la Unión Soviética y que más tarde se adoptó en otros países socialistas, si bien las empresas estatales debían cumplir con los objetivos establecidos por el plan económico central, disfrutaban de gran autonomía financiera, comerciaban entre ellas, solían operar sobre una base de pérdida-ganancia y pagaban impuestos como las firmas capitalistas. Pese a ser propiedad del Estado, las compañías mantuvieron sus propias cuentas en el banco estatal y las usaban para financiar su rendimiento y expansión; además, dicha entidad otorgaba préstamos a empresas y les cobraba intereses. Los bienes básicos eran intercambiados entre corporaciones estatales, las granjas colectivas (cooperativas que cultivaban tierras operadas estadualmente) vendían sus productos en el mercado y el gobierno compraba ítemes en el comercio extranjero, lo cual significó que los mecanismos mercantiles siguieron desempeñando un rol importante.
Bajo el capitalismo la ineficiencia se castiga en último término con bancarrotas y despidos, pero con el socialismo soviético las empresas no iban a quiebra, sin importar cuán ineficientes fueran, y los trabajadores no podían ser removidos. De hecho, las economías socialistas maduras tuvieron que lidiar con la carestía en mano de obra, que se reconoció como un debilitamiento de disciplina laboral. El auge económico en las primeras etapas fue impulsado por una avalancha de potencial humano desde la agricultura a la industria, y de mujeres hogareñas al empleo (a menudo por necesidad económica), pero estas fuentes se agotaron. Si bien se garantizaba el derecho al empleo, habría tenido más sentido económico negar a los trabajadores la facultad permanente de operar en cualquier empresa o fábrica.
Con el arbitrio del socialismo soviético, las corporaciones estatales no tenían ningún incentivo para reemplazar equipos obsoletos con otros modernos, porque durante el cierre no obtendrían ganancias, lo que implicó una pérdida de ingresos a nivel de gerencias y en menor medida para los trabajadores, cuyos salarios eran cada vez más dependientes de las rentabilidades. Los directores y administradores de firmas estatales tendían a subestimar deliberadamente el potencial productivo y exagerar los requisitos de insumos, por lo que era más fácil cumplir con los objetivos de productividad establecidos por el plan económico central. También evitaron castigos al cumplir sus metas, pero se abstenían de exceder dichas aspiraciones ya que esto conduciría a finalidades más altas en el próximo plan. Hubo tendencias a exagerar los beneficios que se esperaban de los proyectos inversores propuestos, y no existían incentivos para innovar y asumir riesgos que no aseguraran el éxito. Y tampoco tenía sentido tratar de reducir los precios, mejorar la calidad o introducir nuevos productos para ganar compradores, porque la escasez significó que las ventas estaban garantizadas.
Los precios de bienes eran definidos por el gobierno, pero no reflejaban oferta ni demanda, ni tampoco el tiempo de actividad requerido para su producción. Dado que los sueldos se mantuvieron reducidos, se utilizaban subsidios para conservar artificialmente bajo el coste de los bienes y servicios esenciales, pero esto contribuyó a la escasez y generó colas de espera. Si los sueldos (y precios) hubieran sido más altos, esto podría haber proporcionado el incentivo para novedades que ahorrasen trabajo.
A medida que la economía soviética se desaceleró y endureció, los mercados negro y gris se expandieron para darle la flexibilidad necesaria. El comercio "informal" agregó cerca de un 20-25% al PNB oficial (Mandel, 1991), y por decenas de millones los ciudadanos participaron en actividades ilegales, pero toleradas. Las empresas estatales a menudo comerciaban entre sí de manera más o menos antirreglamentaria para obtener materias primas adicionales, y de ese modo cumplir más fácilmente los objetivos de producción, lo que ocasionó escasez artificial y daños a la economía en su conjunto, como también al carácter legítimo del PCUS.
Kornai (2014, 5-10) enumera 111 innovaciones revolucionarias desde 1920, todas las cuales se originaron en países capitalistas, excepto una creada en la Unión Soviética (caucho sintético, 1932). El disquete fue ideado por un ingeniero húngaro hacia 1974, pero el gobierno no deseaba arriesgar la producción masiva y tampoco permitió que el inventor comercializara su propio producto; por consiguiente, los japoneses lo reinventaron más tarde. La Unión Soviética realizó adelantos en la esfera militar (por ejemplo, el primer misil balístico intercontinental) y también inventó el primer satélite llamado Sputnik (1957). Sin embargo, no se priorizaron los avances en la esfera del consumidor, y cualquier progreso técnico bajo el socialismo clásico consistió principalmente en copiar las novedades introducidas en los países capitalistas, aunque a menudo tras largas demoras.
Sin duda, el planeamiento de línea soviética habría necesitado un repaso completo para establecer un sistema de monitoreo, recompensas y castigos que pudieron mejorar la innovación, productividad y eficiencia. Tal esquema recompensaría a las empresas que hicieran un uso correcto del trabajo social al asignarles más faenas y medios productivos, otorgando estímulos para economizar la operación de insumos por unidad de producto y mejorar el rendimiento, pero dichos cambios jamás se hicieron. Jruschov (1953-1964) y Leonid Brezhnev (1964-1982) introdujeron políticas que fortalecerían la actividad privada, lo que redundó en tasas de desarrollo más bajas e impasses. A mediados de los '80 algunos economistas soviéticos incluso se habían convertido en fans del "libre mercado" por Reagan y Thatcher. Polonia y Hungría lograron cierto éxito en la década '70, pero se financió en gran medida con préstamos occidentales.
A principios del decenio '80, las finanzas soviéticas aún crecían a 3,2% anual y los ciudadanos disfrutaban del nivel de vida más alto en la historia de su país. El colapso soviético tampoco puede achacarse a una “falta de democracia”, si recordamos su significancia típica como "el mandato de las clases bajas".
"El Estado retenía un mayor porcentaje de trabajadores en el partido y gobierno que en los países capitalistas. El nivel de igualdad en ingresos, enseñanza gratuita, atención sanitaria y otros servicios, las garantías de empleo, edad de retiro temprano, ausencia de inflación, subsidios para vivienda, comida, etc., hacían evidente que se trataba de una sociedad dirigida en interés de los trabajadores (...) pero había traslapo de funciones del partido y y el gobierno, que mantenía la iniciativa política en el ápice y redujo los órganos inferiores a cargos consultivos y de asesoramiento, afectando de manera análoga a los sindicatos. También persistieron formas y niveles de censura extrema en una sociedad socialista madura y de privilegios que separaban a la élite del partido y gubernamental del estrato obrero" (Keeran y Kenny, 2010, p. 253, 276-277).
Cuando Yuri Andropov se convirtió en líder del PCUS en 1982, tomó medidas para revitalizar el esquema socialista. Mijail Gorbachov inicialmente continuó por el mismo trayecto al asumir en 1985 y eso llevaría a mejoras económicas; no obstante, en 1987 él y sus aliados comenzaron a ejecutar políticas más favorables a la propiedad particular, que alimentaron el crecimiento de grupos sociales (incluido un sector corrupto de burócratas del partido y el Estado) con interés material en la empresa privada, gatillando el desmontaje de la economía planificada y propiedad colectiva. Al mismo tiempo, el rol del PCUS se debilitó constantemente y los medios de comunicación se tornaron más antisocialistas (bajo disfraz de "antiestalinismo"). Los pasos generaron mayores problemas económicos y ansiedades; de igual forma, el curso de Gorbachov animó los deseos separatistas en repúblicas constituyentes.
En términos de política exterior, Gorbachov buscó tratos con Occidente, anunciando el recorte unilateral de misiles soviéticos de alcance intermedio sin exigir concesiones similares a Reagan; dejó de enviar armas a Nicaragua que estaba siendo atacada mediante opositores financiados por agentes norteamericanos; redujo el apoyo a los movimientos de liberación africanos; cortó US$5.000 millones de ayuda anual a Cuba; retiró sus tropas de Afganistán y permitió que el gobierno progresista terminara a manos de islamistas que pagaba el "Tío Sam", y secundó la Guerra del Golfo liderada por aquél.
En 1989 Gorbachov decidió que la Unión Soviética ya no impediría que los países socialistas de Europa oriental asumieran un modelo político-económico distinto. El sistema homónimo cayó rápidamente en un territorio tras otro, y su desgano se achacó a que en gran medida fue impuesto "desde arriba". Así, los nuevos mandatos conservadores anhelaron vincularse a la Unión Europea o la OTAN.
Incluso en 1990-1991, apenas el 4% de ciudadanos rusos estaba a favor de eliminar los controles de precios, sólo el 18% quería fomentar la propiedad particular y el 76,4% defendió la Unión Soviética (Keeran y Kenny, 103, 231), pero luego que Boris Yeltsin y sus “demócratas” procapitalistas ganaran el mando de la República Rusa en 1991, impusieron una terapia de shock con secuelas catastróficas y la U.R.S.S. se disolvió en diciembre de 1991.
De los países donde aún hay partidos marxistas en el poder, Cuba y Corea del Norte han mantenido economías planificadas, mientras China, Laos y Vietnam establecieron amplias reformas en 1978, 1985 y 1987 respectivamente.
El "reestreno" del capitalismo en la Unión Soviética y Europa del Este hacia los '90 se vivió de manera traumatizante, pues una enorme cantidad de quiebras creó el primer shock de desempleo masivo tras décadas de seguridad laboral. La inflación rampante llevó a muchos a una pobreza extrema, mientras que la privatización hizo que una pequeña minoría fuera excesivamente rica. Luego del colapso de la U.R.S.S., la economía se redujo a 40% y la esperanza de vida masculina cayó de 64,2 años en 1989 a 57,6 en 1994. En Rusia, el alza de mortandad posterior a la transición hacia el capitalismo resultó en un exceso de muertes cercano a los 6 millones durante 10 años; de esta forma, no es sorprendente que un gran sector de la ciudadanía sienta nostalgia por el pasado socialista y un fuerte rechazo por especuladores y usureros parasitarios.