David Pratt
Enero 2000, enero 2024
Contenidos (final Parte D):
02. Clima e inclinación axial
03. El historial climático
02. Clima e inclinación axial
02. Clima e inclinación axial
La temperatura está regida por dos aspectos principales: el ángulo en que los rayos del Sol inciden en la superficie terrestre, y el tiempo que éste último permanece sobre el horizonte cada día (1). El efecto de calentamiento por unidad de área (insolación) es máximo cuando el Sol está verticalmente sobre nosotros, y mínimo al emplazarse en el horizonte. La cantidad de radiación es modulada por la atmósfera, en términos de su espesor, densidad y composición; al mismo tiempo, dicha capa retrasa la pérdida de calor al espacio.
Cuando aumenta el desvío axial, los veranos en ambos hemisferios reciben más insolación y los inviernos menor cantidad, y al disminuir ese ángulo ocurre lo contrario. Sin embargo, estos cambios no son homogéneos en todo el mundo: las latitudes altas experimentan mayor insolación media anual al incrementarse la oblicuidad del eje, mientras que en las más bajas aquélla se reduce. Puesto que una menor inclinación atenúa la injerencia solar en verano y también la de tipo medio en latitudes altas, se ha argumentado que ello favorece una edad de hielo (2).
Las variaciones axiales dividen la Tierra en tres zonas climáticas de base: tropical o tórrida, templada, y polar o frígida. Las primeras se ubican entre el trópico de Cáncer y Capricornio, donde el Sol de mediodía se encuentra verticalmente en los solsticios de verano e invierno, respectivamente. Los sectores templados se hallan entre los trópicos y círculos polares (23,4° y 66,6° N y S); aquí, el Sol nunca llega a una posición vertical y el nivel de "baño solar" se hace cada vez más estacional con la lejanía desde el ecuador. A 50° de latitud hay poco más de 16 horas de luz en el solsticio veraniego, pero sólo unas 8 en igual fase de invierno, y a 60° las cifras son 19 y 6 horas según el caso. En áreas polares, los círculos Ártico y Antártico tienen luz de 24 horas al llegar el estío, y 24 de oscuridad en invierno; a 79° y en conformidad, ambas estaciones tienen dos meses continuos para el día y otros dos de noche. En los polos, habría seis meses de luz durante el verano y otros seis de escurana en el tiempo frío, a no ser por la refracción atmosférica que reduce la ausencia lumínica aproximadamente a la mitad.
Si bien la inclinación planetaria define los límites teóricos de zonas tropicales, templadas y polares, las circunstancias climáticas verdaderas pueden diferir significativamente debido a múltiples factores, en que las corrientes oceánicas tienen un rol muy importante. Así, y aunque teóricamente las partes tibias se sitúan entre los trópicos y círculos polares, en términos de condiciones reales hoy están entre aproximadamente 40° y 50° en el hemisferio norte, y 35° y 55° del austral. Además, ni siquiera estas locaciones más restringidas pueden describirse como "templadas" en su totalidad, ya que si bien incluyen Europa occidental y otras áreas similares como Nueva Zelanda, también abarca territorios intrínsecos como Siberia y el centro-norte de Estados Unidos y Canadá, donde las condiciones distan mucho de ser templadas, y por ello suele adscribírseles un clima continental. Los únicos sectores verdaderamente temperados pertenecen a las franjas occidentales de continentes, regidos por sucesivos sistemas climáticos que llegan desde los océanos allende el oeste. De esa manera, los vientos marinos predominantes les mantienen frescos en verano, y más cálidos de lo que serían bajo inviernos normales (3).
Si ponemos como ejemplo un aumento en la inclinación del eje a 26°, se ampliarían las zonas tropicales y polares (teóricas), comprimiendo además las tibias, y sólo en las coordenadas medias de 45° N y S habría pocas alteraciones perceptibles. Es casi seguro que empeoraría el rango de calidez al interior del continente; el alza de temperaturas extremas en verano e invierno requeriría una circulación atmosférica y oceánica más vigorosa para transportar calor desde trópicos a polos, generando frecuencia de tormentas, vientos feroces y patrones climáticos generalmente impredecibles. Si el ángulo disminuyera a 20°, las áreas templadas se ensancharían a expensas de tropicales y polares. La flora y fauna de aquéllas podrían extender sus distribuciones al norte y sur de los límites actuales, se acortarían las desemejanzas entre la insolación de verano e invierno, y el marco de temperatura en regiones continentales sería mucho más uniforme. El gradiente de la misma entre sectores tropicales y polares se reduciría considerablemente, y sería necesario transferir menos calor a través de la zona templada; asimismo, los patrones climáticos se volverían más estables y predecibles.
Con una hipotética oblicuidad axial de 30°, los trópicos están a 30° de latitud y los círculos polares a 60°, de modo que los sitios calurosos, templados y gélidos cubren cada uno 30° de latitud en cada hemisferio. A un ladeo de 45°, los trópicos y círculos polares se encuentran en 45° y la zona templada desaparece, aunque todavía pueden haber condiciones más tibias en algunas partes. Con un desvío de 60°, los trópicos quedarán a 60° de latitud y los círculos polares a 30°, haciendo que las franjas entre 30° y 60° vayan al interior de los trópicos y la zona "polar". En divergencias más altas del axis, habría mayor superposición entre esos dos lares, hasta que a 90° (y 270°) alcanza 90°, de forma que todo el planeta se encuentra tanto en zonas tropicales como "frígidas", resultando así en cambios estacionales de extrema intensidad, incluso en latitudes medias. Por el contrario, con una inclinación de 0°, la zona templada cubriría todo el globo, y el día y la noche durarían 12 horas en todos lados. No habría estaciones pronunciadas, existiría poco flujo de calor y el sistema climático quedaría constreñido únicamente a las circulaciones atmosféricas más suaves y los océanos producidos por rotación de la Tierra.
Un artículo de la revista Astronomy (1992) intentó describir los escenarios prevalentes si el eje estuviera a 90° (4). En primavera y otoño, todas las regiones planetarias aún tendrían ciclos diarios de luz y oscuridad, pero habría períodos largos de luz constante en verano y tinieblas persistentes en invierno. Dos veces al año, cada latitud experimentaría un calentamiento tropical cuando el Sol pasara directamente sobre nosotros. En una latitud de aproximadamente 34° N ó S, el ciclo día-noche se extendería por 7,5 meses/año, mientras que los otros 4,5 tendríamos día o noche constantes, junto con veranos e inviernos inclementes, y la permanencia de esas etapas fluctuaría en diversas latitudes.
El ciclo de calentamiento estacional previene la formación de casquetes polares permanentes. Las zonas gélidas atravesarían el mismo contexto tropical y sus altas temperaturas como las ecuatoriales previas; sin embargo, las localidades polares en invierno son excepcionalmente frías, por lo que pueden aparecer casquetes estacionales, y como éstos no son fijos, los océanos (y litorales de continentes) serían más altos.
"Si se producen capas de hielo estacionales, la fuerza dominante que controla el clima puede pasar de las corrientes en chorro que circundan la Tierra a lo largo de líneas de latitud, a un flujo entre ambos polos. Esto emula las afluencias de condensación observadas en Marte, causadas por la congelación y descongelación de casquetes polares en ese planeta. Los flujos térmicos creados por el intenso calor en un lugar y el enfriamiento en otros pueden reemplazar a los vientos alisios de la antigua Tierra, y otros que se mueven de este a oeste.
Puede que los habitantes del 'nuevo hogar azul' perciban fuertes variaciones estacionales en la costa, dependiendo de si el deshielo de una capa polar se produjo a igual ritmo que el congelamiento en el otro polo. Este cambio ocurriría en el nivel del mar, además de un vuelco en el rango de mareas debido a efectos gravitacionales de Luna y Sol (...)".
"Los relojes biológicos, también llamados ritmos circadianos, ayudan a los animales y las plantas a aprovechar al máximo el tiempo de vigilia, impulsando sus necesidades de nutrirse, dormir, buscar refugio o almacenar alimentos para el invierno (...). La mayoría de seres vivos tiene 'coordinaciones internas' que funcionan con ciclos de entre 23 y 25 horas. Las frecuencias día-noche de la Tierra reajustan aquéllos constantemente para mantenerlos sincronizados con los cambios de estaciones. Por el contrario, durante experimentos en que no se produce ningún cambio en la iluminación (...) las personas acuden a su reloj natural con alrededor de 25 horas para modificar sus actos, como las fases de sueño.
Aún así, la vida en la flamante Tierra -donde habrían largos períodos de luz y oscuridad- tendría que adaptarse de otra manera. Las formas biológicas pueden depender exclusivamente de sus 'relojes' para evitar el problema del ciclo cambiante día-noche y los tramos prolongados de luz y oscuridad, o tal vez estos 'parámetros internos' tomarían el control durante ambas sólo si presentan carácter continuo. Cuando finalmente volvieran éstas últimas, entonces ellas regirían las actividades. (Preguntamos: ¿padecerían los seres una 'dosis masiva' de desfase horario, en el momento que el ciclo día-noche sustituya al reloj interno?). Quizás la vida no tendría ningún 'cronomedidor', o bien sus formas pueden mostrar un conjunto inextricable de ritmos que manejarían las actividades durante oscuridad y luz extensas, ajustándose a los cambios en el ciclo análogo. Claramente y bajo cualquier aspecto que domine esas proporciones, las aristas sociales y emocionales humanas evolucionarían de manera distinta en la 'nueva Tierra'".
Utilizando modelos informáticos, Williams y Pollard (5, fig. 1) descubrieron que, con la geografía actual planetaria, las inclinaciones axiales más altas producen temperaturas medias anuales y globales superiores al ratio contemporáneo de 14,0°C: 17,6°C con un ángulo de 54°, 16,4°C a 70° y 15,5°C en 85°. Afirman que con 54° o más, los polos reciben más insolación promedio que los trópicos, lo que lleva a un flujo de calor meridional (norte-sur) hacia el ecuador, en lugar de alejarse de él como en la Tierra moderna, pero el calentamiento anual en latitudes altas se contrarresta con un influjo solar reducido y temperaturas más frías en los trópicos, y aquéllas en latitudes bajas seguirían decreciendo por la mayor reflectividad oceánica cuando el Sol está más cerca del horizonte. Los autores observan que la temperatura media anual en el mundo sería independiente de la inclinación del eje si un planeta tuviera uniformidad topográfica, mientras que si hay una mezcla de tierra y océano, "la respuesta climática exacta a diferentes oblicuidades dependerá de los tamaños y ubicaciones de continentes".
Fig. 1. Variación estacional de temperatura media en la Tierra actual, con múltiples desvíos axiales.
Con la geografía moderna y una oblicuidad "pivotal" de 0°, la línea gélida en ambos hemisferios se ampliará hasta dentro de los 50° del ecuador, o aproximadamente 20° más que la extensión máxima de hielo en nuestro planeta actual. En una Tierra de continentes en torno al ecuador, el límite nieve-hielo llega hasta unos 40° del mismo. Para reclinaciones axiales muy altas, se descubrió que una Tierra con masas firmes alrededor de los polos era más hostil a la vida, porque más del 50% de la superficie continental presentaría temperaturas bajo 10°C, o superando 50°C hacia la llegada de los solsticios; asimismo, el planeta oscilará estacionalmente entre dichos rangos de alta y baja temperatura. En enero, el gradiente térmico ecuador-polo se elevaría a 120°C, de modo que los niveles alcanzan el punto de ebullición hídrica cerca del polo, mientras que en los trópicos -a sólo miles de kilómetros de distancia- caerán tormentas de nieve.
Fig. 2. Radiación solar promedio al año (watts/metro cuadrado) en la atmósfera superior, a diferentes latitudes para declives de 90° (azul), 54° (rojo) y 23,45° (negro). Para el primer caso, el ecuador es la zona más fría del globo en todas las estaciones, y las temperaturas se incrementan hacia los polos (Ferreira et al.) (6).
Debemos considerar que los modelos climáticos exhiben muchos defectos, y no hacen justicia a las retroalimentaciones negativas que han mantenido la temperatura media planetaria dentro de límites relativamente estrechos (~15±8°C) durante más de 500 millones de años. Un problema evidente es el tratamiento simplista de las nubes, que constituyen el factor más relevante que determina cuánta radiación solar llega a la superficie. Sin nubes, la temperatura en el globo sería unos 20ºC más alta, pero los parámetros climáticos etiquetan la nubosidad como una "constante" y definen el vapor de agua puramente a modo de "retroalimentación positiva" que amplifica el calentamiento inducido por CO2, conduciendo a una alta "sensibilidad climática" de 3ºC (esto es, la temperatura subiría 3º si la concentración atmosférica de CO2 se duplicara). Otros investigadores sostienen que las nubes bajas proporcionan una retroalimentación negativa; el aumento de temperaturas origina más de aquéllas en niveles bajos y provocando enfriamiento, lo que genera una sensibilidad inferior a 0,5ºC. Esto sugiere que, en lugar de ser susceptible a "puntos de inflexión" (ya sean naturales o antropogénicos) que resulten en una "catástrofe climática", la Tierra es un organismo autorregulado con ciclos alternos de calentamiento y enfriamiento.
Notas
1. Paul Dunbavin, The Atlantis Researches: The Earth's Rotation in Mythology and Prehistory, Third Millennium, 1995, p. 82-6.
2. en.wikipedia.org/wiki/Ice_age.
3. John Gribbin, Future Weather, Penguin, 1982, p. 69.
4. Neil F. Comins, "A new slant on Earth", Astronomy, julio 1992, p. 45-9.
5. D.M. Williams y D. Pollard, "Extraordinary climates of earth-like planets: three-dimensional climate simulations at extreme obliquity", International Journal of Astrobiology, vol. 2, n° 1, 2003, p. 1-19.
03. El historial climático
El clima global ha sufrido cambios importantes a lo largo de la historia geológica, y la figura 1 ilustra cómo ha fluctuado episódicamente entre períodos de calentamiento y enfriamiento.
Fig. 1. Temperatura global desde fines del Proterozoico (por C.R. Scotese). La del Cenozoico se apoya en datos de isótopos de oxígeno, y la precenozoica en indicadores climáticos como carbones, evaporitas y tillitas.
Fig. 2. Escala de tiempo geológica (Teosofía vs. ciencia) (1).
Las probanzas de temperaturas muy cálidas en latitudes altas y glaciaciones en coordenadas bajas muestra que la amplitud de zonas climáticas se ha transformado radicalmente con el tiempo. Dado que su anchura y el rango de cambio estacional se determinan en gran parte por la inclinación del eje rotativo, esto podría atribuirse a cambios críticos en aquélla; empero, las cosas no son tan simples porque alterar ese desvío no conducirá de modo automático a fases de calentamiento o enfriamiento globales de relevancia, y aún así es esto lo que presentan los registros disponibles. En una Tierra más cálida, las latitudes altas pudieron tener un clima predominantemente templado, incluso con la actual oblicuidad del eje.
En dicho escenario, es llamativo considerar las modificaciones en el gradiente térmico meridional (ΔT), es decir, la diferencia homónima entre el ecuador y los polos, que en parte se vincula con la eficiencia del transporte calórico entre estas regiones. Durante un período relativamente cálido en una era Cenozoica por lo demás fría, hoy el ΔT está medido en unos 33ºC; en el clima mesozoico globalmente calinoso fue de 19-23ºC, y en el transcurso del Máximo Térmico Paleoceno-Eoceno (hace 55 millones de años) alcanzó 15ºC, mientras que para el último máximo glacial (21.000-22.000 años atrás) marcó 50ºC (2).
Como los registros indican que hoy y en el pasado la Tierra comportaba tres zonas primarias -un clima principalmente tibio en latitudes bajas y entornos fríos para sectores altos-, la creencia reinante es que "no hay necesidad de invocar trastornos importantes en la inclinación axial", pero varios especialistas no están de acuerdo.
Las tendencias de calentamiento-enfriamiento en la figura 2 eran de carácter global, y por lo común duraban muchos millones o decenas de millones de años; entonces, no pueden aclararse sólo en función de un desplazamiento constante del eje, incluso considerando que, de acuerdo a la Teosofía, los períodos geológicos son mucho más cortos que lo postulado por la ciencia sobre la base de dataciones radiométricas (figura 3). Una dinámica axial perdurable tampoco elucida el enfriamiento prevalente (y muy convulso) durante el Cenozoico. Los datos indirectos de temperatura con mayor resolución están confirmando largos ciclos planetarios de cambio climático, a la vez que resaltan oscilaciones a corto plazo y variantes locales. Por ejemplo, la edad de hielo del Pleistoceno consistió en una seguidilla de períodos glaciales e interglaciares; el número de los primeros se estimó inicialmente en cuatro, mientras que los análisis modernos de isótopos de oxígeno en sedimentos de fondos oceánicos señalan que hubo 52 épocas afines (3).
La figura 2 expone glaciaciones importantes a fines del Precámbrico, Ordovícico, Permo-Carbonífero y Pleistoceno. Se cree que el hielo sólido envolvió a todo el planeta -o su mayor parte- al menos dos veces, y posiblemente tres o cuatro entre 750 y 580 millones de años atrás, aunque ciertas regiones oceánico-tropicales habrían permanecido libres (4). G.E. Williams argumenta que la oblicuidad axial era superior a 54° durante un buen tramo del Precámbrico, y disminuyó con rapidez de 60° a 26° entre 650 y 430 millones de años (5). Los estudios de modelización sugieren que un ángulo elevado del axis (hasta 70°) a lo largo del Precámbrico podría explicar las temperaturas cálidas en glaciaciones del Arcaico, o por lo menos algunas proterozoicas, dependiendo de la geografía predominante (6).
Han habido muchos periodos históricos en que las regiones polares tuvieron clima cálido (7); por ejemplo, los fósiles de animales y plantas (abarcando los primeros anfibios conocidos) señalan niveles calientes en las regiones árticas del Devónico, y los restos de grandes reptiles pérmicos, que debieron necesitar calor, se encuentran a lo largo del río Dvina de Rusia, bajo el Círculo Polar Ártico. En el monte Achernar (Montañas Transantárticas) se descubrió un bosque de postrimerías pérmicas, que según se interpreta existió entre 80 y 85°S; de igual modo, a lo largo del Eoceno tardío aparecieron pequeños mantos de hielo efímeros en la Antártica. En el Oligoceno temprano (~33,5 millones de años) se habría cruzado un umbral climático que permitió la rauda formación de grandes calotas gélidas. La hipótesis convencional solía ser que el crecimiento de hielo en el hemisferio norte no comenzó antes de 15 millones de años atrás, pero ahora hay evidencias del mismo en Groenlandia y también de génesis episódicas de hielo marino en el Ártico con hasta 30 millones de años previos a esa fecha. Tras un período más caluroso desde finales del Eoceno hasta después del Mioceno medio, se establecieron indlandsis permanentes en la Antártica y el Ártico hace unos 14 millones de años (8).
El clima general del Mesozoico, y específicamente del Cretácico, era notablemente uniforme y más cálido que hoy. Las condiciones tropicales a subtropicales modernas se extendieron por lo menos a 45°N y quizá 70°S, con patrones cálido-tibios a fríos-templados más allá de esta zona. En el Triásico, algunos anfibios se propagaron entre 40°S y 80°N, y el Cretácico fue testigo de grandes dinosaurios y árboles en latitudes tan elevadas como Svalbard y la vertiente boreal de Alaska. Desde fines del Paleoceno hasta mediados del Eoceno, había bosques en la isla Ellesmere (80°N) con fósiles de cocodrilo, palmeras en el centro-oeste de Groenlandia y el sur de Alaska, y manglares en la cuenca Londres-París. Para el Eoceno medio-tardío la selva tropical se encontraba al menos a 20° y posiblemente 30° hacia el polo del actual límite norte. Las floras del Mioceno de Grinnell Land, Groenlandia y Spitzbergen requerían contextos templados con abundante humedad (9). Asimismo, se han descubierto grandes vegetales pliocénicos en bosques fósiles a 82,5°N en el septentrión groenlandés y 83,5°S del área antártica Beardmore.
En nuestros días, hay grandes árboles en puntos del Ártico bajo un clima mucho más frío que en el pasado, y algunos de tamaño notable en Siberia se ubican incluso a 73°N. Sin embargo, existe debate acerca de si estos empinados ejemplares, la holgada vegetación y los abundantes y macizos animales prehistóricos que ocuparon esas regiones pudieron sobrevivir en niveles de luz polar como los que existen con un rango axial parecido al de hoy. Algunos científicos creen que éste último debió tener sólo 5-15° para explicar la aparición de floras subtropicales en latitudes altas durante el Cretácico y Paleógeno (Cenozoico temprano) (10). H.A. Allard argüía que la débil zonificación climática que caracterizó ciertas eras geológicas es difícil de armonizar con un eje muy corrido como el de ahora, y postuló que en el Cretácico, cuando había pocos cambios estacionales, aquél se mantuvo en alrededor de 0° (11).
Quienes se oponen a dicha idea sostienen que, si bien una oblicuidad axial menor aumentaría la insolación invernal en latitudes altas, la de tipo medio y anual disminuiría provocando temperaturas polares más heladas, mientras que la evidencia indica grados térmicos polares y calientes en el Mesozoico y Cenozoico temprano; de esta forma, una opción es que la vida pudo adaptarse a un régimen de luz polar (12), pero se cuestionan los modelos climáticos que pretenden justificar tal concepto. Jack Wolfe sugirió que en algún valor crítico de trastorno axial la circulación atmosférica cambia de predominantemente celular (es decir, E-O como hoy) a meridional, lo que habría compensado con creces la mengua de insolación anual en latitudes elevadas.
También es concebible que crecieran árboles en sitios polares si la Tierra presentaba una deflexión mucho mayor que la actual. Fred Dick ejemplificó que a 45° -una órbita de gran excentricidad y pleno invierno en el perihelio- los veranos en Groenlandia habrían sido lo suficientemente largos y cálidos para los vegetales que solía haber allí (13). Esta posibilidad ilustra lo difícil que es obtener conjeturas firmes sobre la inclinación del eje a partir de datos paleoclimáticos y paleontológicos.
En la literatura teosófica se dice que los polos han sido gélidos y calinosos a la vez (14), y ello está respaldado por el registro climático, pero los ciclos análogos no afectaron sólo a dichas zonas. Según un antiguo Comentario, la Tercera Raza-Raíz (lemuriana) se encontraba en el punto medio de su desarrollo cuando: "El eje de la Rueda se inclinó. El Sol y la Luna ya no brillaban sobre las cabezas de aquella porción de los Nacidos del Sudor; la gente conocía la nieve, el hielo y la escarcha, y también hombres, plantas y animales eran empequeñecidos en su crecimiento" (15), tal vez aludiendo al tiempo frío que comenzó a finales del Jurásico (figura 2) (16).
Existió un calentamiento paulatino y general desde el Paleoceno hasta mediados del Eoceno, seguido de un enfriamiento dilatorio hasta el mayor estrago climático al terminar el Eoceno, si bien hubo varias fluctuaciones durante ese tiempo. Desde entonces, una tendencia importante de los climas en el Hemisferio Norte ha sido un descenso en el rango medio anual de temperatura, y por lo tanto una mayor igualdad, aunque nuevamente con muchos altibajos. Jack Wolfe plantea que si los principales cursos climáticos durante el Terciario fueron en gran medida el resultado de cambios en la inclinación axial, en el tramo Paleoceno-Eoceno medio ésta disminuyó gradualmente de 10° a 5°, iniciando un ligero aumento hasta el fin del Eoceno cuando el ángulo llegó a 25-30°. A partir de allí, cree que la inclinación ha venido bajando hasta completar 23,5°, pero admite que ese modelo no explica los trastornos en la temperatura media anual, que pudieron originarse por fluctuaciones en la radiación solar que llega a la Tierra (17). Por su parte, Xu Qinqi sospecha que la causa real de alternancia de períodos glaciales y no glaciales es la variación del eje entre aproximadamente 10 y 25° (18). Como podrá inferirse, tales escenarios son muy conservadores en comparación con los cambios axiales implícitos en los escritos teosóficos.
Se cree que desde los albores del Plioceno el ancho de la zona templada ha cambiado más de 15° (1650 kms.) en los hemisferios norte y sur. Si aplicamos la regla de un desplazamiento axial de 4° por ciclo precesivo, la región templada hipotética (definida únicamente por la inclinación del eje) debería haber tenido 90° en cada hemisferio desde inicios pliocénicos (~1,87 millones de años en escala teosófica), aunque esto podría quedar oscurecido por la complejidad del sistema climático. Al comienzo de dicha era, la deflexión habría sido de 48° y pasando por 90°, 180° y 270°, antes de alcanzar su tasa moderna de 336,6° (23,4°). A principios del Pleistoceno (~1.090.000 años de acuerdo con la Teosofía) completaría 190° y el Polo Norte planetario quizá formó un ángulo de 10° con el extremo sur de la eclíptica. Luego advino una serie de fases glaciales e interglaciares, y el actual interglaciar comenzó hace unos 11.700 años cuando la inclinación exhibía 25°. No sabemos si este era el panorama teosófico, al no haber detalles sobre cómo evolucionó exactamente el desvío axial durante ese período. El fin de la última edad de hielo (~13.000-8000 años AP) estuvo acompañado por un aumento de 120 metros en el nivel del mar e inundaciones generalizadas. En postrimerías del Pleistoceno también se produjo actividad volcánica a gran escala y la extinción de animales colosos en muchas partes del mundo. Blavatsky afirma que la última debacle ocurrió hace unos 12.000 años (19), pero no lo vincula explícitamente con un cambio de polos, y se dice que la inmersión de Poseidonis -última isla del continente atlante- ocurrió en 9565 a. de C. (20).
Notas
1. "Geological Timescale", davidpratt.info.
2. Thomas M. Cronin, Paleoclimates: Understanding climate change past and present, Columbia University Press, 2010, p. 77; "Paleomagnetismo, movimiento de placas y migración polar", parte 7.
3. K.M. Cohen y P.L. Gibbard, "Global chronostratigraphical correlation table for the last 2.7 million years, v. 2010", www.stratigraphy.org.
4. Cronin, Paleoclimates, p. 60.
5. G.E. Williams, "History of the earth’s obliquity", Earth-Science Reviews, vol. 34, 1993, p. 1-45.
6. G.S. Jenkins, "Global climate model high-obliquity solutions to the ancient climate puzzles of the faint-young-sun paradox and low-latitude Proterozoic glaciation", Journal of Geophysical Research, vol. 105, n° D6, 2000, p. 7357-70; G.S. Jenkins, "High obliquity as an alternative hypothesis to early and late Proterozoic extreme climate conditions", en: G.S. Jenkins, M.A.S. McMenamin, C.P. McKey y L. Sohl (eds.), The Extreme Proterozoic: Geology, geochemistry, and climate, Unión Geofísica Estadounidense, Geophysical Monograph 146, 2004, p. 183-92; Y. Donnadieu, G. Ramstein, F. Fluteau, J. Besse y J. Meert, "Is high obliquity a plausible cause for Neoproterozoic glaciations?", Geophysical Research Letters, vol. 29, n° 23, 2002, doi:10.1029/2002GL015902.
7. A.A. Meyerhoff, A.J. Boucot, D. Meyerhoff Hull y J.M. Dickins, Phanerozoic Faunal & Floral Realms of the Earth, Sociedad Geológica de EE.UU., Memoir 189, 1996, p. 46-9; Charles H. Hapgood, The Path of the Pole, Chilton Book Company, 1970, p. 61-7; Jack A. Wolfe, "A palaeobotanical interpretation of Tertiary climates in the northern hemisphere", American Scientist, vol. 66, 1978, p. 694-703; Jack A. Wolfe, "Tertiary climates and floristic relationships at high latitudes in the northern hemisphere", Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology, vol. 30, 1980, p. 313-23; J.G. Douglas y G.E. Williams, "Southern polar forests: the early Cretaceous floras of Victoria and their palaeoclimatic significance", Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology, vol. 39, 1982, p. 171-85.
8. Cronin, Paleoclimates, p. 87-8, 104-7.
9. Blavatsky afirma que Groenlandia era una "tierra casi subtropical" en el Mioceno (La Doctrina Secreta, TUP, 1977 (1888), 2:12). Las tres especies de plantas que cita como prueba (2:726) crecen hoy en climas templados.
10. Wolfe, "A palaeobotanical interpretation of Tertiary climates in the northern hemisphere"; "Tertiary climates and floristic relationships at high latitudes in the northern hemisphere"; Douglas y Williams, "Southern polar forests: the early Cretaceous floras of Victoria and their palaeoclimatic significance"; Xu Qinqi, "Climatic variation and the obliquity", Vertebrata PalAsiatica, vol. 18, 1980, p. 334-43.
11. H.A. Allard, "Length of day in the climates of past geological eras and its possible effects upon changes in plant life", en: A.E. Murneek y R.O. Whyte (eds.), "Vernalization and photoperiodism: A symposium", Chronica Botanica, 1948, p. 101-19.
12. E.J. Barron, "Climatic implications of the variable obliquity explanation of Cretaceous-Paleogene high-latitude floras", Geology, vol. 12, 1984, p. 595-8.
13. F.J. Dick, The Theosophical Path, febrero 1912, p. 86.
14. La Doctrina Secreta, 2:150, 329, 356, 770 nota al pie, 771 nota al pie, 773-4, 777.
15. Ibídem, 2:329. No está claro si el enfriamiento se debió a un alza o disminución del desvío axial.
16. Aún no se descubren evidencias inequívocas de depósitos glaciares del Jurásico, pero existen indicios de que los climas eran lo suficientemente fríos para que se formara hielo marino en latitudes altas (M.J. Hambrey y W.B. Harland (eds.), Earth's Pre-Pleistocene Glacial Record, Cambridge University Press, 2011 (1981), p. 952-3, books.google.nl).
17. Wolfe, "A palaeobotanical interpretation of Tertiary climates in the northern hemisphere"; "Tertiary climates and floristic relationships at high latitudes in the northern hemisphere".
18. Xu Qinqi, "On the causes of ice ages", Scientia Geologica Sinica, vol. 7, 1979, p. 252-63; "Climatic variation and the obliquity".
19. La Doctrina Secreta, 2:8-9.
20. Cartas Mahatma para A.P. Sinnett, TUP, 2da edición, 1926, p. 151/155.