David Pratt, septiembre 2003
01. Velo meteórico y clima
02. La carta de Koot-Hoomi
-Interpretaciones
03. Atmósfera y calor
04. Hallazgos científicos
-Impacto climático
01. Velo meteórico y clima
La Teosofía habla de un velo meteórico circundante a la Tierra (ver Apéndice 2), del cual se dice que tiene muchos kilómetros en espesor, y está compuesto hasta cierto grado por polvo que se eleva desde el planeta, pero principalmente de materia interplanetaria e interestelar -en su mayor parte muy fina- e incluyendo cuerpos más grandes. Asimismo, este polvillo se origina en lunas, planetas y estrellas desintegrados.
De modo parcial, el velo meteórico actúa como escudo que protege a la Tierra, por ejemplo, de las terribles energías solares; además, los influjos del Astro Rey provocan corrientes electromagnéticas en dicha capa gruesa de polvillo. Los intercambios electromagnéticos entre la Tierra y ese recubrimiento contribuyen a generar diversos fenómenos meteorológicos como auroras, tormentas, rayos, precipitaciones, sequías y cambios de temperatura, y también producen alrededor del 70% del calor terrestre. El volumen cambiante de polvo cósmico está relacionado con la serie de períodos glaciales y cálidos, y las correspondientes expansiones y contracciones en la atmósfera.
Cada globo de una cadena planetaria está rodeado por una capa meteórica durante sus períodos activos o rondas. Marte (es decir, su esfera visible ó "D"), que actualmente se encuentra en inactividad u "oscurecimiento" entre su tercera y cuarta rondas, tiene un "revestido" meteórico muy delgado porque se relajaron las fuerzas de atracción que mantienen unidas las masas meteóricas. Mercurio despliega un velo más grueso, ya que está saliendo de la oscuridad para comenzar su séptima ronda; Venus (hoy en su séptima fase) posee otro de mayor densidad, y los anillos de Saturno serían un engrosamiento del velo meteórico en el plano de su ecuador.
02. La carta de Koot-Hoomi
La referencia teosófica más antigua al velo meteórico planetario se encuentra en una carta por el Mahatma Koot-Hoomi (K.H.), recibida por Alfred Percy Sinnett en octubre de 1882 (Apéndice 2). En ella sostiene: "Creo que la atracción magnética del polvo meteórico por la Tierra y la influencia directa de este último sobre los cambios repentinos de temperatura, especialmente en materia de calor y frío, no es un problema resuelto hasta hoy". A ese comentario añade la siguiente nota a pie de página: "El doctor Phipson en 1867 y Cowper Ranyard en 1879 impulsaron la teoría, pero luego fue rechazada". El Maestro se refería a las siguientes obras:
-T.L. Phipson, Meteors, Aerolites and Falling Stars, Londres: L. Reeve & Co., 1867.
-A.C. Ranyard, "Note on the presence of particles of meteoric dust in the atmosphere", Monthly Notices of the Royal Astronomical Society.
El artículo de Ranyard comienza otorgando varios ejemplos sobre corpúsculos metálico-magnéticos de probable origen meteórico, recogidos de piedras basálticas, nieve y hielo, superficies de construcciones altas, arcillas de aguas profundas y la atmósfera. Gran parte de lo que dice la carta por K.H. sobre los puntos de vista y descubrimientos contemporáneos alusivos está tomada de aquel texto, como muestran las siguientes citas:
"En 1876, John Murray publicó un artículo (...) en que daba cuenta de su examen de los depósitos encontrados en el fondo de océanos y mares visitados por el HMS Challenger. En muchas arcillas de profundidades marinas, Murray localizó numerosas partículas magnéticas, extrayendo algunas por medio de un imán cuidadosamente cubierto con papel (...) [concluyendo] que tenían origen cósmico (...)".
"El hecho incuestionable es que millones de meteoros entran en la atmósfera durante el año. Algunos de los cuerpos más grandes alcanzan la superficie planetaria, pero la mayor parte semeja consumirse en la atmósfera superior. Las observaciones anteriores muestran que con frecuencia llegan partículas de hierro diminutas y sin ningún cambio, como el que podría esperarse de su tránsito por el aire en estado incandescente (...). Es indudable que el aire a gran altura sobre la superficie de la Tierra está impregnado de polvo (...)".
"Se han recopilado varias pruebas (...) con respecto a que muchos meteoros de gran tamaño entran en la atmósfera terrestre, cuyas velocidades indican sus órbitas hiperbólicas, y por consiguiente no pertenecen al Sistema Solar. En cualquier caso, parece factible que cierta proporción del polvo meteórico procede de fuentes externas al mismo. La Tierra y los planetas, al ser arrastrados junto con el Sol en su movimiento a través del espacio, recibirían un mayor volumen de polvillo meteórico en sus hemisferios norte, y como teoría digna de consideración, sugiero que esto puede explicar la preponderancia de continentes en el área septentrional de la Tierra (...)".
"Es posible que continuamente se agregue materia gaseosa a la atmósfera (...) y su cantidad total debe hallarse en aumento o disminución. Tales procesos servirían para explicar los grandes cambios de temperatura en la superficie de la Tierra. Si suponemos que ésta última pasa por una región del espacio donde hay comparativamente pocos meteoros, con el tiempo la altura de la atmósfera se reduciría bastante y deberíamos percibir una temperatura al nivel del mar correspondiente a la actual de nuestras cimas montañosas; en términos de los geólogos, el resultado sería una época glacial. Por el contrario, si la Tierra atravesara una zona rica en meteoros y contuviera gas de ácido carbónico ocluido, entonces la atmósfera aumentaría en profundidad y resultando en un periodo como el Carbonífero, con una atmósfera semitropical; de igual modo, podría reaparecer vegetación en la costa de Groenlandia".
K.H. (Carta XXIII-B): "[La ciencia] puso en duda de que el paso de nuestra Tierra por una zona del espacio donde hay más o menos masas meteóricas, tuviera algo que ver con que la altitud de nuestra atmósfera aumenta o disminuye, o ni siquiera tuviese influencia sobre el estado del clima, pero creemos poder demostrarlo fácilmente. Hoy se acepta que la relativa distribución y proporción de tierra y agua sobre nuestro globo puede atribuirse a la elevada acrecencia en él de polvo meteórico -especialmente en nuestras regiones nórdicas-, con la nieve nutrida de hierro análogo y partículas magnéticas; y habiéndose descubierto depósitos de estas últimas incluso en el fondo de mares y océanos, me pregunto cómo, hasta ahora, la ciencia no ha comprendido que cada cambio y perturbación atmosféricos se deben al magnetismo combinado de las dos grandes masas entre las cuales se encuentra comprimida nuestra atmósfera. Llamo 'masa' a este polvo meteórico, porque realmente se trata de eso. Mucho más allá de la superficie de nuestra Tierra, el aire está impregnado y el espacio sigue lleno de polvo magnético o meteórico, que ni siquiera pertenece a nuestro Sistema Solar. Felizmente, la ciencia descubrió que a medida que la Tierra se traslada por el espacio -con todos los demás planetas- recibe una mayor proporción de esa materia polvorienta en el hemisferio norte que en el austral; asimismo, consigna que a esto se debe el mayor número de continentes en dicha región, y la suma abundancia de nieve y humedad. Millones de esos meteoritos e incluso de las partículas más finas nos alcanzan cada año y día, y todos los cuchillos de nuestros templos están fabricados de este hierro 'celeste' que nos llega sin haber sufrido ningún cambio, pues el magnetismo planetario lo mantiene en cohesión. Todo el tiempo se está añadiendo materia gaseosa a nuestra atmósfera, que proviene de la incesante caída de masa aerolítica, enormemente magnética, y sin embargo, para los científicos todavía parece un enigma si las condiciones magnéticas tienen algo que ver o no con la lluvia (...). Mi impresión era que la ciencia había determinado que los períodos glaciales, al igual que aquellos en donde la temperatura es 'similar al Carbonífero', son debidos a la disminución y el aumento de nuestra atmósfera, cuya amplitud se debe a la misma presencia meteórica".
El Maestro añade: "Hace varios años tuve la oportunidad de leer las deducciones científicas sobre el tema; por lo tanto, no conozco sus últimos corolarios, a menos que me haga el trabajo de poner al día lo que quizás haya ignorado".
No es muy probable que K.H. encontrara copias de los textos por Phipson o Ranyard en bibliotecas de monasterios budistas de Tíbet e India, donde solía alojarse.* Sabemos por las Cartas de los Mahatmas que en ocasiones investigaba temáticas con clarividencia (1), y pudo recurrir a un método empleado por Helena Blavatsky cuando escribía sus dos libros principales: ella evocaba ante su ojo interno -a veces con ayuda de los Maestros- las contrapartes astrales de obras sobre un tópico particular (2). Koot-Hoomi menciona su propia "mala costumbre" de nunca olvidar lo que ha visto o leído, agregando: "Tengo el hábito de citar a menudo y sin comillas, del laberinto de lo que obtengo en innumerables folios de, como quien dice, nuestras bibliotecas akásicas, con los ojos cerrados", y sostiene que Blavatsky una vez lo llamó "pirata cerebral" por esto (3). La forma en que las oraciones e ideas de Ranyard están mezcladas en la epístola sería consistente con lo que hubiera escrito de memoria.
*K.H. estudió en Europa en algún momento, quizás la década de 1850, y ciertamente no más allá de mediados del decenio 1870 (4).
El Mahatma alude al posible nexo entre la cantidad de polvo acumulado en la Tierra y las diferentes alturas atmosféricas, pero no detalla los mecanismos. También dice que constantemente se agrega materia gaseosa a la atmósfera (por vaporización del polvo meteórico), y este es el medio que Ranyard invoca para explicar el vínculo sugerido (ver sección siguiente).
Vimos que las partículas recuperadas del fondo marino durante la expedición del HMS Challenger (1872 a 1876) eran de origen extraterrestre, y este hecho fue el primer reconocimiento de que, además de ser bombardeada con objetos del tamaño de meteoritos, la Tierra alberga cuantías sustanciales de corpúsculos submilimétricos (micrometeoritos). En el apartado 5 se examinará la afirmación por Ranyard de si precipita más polvo análogo en el Hemisferio Norte.
Interpretaciones
Los asertos de K.H. sugieren que cuando habla de polvo meteórico se refiere exactamente a eso, pero algunos teósofos no piensan igual. Charles Ryan planteaba que las alusiones al "polvo" y "continente" meteóricos alrededor de la Tierra podrían ser "palabras torpes e insatisfactorias" que se vio obligado a utilizar por falta de mejores nociones occidentales.
Dado que el Maestro habló acerca del rol que tiene el continente meteórico en la génesis de calor mundial, Ryan creía que mencionaba capas atmosféricas inesperadamente "calientes", incluida lo que ahora se denomina ionosfera. Junto con Henry Edge y Alan Stover, llamaron la atención sobre los descubrimientos científicos -desde finales del decenio 1920 en adelante- de niveles cálidos en la atmósfera a diversas altitudes: por ejemplo, un sector de ozono con 90°C a una cota de 65-80 kms., y temperaturas por sobre 1000°C más allá de 80 kms. (5). Otros especuladores señalan que sólo había una correspondencia limitada entre tales hallazgos y las enseñanzas teosóficas sobre el velo meteórico; a saber, una temperatura alta no tendría por qué implicar calor intenso y perceptible. Ese parámetro mide la velocidad promedio (o energía cinética) de átomos y moléculas, es decir, cuanto más rápidos son, mayor es la temperatura. El índice de calor depende no sólo de la movilidad en aquéllos, sino también de su concentración en un volumen de espacio determinado (7), y si bien en la atmósfera superior son muy energéticos, tienen relativamente poca presencia y están muy separados, por lo que allá arriba estarían lejos de ser "calientes".
Blair Moffett sugirió una interpretación muy distinta: "Considerando la falta de un lenguaje técnico preciso en los años 1880 para describir tales fenómenos, las palabras de K.H. apuntan con audacia a los cinturones de Van Allen, o más exactamente la causa de ellos: enormes estratos de materia o polvo meteórico magnetizado, con relativa durabilidad, que funcionan como trampas para la radiación del Sol y el espacio exterior" (8).
La Tierra comporta dos cinturones de radiación, de los cuales el interior fue descubierto por Van Allen en 1958. Estas zonas con apariencia de rosquilla se focalizan en el ecuador y están ocupadas por un número apreciable de protones y electrones energéticos, atrapados en el campo magnético terrestre muy por encima de la atmósfera sensible, y filtran las partículas de alta energía que bombardean continuamente a nuestro planeta. La "faja" interior se extiende desde 650 a 6300 kms. sobre la superficie terrestre, y la externa desde 10.000 a 65.000 kms.
Fig. 2.1. Cinturones de radiación de Van Allen.
Moffett es algo contradictorio: el comienzo de la cita implica que K.H. habló de "polvo meteórico" a falta de mejores conceptos, y luego toma igual criterio al pie de la letra, planteando que ese polvo en realidad ayudaría a formar los cinturones de radiación. Asimismo, equiparar el "continente meteórico" con éstos últimos parece injustificado, pero ¿podría esa sustancia volátil tener algún rol en su origen? Se cree que la franja interna es producida por iones de rayos cósmicos, que chocan con átomos de la atmósfera, y la exterior sería consecuencia del viento solar (corriente de partículas cargadas emitidas por el Astro Rey) colisionante con la magnetosfera, quedando atrapado por ella (9). La ciencia afirma que, lejos de contribuir a formar los cinturones, el velo meteórico tiende a reducirlos a medida que las partículas polvorientas absorben aquéllas en dichos sectores (10).
En la década de 1880 no existían términos como "iones" (en el sentido de átomos disociados), "plasma" (gas ionizado), "rayos cósmicos" y "viento solar", y la frase "materia magnética" puede aludir a tales fenómenos, así como a niveles más etéricos (11); no obstante, la frase "polvo meteórico" es muy específica, y los comentarios de K.H. parecen bastante literales, por lo que deben compararse con el conocimiento actual sobre las acreciones de polvo dentro y fuera de la atmósfera terrestre. Respecto a la idea de "continente meteórico", algunos declaran que el sustantivo se emplea en su acepción de "incluir" (dicho de otro modo, la Tierra estaría "encerrada" dentro de una capa de polvo meteórico), y además describiría la materia astral y física, donde la primera ofrece una "matriz" para el planeta y sus operaciones.
Hay cierta ambigüedad en Teosofía sobre la ubicación exacta del velo meteórico. Se dice que está encima de la atmósfera terrestre, "comprimida" a su vez entre el "continente" de materia meteórica y el cuerpo planetario; Koot-Hoomi afirma que "en lo alto de la superficie de nuestra Tierra, el aire está impregnado y el espacio lleno de polvo magnético o meteórico", planteando que el "manto" análogo designaría concentraciones atmosféricas internas y cimeras. Pero ello continúa siendo impreciso, ya que la atmósfera se adelgaza gradualmente con la altura y no posee un límite superior definido.
En la segunda mitad del siglo XIX, el pensamiento era que la atmósfera llegaba a los 70 kms. de alto, antes que sus propiedades se vieran afectadas por la extrema rarefacción del aire. Sin embargo, varios científicos argumentaron que debía existir otra capa -e incluso una posible envoltura de electricidad- en niveles aún mayores, estimados en 320 u 800 kms. (13).
El estrato más bajo, fino y denso es la troposfera, donde ocurre la mayoría de fenómenos meteorológicos y representando así el 80% de la masa atmosférica; su límite superior (tropopausa) varía desde 18 kms. de espesura en los trópicos hasta 6 en regiones polares. Los 50 kms. siguientes, que comprenden la troposfera y estratosfera, contienen más del 99% de dicho volumen, y por su parte la exosfera se prolonga por más de 1000 kms. sobre la Tierra, antes de desvanecerse en el medio interplanetario.
Como se explica en el punto 4, la atracción gravitacional de la Tierra y su movimiento en el espacio resultan en una afluencia constante de meteoritos* con diversos tamaños. El intervalo entre 110 y 80 kms. de altitud se conoce precisamente como región de meteoritos, pues allí el aire es lo suficientemente denso para incinerar los cuerpos de alta velocidad, dejando estelas ígneas en el cielo nocturno. Muchas partículas de polvo meteórico también se derriten y evaporan en esta zona. El cinturón más grueso de polvillo cósmico se encuentra a una cota de 85 kms., cercano al tope de la mesosfera.
*Los meteoroides son pequeños objetos sólidos que se mueven en el espacio interplanetario, generalmente más reducidos que un asteroide y más grandes que una molécula. Se les conoce como meteoros cuando atraviesan la atmósfera, y meteoritos si llegan intactos a la superficie terrestre.
Referencias
1. Cartas Mahatma para A.P. Sinnett, Pasadena, CA: Theosophical University Press (TUP), 2da ed., 1975, p. 422-4 / Wheaton, IL: Theosophical Publishing House (TPH); ed. cron., 1993, p. 398-9.
2. Sylvia Cranston y Carey Williams, HPB: The extraordinary life and influence of Helena Blavatsky, Santa Barbara, CA: Path Publishing House, 3era ed., 1994, p. 154, 292-3, 311-2, 325-6.
3. Cartas Mahatma para A.P. Sinnett, 2da ed. p. 286, 324, 364, ed. cron. p. 75, 433, 450.
4. Ibídem, 2da ed., p. 15, 44, ed. cron. p. 18, 63; Cartas de H.P. Blavatsky para A.P. Sinnett, TUP, 1975 (1925), p. 105; Charles J. Ryan, "An important correction", The Canadian Theosophist, 15 diciembre 1936, p. 326-9, http://blavatskyarchives.com/ryancorrection.htm; Geoffrey A. Barborka, The Mahatmas and Their Letters, TPH, 1973, p. 314-6; Jean Overton Fuller, Blavatsky and Her Teachers, London: East-West Publications, 1988, p. 83-4.
5. The Theosophical Path, septiembre 1931 (p. 231-2), julio 1933 (p. 46-9); The Theosophical Forum, febrero 1940 (p. 136-8), enero 1947 (p. 23-4); Alan J. Stover, "Cycles of earth history and the ice ages", Theosophical University Studies, 1945, p. 22-3.
7. Isaac Asimov, Asimov’s New Guide to Science, London: Penguin, 1987, p. 70, 197, 368.
8. Sunrise, noviembre 1975, p. 86-7.
9. www.phy6.org/Education/Iradbelt.html.
10. A.J. Dessler (Lunar and Planetary Lab, Universidad de Arizona), comunicación personal, 24 agosto 2003. Para opiniones contrarias, ver: Joseph H. Cater, The Ultimate Reality, Pomeroy, WA: Health Research, 1998, p. 284-6.
11. Cartas Mahatma para A.P. Sinnett, 2da ed. p. 164-5, ed. cron. p. 320-1.
13. Encyclopaedia Britannica, 8va ed., 1854, 4:179-80; T.L. Phipson, Meteors, Aerolites, and Falling Stars, London: L. Reeve & Co., 1867, p. 194-8.
03. Atmósfera y calor
La atmósfera comporta un 78% de nitrógeno, 21% de oxígeno y pequeñas cantidades de argón, ozono, vapor hídrico, dióxido de carbono y otros gases. Se cree que dicho vapor ejecuta un rol importante para regular la temperatura del aire, absorbiendo energía solar y radiación térmica de la superficie terrestre. La troposfera comprende el 99% del vapor de agua en el ambiente y su presencia declina rápidamente con la altitud, generando una disminución de temperatura vertical promedio de 6°C por kilómetro. La estratosfera incluye poca agua vaporizada, pero sí alrededor del 90% del ozono, cuya capa se encuentra a una altura de 20-30 kms. y absorbe la radiación ultravioleta, calentando así la estratosfera. En la mesosfera los gases son exiguos y se tornan insignificantes los niveles de ozono y vapor hídrico, haciendo que la temperatura llegue a -120°C en la mesopausa. La termosfera alberga fluidos aún más sutiles, pero el índice calórico remonta a los 2000°C en su parte superior, a 700 kms. del suelo planetario, debido a la absorción del gran influjo solar por escasez del oxígeno molecular restante.
Fig. 3.1. Capas de la atmósfera (1) (ver aquí para más detalles (2)).
Koot-Hoomi dice que el calor asimilado en nuestro globo por radiación del Sol es como máximo un tercio del percibido directamente desde la masa de polvo meteórico, y agrega: "Hay una tremenda absorción de fuerzas solares por la Tierra; sin embargo, puede demostrarse que ésta última apenas recibe el 25 por ciento del poder químico de sus rayos, pues están despojados del otro 75 durante su paso vertical a través de la atmósfera, en el momento que alcanzan el límite exterior del 'océano aéreo'. Incluso dichos rayos pierden casi el 20 por ciento de potencia iluminadora y calórica, según la ciencia" (3).
De acuerdo con especialistas modernos, el 50% de radiación solar pasa mediante la atmósfera hasta la superficie del planeta: la primera difunde el 33% de la suma entrante y un 17 adicional nos llega como fluencia dispersa. Sin embargo, la radiación constituye sólo un tercio de la energía que alcanza el terreno firme, mientras que la sidérea representa dos tercios. Del importe que recibe la atmósfera, el 77% proviene del globo y sólo un 13 conlleva absorción solar directa, si bien se cree que el Sol es la fuente básica que impulsa la atmósfera (4).
La comprensión científica respecto al Sol, la atmósfera terrestre y el equilibrio energético está destinada al fracaso, pues no considera los niveles más finos y etéreos de materia-energía que forman el sustrato del mundo físico. Hoy varios "eterólogos" independientes desarrollan enfoques alternativos; por ejemplo, Paulo y Alexandra Correa -basándose en el trabajo experimental y teórico pionero de Nicola Tesla, Wilhelm Reich y Harold Aspden- han llegado a una serie de conclusiones diametralmente opuestas a aquéllas del establishment.
Según la ortodoxia, el Sol emite radiación electromagnética (incluida la ultravioleta, visible e infrarroja), que viaja por el vacío como ondas transversales a la velocidad de la luz, y luego se filtra parcialmente y transforma cuando ingresa a nuestra atmósfera. Los Correa, por otra parte, sostienen que esa estrella libera principalmente éter* que se traslada en forma de vaivenes longitudinales, no limitados por la rapidez lumínica, y al entrar en la atmósfera interactúa con materia física para producir radiación electromagnética (fotones) (5). También demuestran que la química oficial no logra explicar el ciclo atmosférico basal de oxígeno, ozono y agua, y elucidan cómo la creación de electrones y fotones a partir del éter puede resolver el problema, al constituir un proceso acompañado por liberación de calor.
*En Teosofía y este artículo -así como otros vinculantes-, la expresión éter (luminífero) se reserva para grados de sustancia no-física, superiores a los grados etéricos directamente implicados en la generación de materia y fuerzas tangibles (6).
La ciencia no puede determinar qué es realmente la luz (radiación electromagnética), y disimula su ignorancia con el profundo término "dualidad onda-partícula (fotón)", es decir, en ocasiones alternadas exhibe los atributos que se esperarían de ambos. Y como el éter fue "revocado", no habría nada donde esas ondas pudieran moverse, pero esto no incomoda mucho a los "expertos".
Refiriéndose a la disputa entre los considerandos corpuscular y ondulatorio, Blavatsky afirmó que el ocultismo no rechaza la segunda tesis, pero requería "compleción y reordenamiento". Destacó que la luz se vinculaba a sustancias etéricas, citó con anuencia a quienes decían que el Sol irradia energía sutil, y mencionó el papel de la atmósfera terrestre para convertir energías solares entrantes (7). Otros escritores señalan que éstas últimas interactúan con el velo meteórico para producir corrientes electromagnéticas en la atmósfera, e intercambiables entre la Tierra y el espacio (especialmente dicha cobertura de polvo). Los rayos solares y la electricidad en sí mismos no son fríos ni calientes, pero despiertan actividad vibratoria en todo lo que inciden o atraviesan, pudiendo ser detectada como luz o calor.
La ciencia actual reconoce que existen "canjes" electromagnéticos entre la Tierra y diversos componentes aeríferos. La materia atmosférica vuelve a irradiar la energía que capta del Sol; las bases de nubes y los gases (como el dióxido de carbono) transmiten infrarrojo (calor), y a su vez las superficies terrestres y oceánicas lo devuelven a la atmósfera, donde su mayor parte es absorbida mediante vapor de agua y dióxido de carbono, siendo remitida al planeta en un nuevo ciclo.
Acerca del argumento por Ranyard de que nuestra atmósfera "aumentaría su profundidad" si la Tierra pasara por "un sector rico en meteoros" que contuvieran "gas de ácido carbónico" (dióxido de carbono), produciendo así calentamiento global, el astrónomo Bill Napier comenta: "(...) la cuantía de dióxido carbónico en la superficie planetaria es tan grande, que casi no existe relevancia en aquélla del volumen meteórico, e incluso los cometas tienen porcentajes ínfimos”. Además, como los gases son comprimibles, añadir más de éstos a la atmósfera no necesariamente ensanchará la magnitud. Para que su altura cambie de modo significativo, se requieren vuelcos sustanciales en su composición o temperatura* (9), y dado que nitrógeno y oxígeno constituyen el 99% de la masa atmosférica, es poco probable que la afluencia de polvo meteórico genere alteraciones importantes en la misma.
*La altura atmosférica está dada por h= RT/μg, donde R es la constante de gases, T la temperatura (en kelvins), μ el peso molecular y g la gravedad de la superficie terrestre. En unidades cgs, con R= 8,3 x 107, g= 103, T= 300 y µ= 30, obtenemos un alto característico de 8 kms., que concuerda bien con el grosor de la troposfera. Puesto que R y g son fijos, los cambios en h deben producirse mediante otros en T ó µ.
No obstante, el polvo puede tener efectos críticos en la temperatura global (véase más adelante), haciendo que la atmósfera pedánea se dilate o contraiga ligeramente. Incluso hoy, la altura en la tropopausa varía según márgenes de latitud, estación y clima, siendo más elevada en el ecuador que en los polos y durante el verano. Asimismo, desde 1980 la tropopausa ha venido mostrando un engrosamiento de 20 metros, atribuido a la expansión troposférica por gases de efecto invernadero (calentamiento global), y contracciones en la estratosfera a raíz del agotamiento de la capa de ozono (10).
Referencias
1. http://liftoff.msfc.nasa.gov/Academy/space/atmosphere.html.
2. www.bu.edu/cism/Science/atmosphere.html.
3. Cartas Mahatma para A.P. Sinnett, TUP, 2da ed., 1975, p. 162, 168/TPH, ed. cron. 1993, p. 319, 324 (ver Apéndice 2).
4. J.J. Hidore y J.E. Oliver, Climatology: An atmospheric science, New York: Macmillan, 1993, p. 37-8.
5. "Introduction to experimental aetherometry", y monografías AS2-17A y 17B, www.aetherometry.com.
6. "The theosophical ether", davidpratt.info.
7. H.P. Blavatsky, La Doctrina Secreta, TUP, 1977 (1888), 1:523-40, 554, 579-80; H.P. Blavatsky, Isis Develada, TUP, 1972 (1877), 1:281.
9. Bill Napier, comunicación personal, 24 y 25 agosto 2003.
10. www.cleannorth.org/article/416.html.
04. Hallazgos científicos
En la mañana del 14 de diciembre de 1807, una enorme bola fulgurante cruzó el cielo al suroeste de Connecticut y se informó la caída de rocas. Dos profesores de Yale concurrieron a investigar, estableciendo que las piezas eran de origen extraterrestre. Cuando el mandatario Thomas Jefferson escuchó su relato- y quien también era científico-, supuestamente declaró: "Caballeros, prefiero pensar que mienten dos profesores yanquis, a creer que caen piedras celestiales". ¡Y la ciencia ha progresado mucho desde entonces!
Fig. 4.1. Uno de los meteoritos recuperados en Connecticut, 1807 (1).
El Sistema Solar interno se halla recubierto por una capa sutil de polvo conocida como nube zodiacal, que incluye bandas de ese material vinculantes con familias de asteroides, trazas de polvo asociadas a cometas de período corto, y un anillo de motas asteroidal que sigue la órbita de la Tierra (2). Se cree que muchas partículas de polvo interplanetario resultan de colisiones entre asteroides y actividad cometaria, pero sigue siendo dudosa su contribución relativa. Otros orígenes incluyen granos de polvo interestelar, eyecciones de impactos en Luna y Marte, choques en el sistema planetario intrínseco y la franja de Kuiper más allá de Plutón. La mayoría de esas partículas se mueve en órbitas prógradas en sentido antihorario -al igual que los planetas- y gradualmente van en espiral hacia el Sol.
Se considera que el reflejo de lumbre solar en la sobredicha nube produce luz zodiacal, un cono lumínico muy tenue y visible al oriente en el alba, y al oeste tras el atardecer; de igual forma, en noches muy claras el resplandor se extiende a lo largo de la eclíptica (plano de la órbita terrestre alrededor del Sol). El mencionado reverbero también ocasiona el gegenschein ("contrarresplandor"), una mancha brillante y difusa en el cielo nocturno directamente opuesta al Sol.
Fig. 4.2. La luz zodiacal, una impresionante cuña de polvo cósmico enmarcada por las Pléyades (arriba-izquierda), el cometa Hale-Bopp (arriba-derecha) y Mercurio (izquierda del centro a lo largo del horizonte) (3).
El movimiento del Sol y los planetas origina una corriente de gas interestelar y granos de polvo, que se desplaza a través del sistema en dirección opuesta al curso del Astro Rey; asimismo, la polvareda ingresa al "vecindario cósmico" desde otras fuentes. En 1992-1993, la nave espacial Ulysses detectó un flujo de granos muy pequeños cerca de Júpiter provenientes de la zona aproximativa del centro galáctico (donde la densidad de estrellas es superior), y en ciertos momentos del ciclo solar se espera que estas partículas lleguen a la Tierra. Por el contrario, la fuerza de radiación e interactividad de los corpúsculos impregnados con el campo magnético interplanetario obstaculizan que otros aún más reducidos penetren profundamente en el Sistema Solar. Se han descubierto rastros iónicos de gránulos mayores que entran a la atmósfera terrestre con una ligereza que excede significativamente la velocidad de escape del conjunto planetario, identificando a los mismos como interestelares (4).
La Tierra está cubierta por una nube sustanciosa de polvo interplanetario e interestelar, que se prolonga -en volumen decreciente- por unos 150.000 kilómetros antes de desvanecerse y adquirir la densidad regular del medio cósmico. Se estima que en nuestro "hogar azul" caen todos los años cerca de 40.000 toneladas de polvareda espacial (5), cuyas partículas entran continuamente a la atmósfera y luego tardan varios años en llegar a la superficie. Estas abarcan un diámetro desde submicrones* hasta milímetros, y aceleraciones entre 11,1 y 72 km/s (velocidad de escape de la Tierra y el Sistema Solar, respectivamente). El polvo submilimétrico representa la mayor parte del "fardo" extraterrestre acumulado por la Tierra. Los despliegues más espectaculares de su afluencia son las lluvias de meteoritos y las mucho más raras e intensas tormentas análogas, causadas por el paso de la Tierra entre angostos raudales de escombros que quedan tras los cometas de período corto, o asteroides que cruzan nuestro globo.
*Una micra o micrómetro equivale a una millonésima de metro, o una milésima de milímetro (símbolo: µm).
Fig. 4.3. Cometa West, tal como apareció previo al alba en marzo de 1976. La tenue forma de "encaje" es creada por innumerables partículas desprendidas del núcleo durante muchos días (6).
Fig. 4.4. Docenas de brillantes Leónidas (serie de 72 minutos realizada a partir de ocho exposiciones, utilizando una lente "ojo de pez"), originarias de la cadena estelar en Leo con forma de hoz (abajo-derecha; Fred Espenak©, 2001, MrEclipse.com).
Hay acumulación de todo el material extraterrestre que impacta la atmósfera, pero sólo una parte continúa como cuerpos sólidos (7). La mayoría de partículas que afecta las capas aéreas superiores tienen unos 200 µm en diámetro; los especímenes de ese tamaño o más grandes sufren una prolongada fusión y vaporización, terminando por extirparse a altitudes de 75-110 kms. La teoría dice que el vapor de meteorito se recondensa para formar corpúsculos submicrónicos que eventualmente se unen a partículas atmosféricas mayores, antes de alcanzar la superficie planetaria. Mientras los gránulos más ostensibles y rápidos suelen derretirse o esfumarse a medias, las pequeñas y lentas tienden a "sobrevivir" luego de su entrada. Los objetos en el rango de centímetros a metros son detenidos por fricción aerífera y continúan vigentes tras el impacto, produciendo los varios meteoritos recolectados en el mundo. Otros ítemes con pocas decenas de metros golpean la litosfera con mucha velocidad y se desintegran en buena medida, dejando cráteres. Los meteoroides están compuestos principalmente por óxidos de hierro, magnesio y silicio, aunque a ratos exhiben carbono en cantidades sustanciales.
Fig. 4.5. Grano de polvo interplanetario (10 micrones).
Fig. 4.6. Esférula cósmica (250 micrones), recuperada de sedimentos de aguas profundas (8).
Uno de los factores que repercute en el volumen de material interplanetario y "barrido" por nuestro globo, es el desvío de la órbita terrestre hacia el plano invariable del Sistema Solar (aquél que pasa por el centro másico de éste último, y perpendicular a su vector de momento angular), siendo la región donde tiende a concentrarse la mayor cuantía de polvo, y coincide aproximadamente con el área orbital de Júpiter.
Fig. 4.7. Ubicación moderna de los polos: a) norte celeste, b) norte de la eclíptica y c) septentrional del plano invariable. Se cree que las influencias gravitacionales planetarias hacen que los polos eclípticos (puntos en el espacio perpendiculares al nivel de la órbita terrestre) circunden a los del plano fijo con un período de 70.000 años, mientras que el ladeo eclíptico respecto a dicha área oscila entre 0,8° y 2,6° durante unos 100.000 años. Su inclinación actual es de 1,58°; el último máximo ocurrió 30.000 años atrás, y se espera que llegue hasta un mínimo en 20.000 (9).
Si el polvo en el anillo zodiacal está confinado al plano inmutable y la inclinación de la Tierra hacia éste es elevada, nuestro mundo atraviesa la banda de polvo sólo dos veces al año, pero cuando el ángulo es bajo, aquél permanece en dicho "cinto" durante toda la órbita y se acumula mucho más polvareda. Los datos sobre lluvias de meteoritos indican que la máxima afluencia total a la Tierra se produce en fechas coincidentes con el tránsito de la misma por el nivel invariable (principios de enero y julio). En realidad, la situación es más compleja, pues existen mútliples franjas de polvo y sus planos medios presentan distorsión, según el grado deformativo en el tamaño de las partículas. La inclinación orbital terrestre y relacionada con el aflujo de polvo compuesto por gránulos de 4 a 24 µm oscila entre poco menos de 2° y 5° (10).
Impacto climático
El polvo es un factor importante que incide en el clima, ya que afecta la transparencia aerífera a la radiación solar entrante y el calor saliente. Las nubes son el elemento más crítico para hacer que la influencia solar retorne al espacio, y aquéllas -junto con las precipitaciones- dependen de la cantidad de aerosoles (pequeñas partículas), el polvo arrojado por erupciones volcánicas y el de tipo meteórico. Algunos polvazales reducen la insolación al esparcir directamente la luz, pero las partículas cometarias podrían originar calentamiento al inyectar agua en la atmósfera. Los estallidos volcánicos que liberaron aerosoles en gran parte del mundo, como Tambora (1815), Krakatoa (1883) y Agung (1963) produjeron enfriamiento global hasta cierto grado durante uno o dos años luego de las catástrofes.
Por ende, la tierra meteórica cumple una función perentoria en los niveles aeríferos, al actuar como sitio de nucleación para el crecimiento de nubes, especialmente en la estratosfera y mesosfera, donde el polvillo planetario tiene dificultades para llegar, salvo en el caso de explosiones volcánicas. Las partículas de polvo meteórico proporcionan núcleos de condensación para nubes noctilucentes, que se forman durante el verano en la mesosfera superior sobre las regiones polares (80-100 kms. de altitud). Dicho material también contribuye a generar capas de iones y átomos metálicos en la ionosfera y mesosfera, incidiendo en las propiedades de zonas inferiores (D y E) en la primera de ellas (60-150 kms. de altura). En la estratosfera, la tierra meteórica sirve como centro condensatorio respecto al ácido sulfúrico, las gotas de agua y nubes estratosféricas polares, que desempeñan roles categóricos en la destrucción de la capa de ozono. Asimismo, los gránulos acumulados pueden afectar la cobertura nubosa al modular las corrientes eléctricas estratosféricas (11).
Hay evidencias de que el Sistema Solar se halla rodeado por una nube de polvo y restos de cometas, probablemente con origen interestelar, y la cual puede "filtrarse" en el mismo bajo ciertas condiciones, a pesar de la acción expulsora del viento solar. Paul LaViolette sostiene que las ráfagas de rayos cósmicos -emitidos por explosiones periódicas del núcleo galáctico- podrían empujar grandes volúmenes de polvo hacia nuestro conjunto planetario, gatillando calentamiento o enfriamiento de la Tierra, dependiendo de las circunstancias predominantes (12). La afluencia de polvo interestelar también ascendería cuando dicho sistema pase periódicamente por regiones más densas del medio espacial. Algunos estudios sobre núcleos de hielo plantean que en ciertos lapsos de la última edad glacial el polvo cósmico se acumulaba en la superficie de la Tierra cientos de veces más rápido que hoy, aunque esta afirmación no se acepta por completo (13).
La creencia genérica alude a que en una escala de tiempo prolongada, la tasa de acreción de polvo asteroidal debería modificarse en un factor de sólo dos o tres. Sin embargo, los raros cometas gigantes son los cuerpos más masivos que entran al Sistema Solar interior, siendo además los principales contribuidores a la nube zodiacal, generando enormes oleadas de polvo cometario en la Tierra. Bill Napier declara que la afluencia de éste último puede acercarse al millón de toneladas por año, a lo largo de varios milenios. Dado que las partículas submicrónicas son eficientes dispersadoras de luz óptica, si la Tierra pasara a través de una cola cometaria muy grande, podría penetrar suficiente polvo en la atmósfera superior para oscurecer el Sol, con secuelas perjudiciales en la fotosíntesis y las cadenas alimentarias (14).
Napier considera que el ciclo de 100.000 años observado en los registros climáticos puede tener su causa en las precesiones orbitales de Júpiter y Saturno, ya que ambos controlan en gran medida la llegada de cometas de período corto en el Sistema Solar interno. Ese periodo climático, que ha sido dominante en el último millón de años, suele atribuirse a variaciones en la excentricidad de la órbita terrestre, pero esta conjetura enfrenta muchos problemas. Otra alternativa, propuesta por Muller y MacDonald, es que dicha fase se produce por alteración periódica del ángulo entre la eclíptica y el plano invariable del "vecindario" solar (15); no obstante, la idea también ha suscitado críticas porque el ladeo orbital de la Tierra con respecto a las bandas de polvo que la cruzan no varía de forma permanente ni suave (16). En virtud de ello, se sabe que el flujo de tierra meteórica es un agente importante en la atmósfera y clima globales, si bien persisten profundos desacuerdos sobre el sistema climático.
Referencias
1. www.meteorlab.com/METEORLAB2001dev/metics.htm.
2. S.F. Dermott, S. Jayaraman, Y.L. Xu, B.A.S. Gustafson y J.C. Liou, "A circumsolar ring of asteroidal dust in resonant lock with the earth", Nature, v. 369, 1994, p. 719-23.
3. www.mpi-hd.mpg.de/dustgroup/~graps/st/page1_med.jpg.
4. E. Grün, B. Gustafson, I. Mann, M. Baghul, G.E. Morfill, P. Staubach, A. Taylor y H.A. Zook, "Interstellar dust in the heliosphere", Astron. Astrophysics, v. 286, 1994, p. 915-24; A.D. Taylor, W.J. Baggaley y D.I. Steel, "Discovery of interstellar dust entering the earth’s atmosphere", Nature, v. 380, 1996, p. 323-5; G.J. Flynn, "Collecting interstellar dust grains", Nature, v. 387, 1997, p. 248.
5. S.G. Love y D.E. Brownlee, "A direct measurement of the terrestrial mass accretion rate of cosmic dust", Science, v. 262, 1993, p. 550-3.
6. http://home.earthlink.net/~tonyhoffman/cometwest.htm.
7. B. Peucker-Ehrenbrink y B. Schmitz (eds.), Accretion of Extraterrestrial Matter Throughout Earth’s History, New York: Kluwer Academic/Plenum Publishers, 2001, capítulos 1 y 7.
8. http://homepages.wmich.edu/~korista/phys104.html; Accretion of Extraterrestrial Matter, p. 9.
9. Donald V. Etz, "This restless globe", www.astrosociety.org/education/publications/tnl/45/globe1.html.
10. Accretion of Extraterrestrial Matter, capítulo 2.
11. Ibídem, capítulos 8 y 9; R.P. Turco, O.B. Toon, P. Hamill y R.C. Whitten, "Effects of meteoric debris on stratospheric aerosols", Journal of Geophysical Research, v. 86, 1981, p. 1113-28; O. Kalashnikova, M. Horányi, G.E. Thomas y O.B. Toon, "Meteoric smoke production in the atmosphere", Geophysical Research Letters, v. 27, 2000, p. 3293-6.
12. Paul A. LaViolette, Earth Under Fire: Humanity’s survival of the apocalypse, Schenectady, NY: Starlane Publications, 1997, p. 114, 118, 120, 123, 128-32, 153-4, 347.
13. D.B. Karner, J. Levine, R.A. Muller, F. Asaro, M. Ram y M.R. Stolz, "Extraterrestrial accretion from the GISP2 ice core", Geochimica et Cosmochimica Acta, v. 67, 2003 (http://muller.lbl.gov).
14. Accretion of Extraterrestrial Matter, capítulo 4.
15. R.A. Muller y G.J. MacDonald, "Spectrum of 100-kyr glacial cycle: orbital inclination, not eccentricity", Proceedings of the National Academy of Sciences, EE.UU., v. 94, 1997, p. 8329-34; Accretion of Extraterrestrial Matter, capítulo 9.
16. Ibídem, capítulo 2; J.A. Rial, "Pacemaking the ice ages by frequency modulation of earth’s orbital eccentricity", Science, v. 285, 1999, p. 564-8.