25 de septiembre de 2022

Los fiascos del materialismo en el estudio de la conciencia (1 de 2)

Por Larry Dossey, 30 de mayo de 2015


Contenidos:

-Introducción
-El rostro del fisicalismo
-"Esto me deja noqueado..."
-Costos humanos
-Sentido práctico
-Vuestra pareja como "ecuación diferencial"
-Evidencias
-Bibliografía


Introducción

"A pesar de los imponentes logros intelectuales y tecnológicos en la ciencia del siglo XX, su hechizo sobre nosotros se ha debilitado irreversiblemente, y hay al menos dos razones importantes para ello. En primer lugar, tanto especialistas como profanos se han dado cuenta de los límites y las deficiencias del conocimiento científico. En segundo término, nos percatamos que nuestra hambre perpetua por comprensión espiritual es real e innegable. No puede definirse mediante una lógica sutil, ni satisfacerse viendo el Universo como estéril, mecanicista y accidental" (Roger S. Jones, Physics as Metaphor) [1].

El problema más urgente que enfrenta la humanidad es saber cómo nos concebimos, ya sea como "complejos bultos de materia" guiados por las así llamadas "leyes ciegas y sin sentido de la naturaleza", o como criaturas que -aún siendo físicas- están imbuidas de algo más, llámese conciencia, mente, voluntad, elección, propósito, dirección, significado y espiritualidad; esa cualidad de difícil explicación que dice que estamos conectados con "algo" que trasciende nuestro yo y ego individuales. Cada decisión que tomamos está influenciada por cómo respondemos a la gran pregunta de "¿quiénes somos?"

Existe una creciente conciencia de que las interminables reyertas entre los defensores de ambas visiones son más frecuentes que los desacuerdos entre expertos, pero tienen consecuencias reales para nuestro futuro en la Tierra, y si es que tenemos algún porvenir [2], pues como dijo el novelista y político André Malraux (1901-1978), el siglo XXI será espiritual o no lo será [3].

El poeta, dramaturgo y diplomático Vaclav Havel (1936-2011), quien fuera primer presidente de la República Checa, vio cómo se avecinaba un infierno en nuestro mundo y tuvo el valor de denunciarlo en el escenario internacional. Como posible solución, declaró: “Me parece que una de las experiencias humanas más básicas, genuinamente universal y que vincula a toda la humanidad -o más precisamente, podría unirla-, es vivir la trascendencia en su significado más amplio" [4]. Havel propugnó lo que llamaba "responsabilidad hacia algo superior ", y en un discurso ante una sesión conjunta del Congreso estadounidense el 21 de febrero de 1990, sostuvo:

"La conciencia precede al Ser, y no al revés (...) Por eso, la salvación en este mundo humano no se encuentra en otro lugar que nuestro corazón (...) Sin una revolución global en la esfera de la conciencia humana, nada cambiará para mejor en el ámbito de nuestro ser, y será inevitable la catástrofe hacia donde se dirige este mundo, ya sea de tipo ecológico, social, demográfico o un colapso civilizatorio general. Si ya no nos amenaza la guerra mundial o el peligro de que las montañas absurdas de armas nucleares hagan estallar el planeta, eso no significa que hayamos ganado definitivamente. Todavía somos capaces de comprender que la única y verdadera 'columna vertebral' de todas nuestras acciones, si han de ser morales, es la responsabilidad hacia algo más elevado que 'mi familia', 'mi país', 'mi empresa' o 'mi éxito'; la responsabilidad hacia el orden del ser donde todas nuestras acciones quedan registradas de manera indeleble, y es sólo en ese nivel donde serán debidamente juzgadas" [5].

Hemos visto desarrollos emocionantes en áreas científicas clave que muestran una promesa real en la búsqueda y responsabilidad humanas por algo más trascendente, y también sólidas razones para creer que la "revolución global" de Havel en la conciencia puede estar más cerca de lo que pensamos. Luego de tres siglos de coqueteo con una visión puramente física de quiénes somos, comienza a aparecer otro panorama.


El rostro del fisicalismo

El fisicalismo es la doctrina de que la realidad consiste simplemente en el mundo material. Su primo cercano es el materialismo, o el credo de que nada existe excepto la materia y sus movimientos y transformaciones; señala también que la conciencia y voluntad se deben totalmente a injerencias materiales [6], y con frecuencia ambos conceptos se utilizan indistintamente.

¿Cómo se ve realmente el fisicalismo? Es una perspectiva multifacética en que, como ha dicho el astrofísico David Lindley, “los humanos somos sólo migajas de materia orgánica adheridas a la superficie de una pequeña roca. Cósmicamente, no somos más importantes que el moho en una cortina de baño" [7]. La espiritualidad, el sentido de conexión con algo que trasciende el yo individual, se equipara en este punto de vista con "autoengaño", "fantasía" o "alucinación", y según ello no hay significado, dirección, propósito ni libre albedrío. Como apunta el filósofo Daniel Dennett, “cuando consideramos si el libre albedrío es ilusión o realidad, estamos mirando hacia un abismo. Lo que parece enfrentarnos es una zambullida en el nihilismo y la desesperación" [8]. El fisicalismo implica que la idea cotidiana de la "mente" es "exagerada e innecesaria", y de acuerdo con la lingüista Karen Stollznow, "el acto de pensar es sólo la carne hablando consigo misma. Es generado por el cerebro; cuando morimos, por desgracia eso muere con nosotros y podemos afirmarlo categóricamente" [9]. En su libro Consciousness Explained, Dennett añade sin rodeos: "Todos somos zombies y nadie está consciente" [10]. Por su parte, el biólogo molecular Francis Crick -ganador del Premio Nobel- proclamó confiado que "las actividades mentales de una persona se deben enteramente al comportamiento de células nerviosas o gliales y los átomos, iones o moléculas que les componen e influyen en ellos" [11]. De manera similar, el astrónomo Carl Sagan declaró inequívocamente: "El funcionamiento [del cerebro], lo que a veces llamamos mente, es consecuencia de su anatomía y fisiología, y nada más" [12]. También el psiquiatra e investigador Allan Hobson escribió que "la conciencia, como el sueño, es del cerebro, por el cerebro y para el cerebro" [13]. En resumen, el fisicalismo constituye una visión desoladora que sintetizaba así Steven Weinberg, físico ganador del Premio Nobel: "Cuanto más comprensible parece el Universo, semeja ser más inútil" [14].

Algunos conocedores del ámbito científico han considerado que la religión/espiritualidad son relativamente inmunes a la influencia corrosiva del fisicalismo. Por ejemplo, en 1929 el astrofísico Sir Arthur Eddington en su Conferencia Swarthmore dijo: “Descartad la idea de que la ley natural puede engullir a la religión; ni siquiera puede abordar la tabla de multiplicación con una sóla mano” [15]. Otros sugieren que el debate intratable entre mente y materia se basa en malentendidos semánticos y es exagerado. Entre ellos se encuentra la filósofa británica anti-materialista Mary Midgley:

"El verdadero escollo con el problema de la mente y el cuerpo se centra en la palabra 'materialismo', que en sí constituye una reliquia del dualismo: sugiere que existen dos materias rivales, mente y materia, que compiten por ser vistas como básicas para el mundo. Nos dice que elijamos una de ellas y reduzcamos la otra a su contrario, pero no hay dos cosas tan separadas, sino un mundo intrincado que contiene seres complejos, sobre los cuales surgen muchos tipos de preguntas. Cada interrogante debe responderse en sus propios términos (...) Pero en realidad nuestros pensamientos son tan reales como las tazas de café, y 'materia' es un concepto tan oscuro como 'mente'" [16].

Ha sido difícil plantear avances en esta polémica. La tiranía fisicalista actual de que mente y conciencia son "productos de funciones cerebrales" se presenta dentro de la academia contemporánea no como una "hipótesis modesta" o "conjetura humilde", sino a modo de hecho incontrovertible, y cualquiera que no esté de acuerdo probablemente sea considerado apóstata o traidor en este campo. Edward F. Kelly, investigador de la conciencia en la Universidad de Virginia, observaba en su histórico libro Beyond Physicalism: "Estos bien intencionados defensores del racionalismo al estilo de la Ilustración (...) claramente se autoconsideran -y ven a la propia ciencia ortodoxa- como dictaminadores confiables de las virtudes intelectuales de razón y objetividad contra las fuerzas en retirada de 'autoridad irracional' y la 'superstición'. Para ellos, la verdad [fisicalista] ha sido demostrada más allá de toda duda, y pensar algo diferente es necesariamente abandonar siglos de progreso científico, desatar la 'invasión tenebrosa del ocultismo' y volver a las creencias sobrenaturalistas primitivas o características de tiempos pasados" [17].

El matemático y filósofo Charles Eisenstein subraya la mentalidad condescendiente que caracteriza dicha postura: "La visión infalsificable del mundo que ostenta el escéptico fisicalista [o más bien pseudoescéptico] se extiende mucho más allá de los paradigmas científicos para abarcar una visión muy cínica de la naturaleza humana. El desacreditador debe aceptar un mundo lleno de fraudes y personas mentalmente inestables, donde la mayoría de la gente es 'menos inteligente o sensata que él', y los individuos aparentemente honestos se entregan a las mentiras más escandalosas sin una buena razón. A primera vista, los testigos son honestos, ¿y cómo puedo explicar entonces su aparente sinceridad? Tengo que asumir: (1) que esta aparente franqueza es una tapadera cínica para los motivos más viles o fatuos, ó (2) se trata de sujetos ignorantes e incapaces de distinguir entre verdad y engaño" [18].


"Esto me deja noqueado..."

El dogma del fisicalismo presenta dos defectos mortales: a) la absoluta falta de evidencia de que "el cerebro produce conciencia", y b) los enormes costos humanos de un mundo que está saneado de una perspectiva espiritual y prohibida por esa doctrina.

Ninguna persona ha comprobado jamás que un cerebro o cualquier otra cosa genere conciencia, y tampoco existe una teoría aceptada sobre cómo podría suceder. Esta debilidad se está haciendo más obvia para un número en incremento de científicos de primer nivel, como muestran los siguientes comentarios, e incluyo varios ejemplos para mostrar que no se trata de opiniones "raras" y "aisladas":

-“Esto me deja noqueado. Tengo algunos prejuicios, pero no sé cómo empezar a buscar una respuesta defendible. Y nadie más lo hace" (Steven A. Pinker, psicólogo experimental de la Universidad de Harvard, sobre cómo la conciencia puede surgir de algo material como el cerebro) [19].

-"El estudio científico de la conciencia se encuentra en la embarazosa posición de no tener una teoría científica" (Donald D. Hoffman, científico cognitivo de la Universidad de California, Irvine) [20].

-“Nadie tiene la menor idea de qué es la conciencia (...) No lo sé y tampoco alguien más, incluidos los filósofos de la mente” (Stuart A. Kauffman, biólogo teórico e investigador de sistemas complejos) [21].

-"Simplemente, no se comprenden los procesos centrales del cerebro con los que tal vez se vincula la conciencia. Están tan lejos de nuestro entendimiento en la actualidad, y nadie que yo conozca ha sido capaz siquiera de imaginar su naturaleza" (Roger W. Sperry, neurofisiólogo ganador del Premio Nobel) [22].

-"En nuestra época, no tenemos ni la más vaga idea de cómo conectar los procesos fisicoquímicos con el estado mental" (Eugene P. Wigner, Nobel de Física) [23].

-“El mayor misterio científico es el origen de la conciencia humana. No es que poseamos teorías malas o imperfectas sobre ella; sencillamente no tenemos tales hipótesis. Todo lo que sabemos al respecto es que tiene algo que ver con la cabeza, más que con los pies" (Nick Herbert, experto en investigaciones sobre "no-localidad") [24].

-“El origen de la vida es un completo enigma, y también la conciencia humana. No tenemos una idea clara de cómo las descargas eléctricas que ocurren en las neuronas están emparentadas con nuestros sentimientos, deseos y acciones" (Freeman J. Dyson, físico) [25].

-"Nadie tiene la menor idea de cómo algo material podría ser consciente. Nadie sabe siquiera cómo sería tener la más ínfima noción de cómo lo físico puede estar consciente. Es demasiado para la filosofía de la conciencia" (Jerry A. Fodor, filósofo de la Universidad de Rutgers) [26].

-“En el estado actual de indagatorias sobre la conciencia, no sabemos cómo funciona y debemos probar muchas ideas diferentes" (John R. Searle, filósofo de la Universidad de California, Berkeley) [27].

-“Mi posición [sobre la conciencia] exige una revolución importante en la física (...) He llegado a creer que hay algo muy fundamental y ausente en la ciencia actual (...) Hoy nuestro conocimiento no es adecuado y tendremos que trasladarnos a nuevas regiones de la ciencia" (Sir Roger Penrose, físico y matemático) [28].

-“Es cierto que no podemos encontrar nada en física o química que tenga una influencia remota en la conciencia (...) Muy aparte de las leyes físico-químicas como se establecen en la teoría cuántica, también debemos considerar normas de un tipo muy diferente" (Niels Bohr, uno de los grandes pioneros en física cuántica) [29].

-“Siempre será absolutamente imposible explicar la mente sobre el fundamento de una acción neuronal al interior del cerebro (...) Aunque el contenido de la conciencia depende de la actividad neuronal en gran medida, aquélla en sí no lo hace (...) Para mí, parece cada vez más razonable sugerir que la mente puede ser una esencia" (Wilder Penfield, neurocirujano) [30].

-“Es todo un rompecabezas [determinar] en qué consiste la conciencia (...) A pesar de los maravillosos éxitos de la neurociencia en el siglo pasado (...) parece que estamos tan lejos de comprender el proceso cognitivo como hace cien años” (Sir John Maddox, editor durante veintidós años de la prestigiosa revista Nature) [31].

Los fisicalistas acérrimos no aceptan estas observaciones desdeñosas, y algunos promueven teorías que, según ellos, exponen de manera decisiva cómo el cerebro crea conciencia. Por tanto, no es del todo correcto decir que "el fisicalismo no tiene teorías" sobre los orígenes de aquélla, sino que "no dispone de premisas exitosas". El astrofísico David Darling describe este callejón sin salida: "Ahora un número cada vez mayor de científicos indaga en el cerebro tratando de explicar cómo se realiza el truco de la conciencia. Investigadores de la talla de Francis Crick, Daniel Dennett, Gerald Edelman y Roger Penrose han presentado recientemente una serie de ingeniosas teorías. De una forma u otra, todos pretenden explicar la conciencia como un 'epifenómeno' de procesos físico-químicos que ocurren en dicho órgano, y todos fallan por completo, no porque sus modelos no sean lo suficientemente precisos o detallados, sino porque desde el principio tratan de hacer lo imposible" [32], [33].

Lo cierto es que ninguna explicación de lo que sucede en el nivel mecanicista del cerebro arroja luces sobre por qué existe la conciencia. Ningún supuesto aclara por qué ese componente no debiera funcionar exactamente como lo hace, y sin producir la sensación que todos tenemos de "cómo se siente ser". Y creo que hay una razón muy obvia para esto: el cerebro no produce conciencia en absoluto, como tampoco un televisor crea los programas que aparecen en su pantalla. Por el contrario, ese órgano filtra y restringe la conciencia, al igual que nuestros sentidos determinan la "totalidad" de nuestra experiencia a lo que tendríamos acceso de otro modo [N.del T.: recuérdense por ejemplo los casos auténticos de clarividencia o sueños premonitorios que parecen ocurrir en niveles suprafísicos].

No obstante, la visión fisicalista inspira confianza mesiánica en sus adherentes, quienes se esfuerzan con devoción por extender su despotismo a cada rincón y grieta de las ciencias biológicas. Su celo llega a ser ilimitado, pues incluso el filósofo Dennett dijo que se suicidaría si los fenómenos paranormales resultaran ser verdaderos [34].

Suele recibirse con escarnio la implicación de que podría haber espacio en la ciencia para un componente espiritual. Se reserva un desdén especial por la posibilidad de que un aspecto humano e intangible sobreviva a la muerte física, ya que esto sería el acta de defunción para el supuesto "mente = cerebro" en que se basa la doctrina fisicalista. Esto es particularmente obvio cuando los propios fisicalistas tienen experiencias cercanas a la muerte [E.S.P.] que sugieren una continuidad de conciencia tras el óbito. Cuando describen estos relatos públicamente, sus colegas pseudoescépticos los intimidan para desmentir cualquier insinuación al respecto [35], [36], [37], [38], [39].

Muchos "escépticos" consideran que la trascendencia espiritual post-mortem es "tan peligrosa" que debe ser "rechazada a toda costa", y esos esfuerzos pueden convertirse en un encubrimiento deliberado que se hace pasar por "intenciones de proteger la ciencia". William James, psicólogo de Harvard, informó que un destacado biólogo le dijo una vez: "Incluso si algo así fuera cierto, los científicos deberían unirse para mantenerlo reprimido y oculto. Desintegraría la uniformidad de la naturaleza y todo tipo de cosas sin las cuales los especialistas no pueden llevar a cabo sus búsquedas" [40], [41].

En defensa de su credo, los fisicalistas sostienen que en realidad prefieren la aniquilación con la muerte física a cualquier tipo de supervivencia. El anhelo de inmortalidad se considera un "defecto de carácter" o una "cobardía filosófica en personas con voluntad muy débil" para enfrentar su "inminente perdición". Frente a un exterminio seguro, dicen que uno simplemente debe levantarse y entrar con orgullo y valentía silenciosos en esa noche oscura. Hay un indicio de este martirio heroico en el célebre aserto de Bertrand Russell: “Creo que cuando muera me pudriré y nada de mi ego sobrevivirá (...) Debería menospreciar los temblores pavorosos ante el criterio de aniquilación" [42].


Costos humanos

"La ciencia ha ido demasiado lejos al derribar la convicción del ser humano en su grandeza espiritual (...) y le ha nutrido con la idea de que es simplemente un 'animal despreciable' que ha surgido por 'casualidad y necesidad' en un 'planeta insignificante', perdido en la gigantez cósmica (...) El principal problema de la humanidad actual es que los líderes intelectuales son extremadamente soberbios en su autosuficiencia. Debemos percatarnos de las grandes incógnitas sobre la estructura material y el funcionamiento de nuestro cerebro, la relación de éste con la mente, nuestra imaginación creativa y la singularidad de la psique. Y debiéramos ser más humildes cuando pensamos en esos aspectos, además del misterio primordial de cómo llegamos a ser algo" (Sir John Eccles, neurocientífico y Premio Nobel) [43].

El fisicalismo conlleva enormes costos humanos que, a mi juicio, son enormemente subestimados por los porristas de ese dogma. La "aniquilación" es parte ineludible del "ofertón materialista", y como observara Carl Jung: “La pregunta decisiva y reveladora para el ser humano es '¿estoy relacionado o no con algo infinito?" [44]. Si la conciencia fuera producto del cerebro y desaparece con la muerte física, entonces cualquier relación significativa con la "infinitud" es sólo una quimera, pero Jung sostenía lo opuesto y convirtió el tema en un principio terapéutico: "Como médico, hago todo lo posible para fortalecer la creencia en la inmortalidad" [45]. También George Orwell fue uno de los que condenó el impacto de esta perspectiva mórbida: "El principal problema de nuestro tiempo es la decadencia de la fe en la inmortalidad personal" [46].

En cualquier caso, la visión que tengamos sobre dicho carácter perdurable depende del significado que otorguemos al "tiempo"; en efecto, la contrariedad es que no existe una definición monolítica y consensuada en física moderna. Richard Feynman, ganador del Premio Nobel, admitió: "¿Qué es el tiempo? Los físicos trabajamos con él a diario, pero no me pregunten en qué consiste; es demasiado difícil pensar en ello" [47]. Por su parte, el filósofo Ludwig Wittgenstein vislumbraba así la relevancia de esta cuestión: "Si consideramos que la eternidad no significa una duración temporal infinita, sino atemporalidad, entonces la vida eterna pertenece a quienes viven en el presente" [48]. Debido al concepto inestable del tiempo en la ciencia, los ultramaterialistas podrían reconocer al menos que, si bien la inmortalidad no se sostiene en física, el resquicio de tal cariz no está excluido del todo.

El materialismo a ultranza no admite los riesgos humanos de una creencia fallida en la inmortalidad, que ha ayudado a sostener nuestra esperanza durante quizás toda la historia mundial. Como señalamos, la opinión conocida de muchos fisicalistas es mantener la lengua rígida, flexionar el músculo intelectual y negar cualquier deseo o necesidad de tal convicción. Sin embargo, los viejos canales dentro de la psique son profundos, y el mero hecho de declarar la inmortalidad como "indeseable" o "superflua" no la equipara con esos prejuicios.

El miedo a morir es la gran enfermedad de nuestra especie, el terror que probablemente ha causado más sufrimiento a lo largo de la historia que todas las patologías reunidas. Ernest Becker reflexiona en su libro The Denial of Death, ganador del Premio Pulitzer: "El concepto de la muerte, y el pavor hacia ella, atormentan al animal humano como ninguna otra cosa; es el resorte principal de sus actividades diseñadas en gran parte para evitar la fatalidad mortuoria, y superarla negando de alguna manera que es nuestro destino final" [49].

Las certezas fisicalistas de que dichos problemas "están resueltos", "la espiritualidad y cualquier forma de supervivencia es un autoengaño" y el veredicto del "reinado materialista" son considerados como fanfarronería cansina por muchos investigadores de la conciencia. Por ejemplo, al hablar en nombre de sus colegas, Kelly escribe: "Creemos que se necesita una soberbia pasmosa para descartar en bloque la experiencia colectiva de una gran proporción de nuestros antepasados, incluyendo personas ampliamente reconocidas como bastiones de toda la civilización humana, y estamos unidos al creer que la tarea más importante que enfrenta toda la modernidad es la reconciliación significativa entre ciencia y religión (...) Creemos que los desarrollos emergentes en el seno científico le están conduciendo inexorablemente hacia una comprensión ampliada de la naturaleza, que pueda acomodar realidades de tipo 'espiritual'" [50].


Sentido práctico

Pero no se trata sólo de espiritualidad. Henry P. Stapp, considerado una autoridad moderna entre los teóricos cuánticos, expresa su preocupación por el impacto de los idearios fisicalistas en las formas prácticas y concretas de nuestra vida, afirmando en su artículo "Attention, Intention and Will in Quantum Physics": "Ahora se visto con claridad que la asimilación por parte del público general de esta opinión 'científica', según la cual cada humano es básicamente un robot mecánico, probablemente tenga un efecto significativo y dañino en el tejido moral de la sociedad", y advierte sobre la “creciente tendencia de la gente a exonerarse, argumentando 'no soy yo quien tiene la culpa', sino algún proceso mecánico interno: 'los genes o el nivel de azúcar en mi sangre me obligaron a hacer tal cosa'" [51], [52]. Stapp muestra cómo el fisicalismo duro nos desorienta al asumir que "el mundo se desarrolla por sí sólo" de acuerdo con supuestas "leyes naturales sin sentido"; ergo, no constituimos agentes activos para tal proceso, sino observadores pasivos en el mejor de los casos y víctimas en el peor.

El cosmólogo y físico Menas C. Kafatos, de la Universidad Chapman, es coautor de The Conscious Universe: Parts and Wholes in Physical Reality [53], y al igual que Stapp, le preocupa la importancia práctica de la conciencia en lo cotidiano, cómo será nuestro futuro y si tendremos un porvenir que pueda sustentar la vida tal como la conocemos: "¿Son estos temas otro conjunto de argumentos intelectuales que hacen los científicos, filósofos y académicos? Son muy importantes para vuestra vida y estilo saludable; pareciera que estamos atados por nuestras mentes y que a menudo no nos dan paz. Sin embargo, si lo que vemos como realidad es un producto de la mente, entonces podemos acercarnos a ésta última como una herramienta amigable, ponerla de 'nuestro lado', por así decirlo (...) [para] una vida saludable (...) y lo que deberíamos transmitir a las próximas generaciones" [54].


Vuestra pareja como "ecuación diferencial"

La inquietud por Stapp de que la ciencia fisicalista nos equipare a robots mecánicos es un tema grave. Si retiramos las capas de lógica materialista subyacente a esa postura, ¿qué encontramos? Una grave falta de lógica, descrita por el filósofo Sir Karl Popper en su Compton Lecture de 1965 [55]. Según el determinismo fisicalista, los estados mentales son efecto de "una cierta estructura física del titular, tal vez de su cerebro. En consecuencia, nos engañamos siempre al creer que hay argumentos o razones que nos hacen aceptar el determinismo. Las condiciones puramente materiales, incluido nuestro entorno, nos hacen decir o aceptar todo lo que decimos o asimilamos" [56].

Popper llamó a la narrativa fisicalista “materialismo promisorio": la noción de que un día, no muy lejano, habrá una explicación completamente física de la conciencia. Atraídos por los avances periódicos en la ciencia del cerebro, “hablaremos cada vez menos sobre experiencias, percepciones, pensamientos, creencias, propósitos u objetivos, y cada vez más sobre los procesos cerebrales" [57]. Su predicción se ha cumplido.

El Premio Nobel y neurofisiólogo Sir John Eccles estuvo de acuerdo con Popper y criticó el trasfondo fisicalista: "El materialismo promisorio es una superstición sin fundamento racional. Cuanto más descubrimos sobre el cerebro, más claramente se distingue entre eventos cerebrales y fenómenos mentales, y ambos se tornan más asombrosos. El materialismo promisorio es simplemente una creencia religiosa sostenida por materialistas dogmáticos (...) que confunden su credo con la ciencia. Tiene todos los rasgos de una profecía mesiánica" [58].

Como el ultramaterialismo sostiene que nadie es inmune a las leyes físicas, la implicación es que "todos en el mundo son androides mecánicos", abarcando inevitablemente a los propios fisicalistas, y Eccles observó que esto conduce a "una reductio ad absurdum eficaz" [59]. Consideremos la opinión anterior del filósofo Dennett de que "el libre albedrío es una ilusión". Al afirmarlo, presumiblemente cree que utilizaba su libre voluntad para inferir que ésta no existe, pero los fisicalistas nunca reconocen ese bache en su "lógica". El comportamiento robótico-determinado es para los demás, pero las mismas restricciones del fisicalismo no se aplican a sus partidarios; por lo tanto, se comportan como si llegaran libremente a sus conclusiones y deberíamos "tomarlas en serio". Tienen que eximirse de su teoría fisicalista, pues de lo contrario no tendrían ningún derecho a la verdad, ni "argumentos o razones" convincentes, como señaló Popper. No pueden reconocer que, si el fisicalismo es válido, obtuvieron sus premisas no como resultado de datos considerados libremente, sino porque sus átomos, moléculas o cerebros les obligaron a hacerlo, y terminando por dispararse a los pies.

Esta ridícula situación fue parodiada por el astrofísico Sir Arthur Eddington en su "Conferencia Gifford" de 1927: "El materialista convencido de que todos los fenómenos surgen de electrones, cuantos o similares, y controlados por fórmulas matemáticas, presumiblemente cree que su cónyuge es una ecuación diferencial bastante elaborada, pero quizás posea el tacto suficiente para no imponer ese criterio en la vida doméstica" [60].

El futurista Willis Harman identificó la hipocresía en los asertos fisicalistas: "Durante tres siglos y medio, la ciencia se ha edificado sobre la premisa de que la conciencia como factor causal no tiene que ser incluida (...) pero nadie ha vivido sobre la base de un concepto tan contradictorio. Nadie ha dicho 'voy a vivir como si mi conciencia o mente no fueran capaces de tomar decisiones, elegir o actuar" [61].


Evidencias

[N.del T.: Esta sección es incluida únicamente con propósitos ilustrativos. Los artículos del teósofo e investigador David Pratt relacionados con parapsicología y física sostienen que las suposiciones de "no-localidad" pueden estar muy equivocadas al no considerar el éter o sustancia-materia sutil para explicar fenómenos atípicos, y por ende no es necesario invocar siempre la "rapidez lumínica" o la "teoría de relatividad", también sujeta a múltiples cuestionamientos].

Son muchísimas las pruebas a favor de una conciencia que trasciende el fisicalismo, y describirlas aquí excedería el objetivo de la presente composición. Recientemente han aparecido varias síntesis encomiables, como Varieties of Anomalous Experience: Examining the Scientific Evidence [62], Irreducible Mind: Toward a Psychology for the 21st Century [63] y Beyond Physicalism: Toward Reconciliation of Science and Spirituality [64].

En total, las evidencias recopiladas durante más de una centuria de investigaciones sobre la conciencia indican que ésta posee rasgos ausentes en los procesos cerebrales. Miles de estudios señalan que los humanos podemos insertar información psíquicamente en el entorno de forma "no local", y también adquirirla en iguales modos.

La "no localidad" es un concepto que los físicos aplican a una clase de eventos cuya descripción se relaciona con la velocidad de la luz [65]. Nick Herbert explica que "una conexión no local enlaza un lugar con otro sin cruzar el espacio, no decae y tampoco se retrasa", y según él estas conexiones tienen tres características de identificación: carecen de intermediarios (no existe señal de vínculo), no están mitigadas (la fuerza de dichas correlaciones no se desvanece al aumentar la distancia) y son inmediatas o instantáneas [66].

Muchos especialistas subdividen la no localidad en tres tipos: el I es espacial, la clase II temporal y el III incluye a ambas [67], pero la física no es dueña de ese concepto y no tiene el monopolio de los eventos homónimos, ni el lenguaje que los describe. La gente tenía rutinariamente experiencias análogas miles de años antes que apareciera la física cuántica en el siglo XX, y no estamos obligados a ceder la no localidad a los científicos que matizan el término con otros diferentes.

Hay razones científicas, históricas y experimentales sólidas para pensar que la conciencia se comporta de manera no local en el espacio y tiempo, no está confinada espacialmente para nuestro cerebro y cuerpo, y además tampoco se limita al tiempo presente; por ende, espacio y tiempo no son aplicables a ciertas operaciones de la conciencia [68], [69]. El corolario abrumador es que la conciencia es tanto transespacial como transtemporal, y no se ubica en ninguna de esas dimensiones [70], [71].

Las evidencias empíricas señalan que los cerebros están separados, pero no las mentes. En el dominio de la conciencia, dicha separación no es fundamental; el grado de distancia espacial de las mentes individuales reviste poca importancia y sus conexiones son instantáneas, ya sea que las personas implicadas estén muy cerca o presumiblemente en extremos opuestos del Universo.

Muchos aceptan que las mentes pueden funcionar a distancia, pero se rebelan ante la posibilidad de que lo hagan fuera del tiempo presente. Sin embargo, decenas de experimentos controlados indican que nuestra conciencia trabaja de manera no local en el espacio y tiempo. En estos análisis, las intenciones parecen influir en determinadas clases de eventos pasados, aunque presumiblemente ya ocurrieron [72], [73]; además, existen personas capaces de adquirir información precisa del futuro antes que suceda, especialmente si esos datos son de naturaleza desagradable o traumática [74], [75], [76], [77], [78].

A partir de dichas búsquedas se ha elaborado una imagen más precisa de la conciencia. Si ésta no es local a propósito del espacio, tiene carácter infinito y omnipresente, y si tampoco es fija con relación al tiempo, se vuelve eterna e inmortal. Y si las conciencias individuales no conocen fronteras, en algún nivel deben unirse para formar un todo, o lo que llamaríamos Mente Universal o Única. Por lo tanto, cuando describimos la conciencia de esta manera no hablamos simbólica o poéticamente, sino que se invocan datos concretos y experiencias humanas.

Varios científicos destacados señalan que estas visiones son totalmente armónicas con ideas emergentes en física contemporánea. Por ejemplo, George Wald, premio Nobel de Biología, declaró: “No necesito iluminación espiritual para saber que estoy vinculado al Universo, y eso es simplemente buena física" [79], mientras que O. Costa de Beauregard observó: "La física actual permite la existencia de fenómenos 'paranormales' como telepatía, precognición y psicoquinesis (...) Todo el concepto de 'no localidad' (...) necesita dicho resquicio [80], y lejos de ser 'descabellado', la física moderna ya postula lo paranormal" [81].

La conciencia no local es una idea tan necesaria como las partículas subatómicas del mismo atributo, porque las manifestaciones no ubicables ocurren en el dominio humano macroscópico, al igual que los enlaces entre partículas a niveles desconocidos. Además, estas conexiones humanas y distantes parecen mostrar las características esenciales ya mencionadas de los eventos subatómicos inubicables: no requieren mediadores, tampoco pierden intensidad y ocurren al instante. Sin embargo, esto no significa que la no localidad subatómica necesariamente explique o fundamente aquélla de la conciencia, pese a la tentación generalizada de asignar una versión "cuántica" a las vivencias humanas no locales. Necesitamos ser precavidos, pues no hay evidencia concluyente de que la no localidad cuántica genere experiencias humanas de ese tipo; en efecto, es posible que estemos tratando sólo con correspondencias en terminología.

Muchas personas pueden sorprenderse al descubrir la profundidad de esas constancias empíricas. Existen al menos seis áreas de investigación que demuestran rotundamente las acciones de conciencia no local y su trascendencia a la fisica-química cerebrales. Los experimentos se han replicado en laboratorios de todo el mundo, y cada ámbito independiente ofrece probabilidades contra el mero azar en aproximadamente mil millones a uno, o combinadas de 1054 a uno, lo que representa un guarismo verdaderamente astronómico. Dichos campos de estudio son la visión remota, las influencias sobre generadores de números aleatorios, los proyectos Ganzfeld y de Conciencia Global, y las experiencias de presentimiento y precognición [82], [83], [84], [85].

Estas pruebas no constituyen una reelaboración cosmética de las posturas materialistas/fisicalistas actuales, sino un cambio radical de paradigma en el pensamiento. Kelly, investigadora de la conciencia, resume así lo que está en juego: "[Este concepto emergente sobre el mundo] no es sólo el mismo 'viejo mundo fisicalista' con una expresión alterada, sino un área cuya constitución es fundamentalmente distinta en formas que nos interesan como humanos. Dicha visión proporciona un antídoto contra el desencanto posmoderno prevaleciente del mundo y la degradación de las posibilidades humanas; no sólo describe nuestra condición de manera más precisa y completa, sino que produce esperanza y alienta nuestro desarrollo. Nos da razones para creer que la libertad es real, que nuestras elecciones importan y que apenas hemos arañado la superficie de nuestro potencial. También aborda la necesidad urgente de un mayor sentido comunitario, espíritu sostenible e interdependencia mundial, demostrando que, bajo las múltiples apariencias, el mundo y la especie humana se hallan mucho más interconectados de lo que se pensaba. Tenemos la profunda sospecha de que nuestro destino individual y colectivo en estos tiempos excepcionalmente peligrosos y difíciles -de hecho, el futuro de nuestro precioso planeta y todos sus habitantes- en última instancia puede depender de un reconocimiento más amplio y una utilización más eficaz de los estados superiores del ser que potencialmente están disponibles para nosotros, pero en gran parte ignorados o incluso activamente reprimidos por nuestra 'civilización' posmoderna, con su extraña mezcla de individualismo autoengrandecedor y tribalismos fundamentalistas" [86].


Bibliografía

[1] Jones, R.S., Physics as Metaphor, NY: Plume, 1983, p. 1.
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