Por R. Jagganathiah, mayo de 1909
El 27 de diciembre de 1882, el señor Damodar K. Mavalankar me presentó por primera vez a Helena Blavatsky en el salón del edificio de la Sociedad Teosófica como "R.J." y "Veritas" de The Philosophic Enquirer. Estaba sentada en una silla y rodeada por un pequeño grupo de sus admiradores. La primera impresión que me causó fue que no era de esta Tierra, ya que tenía un par de ojos brillantes pero terribles bajo el arco de cejas muy marcadas. Era una mujer en cuerpo y un hombre en el habla; terrenal en apariencia, celestial en realidad. Su pronunciación de algunas palabras me sonó algo peculiar y luego me dijeron que tenía un acento ruso.
"¡Ah!", exclamó ella; "esperaba que viniera a verme algún día". Le pregunté cómo podía estar aguardándome pues ella era teósofa y yo soy ateo. Pidió al señor Damodar que buscara su álbum de recortes y me mostró algunos extractos de mis conferencias sobre "Kapila, Buda y Shankara" diciendo que estaba leyendo cuidadosamente mis contribuciones a The Philosophic Enquirer al cual apreciaba, ya que emanaban un espíritu de indagación sobre la Verdad. Como el laicismo no era suficiente para satisfacer mis aspiraciones más elevadas, ella llegó a la conclusión razonable de que yo acudiría a verla para obtener más información sobre el problema de los problemas: el misterio de la vida y la muerte.
Entonces H.P.B. me preguntó qué quería saber e interrogué sobre algunos aspectos de la apariencia externa, cada uno de los cuales había sido formulado muy cuidadosamente por mí durante la noche. Como miembro de la Sociedad Nacional Secular de Inglaterra me consolé con la idea de que los problemas que propuse eran insolubles y pondrían a prueba su inteligencia fina y filosófica.
Para mi gran sorpresa, ella abordó pregunta tras pregunta y respondió a cada una de forma muy elaborada y satisfactoria. Blavatsky dispuso de casi tres horas resolviendo mis inquietudes y la serie de hechos que citó en apoyo de sus argumentos convincentes e incontrovertibles, como también históricos, filosóficos y científicos, terminó por confundir a mi pobre intelecto.
Toda la audiencia estaba hechizada y no puedo permitirme omitir un punto peculiar en su respuesta. Su dominio de los diversos temas fue tal que, en su contestación, todas las preguntas secundarias se anticiparon y eliminaron de una vez por todas. En el segundo y tercer día estuvimos ocupados durante horas en presencia de la misma audiencia; a medida que aumentaba el interés diario en proporción a mis preguntas cada vez más difíciles y sus respuestas más capaces y satisfactorias, los miembros del público en el primer día se sintieron irresistiblemente atraídos a asistir con puntualidad a la discusión de las dos jornadas siguientes.
En la tercera ocasión y luego de contestar a las interrogantes -en que invertí mucho pensamiento y cuidado- reuniendo toda la fuerza de mi conocimiento y aprendizaje ateos, me preguntó alegremente si tenía algo más que decir. De manera inmediata y espontánea respondí que "mi reserva estaba agotada" y esto causó risas durante unos minutos para toda la concurrencia.
Mi idea era que la Teosofía era algo así como las varias religiones del mundo, y que el conocimiento e ingenio de H.P.B. podrían ser un poco más que los del estudiante común. Envalentonado por esta idea apresurada, "fui a esquilar, pero volví rapado". Me alegro de haber sido derrotado por ella y eso representó una gran ganancia para mí, ya que abrió mis ojos al suelo resbaladizo en el que me encontraba. En tres días Blavatsky rompió mis siete años de conocimiento sobre las teorías ateas.
Propuse la siguiente pregunta: "¿Qué prueba convincente puede darse para la existencia del espíritu luego de la muerte?" Su réplica fue muy larga y a ella le añadió un consejo: dijo que el estudio del mesmerismo me daría algunas pruebas buenas, aunque no completas. Estudié y practiqué esa modalidad con éxito durante algunos años y luego aprecié su sabia orientación. Al final de su respuesta se dirigió a mí de esta manera (trato de reproducir sus palabras de memoria tanto como puedo después de varios años):
“¿Por qué se preocupa usted por el secularismo occidental, un hongo moderno? Tenéis secularismo entre vosotros. Los charvakas eran ateos, pero no pudieron mantenerse. No se puede encontrar la verdad en ninguna parte, excepto en las enseñanzas de los rishis arios, por cuanto le aconsejo que estudie los Upanishads día y noche".
Me fui en la tarde del tercer día con la impresión indeleble sobre la verdad de la Teosofía y su sano conocimiento. Durante varias horas nocturnas realicé un estudio calmado sobre la posición atea y la teosófica, y exclamé exaltadamente que valía la pena investigar dicha doctrina.
El cuarto día fui nuevamente a Adyar para escucharla y obtener algunas migajas de conocimiento. Me invitaron junto con mi compañero, el difunto señor P. Rathnavelu Mudaliar -coeditor de The Philosophic Enquirer- para unirse al encuentro en el piso superior.
Este gigante de intelecto, sapiencia y poder me preguntó qué pensaba de la Teosofía, y si pensaba en unirme a la Sociedad Teosófica para ayudar al movimiento si yo estuviera convencido sobre la verdad de esa sabiduría. Me comentó que Blavatsky fundó dicha colectividad bajo las órdenes de su Gurú, un Mahatma indio o Rishi, y llegó para difundir el conocimiento de Brahma-Vidya o Sabiduría-Religión, pero para su pesar muchos hindúes inteligentes y sabios se mantuvieron alejados de la iniciativa y miraron a Helena con cierta sospecha por su origen occidental y raza extranjera.
Respondí rápidamente que me uniría para trabajar y morir por la Causa sagrada mientras existiera una chispa de vida en este cuerpo. ¿Y quién que estuviera inspirado por Blavatsky no querría ser guiado por ella?
Ella dijo que si me incorporaba debía ser en las siguientes condiciones: no debería correr tras los fenómenos, ni estar demasiado ansioso por ver a los Maestros, ni tampoco huir a los bosques, sino estudiar la filosofía teosófica y trabajar para difundir su conocimiento en el mundo como lo estaba haciendo con respecto al ateísmo.
El venerable T. Subba Row, quien estaba a mi lado, preguntó por qué deberían imponerse tales condiciones en mi caso, cuando todos los que firmaban una solicitud eran admitidos en la Sociedad. Helena se rió y dijo que sabía que las condiciones aún más duras no me disuadirían de unirme a la Sociedad Teosófica.
Me afilié con mucho gusto y he estado laborando para este colectivo desde entonces, viviendo siempre según lo sagrado de mi promesa hecha personalmente a H.P.B. el 31 de diciembre de 1882, en su ashram de Adyar. Blavatsky abrió mis ojos e iluminó mi ignorancia, haciendo que volviera mi atención a las gemas preciosas y brillantes del conocimiento que yacían en las minas orientales de la sabiduría. Fue un consejo muy amable y maternal el que me dio al pedir que leyera los Upanishads, que eran para Schopenhauer "el consuelo en la vida y en la muerte". Debo mi vida y mis conocimientos a ella, la Gran Profesora, H.P. Blavatsky.
El artículo anterior de Rangampalli Jagannathiah (1852-1918) se difundió originalmente bajo el título "The Great Teacher H.P.B." en "The Adyar Bulletin" para mayo de 1909. Más tarde se publicó en "The Canadian Theosophist" en mayo-junio de 1983 y en la altamente recomendada biografía "H.P.B.: La extraodrinaria vida e influencia de Helena Blavatsky" por Sylvia Cranston. La bisnieta de Jagannathiah, R.J. Kalpana (arriba) se refirió a la vida de éste último en su obra llamada "An Atheist Disciple" (2012).