10 de diciembre de 2023

Inversiones polares y catástrofes geológicas (2 de 12)

David Pratt
Enero 2000, enero 2024


Parte B: Ciencia, psíquicos y mitos

Contenidos:

01. Desplazamiento axial
02. Migración polar


01. Desplazamiento axial

Existen dos tipos básicos de cambio polar:

Desplazamiento axial: el eje modifica su inclinación cuando el planeta se reorienta en el espacio (sin afectar los sitios de polos geográficos y el ecuador); y

Migración polar: variaciones en el lugar de polos geográficos y el ecuador por el movimiento completo de la Tierra -o su capa exterior- con referencia al centro rotativo, cuya inclinación permanece sin cambios.

Los científicos no están de acuerdo sobre los cambios que ha tenido el ladeo axial durante la prolongada historia geológica; sin embargo, cualesquiera que sean las transformaciones a largo plazo, hace mucho se aceptó que la inclinación del eje muestra un vaivén lento. Se dice que durante los últimos 5 millones de años, la oblicuidad terrestre -actualmente de 23,44°- ha variado entre 22,1° y 24,5° con un período medio de 41.000 años (1), a tenor de cálculos sobre la interacción gravitacional de planetas (2). La inclinación de la Tierra está disminuyendo, y los estudiosos creen que alcanzó su último máximo en 8700 a. de C. y llegaría al mínimo hacia el 11.800 d. de C. Dado que la variabilidad axial produce el ciclo de estaciones, ello significa que hoy las disimilitudes entre dichas fases son menos extremas que hace 10.000 años; en igualdad de circunstancias, los veranos son un poco más fríos y los inviernos más templados.

El eje de cada planeta en el Sistema Solar tiene un ángulo distinto: Mercurio 0,01°, Venus 177,36°, Tierra 23,44°, Marte 25,19°, Júpiter 3,12°, Saturno 26,73°, Urano 97,77°, Neptuno 28,33° y Plutón 119,59° (3); en consecuencia, hay tres que se hallan "invertidos" y poseen rotación retrógrada, es decir, giran en sentido de las manecillas del reloj vistos desde "arriba". El eje del Sol está inclinado en 7,25°  respecto a la eclíptica, y el de la Luna se desnivela en 1,54°.

Fig. 1 (incluye tiempos de rotación y volúmenes relativos).

La astronomía moderna indica que todos los planetas del Sistema se formaron hace unos 4.600 millones de años, tras el colapso de una nebulosa solar primordial (4). La masa de gas y polvo en contracción desarrolló un núcleo denso que remolinaba lentamente, destinado a convertirse en el Sol, y estaba rodeado por un disco giratorio de partículas finas que, como resultado de pequeñas fluctuaciones en densidad, generaron pequeños grupos o planetesimales (con tamaño similar a asteroides), donde los más grandes acumularon materia y crecieron hasta alcanzar su condición de planetas (5). Los cuatro orbes interiores (Mercurio, Venus, Tierra y Marte) habrían nacido principalmente a partir de materiales densos y rocosos, cuando el calor del Sol provocó la evaporación de hielos volátiles. En las áreas exteriores del "reino solar" aparecieron los cuatro gigantes gaseosos (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) que eran lo suficientemente masivos para retener grandes cantidades de hidrógeno y helio.

Joseph Silk cree que esta hipótesis en vigor elucida naturalmente las trayectorias de revolución y giro de los planetas (6), y aunque la mayoría se creó por acopio de muchos cuerpos pequeños, dice que Urano es la salvedad: "Aparentemente se moldeó a partir de la coalescencia de unos pocos ítemes grandes, o tal vez sólo dos. Esto produciría una orientación aleatoria del eje rotativo y puede explicar su ladeo de casi 90° respecto a la eclíptica. Sólo los planetas que se formaron desde muchos cuerpos reducidos, cuyas direcciones individuales de giro y movimiento fueran promedios, darían como resultante un astro con axis de viraje paralelo al del Sol" (7).

Luke Dones y Scott Tremaine (8) sostienen que los giros en los cuatro planetas interiores probablemente estuvieron determinados por impactos con algunos cuerpos grandes, mientras aquéllos se formaban mediante acreción de planetesimales. Gerrit Verschuur (9) especula que en los albores de la Tierra un "vecino" con el tamaño de Marte chocó lateralmente contra ella y sacudiéndole de polo a polo; así, tras el descalabro su eje quedó inclinado. "Algunos escombros de ese impresionante hecho (...) se eyectaron al espacio y fueron detenidos por la atracción gravitacional del planeta, hasta quedar atrapados en órbita y reunirse en lo que más tarde sería la Luna" (10). Casi al mismo tiempo, habrían ocurrido estrellones similares entre protoplanetas y objetos en rumbos cercanos por todo el Sistema Solar: "Urano recibió colisiones de tal potencia que terminó inclinándose; este fue también el caso de Venus, que luego comenzó a girar en dirección contraria. A Mercurio lo habrían 'noqueado' de tal modo que sus capas exteriores fueron arrancadas, y perdidas en el vacío, terminaron yendo al Sol. ¿Y Marte? Un impacto cambió su eje, pero posteriormente no se formó ningún satélite".

Verschuur añade que, si hoy cayera sobre nosotros un gran asteroide de unos pocos cientos de kilómetros en diámetro, provocaría terremotos globales sin alterar la inclinación axial, por lo que sería necesario el impacto de un cuerpo equiparable a Marte para generar efectos perceptibles.

Como ya vimos, se cree que la rotación retrógrada de Venus tuvo origen en un choque o cuasimpacto con un enorme asteroide o planetesimal que invirtió la dirección de su giro, pero otros científicos piensan que el "encuentro cercano" con algún ítem celeste inclinó su eje poniéndolo casi del revés (11).

George Williams (12) cuestiona el aserto muy extendido de que la oblicuidad primordial de la Tierra era inferior a 10-15° y se incrementó poco a poco en su historia, sólo por fricción de mareas. Dice que esto no considera posibles mecanismos geofísicos dentro del planeta, como el "acoplamiento disipativo núcleo-manto", que tendería a mover el eje hacia una posición vertical. Postula que esa prototierra adquirió 70° oblicuos a partir del supuesto megaimpacto que produjo la Luna, y dicha inclinación se mantuvo por encima de 54° durante la mayor parte del Precámbrico. Esto significa que las regiones polares habrían recibido más energía solar que el ecuador, y los glaciares crecerían en latitudes bajas mientras los polos permanecieran libres de hielo; igualmente, en la glaciación tardía del Proterozoico (800-600 millones de años) los continentes en paleolatitudes inferiores (13) quizás incluían heleros (14). Williams añade que la oblicuidad disminuyó de 60° a casi 26° entre 650 y 430 millones de años, pero no ha cambiado mucho desde entonces, y que ese panorama está respaldado por el historial climático.

Si bien el criterio común es que durante el Fanerozoico (últimos 540 millones de años según la ciencia, ó 250 millones con arreglo a la Teosofía (15)) no hubo pruebas de que la oblicuidad haya superado de manera significativa los presuntos límites actuales de 22,1°-24,5°, esto no es universalmente admitido pues algunos datos paleoclimáticos y paleontológicos sugieren que en el Mesozoico y principios del Cenozoico la inclinación terrestre fluctuó entre 0° y 15° (16).

Como varios científicos, Williams dice que muchos planetas están sujetos a cambios importantes en oblicuidad, y rechaza la opinión de que "se desconocen los mecanismos físicos plausibles" para ese fenómeno. Algunos señalan que las inclinaciones axiales de espines han sufrido grandes vuelcos aleatorios o caóticos, debido a la injerencia gravitatoria de otros orbes. Basados en cálculos orbitales minuciosos, J. Laskar, F. Joutel y P. Robutel (17) concluyen: "No se puede considerar que alguno de los planetas interiores (Mercurio, Venus, Tierra y Marte) tenga oblicuidades primitivas, y todos ellos pudieron formarse con ladeos cercanos a cero. Los desvíos angulares podrían mostrar comportamientos caóticos a gran escala durante su historia. Mercurio y Venus se han estabilizado por efectos disipativos; la Tierra mediante 'captura' de la Luna, y Marte todavía se encuentra en una gran región desorganizada que oscila entre 0° y 60°".

Otras estimaciones de variabilidad oblicua en Marte son 15°-35° (18) y 11°-49° (19). Respecto a las "esferas gigantes" en nuestro vecindario cósmico, Laskar et al. argumentan que sus ángulos de desviación central "son esencialmente estables y pueden considerarse primigenios, es decir, con aproximadamente el mismo valor que tenían cuando finalizó la génesis del Sistema Solar. Sin embargo, el comportamiento confuso de las oblicuidades bajo perturbaciones planetarias podría haber ocurrido en una etapa previa al origen de aquél". Asimismo, creen que el área caótica del eje terrestre abarcaría de 0° a 85° en ausencia de la Luna y del momento torsional que ejerce sobre nosotros.

En el apartado 3 se consideran las opiniones de algunos escritores catastrofistas y contrarios al statu-quo, quienes aseguraban que la Tierra sufrió grandes y repentinos cambios axiales en el pasado reciente.


Notas

1. A. Berger y M.F. Loutre, "Insolation values for the climate of the last 10 million years", Quaternary Science Reviews , vol. 10, 1991, p. 297-317. Berger estimó una variancia de 22°-24,5° con un cuasiperíodo muy prominente y estable de 41.000 años, y elapsos adicionales de 54.000 y 29.000 (A. Berger et al. (eds.), Milankovitch and Climate, Reidel, 1984, p. 35). J.J. Hidore y J.E. Oliver dicen que la cantidad oscila de 21,6° a 24,6° por 41.000 años (Climatology: An atmospheric science, Macmillan, 1993, p. 369), y ocasionalmente se menciona un rango mayor de 21,8°-28,3° (por ejemplo, Patrick Moore, Encyclopaedia of Astronomy, 1986; Brockhaus Enzyklopädie, 1968, 5:382-3).

2. Ver "Gravedad y antigravedad".
3. Sterrengids 2000, Nederlandse Vereniging voor Weer- en Sterrenkunde, p. 170.
4. La Teosofía consigna que: a) la Tierra en su forma actual tiene aproximadamente 2 mil millones de años, y b) después del nacimiento del Sol y su familia de planetas, los globos físicos de éstos (y luego sus correspondientes astrales) mueren y se desintegran cuando llegan al final de su vida. Tras un interludio, reencarnan en un subplano superior o inferior, reapareciendo en el Sistema Solar a guisa de cometas antes de crear órbitas permanentes, condensarse y crecer hasta devenir cuerpos planetarios; ídem, encarnan varias veces antes que su Sol parental se extinga ("Cosmología: cuestionamientos y nuevas tendencias", sección 10).

5. El astrónomo Tom Van Flandern señala varios problemas con la hipótesis planetesimal (Dark Matter, Missing Planets & New Comets, North Atlantic Books, 1993, p. 329-31).

6. No es correcto. Si la densidad de materia se distribuye en modo esféricamente simétrico dentro de cuerpos celestes, entonces los planos orbitales de planetas alrededor del Sol deberían orientarse aleatoriamente en el espacio tridimensional, como también la dirección de sus rumbos. Sin embargo, todos aquéllos circundan al Astro Rey formando sólo pequeños ángulos con el plano ecuatorial del mismo, y en el mismo sentido que la rotación solar. De igual manera, la probabilidad de que esta disposición se produzca por "azar" es extremadamente pequeña.

7. J. Silk, The Big Bang, W.H. Freeman & Company, 1989, p. 357-8.
8. L. Dones y S. Tremaine, "Why does the Earth spin forward?", Science, vol. 259, 1993, p. 350-4.

9. G.L. Verschuur, Impact: The threat of comets and asteroids, Oxford University Press, 1996, p. 69, 89.

10. Esta premisa del "gran salpicón" sobre el origen de la Luna ha venido entrando y saliendo del glamour científico durante más de un siglo. La Teosofía rechaza el concepto, e indica que nuestro satélite natural es un viejo remanente encarnatorio de la Tierra (H.P. Blavatsky, La Doctrina Secreta, TUP, 1977 (1888), 1:154-6, 2:64).

11. D.A. Pearlman (ed.), Stephen J. Gould and Immanuel Velikovsky, Ivy Press Books, 1996, p. 211-3.

12. G.E. Williams, "History of the earth’s obliquity", Earth-Science Reviews, vol. 34, 1993, p. 1-45.

13. Las paleolatitudes se establecen por la dudosa "ciencia" del paleomagnetismo (ver sección siguiente).

14. Ver también Darren M. Williams, James F. Kasting y Lawrence A. Frakes, "Low-latitude glaciation and rapid changes in the Earth’s obliquity explained by obliquity-oblateness feedback", Nature, vol. 396, 1998, p. 453-5.

15. Ver "Geological Timescale", https://davidpratt.info.
16. Véase la Parte 7, "El historial climático".
17. J. Laskar, F. Joutel y P. Robutel, "Stabilization of the Earth’s obliquity by the Moon", Nature, vol. 361, 1993, p. 615-7; J. Laskar y P. Robutel, "The chaotic obliquity of the planets", Nature, vol. 361, 1993, p. 608-12.

18. Nature, 18 de febrero de 1993, p. 610.
19. J. Touma y J. Wisdom, "The chaotic obliquity of Mars", Science, vol. 259, 1993, p. 1294-7.


02. Migración polar

Se reconocen dos tipos:

Migración polar geográfica o verdadera: movimiento de todo el planeta o alguna parte (litosfera, litosfera + manto, o sólo éste último) en relación con el eje rotativo, cambiando de lugar los polos geográficos y el ecuador en la superficie; y

Magnética: traslados de polos magnéticos con respecto a los geográficos.

Se cree que los polos magnéticos norte y sur deambulan con lentitud hacia el oeste alrededor de los geográficos, volviendo a su sitio original tras unos pocos miles de años (1), pero ¿a qué distancia de los extremos terrestres se mueven los magnéticos durante la historia geológica? El paleomagnetismo escruta la dirección y los desvíos del campo magnético en piedras de diferentes edades; luego, los datos se utilizan para determinar la situación de un polo magnético virtual en el momento que se formaron dichas rocas. Las ubicaciones de polos calculadas a partir de especímenes con menos de 20 millones de años no se alejan significativamente de los puntos actuales, pero a medida que retrocedemos en el tiempo, los virtuales se alejan cada vez más de las locaciones modernas. La unión de los sitios polares promediados para diferentes lapsos genera una aparente trayectoria de migración polar; asimismo, diversos continentes producen rumbos disímiles de aquélla, y se infiere que son principalmente estos grupos térreos los que se han desplazado y no los polos magnéticos (o geográficos). Se piensa que el aparente deambular de polos magnéticos es inducido por el movimiento real de continentes sobre la superficie, aunque también se admite cierto grado de migración polar verdadera.

El paleomagnetismo tiene muchos problemas, y a menudo lleva a resultados poco fiables e inconsistentes. Por ejemplo, los datos homónimos implican que durante el Cretácico medio Azerbaiyán y Japón estaban en el mismo lugar. Los estudios en rocas de diferentes edades sugieren un trayecto polar distinto no sólo para cada continente, sino también en varias partes de ellos. Cuando en los mapas mundiales se trazan posiciones polares paleomagnéticas e individuales, en lugar de curvas promediadas la dispersión llega a ser enorme, y por lo general más ancha que el Atlántico. Cuanto más retrocedemos en el tiempo, mayor es la dispersión, lo que sugiere que el magnetismo fósil se vuelve menos estable cronológicamente. El magnetismo rocoso está sujeto a modificaciones por magnetismo posterior, erosión, metamorfismo, deformación tectónica y cambios químicos, socavando así la teoría de que el magnetismo fósil hallado en muestras líticas antiguas proporciona un "registro preciso" del campo magnético terrestre en el momento que se formaron las rocas.

Los datos paleomagnéticos entregan una indicación de la latitud de un lugar con respecto al viejo polo magnético, y se supone que durante largas fases los extremos magnéticos tenderán a coincidir con los geográficos; sin embargo, el campo geomagnético actual difiere sustancialmente del de un dipolo axial geocéntrico. El eje magnético está inclinado unos 10° en cuanto al eje rotativo, y algunos planetas presentan desviaciones mucho mayores (p. ej., 47° para Neptuno y 60° en Urano); por lo tanto, en el campo magnético actual terrestre, la latitud análoga puede apartarse de la geográfica hasta en 4400 kms. Es factible que en el pasado los polos magnéticos hayan migrado considerablemente en relación a los físicos, y si hubo anomalías magnéticas estables sólo un poco más intensas que la apreciable hoy en el este de Asia, ello también invalidaría la premisa del dipolo axial geocéntrico. Los datos geológicos, paleoclimáticos y paleontológicos ofrecen evidencias poderosas contra los modelos de deriva continental, y por ende desafían las interpretaciones actuales (2).

Los estudios muestran que algunas rocas han sido magnetizadas en dirección opuesta a la del campo magnético actual. Conforme a la ciencia esto significa que, en el momento que se formaban rocas, el campo geomagnético global tenía polaridad invertida, pero al menos en ciertos casos son concebibles otras aclaratorias, como la autoreversión y anomalías magnéticas regionales. Por ejemplo, un conjunto de irregularidades paleomagnéticas del norte y centro de Europa, el este de Canadá, el Golfo de México y Nueva Zelanda, con fechas agrupadas alrededor del 12.500 a. de C., se interpretaron como una fluctuación geomagnética global (giro de Gotemburgo), pero el suceso aparentemente no está registrado en secuencias sedimentarias de la misma edad en el sur de Europa, el mar Mediterráneo y el oeste de Norteamérica (3). Incluso hoy existen sitios aislados de polaridad magnética opuesta tanto en el hemisferio norte como el austral (4), y ya sea que ocurran o no, las inversiones magnéticas no deben confundirse con aquéllas en el eje rotacional de la Tierra.

Además del axis magnético, se pueden distinguir otros tres: a) geográfico, o "raya" que une los polos N y S (los puntos iniciales de las líneas de latitud y longitud); b) el de giro o rotación instantánea, que pasa a través de la Tierra y alrededor del cual ésta vira en cualquier instante (los sectores donde corta la superficie terrestre se llaman polos de rotación); y c) de figura o máximo momento de inercia, el centro de simetría del esferoide terrestre, determinado por la distribución de masas al interior del planeta (5).

Para fines prácticos, estos tres ejes se hallan tan cerca que virtualmente coinciden. Sin perjuicio de ello, el eje de figura no corresponde de manera exacta con el rotacional, dando pie a leves movimientos polares que producen ligeras variaciones de latitud, y pueden medirse como la diferencia entre la latitud geográfica y la astronómica verdadera, considerada desde el axis de giro. Se pueden distinguir dos oscilaciones periódicas discretas: "una, llamada de Chandler, tiene un lapso de aproximadamente 14 meses [435 días], y la otra 12. Al combinarse, los polos describen trayectorias en espiral por fuera, alrededor y finalmente en dirección de sus partes medias durante unos 6,5 años. La separación entre los polos real y medio era excepcionalmente grande hacia 1952, cuando estaban alejados por 12 mts. ó 0,37 segundos de arco. Su distancia máxima en la fase de 6,5 años promedia 0,25" (6).

Se estima que la oscilación de Chandler está relacionada con terremotos, empujes de viento en la superficie, actividad solar y geomagnetismo. Sin embargo, no existe acuerdo sobre si dicho fenómeno provoca sismos, si es producido en parte por ellos o ambos tienen una causa común (7).

El único nivel de rotación perfectamente estable de un planeta se origina cuando torna sobre su eje de figura. Una redistribución interior de masa, o el impacto de un cometa o asteroide, arrastra a ese centro lejos del axis rotativo, creando una condición inestable. Después, éste trata de reajustarse con la línea de figura, que a su vez precede alrededor del primero en una espiral cada vez menor hasta que ambos vuelven a coincidir. En términos estrictos, la posición del eje de figura nunca es exactamente constante, pues los sistemas climáticos, las mareas oceánicas e incluso el movimiento de animales o humanos alteran la distribución de masa terrestre, y con ello el sitio del mencionado eje.

Este ligero bamboleo axial es un hecho, pero hay abundante polémica sobre la existencia de una migración sistemática verdadera y a gran escala de polos geográficos. A lo largo del siglo XIX y principios del XX, se invocaba con frecuencia la deriva polar para entender las constancias de temperaturas más cálidas en regiones polares y antiguas capas de hielo en latitudes bajas. Si bien hoy estos fenómenos tienden a explicarse en términos de deriva continental, algunos científicos creen que también se produjo un "vagabundeo" polar. Las opiniones difieren sobre hasta qué punto los cambios en el reparto de masa sobre o al interior de la Tierra pueden alterar la posición del centro rotativo y a qué velocidad, dependiendo principalmente de las suposiciones hechas sobre su estructura intrínseca.

En el siglo XIX, varios especialistas destacados -entre ellos Sir George Airy, Sir William Thomson (Lord Kelvin) y Sir George Darwin (hijo de Charles Darwin)- argumentaban que la deriva polar a gran escala era imposible, debido a la supuesta rigidez de la Tierra y el efecto estabilizador del abultamiento ecuatorial (8). La evidencia de que nuestro planeta no es perfectamente duro fue proporcionada por mareas menores en la corteza terrestre, causadas por influencias de Luna y Sol, y el descubrimiento del bamboleo de Chandler en 1884-1885.

En 1955, Thomas Gold (9) postuló que se podían esperar desplazamientos polares mayúsculos durante períodos geológicos en un cuerpo plásticamente deformable, y el axis de rotación podría migrar 90° en casi un millón de años. Aseveraba que si la Tierra fuera un globo perfecto en lugar de un esferoide aplanado, "el escarabajo más diminuto que caminara sobre ella modificaría el eje de su espín con respecto a las marcas esféricas en un ángulo deliberadamente grande; entonces, dicho eje en el espacio cambiaría sólo en una pequeña medida”.

Si el material que compone la Tierra cede por fluencias bajo disimilitudes en tensión de magnitud arbitrariamente pequeña, entonces se producirá una deriva polar en respuesta a cualquier fuerza excitatoria, por mínima que sea. Sin embargo, si ese material tiene un límite elástico distinto de cero, la migración se producirá sólo cuando el estrés excitativo sea suficiente para exceder el umbral. W.H. Munk y G.J.F. MacDonald (10) señalaron que si el manto fuera anelástico de tal modo que permitiera un vagabundeo polar significativo, los polos deberían moverse para situar continentes lo mejor posible encima del bulbo ecuatorial. La distribución moderna de aquéllos debería emplazar el polo en las proximidades de Hawai, o Pacífico ecuatorial, a la mayor distancia concebible del extremo; pero como no está en dicho océano ni se desplaza hacia él al ritmo esperado, ello sugiere que la Tierra (o al menos su capa exterior) tiene bastante fuerza finita para resistir las tensiones impuestas por el sistema continente-océano. Sin embargo, esa inferencia puede evitarse suponiendo que la tirantez está equilibrada por las faltas de homogeneidad en el manto. Los cambios en la distribución másica de la Tierra podrían dar lugar a polos erráticos, aunque también es posible que albergue suficiente fuerza para evitarlo. El hecho de que las principales anomalías gravitacionales estén asociadas con las cadenas montañosas del Paleozoico, indica que las principales diferencias de estrés pueden seguir durante períodos muy largos.

Hoy continúan los debates sobre el alcance de migraciones polares a lo largo de la historia geológica, y "qué es lo que se mueve" al producirse un verdadero desplazamiento. El consenso general, a tenor del paleomagnetismo, es que la dinámica polar no superó más de 30° en los últimos 200 millones de años (11), y desde esta panorámica, la mayor parte del movimiento de polos (magnéticos) implicado por esa rama se define en términos de deriva continental o tectónica de placas. Karsten Storetvedt, quien acepta la validez del paleomagnetismo (aun cuando reconoce que enfrenta muchos problemas) y opugna la deriva continental, desarrolló un modelo alternativo (tectónica de torsiones) interpretando datos paleomagnéticos escogidos en términos de rotaciones in situ de bloques térreos y migración polar verdadera. Sostiene que los polos se desplazaron 70° desde el Paleozoico medio, incluido un cambio latitudinal de 35° alrededor del límite Eoceno-Oligoceno, pero su hipótesis ha tenido serias objeciones (12).

Como ya se dijo, los datos paleomagnéticos no son totalmente confiables para respaldar las teorías de deriva continental o traslados polares a gran escala, y además se suele ignorar la evidencia de que el planeta posee fuerza suficiente al objeto de impedir un desplazamiento polar de envergadura. Es cierto que el registro de trayectorias polares confeccionado por el Servicio Internacional de Latitud (ILS) desde 1900 indica que, aparte de la oscilación de Chandler con 14 meses y el vaivén anual de 12, el polo giratorio tiene una deriva secular de aproximadamente 1° por millón de años hacia el este de Canadá, pero no hay certeza de que esta dinámica continúe en la misma dirección durante muchos millones o decenas de millones de años.

J.L. Kirschvink et al. (13) afirman que la verdadera migración polar ocurrió hace 535-520 millones de años (Cámbrico temprano), como secuela de un importante reordenamiento de placas tectónicas que cambió el equilibrio másico dentro de la Tierra. Toda la litosfera y el manto viraron unos 90°, de modo que las regiones que antes estaban en los extremos N y S se trasladaron al ecuador, y dos puntos antípodas cerca de éste último se convirtieron en polos. No obstante, la hipótesis se basa principalmente en datos paleomagnéticos, y por tanto es muy dudosa.

Los dictámenes mal concebidos de dos investigadores poco ortodoxos merecen un breve espacio. Hugh Auchincloss Brown (14), fallecido en 1975, creía que la fuerza rotativa excéntrica de la creciente capa gélida del Polo Sur eventualmente llegaría a ser muy fuerte, haciendo que la Tierra se volcara "como un buque sobrecargado", y con ello, el centro de giro y el abultamiento ecuatorial migrarían rápidamente en sentido opuesto, de forma que la inclinación axial continuaría siendo la misma. Según el autor, los cataclismos llegarían en una sóla jornada, tiempo en que los polos actuales recorrerían unos 80° de latitud (8.800 kms.) y los casquetes glaciares acabarían cerca del ecuador. Las consecuencias serían diluvios apocalípticos, actividad sísmica y el fin de la civilización. Brown pensaba que cada unos 7000 años existían desastres similares, causados por fuerzas gravitacionales y centrífugas, pero no hay pruebas serias que lo respalden, y de todos modos su idea es inviable pues la capa de hielo antártica no podría desarrollar suficiente impulso para trasponer la Tierra.

Peter Warlow (15) manifestó que una cuasi-colisión con un gran cometa, asteroide o astro errante -de 1.000 kms. o más en diámetro- podría provocar que sólo en un día los polos geográficos N y S intercambiaran lugares en el axis de giro, añadiendo que si la Tierra se volteara dentro del campo magnético, esto explicaría las aparentes inversiones análogas. Sin embargo, Victor Slabinski calculó que un traslapo en 180° de esta clase requeriría el encuentro con un ítem celeste 31% más masivo que Júpiter (16).

Varios científicos ven pistas de migraciones polares en la Luna y Marte. Por ejemplo, Kirschvink et al. dicen: "La provincia volcánica de Tharsis en Marte, que posee la mayor anomalía de gravedad positiva conocida en cualquier planeta, parece haber reorientado la litosfera marciana para colocar a Tharsis en el ecuador; de manera similar, todos los máscones lunares se encuentran mirando a la Tierra simétricamente respecto de su ecuador".

Peter Schultz (17) declara que múltiples y grandes terrenos estratiformes y marchitos cerca del actual ecuador marciano, separados en casi 180°, tienen muchas similitudes con sus depósitos polares contemporáneos, y plantea que representan ubicaciones de otros puntos extremos más antiguos. Se adhiere a la interpretación del desplazamiento polar, en vez de las alternativas sobre capas piroclásticas o eólicas acumuladas durante fases en que Marte tenía una oblicuidad muy alta. Según Schultz, ese movimiento se produjo en inicios y finales alternos, y los últimos cambios importantes de polos conciernen a la génesis de los amplios escudos volcánicos de Tharsis y Olympus Mons. Describe también una migración polar acumulativa superior a 90° durante 4 mil millones de años, y cada desajuste en sitios polares implicó un traslado inferior a 30° entre 100 y 1000 millones de años. Sus puntos de vista no tienen aceptación unánime, y los científicos muestran discrepancias sobre el grado de rigidez en Marte y la cantidad de "vagabundeo" polar que esto permitiría (18). Los lineamientos o fracturas globales en la superficie de aquél, como en la Tierra, constan de cuatro sistemas básicos orientados aproximadamente en E-O, N-S, N-E y N-O en relación con los polos giratorios actuales (19), lo cual arroja dudas sobre las teorías de polos migratorios a gran escala. En definitiva, dichos postulados siguen siendo especulaciones no probadas.


Notas

1. El campo dipolar se mueve hacia el oeste a un ritmo de 0,08° por año (equivalente a 4.500 años para un circuito planetario íntegro), mientras el campo no dipolar -que constituye entre el 5 y 20% del total, y se lo considera responsable de las variaciones seculares- va en sentido oeste con una tasa de 0,18° por año (vuelta completa en 2000 años). En el polo magnético septentrional, el norte de la brújula apunta hacia abajo, lo que se interpreta en términos de que ese lugar es en realidad el Polo Sur magnético (A. McLeish, Geological Science, Thomas Nelson and Sons Ltd., 1992, p. 131-3).

3. William R. Corliss (comp.), Unknown Earth, Sourcebook Project, 1980, p. 752.
4. "Journey to the centre of the earth", Inside Science n° 134, New Scientist, 14 de octubre de 2000, figura 2; Nicola Jones, "Anomalies hint at magnetic pole flip’", 10 de abril de 2002, newscientist.com.

5. Paul Dunbavin, The Atlantis Researches: The earth’s rotation in mythology and prehistory, Third Millennium, 1995, p. 51-64.

6. "Polar motion", britannica.com.
7. William R. Corliss (comp.), Earthquakes, Tides, Unidentified Sounds, Sourcebook Project, 1983, p. 120-3.

8. John White, Pole Shift: Predictions and prophecies of the ultimate disaster, A.R.E. Press, 1991, p. 54-7; Immanuel Velikovsky, Earth in Upheaval, Delta, 1955, p. 111-4.

9. T. Gold, "Instability of the earth’s axis of rotation", Nature, vol. 175, 1955, p. 526-9; Pole Shift, p. 60.

10. W.H. Munk y G.J.F. MacDonald, The Rotation of the Earth, Cambridge University Press, 2da edición, 1975, p. 275-85; Harold Jeffreys, The Earth: its origin, history and physical constitution, Cambridge University Press, 6ta edición, 1976, p. 478-81.

11. R.G. Gordon, "Polar wandering and paleomagnetism", Annu. Rev. Earth Planet. Sci., vol. 15, 1987, p. 567-93; J. Besse y V. Courtillot, "Apparent and true polar wander and the geometry of the geomagnetic field over the last 200 Myr", Journal of Geophysical Research, vol. 107, n° B11, 2002, p. 6–1-31.

12. K.M. Storetvedt, Our Evolving Planet: Earth history in new perspective, Alma Mater, 1997; "Paleomagnetismo, movimiento de placas y migración polar", parte 6.

13. J.L. Kirschvink, R.L. Ripperdan y D.A. Evans, "Evidence for a large-scale reorganization of early Cambrian continental masses by inertial interchange true polar wander", Science, vol. 277, 1997, p. 541-5.

14. Pole Shift, p. 65-86.
15. Ibídem, p. 133-42, 417-8.
16. V.J. Slabinski, "A dynamical objection to the inversion of the earth on its spin axis", Journal of Physics A, vol. 14, 1981, p. 2503-7.

17. P.H. Schultz y A.B. Lutz, "Polar wandering of Mars", Icarus, vol. 73, 1988, p. 91-141.

18. B.C. Murray y M.C. Malin, "Polar wandering on Mars?", Science, vol. 179, 1973, p. 997-1000.

19. G.H. Katterfeld y G.V. Charushin, "General grid systems of planets", Modern Geology, vol. 4, 1973, p. 243-87.