13 de febrero de 2022

América Precolombina: migraciones, contactos y atlantes (2 de 12)

David Pratt
Mayo 2009, agosto 2011


Contenidos:
 
03. Contactos transatlánticos
-Graffitis
-Presencia romana


03. Contactos transatlánticos
 
El viaje oceánico en tiempos antiguos no fue tan desalentador como se supone a menudo, y es factible incluso sin barcos grandes y sofisticados. En los tiempos modernos los océanos han sido cruzados cientos de veces en naves no muy adaptadas que incluían pequeños barcos, balsas, botes a remo y canoas; sin embargo, existe evidencia considerable de que mucho antes del amanecer de la civilización clásica alrededor del 600 a. de C., nuestros ancestros operaban embarcaciones que recorrían el océano, siendo dos o tres veces más grandes que la "Santa María" de Colón (23 mts.) y en mucho mejor estado (1). 

Varias pinturas de tumbas y escritos muestran que los egipcios comerciaban internándose en el Mar Rojo y el Océano Índico previamente al 2.000 a. de C. en viajes tan largos como el cruce de Colón por el Atlántico. También realizaron excursiones regulares al Líbano antes del 2500 a. de C. para obtener madera de cedro, y durante el reinado de la soberana Hatshepsut (1503-1482 a. de C.) barcos de 27 a 30 mts. de largo navegaban hacia y desde la Tierra de Punt, que ha sido identificada con África austral u oriental, América, India o Australia. Frente de la Gran Pirámide se hallaron vestigios de un barco con piezas desmanteladas que tenía 40 mts. de largo. Los fenicios, un pueblo comerciante del Mediterráneo oriental, poseían barcos que promediaban los 21 mts. de largo y navegaban a Chipre por cobre, a la Península Ibérica por plata y a lugares tan remotos como Cornwall en Inglaterra por estaño; también aprendieron los secretos sobre telescopios simples o "lentes espía" y de la brújula magnética. En Stonehenge y muy cerca de la antigua Cornwall se han encontrado graffitis minoicos, datados alrededor del 1.700 a. de C.

A 43 mts. fuera de las costas de Turquía se encontró una nave mercante de 15 mts., aproximadamente el tamaño de la "Niña" de Colón y perteneciente al siglo XIV a. de C. El cargamento preservado en su bodega (incluyendo cobre, estaño, vidrio azul, joyería de oro y plata, chatarra metálica, ámbar báltico, herramientas de bronce y exotismos africanos) representaba a ocho culturas: micénica griega, minoica, fenicia, chipriota, egipcia, kasita, asiria y nubia. Los principales mercaderes marinos en esa época eran minoicos, etruscos, fenicios, libios y antiguos griegos, pero dejaron pocos registros escritos de sus barcos o modalidades comerciales. En torno al 600 a. de C. los marinos fenicios viajaban al sur a través del Mar Rojo y circunnavegaron el Cabo de Buena Esperanza (África), retornando a través del Estrecho de Gibraltar tres años antes, un viaje de 20.900 kms. que fue mucho más largo que el realizado por Colón.


Graffitis

Numerosas inscripciones celtas, vascas, ibéricas, fenicias, egipcias, beréberes, libias, minoicas y vikingas se han encontrado en rocas, tablas y monumentos de piedra a lo largo de todo el continente americano. Barry Fell, prehistoriador y experto en epigrafía, realizó un importante trabajo al identificar y descifrar algunos de estos signos (1) y mientras sus investigaciones han recibido cierto reconocimiento académico, particularmente en Europa, otros especialistas han mostrado hostilidad irracional, pues tienden a desestimar las inscripciones como marcas hechas por filos de arado, raíces de árboles, erosión natural o garabatos dejados por indígenas americanos y los primeros colonos, pero como puntualizó Fell no pudieron explicar por qué los arados en Pennsylvania "escriben" comúnmente en vasco o púnico ibérico, ¡mientras que que aquéllos de Nueva Inglaterra prefieren usar el Ogam celta!

Fell escribe: "Hace unos 3.000 años bandas de marinos celtas errantes cruzaron el Atlántico Norte para descubrir y luego colonizar Norteamérica, quienes llegaron desde España y Portugal por camino de las Islas Canarias, siguiendo los vientos comerciales como Colón también iba a hacerlo largo tiempo después (...) Construyeron villas y templos, levantaron círculos druídicos y enterraban a sus muertos en tumbas marcadas". Más adelante agrega: "Tras la estela de los pioneros celtas, vinieron los comerciantes fenicios de España, hombres de Cádiz que hablaban la lengua púnica, pero la escribían en el peculiar estilo de grafemas conocido como escritura ibérica. Aunque algunos de estos mercaderes parecieron asentarse temporalmente sólo en la costa y dejaron algunas piedras grabadas para marcar sus visitas o registrar sus reivindicaciones de anexación territorial, algunos fenicios permanecieron aquí y, junto con los mineros egipcios, llegaron a ser parte de la tribu Wabanaki de Nueva Inglaterra. Más al sur llegaron navegantes vascos a Pennsylvania y establecieron allí una colonia temporal, pero no dejaron ningún otro monumento sustancial que los marcadores de tumbas mostrando sus nombres. Todavía más al sur marineros libios y egipcios entraron al Mississippi desde el Golfo de México penetrando tierra interior hacia Iowa y los Dakotas y hacia el oeste a lo largo de los ríos Arkansas y Cimarron, para dejar registros inscritos de su presencia. Los visitantes nórdicos y vascos alcanzaron el Golfo de St. Laurence, introduciendo varios términos marineros en la lengua de los indígenas algonquinos del norte, y aparentemente los descendientes de dichos visitantes también se encuentran entre las tribus amerindias, varias de las cuales emplean dialectos derivados en parte de las antiguas lenguas de Fenicia y el norte de África" (2).

Cerca de la ciudad canadiense de Peterborough cierto escandinavo dejó una inscripción durante una misión comercial a América hace unos 3.500 años, quien permaneció allí por cinco meses para intercambiar su cargamento de textiles por barras de cobre obtenidos de los algonquinos locales. Barry Fell identificó la inscripción como nórdico antiguo escrito en dos alfabetos antiguos; uno de ellos era tifinag, usado por los tuareg, raza de beréberes blancos que viven en los Montes Atlas del norte de África. En el siglo XII a. de C. el faraón Ramsés III repelió un ataque de "gentes del mar" que se asemejaban a los individuos árticos y se refugiaron en Libia, pudiendo así haber legado la escritura tifinag; el otro alfabeto es Ogam consaine usado principalmente por los antiguos celtas. Un zodíaco dibujado en el sitio muestra el equinoccio de primavera en Aries, datando así la visita de este nórdico en torno al 1.700 a. de C. (3).

La Roca de Dighton es un canto rodado de piedra arenisca de 40 toneladas que muestra una inscripción en ibérico-púnico (variante de la lengua fenicia adoptada por los nativos de España) tal y como existía en torno al 500 a. de C., y una palabra en el alfabeto númida/tifinag de la época romana también aparece en el monolito, junto con cerca de 20 constelaciones. Los escépticos descartan la roca de Dighton como un engaño, pero generaciones de indígenas locales insisten en que los pictogramas estaban en dicha roca mucho tiempo antes que los puritanos llegaran en 1630. Otros ejemplos de escritura ibérico-púnica se pueden encontrar en la Piedra Adena de Virginia Occidental, la Roca Aptuxcet en Vermont central y la Tabla Davenport (Davenport, Iowa). Fell y otros investigadores han datado estas inscripciones entre el 600 y el 200 a. de C. (4). 

Fig. 3.1. La Roca de Dighton (5).


Presencia romana

Los barcos romanos navegaron hacia India, China, Camboya y Vietnam por el oriente, y también parecen haber visitado el Nuevo Mundo. No existe error en el bosquejo costero de Florida, Brasil, el Golfo de México y Perú en mapas antiguos que datan de la época romana; así, por ejemplo, en el mapa de Macrobius del siglo V la región norte de las Antípodas (Sudamérica) es llamada "perusta", que se refiere al clima árido y seco; en el de Albertino de Virga (1414) la costa peruana es mencionada como Ca-paru, y en la carta de Andrea Bianco (1436) esta región es denominada Tierra de Per. Claramente Perú fue nombrada antes de la llegada de Pizarro en 1521 quien supuestamente designó así al país en honor a un río local (1).

En 1971 un buceador encontró dos ánforas ibero-romanas (jarras de almacenamiento con grandes cuerpos ovales) del siglo I, a una profundidad de 15 mts. en Castine Bay, Maine, y una tercera fue recuperada desde la costa atlántica cerca de Jonesboro en el mismo estado. En 1972 buceadores hallaron un antiguo casco de navío con un cargamento de ánforas fuera de la costa de Honduras y probablemente la nave era de origen cartaginés, pero el gobierno hondureño impidió investigaciones adicionales en el terreno pues estimó que sería una afrenta a la reputación de Colón. En 1976 un buceador brasileño recuperó tres ánforas romanas del lecho marino en la Bahía de Guanabara, a 24 kms. de la costa de Río de Janeiro y reportó ver varias más. Cinco años después el Museo Naval y Oceanográfico de Río de Janeiro solicitó a Robert Marx, arqueólogo submarino y especialista en naufragios, que investigara el hecho al saber que los pescadores habían localizado objetos similares en la misma área general desde los años 60, y así Marx averiguó que un buzo local tenía 14 de esas jarras grandes en su garaje. Posteriormente dos de los expertos que consultó estimaron que las ánforas fueron manufacturadas en la costa de Marruecos durante el siglo III d. de C. En 1982 unos buzos localizaron otro barco hundido que databa del siglo I a. de C. en el mar de Río de Janeiro que contenía varios cientos de urnas romanas, y también se recuperaron algunos objetos de mármol y una fíbula romana de bronce (broche para sujetar capas o camisas). No obstante, las autoridades brasileñas prohibieron cualquier investigación adicional con el objeto de proteger la reputación de Pedro Álvares Cabral, el descubridor portugués oficial de Brasil. Además se descubrieron más urnas romanas en la costa de Venezuela dos años después (2). 

Fig. 3.2. Ánforas romanas traídas del lecho marino en la Bahía Guanabara, Brasil (3). Un factor que complicó más el asunto fue que Américo Santarelli, buceador italiano que vivía en Río de Janeiro, reveló en un libro publicado en 1983 que tenía 18 ánforas elaboradas por un alfarero local y que había colocado 16 de ellas en varios lugares de la bahía, con intención de recuperar las jarras incrustadas más tarde para decorar su casa. Para probarlo, recuperó 8 de esos objetos (4) y esto llevó a descartar todos dichos hallazgos como fraudes.

Se encontró una lámpara de aceite romana del siglo I d. de C. en un sitio del río Coosa en Alabama, e igualmente en 2004 y del fondo marino de Nueva Jersey se recuperó una figurilla de fertilidad de 10 cms. hecha en el Egipto romano del siglo III. Montones de monedas judías, griegas y romanas han sido desenterrados o hallados en campos desde Venezuela hasta Nueva York, pero los historiadores ortodoxos comúnmente descartan estos artefactos como también los coleccionistas numismáticos. En 1977 fueron halladas ocho monedas romanas dentro de un metro cuadrado de playa cerca de Beverly, Massachusetts, y todas ellas fueron acuñadas durante los reinados de cuatro emperadores sucesivos que gobernaron entre el 337 y el 383 d. de C., las que pudieron haber venido en el cajón monedero de un barco mercante. Asimismo, una jarra que contenía varios cientos de monedas romanas se encontró en la costa norte de Venezuela, abarcando el periodo del 63 a. de C. hasta el 350 d. de C. (5). 


Fig. 3.3. Monedas romanas halladas en el banco del río Ohio. Arriba: Claudio II, datada en el 268 d. de C. Debajo: Maximino I el Tracio, datado en el 312 ó 313 d. de C. Las monedas fueron retiradas de la exhibición pública en el Museo de Ohio porque el establecimiento pertenece al estado de Indiana y su política arqueológica es de que no existe evidencia documentada sobre contactos precolombinos (6).

Gunnar Thompson sostiene que los romanos navegaron al Nuevo Mundo en busca de las minas del rey Salomón, pero en lugar de eso encontraron civilizaciones ansiosas de intercambiar productos indígenas, metales y plantas por herramientas, textiles y vinos del Viejo Mundo.

Los mercantes romanos trajeron de vuelta plantas americanas además de suministros de oro, cobre, madera, pescado seco y pieles, y también puede apreciarse una amplia evidencia de vegetales del Nuevo Mundo en sitios arqueológicos itálicos. Por ejemplo, los mosaicos murales de Pompeya que datan del siglo I incluyen piñas americanas; los arqueólogos han descubierto semillas de maíz en almacenes romanos de gramíneas construidos en la antigua España; un herbolario romano o libro de especies vegetales incluía calabazas de ese continente y se identificó tabaco del Nuevo Mundo en pipas para fumar que fueron extraídas de las ruinas pertenecientes a casas de baño próximas a la antigua ciudad romana de Londres (7).