10 de marzo de 2022

La religión de lemurianos y atlantes


De "La Doctrina Secreta" (H.P. Blavatsky), vol. 2, p. 272-274

¿Cuál era la religión de las razas Tercera y Cuarta? En la aceptación común del término, ni lemurianos ni lemuroatlantes -su progenie- detentaban alguna, ya que no conocían ningún dogma ni tenían que creer en la fe. Tan pronto como el ojo mental del humano se abrió a la comprensión, la Tercera Raza se sintió unida tanto al presente eterno como con el TODO siempre desconocido e invisible, la Única Deidad Universal. Dotado de poderes divinos y sintiendo en sí mismo su Dios interior, cada individuo sentía ser un Dios-hombre en su naturaleza, aunque un animal en su ser físico. La lucha entre ambos comenzó desde el mismo día en que probaron el fruto del Árbol de la Sabiduría; una lucha por la vida entre lo espiritual y lo psíquico, entre éste último y lo físico. Los individuos que conquistaron los principios inferiores mediante el dominio del cuerpo se unieron a los "Hijos de la Luz", y quienes cayeron víctimas de sus naturalezas inferiores se convirtieron en esclavos de la Materia; y así de ser “Hijos de Luz y Sabiduría” terminaron como “Hijos de la Oscuridad”. Habían caído en la batalla de la vida mortal contra la inmortal, y todos los derrotados devinieron la semilla de las futuras generaciones de atlantes (1). 

Por tanto, en los albores de su conciencia el individuo de la Tercera Raza-Raíz no tenía ninguna creencia que pudiera llamarse religión, es decir, era igualmente ignorante de las "religiones alegres, llenas de pompa y oro" como cualquier sistema de fe o adoración externa; pero si el término debe definirse como "la unión de las masas en una forma de reverencia tributada a quienes sentimos más elevados que nosotros mismos, o de piedad" -como el sentimiento expresado por un niño hacia un padre amado-, entonces incluso los primeros lemurianos poseían una religión -y la más hermosa- desde el principio de su vida intelectual. ¿No tenían ellos sus fulgurantes dioses de los elementos que los rodeaban, e incluso dentro de ellos? (2) ¿Acaso su infancia no transcurrió con ellos, cuidada por aquéllos que les dieron vida y los llamaron a una existencia consciente e inteligente? Estamos seguros de que fue así y lo creemos, porque la evolución del Espíritu en la materia nunca podría haberse logrado, ni habría recibido su primer impulso si los Espíritus brillantes no hubiesen sacrificado sus respectivas esencias superetéreas para animar al hombre de barro y otorgar cada uno de sus principios internos con una porción o más bien un reflejo de esa esencia. Los Dhyanis de los Siete Cielos (siete planos del Ser) son los NOUMENOI de los Elementos actuales y futuros, al igual que los Ángeles de los Siete Poderes de la naturaleza -cuyos efectos más densos percibimos en lo que la ciencia se complace en llamar "modos de movimiento" -las fuerzas imponderables y similares-, son los noumenoi aún más elevados de las Jerarquías aún más grandiosas.

Era entonces la "Edad Dorada" en aquellos días de antaño cuando "los dioses caminaban por la tierra y se mezclaban libremente con los mortales". Desde entonces, los dioses se fueron (es decir, se hicieron invisibles) y las generaciones posteriores terminaron adorando sus reinos, los Elementos.

Fueron los atlantes, la primera progenie del hombre semidivino luego de su separación en sexos -de aquí los mortales engendrados y nacidos humanamente- que se convirtieron en los primeros "sacrificadores" del dios de la materia. Permanecen en el pasado lejano y nebuloso, en edades más que prehistóricas, como el prototipo sobre el que se construyó el gran símbolo de Caín (3) y como los primeros antropomorfistas que adoraban la forma y la materia. Ese culto degeneró muy pronto en la autoadoración, y por lo tanto condujo al falicismo o lo que reina hasta hoy en los simbolismos de cada religión exotérica de ritual, dogma y exteriorización. Adán y Eva se convirtieron en materia o suministraron el suelo, Caín y Abel; este último era el terreno portador de vida, y el primero "el labrador de ese campo".

Así, las primeras razas atlantes nacidas en el continente lemuriano se separaron de sus tribus más tempranas en justos e injustos; en aquéllos que adoraban al único e invisible Espíritu de la Naturaleza -el rayo que el hombre siente dentro de sí mismo o los panteístas- y quienes ofrecían adoración fanática a los Espíritus de la Tierra, los poderes cósmicos y antropomorfos oscuros con los cuales establecieron alianza. Estos fueron los primeros Gibborim, "los hombres poderosos de renombre en aquellos días" (Gen., VI) que se convirtieron con la Quinta Raza en los Kabirim: Kabiri con los egipcios y los fenicios, Titanes con los griegos y Rakshasas y Daityas con las razas indias.

Tal fue el secreto y misterioso origen de todas las religiones posteriores y modernas, especialmente la adoración de los hebreos posteriores a su dios tribal. Al mismo tiempo y por así decirlo, esta religión sexual estaba estrechamente relacionada, basada y combinada con los fenómenos astronómicos. Los lemurianos gravitaban hacia el Polo Norte o el Cielo de sus Progenitores (el continente hiperbóreo), mientras que los atlantes, hacia el Polo Sur, el foso cósmico y terrestre desde donde se respiran las ardientes pasiones sopladas como huracanes por los Elementales cósmicos, cuya morada se halla aquí. Los dos polos fueron denominados Dragones y Serpientes por los antiguos, y de ahí los Dragones y Serpientes buenos o malos y también los nombres dados a los "Hijos de Dios" (Hijos del Espíritu y la Materia), los magos benéficos y perjudiciales. Este es el origen de esta naturaleza humana doble y triple. En su significado esotérico, la leyenda de los "Ángeles Caídos" contiene la clave de las múltiples contradicciones del carácter humano; apunta al secreto de la autoconciencia en el individuo y es el ángulo de hierro sobre el que se articula su ciclo de vida completo, la historia de su evolución y crecimiento.

De una comprensión inequívoca de esta doctrina depende la asimilación correcta de la antropogénesis esotérica, dando así una pista a la fastidiosa cuestión sobre el origen del mal y muestra cómo el hombre mismo es el separador del UNO en varios aspectos contrastados.

Por lo tanto, el lector no se sorprenderá si se dedica un espacio considerable en cada caso a un intento de dilucidar este tema difícil y oscuro. Hay que decir mucho sobre su aspecto simbólico porque al hacerlo se dan pistas al estudiante reflexivo para sus propias investigaciones y así se puede sugerir más luz de la que es posible transmitir en las frases técnicas de una exposición más formal y filosófica. Los llamados "Ángeles Caídos" son la humanidad misma. El demonio de orgullo, lujuria, rebelión y odio nunca ha tenido cualquier ser antes de la aparición del humano físico y consciente. Es el hombre quien ha engendrado, alimentado y consentido que el demonio se desarrolle en su corazón; él, de nuevo, quien ha contaminado al dios residente en sí mismo al vincular al espíritu puro con el demonio impuro de la materia. Y si el dicho cabalístico Demon est Deus inversus encuentra su corroboración metafísica y teórica en la naturaleza dual manifestada, su aplicación práctica se encuentra sólo en la Humanidad.

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(1) El nombre se usa aquí en el sentido de "hechiceros" y como sinónimo. Las razas atlantes fueron muchas y duraron en su evolución durante millones de años, pero no todas fueron malas. Se volvieron así hacia su final, como nosotros (la Quinta Raza) nos estamos convirtiendo rápidamente ahora.

(2) Los "dioses de los elementos" no son de ninguna manera los elementales. En el mejor de los casos, éstos últimos son utilizados como vehículos y materiales para revestirse (...). 

(3) Como se muestra al principio en el capítulo IV del Génesis, Caín fue el sacrificador del "fruto de la tierra" de la que fue primer labrador, mientras Abel "trajo la primera descendencia de su rebaño" al Señor. Caín es símbolo del primer ser masculino y Abel de la primera humanidad femenina, mientras que Adán y Eva son los tipos de la Tercera Raza (véase El misterio de Caín y Abel). "Asesinar" es derramamiento de sangre, pero no quitar vida.