“La pregunta es: ¿estamos lo suficientemente agradecidos a los Sabios de la antigüedad por el zodíaco? ¿Tiene algún valor moral conocer el simbolismo zodiacal? Para mayor información, el estudiante debe remitirse a los trabajos de H.P. Blavatsky y William Q. Judge, de los que se han recogido las aseveraciones de este artículo”.
Hay una gran cantidad de información valiosa contenida en este trabajo, mucha de la cual proviene de “La Doctrina Secreta”, un libro que a menudo no puede estudiarse de forma suficientemente cuidadosa. Toma su esfuerzo, pero siempre valdrá la pena si se hace bien.
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“Al fin y como Adán, el 'Primer Nacido' de los sioux se cansó de vivir solo y formó un compañero para sí mismo -no como pareja, sólo un hermano- y no a partir de una de sus costillas, sino de un espigón que sacó de su gran dedo gordo del pie (…) Y éste fue el Pequeño Hombre (…) Su Hermano Mayor fue el guía en cada fase del progreso humano, desde la infancia a la adultez, y a partir de las normas que entregó, y de los consejos que dio al Pequeño Hombre, podemos definir muchas de nuestras creencias más profundas y costumbres más sagradas”
(“The Soul of the Indian”).
Según Platón, el Universo fue configurado por los “Primeros Nacidos” en base a la figura geométrica del dodecaedro o figura de 12 lados, y esto es lo que se representa en los 12 signos del zodíaco. La Eternidad o la Duración está marcada por grandes ciclos, en cada uno de los cuales ocurren doce transformaciones a las que siguen destrucciones alternadas y parciales de fuego y agua. Dichas alteraciones comienzan a nivel metafísico y suprahumano y terminan con la naturaleza física del Kosmos y del ser humano; en lo que concierne a nuestro planeta, esos cambios tienen lugar durante las cuatro grandes eras (oro, plata, bronce y hierro) de la primera Mahayuga. No obstante, conllevan más de un significado de acuerdo a los relatos tradicionales de la Creación y de los Diluvios o similares. Existen eras dentro de otras, y las 12 horas diurnas del ser humano son las contrapartes microcósmicas de los 12 periodos prototípicos de una “eternidad”. En sus principles aspectos, los doce signos del zodíaco representan la evolución espiritual y psíquica de las razas humanas, las épocas y las divisiones del tiempo.
Esta estupenda concepción fue sintetizada por los antiguos para instrucción de los profanos en un único diseño pictórico, conocido como Zodíaco o cinturón celestial. Los sabios enseñaron que la génesis de los dioses y la humanidad comienza en y desde el mismo punto, el Uno Universal, Eterno, Inmutable y Unidad Absoluta. Este primer o único poder era denominado “círculo del cielo” que se simbolizaba por el hierograma de un punto al interior de un círculo, siendo dicho punto el Logos o Sol Espiritual Central. Ese punto es la Primera Causa... pero Aquéllo que surge de esto (o más bien su expresión) era obviado por esos antiguos Instructores. El gran círculo zodiacal representaba el espacio o la Unidad. Igualmente, en el “Catecismo Oculto” de “La Doctrina Secreta” se hacen y responden las siguientes preguntas:
“¿Qué es lo que siempre es? El Espacio, o el eterno Anupadaka (sin padres). ¿Qué es lo que siempre fue? La Semilla en la Raíz. ¿Qué es lo que siempre va y viene? El Gran Aliento. Entonces, ¿hay Tres Eternidades? No, los tres son uno” (D.S. I, 11).
En ocasiones, al Espacio se le llama la Gran Madre o Sustancia Madre, la materia homogénea verdaderamente primordial. Desde un núcleo de la Sustancia surgió el Huevo Dorado (Hiranyagarbha), el Sol Espiritual Central del Universo, del cual emergieron todas las jerarquías superiores e inferiores de las Fuerzas Creativas, Poderes y progenitores divinos del ser humano. Se designa muy acertadamente al “Espacio-Madre” como “Madre de los Dioses”, puesto que es desde su Matriz Cósmica que vinieron a la vida todos los cuerpos celestiales de nuestro sistema planetario; asimismo, la astronomía arcaica inculcaba la doctrina de un origen común para todos los cuerpos celestes antes de Kepler, Newton y otros.
Con Pitágoras, el punto dentro del círculo representaba la Mónada inmanifestada que permanecía en soledad y penumbras. Cuando llegó el momento, irradió de sí mismo al UNO, o el primer número, y la Mónada vuelve al silencio tan pronto como había evolucionado a la Tríada, de la cual emergieron los restantes siete números de los diez, que son la base del universo manifestado. En lugar de los doce signos zodiacales actualmente conocidos por el público general, originalmente había 10: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, luego el dual Virgo-Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Estos signos eran exotéricos, pero sumados a ellos se insertaron dos signos místicos que sólamente comprendían los iniciados. Cuando se juzgó necesario exteriorizar dicho par de signos se agregaron con sus actuales nombres que, en realidad, ocultan su verdadera denominación y dan la clave al secreto de la creación y el origen del bien y el mal.
Evidentemente, lo anterior se remite a una época en la que los signos Virgo y Escorpio en el comienzo estaban unidos y eran considerados como uno sólo; más tarde se separaron por la inserción de Libra, el punto de equilibrio o la Balanza. Ésta representaba aquel eterno equilibrio que es necesario en un universo de armonía y justicia exacta, el balance de las fuerzas centrípeta y centrífuga, luz y oscuridad o ESPÍRITU y MATERIA. Tanto en los mundos objetivos como subjetivos, éstos son los dos poderes y mediante su eterna interacción el Universo del espíritu y de la materia permanece en armonía. Esas potencias hacen que los planetas sigan sus trayectorias y se mantengan en sus órbitas elípticas, trazando así la cruz astronómica en sus revoluciones a través del zodíaco. La doctrina sabeana señalaba que dentro del signo doble Virgo-Escorpio estaba oculto el conocimiento de la transformación gradual del mundo desde lo espiritual y subjetivo hasta el estado bisexual sublunar, y contrariamente, se dice que la unión de esos signos conduce a la destrucción del universo fenomenológico.
Los “Hijos de la Luz”, como se llamaba a los planetas y a menudo identificados con ellos -Saturno, Júpiter, Mercurio, Marte, Venus y, presumiblemente, el Sol y la Luna- son nuestros Progenitores celestes o “Padre” en una palabra. Antiguamente eran considerados como cuerpos celestiales en conexión astral, psíquica, moral y física directa con nuestro planeta, sus guías y vigilantes; sus esferas visibles revisten a nuestra humanidad con sus características internas y externas, llamándose así Rectores o Regentes de nuestras mónadas y facultades espirituales. Así como emanan siete rayos diferentes del Sol Espiritual Central, también todos los Adeptos y Dhyani-Chohans se dividen en siete clases, cada una de ellas conducida o controlada por una de las siete formas o manifestaciones de la Sabiduría Divina.
En todas las épocas, dicha Sabiduría Suprema se identificó con el Dragón. Astronómicamente, la constelación Draco estuvo una vez en el centro del cielo y era tan amplia que se conocía como el Gran Dragón, extendiéndose sobre siete de los signos zodiacales. Cuando la gran pirámide de Egipto era un templo de iniciación según los primeros anales de la Quinta Raza, Draco era la Estrella Polar, el símbolo del Gurú y la dirección, la divinidad sideral guía. El hierofante o Maestro de Sabiduría era también la “Estrella” que llevaba al neófito a su renacimiento espiritual. Hermes Trismegisto se refirió a estos Hermanos Mayores de la humanidad como una colonia de Dioses o encarnaciones del Septenario Superior que se instaló en la Tierra con el objetivo de que el ser humano no estuviese desprovisto de su naturaleza superior. Los Ah-Hi, según Helena Blavatsky, mucho tiempo atrás fueron egos planetarios, solares, lunares y finalmente, egos reencarnantes. Son colectivos de seres espirituales que se convierten en humanos como parte de sus transformaciones, y de esta manera “los creadores del mundo renacen en la Tierra una y otra vez”.
Cuando los mortales se espiritualicen lo suficiente, ya no será necesario forzarlos a una comprensión correcta de la Sabiduría Antigua. El ser humano sabrá entonces que siempre ha habido grandes Reformadores del Mundo que nuestra generación conoce y que a) fueron emanación directa del Logos (bajo cualquier nombre con el que se le llame), es decir, encarnación esencial de uno de los siete aspectos del Espíritu Divino, y que b) ya aparecieron antes o durante los ciclos pasados. Buda, Krishna, Zoroastro, Manu o Tot-Hermes se manifestaron primero en la Tierra como uno de los siete poderes del Logos, individualizado como Dios y luego, asumiendo forma material, reaparecieron sucesivamente como grandes Sabios e instructores para la Quinta Raza y después de haber enseñado a las dos precedentes. En el simbolismo antiguo se suponía que era siempre el Sol (el espiritual y no el visible) quien enviaba a los principales Salvadores y Avatares. Los Manus y Rishis también son dioses planetarios que, según se dice, vinieron al comienzo de las razas humanas para vigilar su evolución y descendieron o encarnaron en este planeta una y otra vez para enseñar a la humanidad.
El género humano se divide en siete grupos diferentes y tiene subdivisiones mentales, físicas y espirituales. Cada uno de los grupos humanos nació bajo la guía e influencia de uno de los Siete Planetas Sagrados, las esferas de los espíritus que viven en ellos. En la Antigüedad se creía y con justa razón que todas las razas humanas estaban íntimamente ligadas con los planetas y éstos con los signos zodiacales, y así toda la historia del mundo está registrada en esos signos. En Egipto, el neófito era iniciado en el misterio de los signos del zodíaco con ocasión de una danza circular que representaba el curso de los planetas, tal y como hasta hoy se celebra en Rajputana la danza de Krishna y los Gopis. Luego de esta danza, el neófito recibía una cruz, el Tau, convirtiéndose en Astronomos o sanador. El ciclo de iniciaciones era una miniatura de la gran serie de signos cósmicos en el año sideral (25.868 años) y al igual que los cuerpos celestes al término de ese periodo vuelven a las mismas posiciones relativas que ocupaban al comienzo, también el “hombre interior”, al concluir el ciclo de iniciaciones, había recuperado el estado prístino de la pureza divina y el conocimiento con el cual se embarcó en el ciclo de encarnaciones terrestres.
El zodíaco era conocido en India y Egipto por tiempos inmemoriales. Respecto de la influencia oculta de las estrellas y de los cuerpos celestes sobre la Tierra, el conocimiento de los sabios y magos de esas civilizaciones era mucho mayor del que la astronomía profesional esperaría alcanzar. La sabiduría moderna se regocija con cálculos astronómicos y predicciones basadas en las inequívocas leyes matemáticas, mientras que la Sabiduría Antigua agregaba a la fría cobertura científica el elemento vivificante de su alma y espíritu, la ASTROLOGÍA.
Los principales rasgos en la vida de una persona siempre se dan en conformidad a la constelación bajo la cual nació; esto es, con el carácter de su principio animador o la deidad que preside esa constelación, ya sea que lo llamemos arcángel o Dhyani-Chohan. Todas las unidades humanas proceden de la misma fuente (el Sol Central) y su sombra, el Sol visible. Cada esfuerzo de la voluntad para purificarse y unirse con el Yo Divino produce uno de los rayos inferiores; la entidad espiritual del ser humano es conducida a niveles más altos y de rayo en rayo, hasta que nuevamente es reabsorbida en el único y supremo rayo del Padre-Sol. Este último es el verdadero centro de toda persona, como del Cosmos; cada uno puede recibir la influencia de ese centro, tal y como “cada persona está o estará ligada a algún Adepto en particular”. Nuestro destino está escrito en las estrellas y llegará un momento en que la Astrología será restaurada por aquellos miembros del Movimiento Teosófico que cumplan los requisitos morales para poseer nuevamente el “Gran Misterio”.
Todo lo anterior puede resumirse así: “La Jerarquía de Poderes Creativos se divide en el siete esotérico (ó 4 y 3), dentro de Doce Grandes Órdenes, registradas en los doce signos del zodíaco; además, los siete de la escala manifestada están vinculados con los Siete Planetas. Todo esto se subdivide en numerosos grupos de seres espirituales, semiespirituales y etéreos”. Las enseñanzas relativas al zodíaco son el trabajo de los Sabios que vienen al comienzo del gran ciclo humano, y cuando comienza su áspera ascensión al desarrollo espiritual, dan al hombre aquellos grandes símbolos e ideas de carácter astronómico que perdurarán en todos los ciclos, y aquéllos incluyen las “ideas innatas” que impactaron en el centro perenne de la naturaleza humana. A partir de ese recuerdo, se puede citar una noción antigua de la tradición zodiacal gracias a registros ocultos de una edad “desconocida para la historia”: “Sobre el esquema zodiacal del océano superior celeste y en cierto sector de la Tierra, un mar interior fue consagrado y conocido como el 'Abismo del Aprendizaje'. Doce centros en la forma de 12 pequeñas islas que representaban los 12 signos zodiacales -dos de los cuales permanecieron en el misterio por muchos años- eran las moradas de doce hierofantes o Maestros de Sabiduría. Este mar de conocimiento o aprendizaje permaneció allí por largo tiempo, donde ahora se extiende el desierto de Gobi, y perduró hasta el último periodo glacial cuando un cataclismo local, que llevó las aguas de este mar al sur y al oeste y creando así el gran desierto, dejó sólo un oasis con un lago y una isla en su centro como reliquia del anillo zodiacal en la Tierra”.
La Doctrina Secreta enseña que cada suceso de importancia universal, tales como los cataclismos geológicos al final de una raza y el comienzo de una nueva -lo que implica un gran cambio en la humanidad cada cierto tiempo a nivel espiritual, moral y psíquico- se prepara, por así decirlo, en las regiones siderales de nuestro sistema planetario. Mediante observación, experimentación y conocimiento los Sabios antiguos tomaron en cuenta todas las combinaciones concebibles de causas y determinaron sus efectos con precisión matemática, y dicho conocimiento les llegó como resultado de su pureza en cada plano del ser. Los planetas eran como las agujas que señalaban las horas de ciertos eventos periódicos en el circuito de nuestro Sistema Solar. Cuando un gran ciclo da paso al siguiente, se producen efectos dinámicos que alteran la superficie del planeta mediante la inversión de los polos terrestres y otras convulsiones, lo que afecta el curso de la evolución humana. Los sabios orientales estaban perfectamente familiarizados con este aspecto de la ley cíclica; investigaron en ella, registraron sus observaciones y las preservaron. Habiendo presenciado las incontables vidas ciclo tras ciclo en el pasado, y visto su comportamiento bajo diferentes condiciones en otros espacios estelares hace eones, los sabios disponían de una base sobre la cual establecer sus conclusiones, tal y como sucederá en las eras futuras.
Las profecías siderales del zodíaco nunca señalan un evento en particular, sin importar cuán solemne y sagrado pueda ser para una parte de la humanidad. “¿Por qué -se pregunta en 'La Doctrina Secreta'- ver en Piscis (los Peces) una referencia directa a Cristo, uno de los muchos reformadores mundiales, cuando esa constelación refulge como símbolo de todos los Salvadores espirituales del pasado, presente y futuro que dan la luz y disipan la oscuridad mental?” Todas esas profecías apuntan a leyes naturales periódicas y recurrentes, sólo comprendidas por los iniciados, y así “el Zodíaco es el modelo de la Gran Ley”. Doce grandes dioses, como en Egipto, o doce Órdenes de Seres como sostienen las enseñanzas himaláyicas, producen el giro completo de la Gran Rueda de la Vida y la Ley abarcando todos los planos objetivos y subjetivos y todos los estados. Tal y como se aplica a nuestro mundo, de las 12 transformaciones la Tierra se vuelve más densa luego de las primeras seis, y todo lo que ella contiene -incluido el ser humano- devienen cada vez más materiales, mientras que después de las seis transformaciones siguientes ocurre lo contrario, cuando la Tierra y los hombres se desarrollan de manera más refinada y espiritual con cada cambio. Cuando se alcanza el ápice de este ciclo tiene lugar una disolución gradual, y todo ser y forma objetiva son destruidos, pero una vez que se llega a ese punto la humanidad, las plantas, los animales y cada átomo se han adaptado a vivir tanto de forma objetiva como subjetiva.
Entonces se suceden los ciclos de evolución o naturaleza septenaria: a) espiritual o divina, b) psíquica o semidivina, c) intelectual, d) pasional, e) instintiva, f) semicorpórea, y g) la puramente material o física. Todas ellas evolucionan y progresan cíclicamente, pasando de una a otra en una forma centrípeta y centrífuga, única en su esencia y septenaria en sus aspectos. Cada principio de la composición septenaria humana se relaciona con un plano, un planeta y una raza; cada uno, a su vez, puede ser beneficioso y constituir fuerzas poderosas para el ser humano.
La simbología del zodíaco no es principalmente religiosa, astronómica ni astrológica y la llave de los misterios zodiacales debe girar siete veces. En cada evento de la vida, por pequeño que sea, hay un significado oculto que tiene una raíz septenaria, ya sea humana o cósmica, y el conocimiento para determinar ese aspecto oculto en cada suceso pertenece a los Adeptos de todas las épocas. El ser humano es en sí mismo un sendero zodiacal, a través del cual su “Sol particular” (Atman) realiza un circuito, y si logramos crecer a través de la devoción y el esfuerzo durante el viaje de nuestro Sol interior en ese zodíaco íntimo, entonces aprenderemos el significado de la peregrinación más importante de nuestra luminaria terrenal.
APÉNDICE
(de la revista "The Theosophical Movement", marzo 2011)
Pregunta: En Astrología, el Sol está representado por el símbolo de un círculo con un punto en el centro (☉). Sin embargo, en “La Doctrina Secreta” la misma representación tiene un significado diferente. ¿Cómo entender la denotación de los símbolos utilizados para los Siete Planetas astrológicos?
Respuesta: H.P.B. señala que cada símbolo es como un diamante con muchas facetas, y cada una de ellas está abierta a varias interpretaciones y se relaciona con con varias ciencias. Hay siete claves para la interpretación de cada símbolo, como las de tipo astronómico, metafísico, psicológico, filosófico, geométrico, etc. El símbolo del círculo ilimitado con un punto en el centro se refiere al Logos Inmanifestado que duerme en el seno de Parabrahmam durante Pralaya, a través del cual irradia la luz, energía y sabiduría de Parabrahmam, como escribe Subba Row (D.S., I, 429). El punto en el círculo también se denomina “punto matemático” o "semilla cósmica" que contiene todo el Universo como la bellota del roble, y se dice que corresponde al Sol en Astrología y Astronomía; y al igual que el Logos, el Sol físico es la ventana por cuyo medio se irradia la luz y vida del Sol Espiritual Central. En la Doctrina Secreta (II, 30), H.P.B. explica la simbología del planeta Venus, señalando que el diámetro -cuando se encuentra aislado en un círculo- representa la naturaleza femenina y las Razas-Raíces primitivas, mientras que el diámetro a partir del cual se extiende una línea vertical simboliza al macho y la hembra aún no separados. También se representa por el Tau (T) egipcio, que luego se convierte en la cruz (+) o macho-hembra separados y caídos en la generatividad. Venus está simbolizada por el signo de un globo terráqueo sobre la cruz. Asimismo, la cruz ansada egipcia es otra forma de Venus y significaba esotéricamente que la humanidad y toda la vida animal habían salido del círculo espiritual divino e "ingresando" en la generación física masculina y femenina. La forma de “fase creciente” o “croissant” de la Luna y que tiene forma de bote da cuenta del principio femenino o matriz de la naturaleza que lleva los gérmenes de vida.
Sin embargo, no encontramos ninguna explicación para los símbolos de otros planetas en la literatura teosófica, pero conseguimos algunas interpretaciones en libros de astrología. En un nivel simple, los símbolos planetarios se han derivado de los nombres griegos para los dioses asociados con estos orbes o de las armas utilizadas por dichos personajes. Venus está representada por un espejo de mano, ya que está asociada con la belleza; Mercurio se asocia con el caduceo de serpientes entrelazadas en una vara y las alas que forman un semicírculo; Marte, el dios romano de la guerra, posee un escudo y una lanza; el símbolo de Júpiter es el jeroglífico del águila o ave de Júpiter (la letra griega Zeta, la primera en “Zeus”, que es el nombre griego de Júpiter); y el símbolo de Saturno es la guadaña o la hoz, ya que se supone que este astro es el dios romano de la agricultura.
Metafísicamente, podemos ver que los símbolos de casi todos los planetas son una combinación de círculo, semicírculo y una cruz, en donde el círculo representa el espíritu puro, el semicírculo (o media luna) el alma, y la cruz la materia o cuerpo; así, el Sol y la Luna representan el Espíritu Puro y el Alma Pura, respectivamente. En su libro “Planetary Astrology”, Alan Leo señala que Marte (♂) y Venus (♀) son el opuesto de cada cual y personifican la relación del Espíritu con el cuerpo o materia. El planeta Marte, que tiene una cruz (forma de flecha modificada) sobre el círculo, muestra al espíritu tratando de manifestarse a través de la materia y un impulso hacia la expresión; por lo tanto, se asocia con fuerza y energía en las que se encuentran tanto construcción como destrucción al figurar al antiguo dios de la guerra. Por su parte, Venus tiene una cruz bajo el círculo, y en este caso el Espíritu ha logrado expresarse a través de la materia y hay supremacía espiritual sobre la terrenalidad, siendo así un planeta de paz y amor.
La Luna o medio círculo (☾) encarna el mundo psíquico y está conectada con los estados de ánimo y la mente. Saturno y Júpiter son inversos entre sí y representan la relación entre alma (mente) y cuerpo. Saturno, al dibujarse como una cruz sobre un semicírculo (♄), significa la materia sobre la mente y por ende el intelecto frío, seco y calculador; la mente o alma está bajo el dominio material y las pruebas y tentaciones son necesarias para liberar al alma. Júpiter tiene un símbolo inverso, con un semicírculo colocado sobre la cruz (♃), que muestra la mente elevándose sobre la terrenalidad; el alma se libera de la dominación materialista y siente compasión por la humanidad en su lucha. En el símbolo de Mercurio (☿) encontramos las tres figuras: una media luna en la parte superior del círculo que está al tope de la cruz. Este orbe ha sido llamado “mensajero de los dioses” y en su representación encontramos a Venus “alada” o la conciencia que se expresa a través de la materia y se eleva hacia regiones desconocidas.