28 de enero de 2022

¡Saludos de "Lucifer" al arzobispo de Canterbury!


La siguiente es una carta abierta al arzobispo de Canterbury que se publicó en la revista "Lucifer" (diciembre de 1887), fundada por H.P. Blavatsky como el boletín mensual de la Sociedad Teosófica en Reino Unido, luego que su creadora se mudara a Londres durante sus últimos años.

Como demostramos en el artículo "Lucifer, el Portador de la Luz":
"El cristianismo no tiene el monopolio del término 'Lucifer' ni tampoco en su definición. La denotación y el concepto de dicha palabra son simplemente los últimos en una larga línea de interpretaciones de este vocablo pre-cristiano (...) Lucifer significa literalmente 'portador de la Luz', 'lucero del alba', 'resplandeciente' o 'estrella de la mañana' y no tiene otro significado".

Sin embargo, el título de la misiva que reproducimos aquí ciertamente se eligió con cierto grado de intencionalidad humorística, teniendo en cuenta las obvias alusiones religiosas y controvertidas que conlleva tal denominación.

Pero aunque a veces emplea recursos irónicos, el mensaje en sí mismo es muy serio y honesto y fue compuesto con un motivo de preocupación y nobleza. El arzobispo sin duda habría conocido y leído la misiva, ya que "Lucifer" tenía un alto número de lectores en Londres para ese tiempo, particularmente entre las clases "cultas" e intelectuales, y los nombres de Madame Blavatsky y la Teosofía eran cada vez más familiares e incluso respetados y admirados, como demuestran claramente numerosos artículos periodísticos e informes de la época.

Incluimos la carta completa a continuación, pero nos hemos tomado la libertad de dividir algunos de los párrafos más largos en otros breves para hacerlos más legibles, y también enfatizamos ciertas oraciones que parecen ser algunas de las más importantes a las que debemos prestar atención. Algunos piensan que Blavatsky pudo haber sido asistida por el teósofo Richard Harte para redactar esta carta, cuyos contenidos en su mayoría aún siguen siendo válidos, apropiados y aplicables en la actualidad.

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¡Lucifer saluda al arzobispo de Canterbury!

Al señor Primado de toda Inglaterra, 

Hacemos uso de una carta abierta a su Gracia como vehículo para transmitir a usted, al clero, sus seguidores y los cristianos en general -que nos consideran enemigos de Cristo- una breve declaración de la postura que la Teosofía adopta respecto del cristianismo, pues creemos que ha llegado el momento de hacerlo.

Indudablemente su Gracia está consciente de que la Teosofía no es una religión, sino una filosofía a la vez religiosa y científica, y que hasta ahora el trabajo principal de la Sociedad Teosófica ha sido revivir en cada religión su propio espíritu animador al promover y ayudar en la indagatoria sobre el verdadero significado de sus doctrinas y observancias.

Los teósofos saben que cuanto más se penetra en el significado de los dogmas y ceremonias de toda religión, mayor es la aparente similitud que las subyace hasta que finalmente se alcanza la percepción de su unidad fundamental. Este terreno común no es otro que la Teosofía, la Doctrina Secreta de las edades que, diluida y disfrazada para adaptarse a la capacidad de la multitud y los requisitos de la época, ha conformado el núcleo vivo de todas las religiones. La Sociedad Teosófica tiene ramas compuestas por budistas, hindúes, mahometanos, parsis, cristianos y librepensadores que trabajan juntos como hermanos en el terreno común teosófico, y es precisamente porque la Teosofía no es una religión, ni la multitud puede reemplazar el sitial de un credo, que el éxito de la Sociedad ha sido tan grande no sólo en lo que respecta a su creciente membresía e influencia, sino también en relación al desempeño del trabajo que ha emprendido para el resurgimiento de la espiritualidad en la religión y el cultivo del sentimiento de HERMANDAD entre los individuos.

Como teósofos creemos que una religión es un incidente natural en la vida del ser humano en su etapa actual de desarrollo, y aunque en casos raros los individuos pueden nacer sin un sentimiento religioso, una comunidad debe tener una religión, es decir, un vínculo de unión, so pena de deterioro social y aniquilación material. Creemos que ninguna doctrina religiosa puede ser más que un intento de describir nuestros actuales entendimientos limitados en términos de nuestras experiencias terrestres, grandes verdades cósmicas y espirituales que percibimos vagamente en nuestro estado normal de conciencia, en lugar de realmente captar y comprender, y una revelación -si es para develar algo- debe ajustarse por fuerza a los mismos requisitos terrenales del intelecto humano. Por lo tanto y en nuestra estimación, ninguna religión puede ser absolutamente verdadera, y ninguna puede ser del todo falsa.

Una religión es verdadera en la medida que satisface las necesidades espirituales, morales e intelectuales de la época, y ayuda al desarrollo de la humanidad en estos aspectos. Es falsa en proporción a que obstaculiza ese progreso y constituye una ofensa a ese componente triple en la naturaleza humana. Y las ideas espirituales trascendentes sobre los poderes dominantes del Universo solazadas por un sabio oriental serían una religión tan falsa para el salvaje africano, como el fetichismo de este último para el sabio, aunque ambos puntos de vista deben ser necesariamente verdaderos en grado, ya que representan las ideas más elevadas que pueden alcanzar los respectivos individuos de los mismos hechos cósmico-espirituales, los cuales el ser humano nunca puede conocer en su realidad mientras siga siendo tal.

De esta forma, los teósofos son respetuosos de todas las religiones y tienen una profunda admiración por la ética religiosa de Jesús. No podría ser de otra manera, porque estas enseñanzas que han llegado hasta nosotros son las mismas que las de la Teosofía. Hasta ahora y a medida que el cristianismo moderno afirma ser la "religión práctica" enseñada por Jesús, los teósofos están con ella en mente y obra, y son sus oponentes toda vez que va en contra de esa ética pura y simple. Si lo desea, cualquier cristiano puede comparar el Sermón del Monte con los dogmas de su iglesia y el espíritu que lo inspira con los principios que animan esta civilización cristiana y gobiernan su propia vida; y entonces podrá juzgar por sí mismo hasta qué punto la religión de Jesús se condice con su cristianismo y hasta qué grado están de acuerdo él y los teósofos.

Pero los cristianos profesantes, especialmente el clero, evitan hacer esta comparación. Al igual que los comerciantes que temen encontrarse en la bancarrota, parecen tener pavor al descubrimiento de una discrepancia en sus registros que no podría solucionarse al colocar activos materiales a modo de compensación a los pasivos espirituales. Sin embargo, se ha hecho con frecuencia la comparación entre las enseñanzas de Jesús y las doctrinas de las iglesias- y a menudo con gran aprendizaje y perspicacia crítica- tanto por parte de quienes abolirían el cristianismo como los que lo reformarían, y como su Gracia debe tener muy en cuenta, el resultado añadido de estas comparaciones sirve para demostrar que en casi todos los puntos las doctrinas de las iglesias y prácticas cristianas están en oposición directa a las instrucciones de Jesús.

Estamos acostumbrados a decir al budista, al mahometano, hindú o parsi que "el camino a la Teosofía radica en ti, a través de tu propia religión", y decimos esto porque esos credos poseen un significado profundamente filosófico y esotérico que explica las alegorías bajo las cuales se presentan al pueblo, pero no podemos decir lo mismo a los cristianos.

Los sucesores de los apóstoles nunca registraron la doctrina secreta de Jesús o los "misterios del reino de los cielos" que sólo fue dada a sus discípulos [Marcos, iv, 11; Mateo, xiii, 11; Lucas, viii, 10] y que ha sido suprimida, eliminada y destruida. Lo que se vertió sobre la corriente del tiempo son las máximas, parábolas, alegorías y fábulas que Jesús dirigió expresamente a los espiritualmente sordos y ciegos, con objeto de que más tarde se revelaran al mundo, y las cuales el cristianismo moderno toma o interpreta literalmente según las fantasías de los Padres de la iglesia secular. En ambos casos son como flores cortadas, al separarse de la planta en que crecieron y de la raíz de donde el vegetal obtuvo su vida.

Por lo tanto, si alentáramos a los cristianos -como hacemos con los devotos de otros credos- a estudiar por sí mismos su propia religión, la consecuencia no sería un conocimiento sobre el significado de sus misterios, sino también el resurgimiento de la superstición e intolerancia medievales, acompañadas por un formidable brote de meras plegarias fingidas y predicación, como resultado de la formación de las 239 sectas protestantes que hay sólo en Inglaterra, o bien un gran aumento de escepticismo, ya que la religión cristiana no tiene un fundamento esotérico conocido por quienes la profesan, porque incluso usted, señor primado de Inglaterra, debe estar dolorosamente consciente de que no conoce absolutamente ninguno de esos "misterios del reino de los cielos" que Jesús enseñó a sus discípulos, más que el miembro más humilde y analfabeto de vuestra iglesia.

Por tanto, es fácil comprender que los teósofos no tengan nada que decir contra la política de la Iglesia Católica Romana o las comunidades protestantes de prohibir y desalentar cualquier investigación personal sobre el significado de los dogmas "cristianos", como correspondería con el estudio esotérico de otras religiones. Con sus ideas y conocimientos actuales, los cristianos profesantes no están preparados para realizar un examen crítico de su fe con la promesa de buenos resultados. Su efecto inevitable sería paralizar sus sentimientos religiosos latentes en lugar de estimularlos, pues la crítica bíblica y la mitología comparativa han demostrado de manera concluyente -al menos para quienes no tienen intereses creados de tipo espiritual o temporal en el mantenimiento de la ortodoxia- que la religión cristiana, tal como existe ahora, está compuesta por cáscaras del judaísmo, restos de paganismo y los resabios mal digeridos del gnosticismo y el neoplatonismo. Este curioso conglomerado, que se fue formando gradualmente en torno a los dichos registrados de Jesús y tras el paso de los siglos, ahora comenzó a desintegrarse y se escindió de las gemas puras y preciosas de la verdad teosófica que durante tanto tiempo ha estado superpuesta y oculta, pero que no podía desfigurar ni destruir.

La Teosofía no sólo rescata estas gemas preciosas del destino, que contrastan con la basura en que han estado incrustadas durante mucho tiempo, sino que salva ese desperdicio de la condenación absoluta al mostrar que el resultado de la crítica bíblica está lejos de ser el análisis final del cristianismo, ya que cada una de las piezas que componen los curiosos mosaicos de las iglesias pertenecieron antaño a una religión que tenía un significado esotérico. Sólo cuando estas piezas se restauran en los lugares que ocuparon originalmente se puede percibir su significado oculto y entender el trasfondo real de los dogmas en el cristianismo. No obstante, para lograr esto se requiere un conocimiento de la Doctrina Secreta tal como existe, en el fundamento esotérico de otras religiones, y este saber no está en manos del clero porque desde entonces la Iglesia ha escondido y extraviado las llaves.

Ahora su Gracia entenderá por qué la Sociedad Teosófica ha tomado para uno de sus tres "objetivos" el estudio de esas religiones y filosofías orientales que arrojaron tal luz sobre el significado interno del cristianismo, y esperamos que usted también perciba que al hacerlo no actuamos como enemigos, sino como acólitos de la religión enseñada por Jesús, del verdadero cristianismo en la práctica, porque sólo mediante el estudio de estas religiones y filosofías los cristianos pueden llegar a comprender sus propias creencias, o ver el significado oculto de las parábolas y alegorías que el Nazareno contó a los tullidos espirituales de Judea, y al tomarlas como hechos o fantasías las iglesias han ridiculizado y despreciado las enseñanzas, por cuanto el cristianismo se encuentra en grave peligro de colapso total, socavado como está por la crítica histórica y la investigación mitológica, además de haber sido destruido por el martillo de la ciencia moderna.

Entonces, ¿acaso los teósofos deben ser considerados por los cristianos como sus enemigos por creer que en general el cristianismo ortodoxo es opuesto a la religión de Jesús, y porque tienen el coraje de decir a las iglesias que son traidoras al MAESTRO que profesan venerar y servir? Todo lo contrario, de hecho.

Los teósofos saben que el mismo espíritu que animó las palabras de Jesús se encuentra latente en los corazones cristianos, como ocurre naturalmente en el núcleo de toda persona. Su principio fundamental es la Hermandad del Hombre, cuya realización última es posible sólo por lo que se conocía mucho antes de los días de Jesús como "el espíritu de Cristo". Este espíritu incluso ahora está presente potencialmente en todo individuo, y se convertirá en un componente activo cuando los seres humanos no sean compelidos a entenderse, apreciarse y simpatizar entre sí mediante las barreras de lucha y odio erigidas por sacerdotes y príncipes.

Sabemos que en sus vidas frecuentemente los cristianos se elevan por encima del nivel de su cristianismo. Todas las iglesias contienen muchos hombres y mujeres nobles, abnegados y virtuosos que desean hacer el bien en su generación de acuerdo con su entendimiento y sus oportunidades, y llenos de aspiraciones a cosas más elevadas que las de la Tierra; éstos son seguidores de Jesús a pesar de su credo. Por gente como ésta, nosotros sentimos la más profunda simpatía, pues sólo un teósofo o una persona de la delicada sensibilidad y el gran conocimiento teológico de vuestra merced puede apreciar de forma justa las tremendas dificultades con que tiene que enfrentarse la tierna rosa de piedad natural, ya que fuerza su raíz en el suelo insustancial de nuestra civilización cristiana y trata de florecer en el clima frío y árido de la teología. Por ejemplo, cuán difícil no debe ser "amar" a un Dios como el que se muestra en un pasaje bien conocido de Herbert Spencer:

La crueldad de un dios de Fiji que se representa devorando almas de muertos y que se supone debe infligir torturas durante el proceso, es pequeña en comparación con la barbarie de un dios que condena a los hombres a torturas eternas (...) La obsesión con los descendientes de Adán mediante cientos de generaciones de penas terribles por un leve quebrantamiento que no cometieron; la condena de todos los que no se aprovechan de un supuesto modo para obtener el perdón, del que la mayoría de los hombres nunca ha oído hablar, y el logro de una reconciliación sacrificando a un hijo -que era perfectamente inocente- con tal de satisfacer la supuesta necesidad de una víctima propiciatoria; todos éstos son modos de acción que atribuidos a un gobernante humano provocan expresiones de aborrecimiento [“Religion: A Retrospect and Prospect”, en Nineteenth Century, vol. XV, n° 83, enero de 1884].

Sin duda, usted dirá que Jesús nunca enseñó la adoración de un dios como ése, y aún lo afirmamos como teósofos. Sin embargo, éste es el mismo dios cuyo culto se lleva a cabo oficialmente por usted en la catedral de Canterbury, y seguramente estaréis de acuerdo con nosotros en que, de hecho, debe haber una chispa divina de intuición religiosa en los corazones humanos que les permita resistir tan bien como hacen la acción mortal de una teología tan venenosa.

Si su Gracia observa desde vuestro alto pináculo, verá una civilización cristiana en que una frenética y despiadada batalla del hombre contra el hombre no sólo es la característica distintiva, sino el principio reconocido. En nuestros días es un axioma científico y económico aceptado que todo el progreso se logra en la "lucha por la vida" y la "supervivencia del más apto"; y los más capacitados para sobrevivir en esta "civilización cristiana" no son los que poseen las cualidades reconocidas por la moralidad de cada época como las mejores -los individuos de generosidad y misericordia, de corazón noble, los que perdonan, los humildes, verdaderos, honestos y amables-, sino aquéllos que son más fuertes en egoísmo, malas artes, hipocresía, fuerza bruta, falsa pretensión, inescrupulosidad, crueldad y avaricia. Los espirituales y altruistas son "los débiles" a quienes las "leyes" que gobiernan el Universo dan como alimento a los avaros y materialistas, o "los fuertes". Esa noción de "el poder es derecho" es la única conclusión legítima, la última palabra en la "ética" del siglo XIX, porque el mundo se ha convertido en un gran campo de batalla en que "los más aptos" descienden como carroñeros para arrancar los ojos y corazones de quienes han caído en la lucha.

¿Acaso la religión detiene la batalla? ¿Alejan las iglesias a los buitres o consuelan a los heridos y moribundos? La religión no tiene peso en el mundo de hoy cuando la ventaja mundana y los placeres egoístas se ponen en la otra balanza, y las iglesias son impotentes para revivir el sentimiento religioso entre los hombres porque sus ideas, conocimientos, métodos y argumentos son los de la Edad Oscura, por cuanto vuestro cristianismo, señor arzobispo, está atrasado en quinientos años.

Mientras los individuos disputaban si este dios o aquél era el verdadero, o si el alma iba a tal o cual lugar después de la muerte, usted y el clero comprendieron la pregunta y tuvieron argumentos para influir en la opinión, por silogismo o tortura según el caso; pero ahora lo que se cuestiona o niega es la existencia de cualquier ser tal como Dios -si lo hay- o cualquier tipo de espíritu inmortal. 

La ciencia inventa nuevas teorías sobre el Universo que ignoran desdeñosamente la existencia de cualquier divinidad; los moralistas establecen teorías de ética y vida social en que se da por sentada la no-existencia de una vida futura; en física, psicología, leyes o medicina lo único que se necesita para que un profesor tenga derecho a una audiencia es que en sus ideas no se contenga una sóla alusión ni a una Providencia, ni a un alma.

El mundo está siendo llevado rápidamente a la convicción de que Dios es una "concepción mítica", que en realidad no tiene fundamento ni lugar en la Naturaleza, y que la parte inmortal humana es el "sueño tonto" de "salvajes ignorantes", perpetuado por las mentiras y los trucos de sacerdotes que obtienen su cosecha al cultivar los temores en la gente de que su Dios mítico torturará sus almas imaginarias por toda la eternidad y en un fabuloso infierno. Frente a todos esos aspectos, el clero se encuentra mudo e impotente en esta era. La única respuesta que la Iglesia supo hacer a tales "objeciones" como éstas fue el martirio y la cobardía más asquerosa, por cuanto ella en este momento no puede usar ese sistema de lógica.

Es claro que si el Dios y el alma enseñados por las iglesias son entidades imaginarias, entonces la salvación y condenación cristianas son meras ilusiones de la mente, producidas por el proceso hipnótico de asertos y sugestión a una escala magnífica que actúa de manera acumulativa durante generaciones de leves "histéricos". ¿Qué respuesta tiene usted a esa teoría de la religión cristiana, excepto una repetición de predicados y sugestiones? ¿De qué manera usted ha logrado hacer que los hombres vuelvan a sus antiguas creencias, sino reviviendo sus viejos hábitos?

La política de las iglesias y su única respuesta al agnosticismo y al materialismo es "constrúyanse más parroquias, diga más oraciones, establezca más misiones y su fe en la condenación y salvación será revivida, lo que resultará en una creencia renovada en Dios y el alma". Pero su Gracia debe saber que enfrentar los embates de la ciencia moderna y las críticas con armas como la afirmación y el hábito, es como atacar a toda una artillería de revistas premunidas con bumeranes y escudos de cuero. Sin embargo, mientras que el progreso de las ideas y el aumento del conocimiento están socavando la teología popular, cada descubrimiento de la ciencia y concepción nueva del pensamiento avanzado europeo acercan la mente del siglo XIX a las ideas de lo Divino y lo Espiritual, conocidas por todas las religiones esotéricas y la Teosofía.

La Iglesia afirma que el cristianismo es la "única religión verdadera", y este aserto implica dos proposiciones distintas, a saber, que la cristiandad es el único credo real y que no existe otra religión genuina salvo aquélla. Parece que los cristianos nunca atinan a pensar que Dios y el Espíritu puedan existir en una forma diferente a la que se les presenta en las doctrinas de su iglesia. El salvaje dice que el misionero es ateo porque no lleva un ídolo en su leño, y el misionero, a su vez, llama ateos a todos los que no llevan un fetiche en su mente; y ni el salvaje ni el cristiano jamás parecen sospechar que pueda haber una idea más elevada que las suyas sobre el gran poder oculto que gobierna el Universo, y al que el nombre de "Dios" es mucho más aplicable.

Es dudoso que las iglesias se esfuercen más para demostrar que el cristianismo es "verdadero" o probar que cualquier otra clase de religión es necesariamente "falsa", y las malas consecuencias de esto, sus enseñanzas, son terribles. Cuando las personas descartan el dogma, creen que también han abandonado el sentimiento religioso y concluyen que la religión es una "superfluidad en la vida humana", una rendición a aspectos nebulosos que pertenecen a la Tierra y un desperdicio de energía que podría gastarse más provechosamente en la "lucha por la existencia". Por tanto, el materialismo de esta era es consecuencia directa de la doctrina cristiana de que "no hay poder gobernante en el Universo", ni Espíritu inmortal en el ser humano, excepto los que se dan a conocer en los dogmas cristianos. El ateo, señor arzobispo, es el hijo bastardo de la Iglesia.

Pero esto no es todo. Las iglesias nunca han enseñado a los hombres ninguna otra razón superior por la cual deben ser justos, amables y verdaderos que la "esperanza de recompensa" y el "miedo al castigo", y cuando abandonan su creencia en el capricho e injusticia divinos son saqueados los fundamentos de su moralidad. Ni siquiera tienen una moralidad natural a la cual recurrir conscientemente, porque el cristianismo les ha enseñado a considerarla como "inútil" debido a la depravación natural del individuo; de esta forma, el interés propio se convierte en el único motivo para la conducta, y el miedo a ser descubierto el único elemento disuasivo del vicio. Y así, con respecto a la moralidad y como con Dios y el alma, el cristianismo aleja a los hombres del camino que conduce al conocimiento y los precipita al abismo de la incredulidad, el pesimismo y la depravación.

El último lugar donde ahora la gente buscaría ayuda para los males y las miserias de la vida es la Iglesia, porque sabe que la construcción de catedrales y la repetición de letanías no influyen en los poderes de la Naturaleza ni en los consejos de las naciones; porque instintivamente percibe que cuando las iglesias aceptaron el principio de conveniencia perdieron su poder para mover los corazones humanos, y ahora sólo puede actuar en el plano externo como los partidarios de la policía y la política.

El objeto de la religión es consolar y alentar a la humanidad en su lucha de por vida con el pecado y el dolor. Esto se puede hacer sólo exponiendo a la gente a nobles ideales sobre una existencia más feliz luego de la muerte, y de una vida más digna en la Tierra, ganadas en ambos casos mediante el esfuerzo consciente. Lo que el mundo ahora quiere es una Iglesia que dé cuenta de la Deidad o el principio inmortal en el individuo, y que al menos esté al nivel de las ideas y el conocimiento de los tiempos. El cristianismo dogmático no es adecuado para un mundo que razona y piensa, y sólo aquellos que pueden lanzarse a un estado psicológico medieval pueden apreciar a una Iglesia cuya función religiosa (a diferencia de sus objetivos sociales y políticos) es mantener a Dios de buen humor, mientras que los laicos hacen lo que creen que no aprueba, oran por los cambios de clima y ocasionalmente para agradecer al Todopoderoso por ayudar a matar al enemigo. Hoy no son los "curanderos", sino los guías espirituales lo que el mundo busca, un "clero" que dará los ideales adecuados para el intelecto de este siglo, como el Cielo y el Infierno cristianos -o Dios y el Diablo- lo fueron en eras oscuras de ignorancia y superstición. ¿Es que el clero cristiano cumple o puede cumplir este requisito? La miseria, el crimen, el vicio, el egoísmo, la brutalidad, la falta de autorespeto y autocontrol que marcan nuestra "civilización moderna" unen sus voces en un grito ensordecedor y responden "¡NO!"

¿Cuál es el significado de la reacción contra el materialismo, cuyos signos repletan nuestra atmósfera actual? Significa que el mundo se ha vuelto mortalmente enfermo del dogmatismo, la arrogancia, la autosuficiencia y la ceguera espiritual en la ciencia moderna, la misma cuyos exponentes sólo ayer aclamaban como "liberadora del fanatismo religioso" y la "superstición cristiana", pero que al igual que el diablo de las leyendas monacales, requiere como valía de sus servicios la inmolación del alma inmortal humana. Y mientras tanto, ¿qué están haciendo las iglesias? Duermen el dulce sueño de las donaciones y la influencia social y política, mientras que el mundo, la carne y el diablo se están apropiando de sus consignas, milagros, argumentos y fe ciega.

¡Oh, iglesias de Cristo!, los espiritistas robaron el fuego de vuestros altares para iluminar sus cuartos de sesiones; los salvacionistas tomaron vuestro vino sacramental y se emborrachan espiritualmente en las calles; el infiel os quitó las armas con las que lo vencisteis una vez, y os dice con aire de triunfo que "lo que ustedes anticipan se ha dicho con frecuencia previamente". ¿Alguna vez el clero había tenido una oportunidad tan espléndida? Las uvas en el viñedo están maduras y sólo necesitan los trabajadores adecuados para recolectarlas. Si en el nivel intelectual estándar y probable de hoy dierais al mundo alguna prueba de que la Deidad -el Espíritu inmortal en el hombre- tiene una existencia real como hecho en la Naturaleza, ¿acaso la gente no os consideraría su salvador del pesimismo y desesperación, o del enloquecedor y brutal pensamiento de que no hay otro destino para el ser humano sino un eterno vacío, luego de unos pocos años de amarga aflicción y tristeza? ¿O como sus salvadores de la lucha angustiosa por el disfrute material y avance mundano? ¿Cuál es entonces la consecuencia directa de creer que esta vida mortal es todo el motivo y fin de la existencia?

Pero las iglesias no tienen el conocimiento ni la fe necesaria para salvar al mundo, y quizá menos aún su Iglesia, mi Señor Primado, con la piedra de molino de £ 8.000.000 al año colgada de su cuello. En vano trata usted de aligerar la nave, arrojando por la borda el lastre de las doctrinas que vuestros antepasados consideraron vitales para el cristianismo. ¿Qué más puede hacer su Iglesia ahora, sino adelantarse a la tormenta navegando sin velas, mientras el clero se esfuerza débilmente por poner fin a las enormes filtraciones con la "versión revisada", y por su peso social y político tratar de evitar que la nave vuelque y su carga de dogmas y donaciones se vaya al fondo?

¿Quién construyó la catedral de Canterbury, señor Primado? ¿Quién inventó y dio vida a la gran organización eclesiástica que hace posible un arzobispo de Canterbury? ¿Quién sentó las bases para el vasto sistema de impuestos religiosos que le da £ 15.000 al año y un palacio? ¿Quién instituyó las formas y ceremonias, las oraciones y letanías, que ligeramente alteradas y desprovistas de arte y ornamentos constituyen la liturgia en la Iglesia de Inglaterra? ¿Quién arrebató a la gente los orgullosos títulos de "reverendo divino" y "Hombre de Dios" que el clero de su Iglesia asume con tanta confianza?

¿Quién, en efecto, sino la Iglesia de Roma? No hablamos en ningún espíritu de enemistad, pues la Teosofía ha visto el surgimiento y la caída de muchas religiones, y estará presente en el nacimiento y la muerte de varias más. Sabemos que la vida de las religiones están sujetas a la ley, y ya sea que usted haya heredado legítimamente de la Iglesia de Roma u obtenido por medio de violencia, lo dejamos para que lo dirima con sus enemigos y con su conciencia; la actitud mental hacia vuestra Iglesia está determinada por su valor intrínseco. Sabemos que si no es capaz de cumplir la verdadera función espiritual de una religión, seguramente será devastada aunque la culpa esté más bien en sus tendencias hereditarias o entornos que en sí misma.

Para usar una analogía conocida, la Iglesia de Inglaterra es como un tren que corre por el impulso que adquirió antes que se apagara el vapor. Cuando salió de la pista principal, se encontró con un revestimiento que no lleva a ninguna parte. El tren casi ha llegado a un punto muerto y muchos de los pasajeros lo han dejado para seguir en otros medios de transporte. Los que se quedan en su mayor parte están conscientes de que han dependido todo el tiempo del poco vapor que quedó en la caldera cuando los fuegos de Roma fueron retirados de su seno. Sospechan que ahora sólo pueden estar jugando en el tren, pero el conductor sigue haciendo sonar su silbato, el guardia se voltea para examinar los boletos, los guardafrenos recitan sus retiros, y no es tan mala diversión después de todo, puesto que los vagones son cálidos y cómodos en un día frío, y siempre que reciban su propina, todos los empleados de la empresa son muy atentos. Pero no están muy felices aquéllos que sí saben a dónde quieren ir.

Durante varios siglos, la Iglesia de Inglaterra ha realizado la difícil hazaña de soplar frío y calor en dos direcciones a la vez, diciendo a los católicos romanos "¡razón!" y a los escépticos "¡crean!" Fue mediante el ajuste en la fuerza de su soplo doble que se las arregló para mantenerse tanto tiempo sin desbordarse de sus límites, pero ahora la valla en sí está cediendo. El desapego y la desestabilización están en el aire. ¿Y qué urge vuestra Iglesia en su propio nombre? Su utilidad. Es útil tener un número de personas educadas, morales, no mundanas y dispersas por todo el país que impidan que el mundo olvide por completo el nombre de religión, y actúan como centros de trabajo benévolo. Pero la pregunta ahora ya no es sobre repetir oraciones y dar limosna a los pobres, como lo fue hace quinientos años. Las personas ya llegaron a la madurez y se están haciendo cargo de su pensamiento y la dirección de sus asuntos sociales, privados e incluso espirituales, porque han descubierto que su clero no sabe más sobre las "cosas del Cielo" que ellos mismos

Pero se dice que la Iglesia de Inglaterra se ha vuelto tan liberal que todos deberían apoyarla. Realmente, uno puede ir a una excelente imitación de la misa o sentarse bajo un unitario virtual, y aún estar dentro de su redil. No obstante, esta hermosa tolerancia sólo significa que la Iglesia ha considerado necesario convertirse en un lugar común abierto, donde cada uno puede poner su propio puesto y ofrecer su actuación especial únicamente si se une a la defensa de las donaciones. La tolerancia y la liberalidad son contrarias a las leyes de la existencia de cualquier iglesia que cree en la condenación divina, y su aparición en la Iglesia de Inglaterra no es un signo de vida renovada, sino de una desintegración inminente. No menos engañosa es la energía evidenciada por la Iglesia en la construcción de otras iglesias, y si esto fuera una medida de la religión, ¡qué edad piadosa sería ésta!

Nunca antes el dogma se había alojado tan bien, aunque haya quienes tengan que dormir por miles en las calles y literalmente morir de hambre a la sombra de nuestras majestuosas catedrales, construidas en nombre de Aquél que no tenía dónde recostar su cabeza. Pero, ¿os dijo Jesús, su Gracia, que la religión no estaba en los corazones de la gente, sino en templos hechos por manos humanas? No podéis convertir vuestra compasión en piedra y usarla en vuestras vidas, y la historia muestra que la petrificación del sentimiento religioso es una enfermedad tan mortal como el endurecimiento del corazón. Sin embargo, si las iglesias se multiplicaran por cien y todos los clérigos se convirtieran en un centro de filantropía, eso sólo sustituiría el trabajo que los pobres requieren de sus semejantes, pero no de sus maestros espirituales por lo que piden y no pueden obtener. No haría sino traer un gran alivio a la esterilidad espiritual de las doctrinas eclesiásticas.

Se acerca el momento en que se solicitará al clero que rinda cuentas de su mayordomía. ¿Está preparado, señor arzobispo, para explicar a su MAESTRO por qué habéis dado piedras a vuestros hijos cuando os clamaban por pan? Usted sonríe en su seguridad imaginaria. Los sirvientes han mantenido el gran carnaval durante tanto tiempo en las cámaras internas de la casa del Señor, que piensan que Él nunca regresará. Pero Él os dijo que vendría como un ladrón en la noche; ¡y he aquí que Él ya adviene en los corazones de los hombres! Viene a tomar posesión del Reino de su Padre allí sólo donde está. ¡Pero usted no lo conoce! Si las iglesias mismas no se dejaran llevar por el diluvio de negación y materialismo que ha envuelto a la sociedad, reconocerían el germen del espíritu de Cristo que crece rápidamente en los corazones de miles de personas, a quienes ahora calificáis como "infieles" y "locos". Reconocerían allí el mismo espíritu de amor, sacrificio propio e inmensa compasión por la ignorancia, la locura y los sufrimientos del mundo que apareció en el corazón puro de Jesús, tal como había eclosionado en los corazones de otros Santos Reformadores en otras edades; y que es la luz de toda religión verdadera, la lámpara con que los teósofos de todos los tiempos se han esforzado por guiar sus pasos por el camino estrecho que conduce a la salvación, el sendero recorrido por cada encarnación de CHRISTOS o el ESPÍRITU DE LA VERDAD. 

Y ahora, señor Primado, os hemos presentado con mucho respeto los principales puntos de desacuerdo entre la Teosofía y las iglesias cristianas, y os contamos sobre la unidad teosófica y las enseñanzas de Jesús. Habéis escuchado nuestra profesión de fe y aprendido las quejas que ponemos a la puerta del cristianismo dogmático. Nosotros, un puñado de individuos humildes que no poseemos riqueza ni influencia mundana, pero sí fortaleza en nuestro conocimiento, nos hemos unido con la esperanza de hacer el trabajo que decís vuestro SEÑOR os designó, y que lamentablemente es descuidado por ese coloso rico y dominante que se llama Iglesia cristiana. ¿Llamará usted "presunción" a esto? En esta tierra de libertad de expresión y libre esfuerzo, ¿se aventurará usted a otorgarnos ningún otro reconocimiento que no sea el anatema habitual que la Iglesia guarda para el reformador? ¿O podemos esperar que las amargas lecciones de la experiencia -que esa política brindó antaño a las iglesias- hayan alterado los corazones para aclarar los entendimientos de sus gobernantes, y que el próximo año de 1888 será testigo del alargamiento de la mano cristiana en comunión y buena voluntad?

Esto sólo sería un reconocimiento justo de que el cuerpo comparativamente pequeño llamado Sociedad Teosófica no es "un pionero del Anticristo", ni tampoco "una camada del maligno", sino el ayudante práctico y tal vez salvador del cristianismo, y eso es sólo un esfuerzo para hacer el trabajo que Jesús -como Buda y los otros "hijos de Dios" anteriores- ha ordenado cumplir a todos sus seguidores, pero que las iglesias no pueden llevar a cabo por convertirse en dogmáticas.

Y ahora, si su Gracia puede probar que cometemos injusticias con la Iglesia de la que usted es Jefe o con la teología popular, prometemos reconocer nuestro error públicamente, aunque EL SILENCIO DA EL CONSENTIMIENTO.

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Quizás no sorprenda que el Arzobispo no respondió de ninguna manera a este desafío. Para quienes estén interesados en descubrir los verdaderos orígenes y la historia de la Iglesia cristiana y su teología, no podemos recomendar un libro mejor que "Isis Develada" por H.P. Blavatsky, particularmente su segundo volumen. El subtítulo de este libro es "una clave maestra para los misterios de la ciencia y la teología antiguas y modernas", y eso es exactamente lo que representa, pero por desgracia hay muchos que no están dispuestos a tomar la llave y abrir la puerta que revela la Verdad y nada más que la Verdad.