Charla de Robert Crosbie tomada de "The Friendly Philosopher", p. 332-338 e incluida en "Universal Theosophy" (énfasis añadido).
La verdadera moralidad no es un asunto de palabras, frases o modos de acción de ningún tipo, y su base tampoco se encuentra en los múltiples tipos de ideas sobre ella en el mundo que varían según tiempo y lugar. Lo que es "moral" en un momento es "inmoral" en otro. No existe base alguna en esta actitud cambiante hacia los actos y clasificaciones cambiantes del bien y el mal en una "división del universo" también impermanente. La intolerancia es su resultado seguro, pues quienes se enorgullecen de sus propias marcas especiales de "moralidad" son siempre intolerantes con los que no aceptan ese parámetro. La verdadera moral descansa en la comprensión y el logro de la propia naturaleza espiritual humana y necesariamente debe surgir de ella, independiente a todo tipo de convenciones. Necesitamos conocer nuestra propia naturaleza interna para saber qué es realmente la moral.
Las convenciones de la vida externa se establecen meramente por un consenso de opinión entre los seres que viven en un momento y lugar concretos. No se basan necesariamente en la verdad y ciertamente no en una percepción de toda esa verdad; así, como podemos ver, el interés superior de todos no está servido por las ideas que se sostienen generalmente. El mundo se halla en un estado peligrosamente perverso y egoísta, y con todas nuestras ideas prevalecientes de "progreso", "moralidad" y "religión" en ninguna parte representa un lugar más feliz como hace quizá uno o dos siglos; no es un lugar tan bueno para los seres humanos como lo fue en las civilizaciones más inocentes y menos complejas de las naciones más antiguas. Evidentemente hay algo que anda mal con las ideas que sostenemos, si nos resulta imposible negar el hecho de que en lugar que el mundo mejore y la vida se vuelva más simple, la sociedad empeora y la existencia se torna cada vez más enredada. No debiéramos encontrarnos en la condición actual si nuestras ideas religiosas y morales surgieran de las ideas básicas subyacentes a todas las religiones, filosofías y sistemas de pensamiento.
La base de la comprensión existencial aceptada por la mayoría de los pueblos occidentales ha sido una "religión revelada" y un "Dios personal" que inspiró esa creencia. Desde esta base han surgido todas nuestras concepciones erróneas y de ahí el gran énfasis puesto en la existencia física. De hecho, se podría decir que la generalidad del pensamiento humano se centra enteramente en la existencia material. Y ni siquiera nos hemos planteado las preguntas: "¿Cómo es que nazco en este momento, en tales condiciones, en medio de esta gente y no en un momento anterior o futuro, cuando el mundo podría ser mejor? ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es la causa preexistente que nos llevó a esta relación? ¿Fue por capricho de un Ser especial, o fue bajo la operación de una ley inherente a nosotros mismos?" Si estamos aquí con nuestras cualidades presentes y rodeados de dificultades, no debido a algo que hayamos cometido sino al antojo de algún Ser, entonces debemos considerarnos absolutamente irresponsables por cualquier aspecto. Si fuimos creados así, ¡no hay nada que pueda deshacer esa creación y debemos sufrir las consecuencias o causas que no hemos puesto en marcha!
Las ideas verdaderas de la filosofía antigua nos liberan de dos conceptos erróneos: la idea de que existe un "Dios vengativo" que nos castiga por lo que no podemos evitar hacer, y la noción de un "diablo" a quien estamos destinados si no seguimos las líneas que algunas personas han establecido para nosotros. Un conocimiento de la Teosofía nos permite comprender que nunca hubo ninguna "creación" en el sentido de "elaborar algo de la nada", sino que todas las cosas y todos los seres evolucionan y siguen en ese proceso. Los seres bajo nosotros avanzan hacia nuestro estatus desde donde otras entidades -que han progresado mucho más allá- en algún momento del pasado lejano experimentaron una etapa similar. Todos los seres son lo que son a través de la evolución desde el interior hacia el exterior, ese desarrollo que procede de la Ley.
La Ley opera en todas partes y sobre cada ser, porque esta norma no está separada de él ni tampoco del hombre espiritual interior. La ley es la normativa de la propia acción humana. Entonces, al actuar en la línea que afecta a otros para bien o para mal, necesariamente recibimos el retorno de esos efectos beneficiosos o perjudiciales que hacemos que otros experimenten. Cada individuo es operador de la Ley; de acuerdo con sus acciones obtiene las reacciones y según sea su siembra, así cosechará. Por tanto y en lugar de la idea de un Dios vengativo, tenemos los conceptos de justicia absoluta y responsabilidad individual.
Si desde el punto de vista de esa Ley nos preguntamos qué causas preexistentes nos llevaron a estas relaciones, podemos ver que lo que ahora existe debe haberse generado por nosotros mismos, y lo que ahora vivimos es similar a lo que fue. De inmediato se nos presenta la idea de que no es la primera vez que hemos estado en un cuerpo, sino en varias ocasiones; esa reencarnación es el proceso por el cual los humanos alcanzan alturas cada vez más grandes, y no hay otra manera o medio de aprender todas las lecciones que se pueden obtener en la vida física entre nuestros semejantes, excepto a través de reencarnaciones repetidas.
De esta forma llegamos a otra fase de nuestro ser, porque vemos que hay en nosotros un aspecto que funciona de manera continua, que nunca nació y nunca muere. Si continúa de una vida a otra, durante y a lo largo de muchas existencias, debe haber una permanencia en nosotros que ningún cambio de condición, cuerpo o circunstancia pueda alterar por un sólo instante. Así como pensamos en términos de edades y no en los días de una vida corta, comenzamos a vislumbrar esa Realidad que se encuentra en nosotros; abrimos la puerta para que esas percepciones internas, reales y más permanentes puedan funcionar en nuestros pensamientos diarios de vigilia, ya que cada ser humano que surgió de la Gran Fuente Única y está animado por Aquéllo, de hecho es ESO en la raíz misma de su ser; en Aquéllo está su poder de percepción y acción espiritual y permanente. El poder de esa apreciación y ese acto existe en todos y la dirección de ambos descansa en cada uno. Toda persona tiene la facultad de tomar el curso que le parezca mejor, pero al hacerlo también siembra y debe cosechar lo que constituyó la naturaleza de su acto. Cada ser en este Universo de Ley está experimentando como él debido a sus propios pensamientos, palabras y acciones; cada circunstancia, cada día infortunado o mal que nos llega, así como todo bien, se deben a nuestros pensamientos, declaraciones u obras en el pasado. En cada encarnación encontramos amigos y enemigos, por cuanto nuestras mentes pueden estar tranquilas con respecto a Dios o al diablo. Cada uno de nosotros representa tanto el Espíritu o naturaleza divina más elevada, como también la característica más baja o de índole infernal. El ser humano es una entidad espiritual, pero al creer que es material y separado, y al actuar de acuerdo con su pensamiento, provoca la batalla entre las dos naturalezas en sí mismo.
El gran error de los fanáticos religiosos en nuestra época ha sido la clasificación del bien y el mal. No hay nada bueno en sí mismo, ni nada malo en sí mismo. Es el uso que se da a cualquier cosa lo que la hace benéfica o perjudicial. ¿Cómo podemos trazar una línea fina entre el bien y el mal en cada caso? Ambos se juzgan por los efectos que se derivan de la acción realizada, pero lo que parecería malo en un caso podría ser el mayor bien, y viceversa. Sólo una hebra de telaraña divide lo divino de lo satánico, y esa línea no consiste en este u otro modo de conducta, sino en el motivo o intención claramente presentado por quien actúa. Una buena motivación nunca puede producir resultados totalmente malos, y sin embargo, un buen motivo no es suficiente. Puede que tengamos el mejor propósito del mundo, pero si no tenemos también conocimiento y sabiduría podemos caer en lo incorrecto sin intención cuando intentamos hacer el bien, y asimismo algunas veces podemos realizar un acto bueno cuando deseamos hacer mal. De este modo, se puede ver que la verdadera moralidad no se encuentra en el acto en sí, sino en el motivo, y depende del conocimiento e inteligencia del ser actuante.
Las líneas de la verdadera moralidad pueden ir a cualquier parte, pero esto no quiere decir que hagamos mal para producir bien. ¿Cómo podríamos perpetrar un mal si nuestra percepción es buena, si nuestro conocimiento es claro, el motivo incuestionable y sin interés propio? Ningún mal imaginable podría fluir en tales condiciones que son de la naturaleza del Espíritu. Se requiere el rango más amplio de inteligencia y sabiduría para hacerlo posible ya que los efectos del mal no fluyen incluso si se pretende el bien. La sabiduría siempre es necesaria porque la misma naturaleza y esencia de nuestro ser es la sabiduría misma, el objeto de ella y lo que debe obtenerse por su intermedio. No hay nada más elevado que la esencia de nuestro ser y podemos asimilarla conscientemente dejando de lado todas aquellas ideas que entren en conflicto con ello y luego actuando desde la base de nuestra naturaleza espiritual, la base de la Ley absoluta e infalible. Una vez que se tienen en cuenta estas nociones, se excluyen todas las demás ideas separativas y se mantiene la unidad de Espíritu, pensamiento y acción.
De esta manera, la filosofía teosófica presenta una base desde la cual se puede percibir el verdadero tipo de moralidad. Dijimos que ésta no depende de palabras, frases o convenciones, sino de una percepción universal de todas las cosas, por lo cual todo se hace para bien y cada pensamiento y sentimiento se emplea en beneficio de otros en lugar de uno mismo. Un entendimiento claro de la propia naturaleza espiritual y el motivo para beneficiar a la humanidad en todas direcciones y en todos los casos, sin interés egoísta, son los dos elementos esenciales para la verdadera moralidad. Ésta es, en efecto, una existencia universal y su comienzo está en el deseo de vivir para beneficiar a la humanidad sin egoísmo ni esperanza de recompensa alguna, y luego, para practicarlo y ayudar a los que saben aún menos que nosotros.
Esto es todo lo contrario de las ideas religiosas prevalecientes sobre la salvación personal; sin embargo, dicha existencia universal es nuestra salvación. Al mismo tiempo, cuando se ven estas nociones universales y se logran hasta cierto punto, uno pierde todos los temores. Ni el cambio ni la muerte, ni las cosas presentes o venideras pueden tener algún efecto sobre eso. El individuo cumple con las condiciones a medida que llegan, hace lo que puede y permite que otras circunstancias les sucedan. Se mueve a través de la vida, y lejos de ser una persona infeliz ahora es bastante capaz de tomar toda la alegría y el placer que existen en el mundo, todo aquello en los que sus semejantes sólo subsisten o esperan poder sostenerse. Se mueve entre sus pares comprendiendo todo lo que están pasando al disfrutar con su alegría y lamentándose cuando están tristes, y sin embargo, ese individuo se libera de la felicidad o la pena. Cuando lleguemos a esa condición, nuestro sentido de la moral se basará en la naturaleza humana y luego veremos a todos y cada uno de los seres como del mismo tipo que nosotros mismos, diferenciándonos sólo en el grado de comprensión. No puede haber en nosotros nada más que tolerancia y misericordia, porque sabremos que no podemos juzgar a otros en sus luchas; no podremos decir que hay bien en este caso y mal en el otro; entenderemos que bondad y maldad son completamente relativas en las personas mientras no perciban la Realidad en absoluto, y veremos que lo mejor que podemos hacer por otro es ayudarlo a comprenderse a sí mismo con tal de alcanzar ese punto de percepción, conocimiento y poder que en realidad es suyo y debe lograr.
Las falsas concepciones de la vida humana nos impiden conocer la verdad, y es evidente que el primer paso hacia una genuina percepción consiste en dejar de lado los prejuicios y las predilecciones por las que se ha vivido. Y siempre hay ayuda. Nunca hemos estado solos. Siempre hay seres mayores que nosotros en la evolución que regresan a este campo de existencia física para ayudarnos con tal de despertar a una percepción de nuestra naturaleza. Tal ha sido la misión de todas las Encarnaciones Divinas a lo largo de los siglos. Esos seres han venido y vivido entre nosotros, al convertirse "en todas las cosas y en nosotros" como se dijo de Jesús para que pudieran entenderse las palabras que pronunciaran. Se reúnen con nosotros en base a nuestras ideas e intentan aclararlas y establecerlas en un curso verdadero, pero no pueden hacer nada para detener lo que hemos hecho y lo que queremos realizar; no pueden interferir, pero sí nos ayudan a ver la dirección correcta, si así lo deseamos; colaboran cuando nos dirigimos a esa dirección que indican, el Camino que Ellos mismos siguieron hace tantas eras. Siempre intentan ayudarnos, incluso cuando transitamos por senderos erróneos y traemos sobre nosotros el sufrimiento que eso conlleva, o aún cuando intentan conducir los resultados hacia un mejor canal. Retienen el terrible Karma que sacudiría al mundo y dejarán que los efectos lleguen tan gradualmente para que podamos soportarlos. Eso es parte del poder protector de la naturaleza espiritual y opera en todas direcciones.
En consecuencia, corresponde a nosotros decir hacia dónde iremos. No somos criaturas de la circunstancia ni del medio ambiente. Somos sus creadores. Nos corresponde verificar que pensamos bien y construimos correctamente, nos basamos en los sólidos cimientos de las verdades eternas y que mantenemos nuestros ojos en ese Camino que los grandes Maestros de Sabiduría han tratado de abrir ante nosotros. Y a nuestro turno señalaremos el Camino entre las huestes que se mueven en el engaño y la ignorancia, y al ayudar a cada uno nos ayudamos a nosotros mismos. Así como nos ayudamos al colaborar con los demás, elevamos a todos.
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Se pueden encontrar cinco temas clave a lo largo de las charlas de Robert Crosbie, treinta de las cuales están incluidos en la sección "The Eternal Verities" de "The Friendly Philosopher" y que también comprenden un libro más pequeño llamado "Universal Theosophy". Esos temas son:
(1) LA REALIDAD ÚNICA; el Espíritu Único o Conciencia de la Deidad como el Verdadero Ser de todos y la esencia universal subyacente de todo.
(2) El conocimiento y la comprensión de nuestra verdadera naturaleza como base correcta para el pensamiento y la acción; el sufrimiento humano y el dolor causado por su ignorancia.
(3) La Ley de Karma (inherente a nuestro propio ser) y la reencarnación del alma: responsabilidad (incluida la justicia) y esperanza.
(4) La evolución continua de todo.
(5) Los Maestros de Sabiduría como resultado de la evolución; los Hermanos Mayores, Maestros y Guías de la humanidad.
En ellas se encuentran las Tres Proposiciones Fundamentales de "La Doctrina Secreta", también conocidas como los Tres Fundamentos de la Teosofía que forman la base necesaria para el estudio, la práctica y la comprensión teosófica.