Muchas veces nos topamos con personas que miran en menos la espiritualidad, aduciendo que quienes muestran intereses místicos parecen ser "tontos", "chiflados", "raros", "incomprensibles", "estrambóticos"... e "ingenuos". Y tienen su cuota de razón. Los problemas laborales, familiares, de salud o económicos y a menudo estimulados por el ritmo cruel y estresante de la "sociedad" sobrepasan a mucha gente, creando una epidemia de "resignación escéptica" que alienta la desconfianza mutua e ignora la parte espiritual de la vida. Por tanto, en el fondo de la crítica mencionada y en forma tácita se nos reprocha por "esconder" los males sociales bajo la alfombra, y en otros casos más extremos se acusa a varias tendencias o prácticas metafísicas contemporáneas de lucrar con el dolor ajeno de manera totalmente inmoral. No tiene sentido reproducir aquí los testimonios y noticias pasadas o recientes sobre el tema, pues nuestros lectores podrán haberse informado o buscarán los datos pertinentes.
Los entornos de trabajo con excesiva presión son un claro ejemplo sobre la imposición de una falsa fortaleza y una ética de pacotilla en el individuo que sirven a motivaciones indudablemente diabólicas y alimenta de modo deliberado o inconsciente el ciclo del materialismo, por cuanto esos supuestos "valores" terminan por derrumbarse o se muestran inútiles a la hora de enfrentar complicaciones más graves y de mayor connotación existencial. Esta es también la causa de que varias personas necesiten recurrir al consumo de drogas para "producir" en sus rubros (lo que es muy frecuente en el mundo del espectáculo, la mafia y entre muchos "políticos") e incapaces de dejar su adicción primaria a la ganancia inmediata.
La impresión general de no pocos críticos es que hoy pasamos de la antigua servidumbre física, al sometimiento psicológico y la identificación con posesiones o la pseudomoral narci$i$ta, que buscan sacar provecho de todo lo que cae bajo su influencia. Si hemos de apelar a la "justicia con uno mismo", entonces nadie debiera convertirse en "piedra de tope" ni "esponja" absorbente de la mala clase e inmadurez de otros, lo cual es de hecho el "gran" e "inteligente" requisito para la estabilidad en muchos "trabajo$". Precisamente es esto lo que termina por acumular sentimientos negativos en la gente y que estallan en el momento menos pensado bajo las peores formas, repercutiendo así en la estabilidad emocional del núcleo familiar y en la propia persona que padece esta crisis, confirmando así la idea anterior sobre los pseudovalores éticos que se "imparten" en varios sectores del mundo laboral.
Con esta suerte de "paréntesis" se demuestra que, si bien hay "ciudadano$" que prefieren "pasar" de la espiritualidad por los prejuicios mencionados al comienzo, también ellos tienen parte de culpa por formar parte de un círculo vicioso, y en consecuencia su acusación de "ingenuidad" o "tontería" hacia los asuntos metafísicos no está totalmente justificada y corresponde más bien a un condicionamiento psíquico o masoquista en lugar de una actitud observadora.
Pero volviendo al tema y si consideramos el crudo contexto de muchos países, no es correcto ni inteligente llevar la especulación espiritual al grado de colorear ciertas situaciones con un sentimentalismo que limita con el ámbito de lo absurdo, manipulador o dogmático. Nos guste o no, la realidad está ahí y como teósofos es nuestro deber adoptar posturas sensatas que puedan alejarse de los libros, por muy queridos que sean. Si hemos de ser consecuentes con nuestra fe en el karma, es necesario plantear que mientras detentemos con ahínco una posición meramente emocional/ideológica y que no tome en cuenta el bienestar del entorno, entonces la oposición a dicha postura será más fuerte y nos pondrá a prueba una y otra vez hasta que hayamos deshecho esa ilusión a la que nos aferrábamos tanto. De aquí la justa reprimenda hacia los interesados en metafísica por comportarse de forma "egoísta", pues se percibe que éstos parecen pensar "esto a mí no me va a suceder" y se alzan en una suerte de "pedestal" imaginario, creyendo estar a salvo de influencias negativas. Ciertamente la Teosofía sostiene que el pensamiento genera corrientes de atracción/repulsión respecto de otras personas o determinadas circunstancias, aunque esto no es garantía de inmunidad de cara al mal humano.
Esto en parte es similar al reclamo de varios cristianos o católicos que han perdido familiares o amigos por enfermedad terminal o actos de violencia, y dicen "pero si yo siempre he sido buen creyente, esposo (a), padre/madre, hice mis mandas como correspondía, ¿y Dios me abandona justo ahora?" Pueden haber dos razones para ello: o no son tan buenas personas como dicen ser, o tienen fortaleza/carácter débil ante la inminencia de la muerte y en realidad sí están aferrados a lo material expresado bajo la apariencia de sensaciones o recuerdos placenteros.
Estos casos de ingenuidad espiritual (el que se construye un mausoleo imaginario y los que delegan su "fuerza" mística en un "agente externo") también pasan a ser consideraciones que en la práctica constituyen malentendidos. Por ejemplo, habrá quienes piensen que en realidad no es útil asistir a otros en su pesar con la excusa de "ellos sufren por su propia culpa (karma negativo)"; que es "justificable" centrarse sólo en las propias dificultades y dejar a los otros a su suerte; que si el mundo te da la espalda también hay que ignorar el entorno, y así sucesivamente. Vemos así que la ingenuidad quebradiza, defectuosa y volátil puede muy fácilmente convertirse en amargura/resentimiento y casi de forma imperceptible. Recurriendo a las enseñanzas básicas del budismo, tenemos un adagio nepalés bastante duro, pero muy necesario para estos tiempos de moral enferma, y válido tanto para los adictos a lo material como a cándidos espirituales: "Si piensas que todo en tu vida es perfecto, bien eres un iluminado o bien un perfecto idiota".
De esta forma, en plena época de Kali-Yuga no es recomendable adoptar un comportamiento tal que nos lleve a distorsionar la realidad y acomodarla al "yo psicológico/inferior", por muy retocado que podamos tenerlo. Recordemos además que la "sensación de espiritualidad" se confunde muy seguido con el "aura o sentimiento grupal" del que echan mano un sinfín de sectas para suprimir el sentido crítico tan necesario en la actualidad. Precisamente éste es el problema de base sobre las divisiones en el Movimiento Teosófico, es decir, por una parte están los que en sus ansias por nuevas "revelaciones" aceptan "autoridades" o "fuentes" sin evaluarlas, y a su vez éstos "reprochan" (rasgando vestiduras en nombre de una "tolerancia" o "flexibilidad" de piñata) la actitud de los teósofos que por otro lado sí necesitamos (y debemos) ponderar esas enseñanzas con la consecuente y necesaria denuncia.
Este mismo espíritu constante de cuestionamiento no debiera limitarse sólo a la "arena teosófica", sino hacerse extensible también al ámbito social, y existe la impresión de que algunos teósofos en su comprensible candidez (aunque muy limitante) no asumen un compromiso serio, imparcial e independiente acerca de crear consciencia frente a males humanos definidos y cómo explicarlos o subsanarlos desde las enseñanzas de la Doctrina. Y es justamente esta y otras conductas lo que aleja a la gente de la espiritualidad haciéndole pensar que "todas las religiones son más o menos lo mismo" y espetar los calificativos burlones descritos al inicio. Si se va a enseñar Teosofía, entonces es imperativo adquirir un enfoque lo más aterrizado y práctico posible, evitando estrictamente toda especulación, todo dogmatismo y todo amoldamiento de consciencia tanto en las reuniones públicas de logias o grupos de estudio, como en el trabajo de difusión por internet. Lo que la gente solicita a diario y sin decirlo es ayuda con praxis, lógica y aspectos claramente definidos, porque ya se ven manifestaciones de asco por las piruetas y los sobajeos intelectuales o emocionales tan comunes en la religión organizada, los grupos sectarios y la moda neoerista.
Para terminar, se adjunta una fábula china con miras a la reflexión personal.
Un carácter demasiado débil
Había una vez un viejo campesino que vivía del producto de algunas hectáreas de tierra que él mismo cultivaba. Era un hombre débil de carácter, pero tomaba su defecto con espíritu apacible.
Un día fueron a decirle:
-Su vecino metió la vaca en vuestro campo y el animal pisoteó toda su plantación de arroz.
-No lo habrá hecho a propósito –contestó el viejo campesino–. No tengo nada que reprocharle.
Al día siguiente le comentaron:
-El vecino está cosechando el arroz de vuestro terreno.
-Mi vecino no tiene gran cosa que comer -explicó el viejo campesino-; mi arroz madura antes que el suyo, y que coseche un poco para alimentar a su familia no tiene ninguna importancia.
La humildad de este individuo que siempre lo llevaba a hacer concesiones volvió al vecino cada día más audaz; se apropió de una parte del campo, y para hacer un mango a su azadón cortó una rama del árbol que sombreaba la tumba de los antepasados del anciano. Perdiendo la paciencia, el viejo campesino fue a pedir explicaciones:
-¿Por qué se ha apoderado usted de una parte de mi campo?
-Nuestros campos están juntos –replicó el bribón–, los dos pertenecen al mismo terreno sin cultivar que desbrozamos y la línea de demarcación nunca ha sido bien definida. ¿Y me reprocháis que usurpo vuestra tierra? ¡Pero si es más bien usted quien se apodera de la mía!
-De todas maneras, ¿por qué cortasteis las ramas del árbol que sombreaba la tumba de mis antepasados?
-¿Y por qué no enterró más lejos a vuestros familiares? –contestó el otro–; ese árbol tiene raíces que se extienden por debajo de mis tierras y ramas que pasan por encima de mi campo. Si yo quiero cortarlas, ¡eso es cuenta mía!
Ante tanta mala fe, el campesino empezó a temblar de cólera, pero su debilidad de carácter se impuso y, saludando a su vecino, le dijo:
-¡Esto que sucede es completamente culpa mía! ¡No debí escogerlo a usted como vecino!
Pu Li Zi (compilado por Ma Shifang, principios del siglo XIX).
Aquila in Terris