11 de agosto de 2025

Hamlet, un relato de trastorno psíquico

 
[The Theosophical Movement, vol. XIII, p. 34-40, enero 1942].

Ibídem [L.U.T. de Mumbay, India], parte 1, noviembre 2009

[N.del T.: se omiten "cláusulas-relleno"].

La Naturaleza conlleva equilibrio, así como el ser humano y el vínculo entre ambos. Lo que denominamos cordura es salud mental, moral y física, el balance de todos nuestros estados y principios. Muy pocos individuos en la era actual exhiben esa virtud, y la gran mayoría de gente sólo incurre en obstinaciones. Algunas tesituras promedio se consideran estándares y normales, mientras lo que se aleja de ellas es visto a modo de patología o anormalidad. Los principios humanos, en cuanto instrumentos por los cuales opera el alma, protegen y manifiestan el Poder Espiritual, y debido a errores o abusos conscientes y pretéritos de pensamiento o acción, esos medios pueden estar mal conectados en una persona, y el efecto en las partes de su índole psíquica es comparable a la acción de un cuerpo donde los huesos y músculos permanecen desarticulados.

En el uso general, no están bien definidos los términos "psíquico" y "psiquismo", pues abarcan nociones parcialmente correctas o equívocas, o incluso vagas y limitadas, utilizándose para referir no sólo a un aspecto de la naturaleza humana y algunos de sus poderes o principios importantes, sino también a varios fenómenos trascendentes. Cada uno de estos empleos es bastante apropiado, pero debemos considerar que las facultades psíquicas conforman nuestra naturaleza en gran medida, y constituyen vías por donde aquéllas trabajan y se manifiestan; asimismo, dichos fenómenos vitales -tanto subjetivos como objetivos- resultan de interrelaciones y actividades entre esos componentes y aptitudes. Los eventos análogos muestran la existencia y característica de lo psíquico como un gran departamento en la Naturaleza y el ser humano. Añádase que buena parte de la confusión se debe a conceptos restrictos acerca de hechos psíquicos, pues varios de ellos no comportan ese rasgo, y lo que la gente llama “tormentas cerebrales” o “trastornos” emocionales (entusiasmo, miedo, ira, etc.) sí entran en esa categoría.

Sin embargo, la expresión "fenómeno psíquico" se suele adscribir a lo "extraordinario", "insólito" o "sobrenatural", aquéllo que la ciencia materialista ignora o no explica. Esta limitación es ciertamente una desgracia, si bien el término engloba una amplia gama de experiencias y proclividades muy evidentes en la humanidad. El atractivo -a menudo hipnótico- que ejerce lo "extraño" y "siniestro" es suplidor y refugio de supercherías, sentimentalismo radical y temores incomprensibles. Naturalmente, también ha sido y es un terreno fértil para embaucadores de avidez comercial y especialistas en "psico-algo" bajo diversos nombres.

Esta gruesa nube de ignorancia puede disiparse al estudiar las enseñanzas teosóficas sobre nuestra división septenaria. La Sabiduría Perenne declara que lo "psíquico" circunscribe todos los elementos humanos, excepto los más egregios/espirituales y sus contrarios o físicos; por ende, tenemos fases psíquicas sublimes e inferiores. Así, es esto lo que evoluciona a lo largo de múltiples experiencias, permaneciendo mortal y transitorio, o volviéndose limpio y duradero; bajando a la materia no desarrollada/efímera (ignorancia) o ascendiendo al Espíritu (conocimiento real). Hoy la mayoría de personas es ignara de fases psíquicas superiores, al vivir demasiado tiempo complaciendo los sentidos somáticos.

En Teosofía, también el adjetivo "psíquico" designa la cuarta división humana o "intermedia" de las siete [Kama-Manas] que pende de un hilo entre bien y mal, lo verdadero y falso. Bajo ese contexto, el drama Hamlet puede llamarse “psíquico” pues la acción y tragedia se encuentran en el comportamiento de ese principio al interior del personaje central.

Sin oponerse directamente a ningún argumento a favor o en contra de la sensatez de Hamlet, un teósofo puede decir que la locura estriba en desconexiones verídicas entre órganos y funciones cerebrales, tiene trasfondo kármico y su causa es moral. En Hamlet, el principio medio tiende al descontrol en algunos actos, pero pronto recupera su aplomo. El sector kama-manásico es especialmente inestable en un particular cuyos "estratos" internos no poseen raigambre; su mente vacila y es susceptible a influencias externas benéficas y perjudiciales; experimenta fantasías locas, arrebatos súbitos de pasión o entusiasmo, y períodos de melancolía o duda que frenan cualquier iniciativa. Un sujeto así vive en el psiquismo inferior -atado siempre a lo físico- y no logra controlarlo, pues su voluntad oscila entre violencia y laxitud. Los impulsos valóricos son gelatinosos y el funcionamiento espiritual está casi reprimido; de esta forma, es posible que los críticos no hayan prestado suficiente atención a las fases en la vida de Hamlet que podrían considerarse éticas.

Desde una perspectiva teosófica, la locura puede escrutarse según el nivel de egoísmo en individuos, o su intensidad de búsquedas personalistas. Hamlet no es ciertamente magnánimo, pero tampoco es tan ególatra como cabría esperar. El hecho de que su tío le suplantara en la herencia regia no parece constituir el factor principal de la melancolía que lo envuelve al inicio. Había sentido gran amor por sus padres verdaderos, pero el progenitor murió de improviso, y desconfía de su madre y tío asombrado de que se casaran tan pronto. Su autoestima se ve menos herida que el apego familiar, un sentimiento que le incide profundamente y llena de consternada admiración. No piensa en reivindicar sus derechos legales, y contrario al deseo de sus mayores, se retira a la universidad donde puede seguir viviendo en paz. Es estudioso, pensador y soñador, prefiriendo mantenerse pasivo.

A medida que avanza el drama, se responde a la pregunta de qué trastoca su principio medio y lo deja sin el riel de la Voluntad Superior. La conmoción en su amor filial provoca melancolía excesiva, además de pánico tras aparecer el Fantasma del rey quien devela su muerte por asesinato y traición del tío, amparada por debilidad materna; ello termina por derrumbar sus cimientos, y ante ese vuelco llega la orden de "¡venganza!" Pero antes de obedecerla y mientras duda, entabla una relación con Ofelia que pronto le crea más perturbación mental.

Infeliz en el hogar, al comienzo la frecuenta porque es encantadora y puede consolarlo; detesta la sensualidad de su madre y Ofelia parece dulcemente pura. Cuando más tarde ella obedece la apresurada orden paternal de no dar más tiempo a Hamlet, le duele el cambio inexplicable y su frialdad. Rumiando todas estas experiencias conmovedoras, las emociones suelen alcanzar el paroxismo. En uno de esos instantes, con la psique confundida y sus ropas desaliñadas, la busca en secreto para descubrir quién es realmente: ¿puede confiar en ella y representar lo que necesita? Todo lo que logra ver es un rostro inexpresivo, sus temores y silencio, sin tener más opción que considerarle una "chica débil". La abandona sumido en gran dolor, comprendiendo gradualmente que no desea cortejar más. El propio luto de Ofelia por la directriz superior, que la priva de su amante, se intensifica con la compasión por ese "loco de amor".


Parte 2, diciembre 2009

Polonio y el rey experimentan con Hamlet bajo esa posibilidad. Ofelia está plenamente consciente del ardid, y la sitúan en un lugar donde pueden observar cómo el joven la sorprende, pero intuye y se convence de que lo están espiando. En un instante, decide retornar el engaño (...); pregunta a su amada por el padre y ella responde con dulzura que se halla en casa. Herido de enojo ante la mentira y el comportamiento despreciable de los dos hombres, sintiendo además su propia locura, la de ella y del mundo entero, despotrica de tal manera que termina doblegándole (...).

Durante un tiempo, Hamlet siente rabia y disgusto por Ofelia y su progenitor, mientras la "chica débil" se hunde en melancolía por afectos frustrados. Pronto llega el deceso paterno a manos de su examante, y la pesadumbre se transforma en locura. La reacción a estos golpes es profundamente personal (...) significando concentración total en uno mismo, los sueños de matrimonio y la persona querida. La mente no tiene otro designio, el alma carece de perspectivas amplias y no hay fuerzas para opugnar el desencanto.

Así, con Ofelia los Adeptos demuestran que la insania surge por formas de egoísmo muy concentrado, y desde esta visión, la muerte puede parecer simbólica. Tras caer al agua (materia) sus amplios vestidos se inflan y la sostienen por un rato, esparciendo flores, canciones y delicadas gracias, hasta precipitarse al fondo (sustancia primigenia). Su óbito es lamentable, pero más todavía la insípida existencia anímica. Esa abulia extrema hace imposible admirarla, y un error filosófico de muchos autores es elogiar a Ofelia, presas de una "gran conmoción literaria"...

El proceder irracional de Hamlet en la tumba es parecido al que tendría cualquier desequilibrado frente a imprevistos, pesares y vituperios. Ofelia y el sentimiento que despertaba en él habían sido parcialmente olvidados, mientras rumia la idea de venganza y otras complicaciones causadas por el atraso. Debido a su ausencia, no ha recibido novedades de la mujer que amaba. Justo después de volver, piensa distraídamente junto a un nicho recién cavado, cuando se sorprende que los asistentes despiden a Ofelia. Ve a su hermano sobre el ataúd con lamentos excesivos, y entonces el viejo amor invade al protagonista; disgustado por ese dolor artificial, lucha contra el pariente para ver cuál de ambos es digno de su memoria.

Sin embargo, duran poco las agonías de decepción y tristeza. Tales experiencias son propias de la vida humana, mas para Hamlet representan obstáculos y desvíos en su camino, sin constituir la línea básica de acción mental. El Fantasma le impuso un deber, pero ¿por qué no lo ha cumplido? (...).

En la enseñanza teosófica, los Kamarupas son restos orgánico-sutiles de fallecidos que se desintegran post-mortem, pero los asesinados por cualquier vía no manifiestan igual condición, es decir, la adherencia de sus principios en la vida física los sigue amalgamando a dichos residuos, hasta que desaparecen por agotamiento natural. Así, el kamarupa del exgobernante es muy cohesivo y puede materializarse -incluso con armas- ante los guardias de palacio y Hamlet (...). Un kamarupa sólo está desprovisto de cuerpo tangible (...) pero no puede funcionar ni afectar la vida terrena, salvo mediante un humano vivo. De este modo (...) el espectro conserva iguales creencias teológicas, feudales y raciales, códigos de honor, orgullo aristócrático y autoritario, o deseos de privilegios y méritos.

Desde la infancia, Hamlet asimiló dichas nociones y nunca las cuestionaba mucho, pero su naturaleza se inclina a la filosofía y otras actividades eruditas. En vida, el rey consideraba que el castigo era la única compensación adecuada por cualquier deshonra que se le infligiera, y en cuanto kamarupa, aún resiente los agravios al no disfrutar la continuidad mundana y sus posesiones, estimulado por injusticias, el hermano traidor y la esposa canalla (...). Este deseo es lo que le permite materializarse, y su exigencia de venganza se muestra imperiosa y compulsiva: eliminar al tío para reclamar el trono.

Pero tal demanda es errónea, egoísta y contraria a las leyes naturales. Toda persona no es sólo "miembro de una familia", sino también un Ego independiente y humano séptuple con virtudes y vicios, cuyo Karma se despliega en cada uno de los Siete Planos (...). El pensamiento y acto de asesinar repercuten en la totalidad del ser (...) y la verdadera norma ética se centra en la visión de Atma o el Ser Superior. Según esto, la venganza jamás es conveniente, y la Voz de Aquéllo se escucha como "recuerdos de conciencia" en cualquier particular que no sea completamente insensible a la maldad.

¿Cuál es, entonces, la relación de Hamlet con ese kamarupa y su exigencia, desde una perspectiva espiritual? Durante la visita, aunque tiembla de miedo, está convencido de que la aparición es un "remanente vivo" del padre (...). Su acogida en los primeros minutos es consecuencia del cariño filial y las creencias inculcadas, como el falso sentido de honor que manda "compensar" un crimen por otro, pero también su mente ha estado llena de resentimiento sospechoso hacia el tío. Por lo tanto y mientras habla el Fantasma, Hamlet tiene poca o ninguna vislumbre para cuestionar la "enmienda", o ver lo que simboliza el kamarupa y pretende conseguir. Su rencor lo deja completamente débil, y aún si no está obsesionado por el espectro (...) permanece bajo su influencia a lo largo de la obra.

Anteriormente, Hamlet se volvió egoísta por molicie intelectual, pese a su bondad innata (...) se había gratificado con muchos años de estudios universitarios (...) en vez de convertirse en compañero principal, consejero y protector del padre contra Polonio y el tío. Se hizo pasivo en la vida y admite varios errores, pero no lucha por mejorar. Su principal motor no es el Espíritu, sino la mente racional; bien entrenado en análisis lógico, es lento para discernir entre sus motivos tenebrosos y correctos, o escudriñar éticamente las sutilezas del pensamiento. Tampoco asume una posición práctica y dominante en la corte (probablemente el tío contaba con esa debilidad) ni percibe el origen de su inconstancia. Demuestra que el kamarupa es genuino y otorga información verdadera, mas no progresa moralmente con tal de apreciar que la venganza es injusta y convencional, y su promesa (...) le coloca sobre cimientos falsos mediante un deber quimérico.

En consencuencia, Hamlet comparte y alimenta la ojeriza (...) sin detectar el peligro de semejante "trato con los muertos". Dada la ignorancia general sobre el tema, la confianza y obediencia de un hombre en dicho contexto pueden obstaculizar la debida atención a tareas prácticas en el mundo de los vivos. Aunque se siente parte de una nación, su anhelo vengativo (...) es mucho más vigoroso que erradicar la maldad aristocrática y servir al pueblo danés. En ninguna parte de las conversaciones (...) hay reconocimiento claro de su obligación hacia ellos, y así, el patriotismo del hijo es muy pérfido.


Parte 3 y última, enero 2009

Pese a todos sus malentendidos y omisiones, Hamlet tiene remordimientos acerca de la revancha. En su interior (...) el Ego los envía cual conato por iluminarle. Sus titubeos y demoras se deben en parte a las advertencias del Ser Superior, que no logra comprender al verse empañadas por indolencia mental y fáctica (...). El intelecto asiduo de Hamlet es superficial (...) albergando una profunda resistencia al cambio (...) su voluntad en la vida exterior es rápida e incluso violenta, y al interior sigue inmersa en abulia psíquica. Las alertas del Ego (...) no tienen mucho poder, cuya razón data de vidas pretéritas donde fueron ignoradas, y hoy no permiten elección libre al momento presente (...).

Hamlet no ha comprendido los niveles cruciales de la filosofía, moralmente regeneradores, conformándose con la "religión" y "ética" predominantes (...). Esa lentitud psíquica viene de una incapacidad para ofrecer su conocimiento al servicio de los demás y gestionar el propio desarrollo valórico (...). La "advertencia silente" lo hace dudar, pues incluso cuando encuentra rezando al monarca, no siente impulsos de misericordia. Percibiendo la hipocresía, experimenta un motivo adicional para vengarse de modo más feroz (...). En lugar de reconocer la guía mística, se autoculpa furiosamente (...). Esta desidia lo afecta casi desde el principio, en cuanto el Fantasma se aleja. Incluso en las primeras tentativas, su vehemencia enflaquece bajo el análisis intelectual y la búsqueda en su archivo para refinar conclusiones sobre el tío, su país y la deplorable situación (...).

Los guardias le piden que aclare lo del Fantasma. Para proteger su privacidad, se le ocurre fingir vesania, lo cual implica "actuar en el futuro y retrasar el presente"; se nota incapaz al no saber qué hacer, pero en realidad no desea actuar, presa de sus llamamientos de conciencia y flojera, lo cual se transforma en autocompasión ("El tiempo está fuera de su cauce/pero, ¡oh, maldito rencor, ojalá hubiera nacido para remediarlo!") (...). Deja pasar los días mientras simula y reflexiona. Poco a poco, se excusa albergando dudas sobre el Fantasma y su palabra, creyendo que debería obtener mejores pruebas (...). Se deja llevar por el recuerdo de Ofelia y su ruina psicológica; luego ingresa pretendiendo "conmover la conciencia del rey" y encuentra la oportunidad propicia para vengarse (...) pero renuncia al plan, pensando que después la represalia será más exitosa. Furioso con su madre (...) mata al espía Polonio (...) y quizás con cierto autodesprecio, posibilita que el fementido rey lo expulse del país.

Sólo una vez la Admonición Divina logra disipar estas nubes negras, cuando su vida corre peligro. Entonces, gracias a una acción rápida, descubre que el rey lo ha enviado a morir y consigue volver, no sin antes empeñar a sus guardias (...). Su conciencia del bien y el mal es casi nula, se precipita más en la estulticia y no tiene más propósito ni oportunidad trascendentes (...). Cerca del final, la "Voz de lo Alto" avisa otros peligros, pero no escucha a la "divinidad que ya había forjado su último sueño". El tío malévolo enreda al joven adversario en intrigas nefarias que terminan por involucrar a la esposa y otros actores. Hamlet comprende el juego y se satisface quitando la vida al dinasta (...).

Un teósofo no puede sino sobrecogerse ante el karma que representa ese momento e insinúa para el futuro. Vidas huecas, gente corrupta, chances perdidas, repeticiones y agonías venideras, ¡todo porque se ha comprendido tan poco de ese presente fugaz! Sin embargo, no hay fatalismo en la tragedia, pues siempre existe la facultad de elegir con miras a superar nuestras tentaciones, y actuar mediante aflatos egregios.

En el siglo XIX, la obra Hamlet fue descrita por autores alemanes e ingleses como "el mayor logro de Shakespeare", y ciertamente gozó de enorme popularidad (...). Primero, refleja la lentitud psíquica que ciega el discernimiento, acalla el susurro espiritual y ahoga sus mejores aspiraciones; segundo, muestra el error de intelectualizar la vida y considerarle "meta suprema"; y tercero, cauciona sobre la insistencia en vengarse debido a múltiples afrentas. Enseña asimismo el riesgo de flirtear con la nigromancia (...) real o supuesta, amén de sus tendencias con origen kármico por desdeñar consejos o reprimendas correctivos (...).

A nuestro alrededor hay hombres y mujeres que lidian contra estos errores, necesitando ser comprendidos y animados con guías meritorias. Resulta llamativo que aquellos críticos con alta estima por esa obra, encontraran allí una imagen de sí mismos (...): mentes brillantes e inestables, líneas de acción no superiores a las de Hamlet, y sus fines quizá no tan decentes (...). De hecho, la cotidianidad de los problemas presentados es lo que le confiere su mayor poder de atracción (...). Es factible que esta praxis no sea reconocida conscientemente, pero implica cierto poder consultivo para quienes se identifican con Hamlet, y pueden beneficiarse mucho de su instrucción semioculta si tienen el espíritu agudo para comprender la serie de causas y efectos más hondos en su carácter (...).