En "La Clave de la Teosofía", Madame Blavatsky afirmaba que si bien Karma es la Ley invisible y desconocida que ajusta sabia y equitativamente cada efecto al origen, su acción sí puede percibirse al rastrear todo evento hasta los inicios. También explica que siendo ésta la Ley Última del Universo -o fuente de todos los otros principios- y sinónima de Vida Absoluta, nadie puede conocerla en esencia y ni siquiera el Dhyani Chohan más elevado; sin embargo, es posible saber cómo funciona pues grandes Adeptos y Videntes investigaron y corroboraron con precisión su modo de obrar desde la Antigüedad más remota. Otros, aunque hayan aprendido lo contrario, sólo pueden considerar el karma pasado de alguien a partir de sus circunstancias presentes, con un entendimiento general de que la vida actual para todos nosotros es la resultante justa de hechos cometidos en la encarnación anterior u otras de mayor data. Por ejemplo, todo lo que un sujeto no clarividente puede inferir respecto a por qué hay quienes viven en circunstancias agradables, es que ello se trata de una recompensa por actos meritorios pretéritos, o bien una compensación proporcional a causa de sufrimientos o tratos injustos recibidos en alguna vida previa.
Una de las paradojas desconcertantes sobre el bien y el mal en la sociedad -y considerando la ausencia de una explicación satisfactoria que lleva a algunos a maldecir la vida y otros al ateísmo fanático- es por una parte el espectáculo de sujetos con carácter permisivo en rangos de poder e influencia, quienes provocan mucho mal a sus semejantes y aún así disfrutan de múltiples privilegios como si fueran "los preferidos de la fortuna", y por otro lado tenemos a individuos decentes y meritorios que se encuentran en situaciones desesperadas. John Dryden concluyó que "la virtud angustiada y el vicio en el triunfo hacen a los ateos de la humanidad”, al no haber encontrado fundamentos para el principio de justicia natural. Quizás él desconocía las leyes de Karma y Reencarnación, pero el estudioso de la Sabiduría Atemporal o Teosofía vislumbra en esos casos una justicia perfecta de repercusiones forzosas y según dos contextos posibles: a) Karma compensa al individuo por daños ajenos, ya sea a manos de personas, leyes o costumbres sociales destructivos e independiente de la ofensa cometida por aquél que atrajo el "castigo humano"; o b) la manifestación actual de desagravios para dicha persona, originados en sus hechos benéficos durante una o más de sus estadías mundanas precedentes.
El otro escenario de "virtud en peligro", inexplicable y molesto para los activistas filantrópicos, tiene su razón de ser en el funcionamiento de Karma y su corolario, la Reencarnación. Esto también puede atribuirse a las siguientes razones:
a) que un Ego en determinada vida generó efectos discordantes por obras ilícitas, los que sólo podrían expiarse sufriendo una retribución kármica dolorosa pero justa, si bien dicha persona puede ser virtuosa y buena (recordemos que la Justicia Absoluta no hace "distinciones especiales"); y
b) como menciona el Aforismo, el alma pudo elegir conscientemente encarnar en medio de pobreza o circunstancias severas y desafiantes, para vivir de primera mano la condición abyecta en sectores sociales marginados, y desarrollar así las virtudes de paciencia, templanza, fuerza de voluntad, simpatía o disciplina ética, todas ellas necesarias durante la evolución espiritual. Los Mahatmas señalaron que con frecuencia los Egos avanzados prefieren venir al mundo en familias humildes con el fin de ayudarlas a sobrellevar su pesado Karma tanto como sea posible al experimentarlo personalmente, y encauzándolas al propósito de buscar y vivir los principios espirituales superiores.
Por lo tanto, sólo podemos deducir a grandes rasgos qué causa ética explicaría en las personas su carácter o condición, las relaciones sociales, el comportamiento, etc., a través de una amplia comprensión filosófica sobre el modus operandi de la Ley. Únicamente un sabio o vidente perfectos son capaces de leer las "crónicas de vida" relativas a individuos y naciones, y señalar qué origen particular o combinación de factores -producidos por aquéllos en encarnaciones pasadas- resultaron en los contextos donde hoy se sitúan. La tradición asevera que Gautama Buda recordó sus encarnaciones previas en la cadena de causa y efecto que se remontaba a quinientas vidas; asimismo, en el capítulo dos del Bhagavad-Gita, Krishna dice haber evocado otras estancias en la Tierra mientras que Arjuna no tenía esa facultad, pues el primero era un Sabio perfecto (Avatar) y su discípulo un mortal defectible. El undécimo apartado del Gita muestra a Aquél revelando su aspecto de Ley Cíclica y Kármica (Kala) cuando dice: “Soy el Tiempo madurado que adviene para la destrucción de todas estas criaturas; excepto tú [Arjuna], no vivirá ninguno de estos guerreros aquí reunidos en angostas filas (...) Ya fueron asesinados por mí; tú sólo sé el agente inmediato". Arjuna fue testigo de un adelanto para esta profecía, en la cual vio el ineluctable aniquilamiento de esos combatientes contra los que peleaba, como resultado de sus propios actos maléficos en otros tiempos.
Una pregunta que a menudo se plantea es: "Si los sabios conocen el karma de personas y pueblos, ¿por qué no hablan abiertamente de eso ni revelan al detalle las conexiones mutuas de los implicados durante encarnaciones pasadas, cuyos efectos ahora están cosechando?" El argumento es que esa divulgación "ayudaría a comprender y solucionar mejor las dificultades humanas actuales", pero los Exaltados guardan un escrupuloso silencio al respecto y dicen que develar masivamente las faltas en existencias pretéritas sólo agravaría la situación [dicho de otra forma, ¿acaso todos los humanos detentan la madurez y humildad de arreglárselas responsablemente con semejantes pruebas si las tuvieran?]. Todo ello sería contravenir el gran objetivo de la vida, que es superar la ilusión separatista creada por nuestra personalidad efímera y mediante la conquista del verdadero Ser, en cuyo proceso no hay evasivas ni atajos facilones. Sólo cuando el individuo se libera de esa cadena, entonces puede conocer sus nacimientos pasados sin peligro; sobre esto "La Voz del Silencio" (p. 41) afirma: "Dile, oh aspirante, que la verdadera devoción puede traerle de vuelta ese conocimiento que fue suyo en nacimientos anteriores".
De modo análogo, se ponen en actividad ciertos poderes que ocasionan enormes desajustes cuando los profetas genuinos hablan de sucesos venideros, fijados en la Luz Astral por factores antropogénicos en otras épocas. Por lo tanto, los sabios son muy reticentes y anticipan el porvenir sólo cuando se justifica y en términos muy amplios o dando sugerencias. Por ejemplo, Madame Blavatsky vaticinó en el último cuarto decimonónico que "se saldarán no pocas cuentas entre naciones durante el siglo XX", lo que ciertamente apuntaba a grandes conflagraciones mundiales. Judge también aludió a las consecuencias desastrosas que generarían ciertos videntes si detallaran lo visto en ese plano: “No debe perturbarse el silencio del futuro; no sea que despertemos legiones desconocidas y engorrosas contra las que no será fácil lidiar" ("Letters That Have Helped Me", p. 39).
En el Aforismo 28 está implícita una fórmula ética de graves connotaciones. Un defecto muy frecuente y arraigado en la especie humana es criticar sin base y parcializadamente actos ajenos de omisión/comisión, lo cual se considera una norma "inocua" e incluso "legítima" en las relaciones cotidianas o digitales porque no se entienden las malas consecuencias que recaen no sólo en quienes alardean con este hábito, sino además sobre el colectivo social. Tanto injusticia como hipocresía van aparejadas en ese comportamiento malévolo, pues somos ignaros acerca del poder impelente e invisible de causa y tendencia kármicas a cuyo dominio todos estamos doblegados, haciendo a su vez que pensemos y obremos de una determinada manera en ciertos contextos. Entonces, si nos permitimos "destruir" a alguien por sus acciones cuando no es nuestro deber, incurrimos en un doble demérito: a) enfrentar retribución kármica por quebrantar la Ley de Justicia Absoluta, y b) compartir el mismo defecto de aquél que condenamos durante una o más existencias terrenales a futuro. Todo aquél que dirija una crítica poco caritativa hacia otros que no se ajustan a sus "normas" es un ignorante presumido que encara la Ley Universal con su "yo" efímero e insignificante, y por lo tanto merecerá el castigo correspondiente. La entrada a los niveles superiores está prohibida para quien adolece de compasión, y por ello los Grandes Maestros siempre advirtieron contra el vapuleo injustificado, resumido en adagios como "es más fácil ver la pitaña en el ojo ajeno que en el propio", o también: “No juzguéis, para que no seáis juzgados (...) con la misma vara que medís, os volverán a medir” (Mateo, VII:1).
William Judge añade: “Seríamos mojigatos para juzgar a los demás según nuestro propio estándar. ¿O acaso tenemos tanta sabiduría que jamás actuamos tontamente?" [1] ("Letters That Have Helped Me", p. 113). “Hay que abandonar la crítica porque no conviene, y en su lugar debe existir cooperación. El deber de otro es peligroso para quien no está llamado a asumirlo. Es necesario detener y advertir contra la insidiosa llegada de la crítica hostil; el ejemplo puede hacer mucho, como también la palabra en su tiempo correcto" (ibídem, p. 127).
("The Theosophical Movement", octubre 2020).