17 de junio de 2022

Vampiros y muertos vivientes (1 de 3)

David Pratt, septiembre de 2009


Contenidos:

01. Folclore y mitología
02. Historias de vampiros


01. Folklore y mitología

Los vampiros se consideran tradicionalmente como cadáveres reanimados o "muertos en vida", que salen de sus tumbas por la noche para alimentarse con sangre de personas normales. En todos los pueblos del mundo pueden encontrarse relatos sobre humanos vivos o medio muertos y otras criaturas demoníacas que consumen sangre, carne o energía vital de aquéllas. Incluso algunos seres fantasmales atacan, atormentan y en ocasiones matan a sus víctimas de otras maneras.

En la mitología mesopotámica se habla de Lamashtu, hija del dios celeste Anu, representada como una mujer-demonio o diosa malévola que urgía a las encintas a abortar, secuestrar lactantes y cometer infanticidio, o que ingirieran sangre y carne de hombres, y en general causaba múltiples enfermedades mortales. La cultura babilónica alude a demonios-vampiresas llamadas lilu, que deambulaban durante las horas de oscuridad, cazando y matando bebés recién nacidos y mujeres gestantes; una de ellas, Lilitu, fue adaptada más tarde como Lilith a la demonología judaica. En los escritos talmúdicos, ésta última suele describirse como un demonio femenino alado y noctámbulo con garras afiladas, que aparece principalmente para robar bebés y fetos. En Sumer, los ekimmu eran entidades perversas y fantasmales que vagaban por la Tierra, incapaces de descansar; podían poseer a niños/adultos dormidos o apoderarse de su fuerza vital, y se creaban cuando alguien moría de forma violenta o no se concretaban los ritos funerarios adecuados.

En el caso de India y entre otras características, los rakshasas son espíritus perjudiciales que cambian de forma, y a menudo se les consideraba humanos con especial perversidad estimulada en encarnaciones anteriores. Suelen manifestarse como personas con rasgos animales (por ejemplo, garras y colmillos) o animales semihumanos (en particular tigres); infestan los cementerios, resucitan cadáveres y anhelan la carne y sangre de sus presas. Otra categoría corresponde a los vetalas, parecidos a demonios, que rondan sitios de entierro y se apoderan de cuerpos inertes. También los denominados pishachas pueden metamorfosear e ingerir carne, y a veces se afirma que equivalen a las almas reaparecidas de gente mala, por lo cual son considerados como el orden más vil y peligroso. Ocasionalmente éstos poseen a humanos e infligen varias enfermedades, incluida la pérdida de razón. Por otra parte, los bhutas y pretas se describen como entes repulsivos que merodean cementerios, acechan desde los árboles, resucitan muertos y engañan o devoran incautos. Además, las dakini beben sangre y son antropófagas, asistiendo adicionalmente a Kali, diosa india habituada a ese líquido.

Representación imaginativa de un pishacha (www.evilrestuneasy.com).

Por su lado, las leyendas chinas informan acerca de los chiang-shih (o jiangshi), cadáveres reanimados que matan otras criaturas para absorber su esencia vital (qi o chi). De esta forma, se dice que les roban el "aliento", y la noción de su hematofagia parece reverberar la influencia de historias alusivas a vampiros occidentales. Estas variantes asiáticas tienen el hábito de brincar frenéticamente por el dolor y la rigidez que les causa el estado de muerte; algunas parecen humanos normales y otras exhiben dientes aserrados, uñas largas y resplandor verdoso fosforescente. Arrancan las cabezas o extremidades de sus víctimas, violan mujeres y son concebidos cuando el alma inferior de una persona fallecida (p'ai o p'o) no puede abandonar el cuerpo, generalmente debido a un óbito violento o sepultación inadecuada. Luego de un tiempo desarrollan la capacidad de volar y posiblemente convertirse en lobos.

Los tibetanos también sostienen que las almas de los muertos podían animar cuerpos inertes y hacer que se levantaran con tal de acosar a los vivos. Los khado o khadomas son demonios femeninos, equivalentes a las dakinis hindúes, y sólo el Libro Tibetano de los Muertos menciona 58 deidades consumidoras de sangre.

En Filipinas, el mandurugo adopta la apariencia de una joven atractiva durante el día, pero exhibe alas y una lengua larga, hueca y filosa por la noche, que utiliza para absorber sangre de presas dormidas. La manananggal es una mujer mayor y hermosa, que puede dividir su torso superior para volar en la oscuridad con enormes alas de murciélago, y también utiliza su lengua alargada con forma de trompa para alimentarse de bebés en gestación. De igual forma, come los órganos (específicamente corazón e hígado) y la mucosidad de personas enfermas.

El penanggalan de Malasia es similar al manananggal, pero desprende sólo su cabeza -a la que todavía están unidos sus pulmones, estómago e intestinos-, y se describe comúnmente con colmillos. Prefiere alimentarse de la sangre de un recién nacido o una mujer que haya dado a luz, e ingerir placentas. Los malayos también aseguran que una mujer puede transformarse en un monstruo llamado langsuir si paría un mortinato; posee uñas extensas, cabello negro y se transforma en un ave nocturna con ojos rojos, garras filudas y dientes prolongados. Utiliza un orificio de alimentación en la parte posterior de su cuello para succionar lentamente sangre de bebés hasta que mueren, y una creencia señala que el langsuir se tornaba en humano si le introducían en ese agujero su cabello y uñas cortados.

Un penanggalan (www.monstropedia.org).

Los aborígenes australianos creían en el yara-ma-yha-who, una criatura baja y peluda que vivía principalmente en higueras, y saltaba sobre los incautos drenándoles sangre con dedos de manos y pies en forma de ventosas. Los nativos elaboraban rituales y mantenían fuego encendido durante la noche al instante de un fallecimiento, para evitar que influencias malignas ingresaran al cuerpo para volverlo a la vida y dañar otras personas.

Varias regiones de África tienen relatos locales de seres vampíricos; por ejemplo, la etnia ewe (parte occidental) hablan de los adze, brujos masculinos o femeninos capaces de convertirse en luciérnagas que roban niños, succionan su sangre y poseen personas. Entre los ashanti de igual comarca, el asasabonsam es un vampiro arborícola, caza presas con sus pies corvos y usa dientes de hierro para morderles en el pulgar; asimismo, el obayifo representa una bruja viva que abandona su cuerpo de noche y consume sangre de individuos durmientes.

En México, el tlahuelpuchi generalmente es vinculado a una mujer con transmutaciones zoomorfas y extrae sangre, por lo común de bebés. La soucoyant caribeña es una anciana que en horas nocturnas desecha su piel y se mueve por el aire como una bola de fuego, buscando desprevenidos para sorber su sangre; si toma demasiado líquido, las víctimas pueden morir y convertirse a su vez en vampiros como aquélla. El asema de Surinam (Sudamérica) también es una mujer normal en tiempo diurno, y como las soucoyants se quita el pellejo para adoptar la apariencia de una luz azul, un murciélago u otro animal, alimentándose de energía vital o sangre humanas.

Empusa, hija de la divinidad griega Hécate, era retratada como un demonio de cabeza y torso femeninos, y con parte inferior de una serpiente, quien se transformaba en una joven seductora de hombres durmientes previo a extraerles sangre. Según otro mito, Hera aniquiló a todos los descendientes de Lamia, reina de Libia, tras descubrir que era amante secreta de su esposo Zeus; así, ésta juró venganza y en la noche se ensañaba con infantes dormidos para robarles líquido vital. Con el tiempo, los vocablos "empusa" y "lamia" se convirtieron en términos generales para describir brujas o vampiros que mutaban su semblante y engullían carne o sangre de personas.

En la mitología romana, los llamados lemures o larvas son almas inquietas de malvados o quienes morían violentamente, y regresaban a la Tierra para atormentar a los vivos. Las estirges (strix en singular) solían ser brujas con habilidades para adoptar forma de lechuzas nocturnas; aprovechaban la sangre de bebés y hombres jóvenes e incluso comían ocasionalmente sus órganos.

A principios del siglo XVIII la histeria vampírica se propagó por Europa del Este y continuó hasta la generación sucesiva. El pavor comenzó con un brote de presuntos ataques por vampiros en Prusia Oriental hacia 1721 y bajo la monarquía de los Habsburgo entre 1725 y 1734, extendiéndose a otras localidades. Se decía que los atacantes violentaban a parientes vivos; de ese modo, con frecuencia eran desenterrados los cadáveres de presuntos culpables y se les clavaban estacas o terminaban siendo incinerados, e incluso había funcionarios de gobierno que participaron en esas actividades. La emperatriz María Teresa de Austria finalmente envió a su médico personal para investigar denuncias sobre vampiros, y si bien el galeno concluyó que dichos seres no existían, la monarca aprobó leyes que prohibían abrir tumbas y profanar cuerpos, lo cual determinó el fin de la epidemia.

En Polonia y Rusia los vampiros a menudo se denominan upior y upyr respectivamente. De manera distinta a la mayoría de otros personajes análogos, tienden a perpetrar sus ataques desde mediodía hasta medianoche, pero un gran número de especímenes rusos no eran considerados medio muertos y tampoco bebían sangre. Los vampiros en Moldavia, Valaquia y Transilvania (ahora Rumanía) se llamaban comúnmente moroi o strigoi (del "strix" romano); algunos eran brujas vivas que podían abandonar su cuerpo y atacaban gente desprevenida. Otros eran cadáveres animados por almas atribuladas que salían de sepulcros por la noche, con apariencia fantasmal o zoomorfa y succionaban sangre de familiares, vecinos y ganado, siendo acusados asimismo por muertes durante las epidemias. Se pensaba que los vampiros rumanos mordían a sus víctimas sobre el corazón o entre los ojos, y la gente local también cree en el nosferatu, que suele tener relaciones sexuales con los vivos. En otras partes de Europa Oriental las criaturas de tipo strigoi eran conocidas bajo los nombres de "vampir" o "vampyr", quizás una variación del upyr ruso. Los europeos occidentales finalmente acogieron el término, y "vampyr" pasó a formar parte del idioma inglés ("vampire").

Entre los romaníes, los mulo atañen a espíritus de muertos que dejan sus coberturas materiales en el féretro al anochecer, y usualmente se abalanzan sobre ovejas y ganado. En la zona de los Balcanes, el mulo como hombre adulto normalmente reanudaba el nexo con su esposa o buscaría otra pareja; podía imitar la forma de una persona muerta y ayudar con tareas domésticas, o bien ser invisible y violar a la mujer en cuestión, causándole una muerte potencial.

Algunos griegos todavía propugnan la existencia de inquietos fantasmas bautizados como vrykolakes (singular vrykolakas), que en ocasiones se equiparan con vampiros. Por lo general, se afirma que ellos son indistinguibles de personas vivas y tienden a agredir a sus conocidos mientras viven. De vez en cuando aplastan y sofocan víctimas dormidas sentándose sobre ellas, o tocan puertas de casas y gritan los nombres de sus residentes, pero si alguien les abre en la primera llamada, morirán días después y se convertirán en vrykolakas.

En Europa y otros lugares, los siguientes motivos son comunes para sospechar que una persona podría convertirse en vampiro luego de su muerte: a) suicidio, b) óbito violento, c) falleció sin ser bautizada o en un estado pecaminoso sin arrepentimiento, d) excomulgación por la Iglesia, e) muerte repentina o poco después de otro pariente, y f) había sido mordida por otro vampiro, pero también subsisten nociones prejuiciosas. Esporádicamente, se pensaba que un bebé nacido con omento (tejido de membrana fetal unida a la cabeza), dientes, cola o pezones adicionales corría el riesgo de transfigurarse en vampiro, al igual que cuando animales o aves pasaban por encima de un cadáver o su ataúd vacío. En el sur de Rusia se creyó que incluso las personas que hablaban consigo mismas arriesgaban devenir esas entidades, y entre los rumanos esto se aplicaba a particulares de cabello rojizo y ojos azules. Para no pocos romaníes, los vampiros correspondían a personas poco agraciadas, con un dedo faltante o que mostraran apéndices similares a los de un animal. Respecto al folklore griego, el vampirismo también podía ocurrir al desecrar una jornada religiosa, cometer crímenes graves, morir en soledad y comer carne de una oveja matada por un hombre lobo.

Como precaución episódica, y si había temores de que alguien se volviera tal engendro luego de la muerte, se rellenaba la boca y nariz del cadáver con ajo antes del entierro y lo ponían de bruces a fin de impedir que excavara; le sepultaban con objetos afilados como hoces o colocando estacas afiladas en el suelo para perforar el cuerpo en caso de escape. Los griegos también horadaban los corazones de posibles vampiros con clavos de hierro sobre los cuerpos aún soterrados. En la comunidad valaca se martillaba un largo clavo en el cráneo y añadían encima del muerto los tallos espinosos de un rosal silvestre, que se enredaban si el fallecido intentaba huir. En Inglaterra, comúnmente se incrustaba una estaca de fresno en el pecho de suicidados hasta 1823, cuando se aprobó una ley contraria a esta práctica.

Dependiendo de la cultura, las defensas contra vampiros incluyen recursos como ajos, ramas de rosa silvestre, crucifijos, agua bendita u otros objetos sagrados, e incluso algunos pueblos utilizan la sangre de aquéllos como medio de protección. El folklore de Europa Oriental recomienda esparcir semillas sobre la tumba con un clavo escondido entre ellas, o en el suelo exterior de una casa, ya que estos monstruos sienten compulsión de contar las simientes; entonces, la pieza de hierro aguijonea al vampiro durante el cálculo, desconcentrándole, y tiene que comenzar de nuevo. Además, los mitos chinos sostienen igual creencia si el indeseado visitante encuentra un saco de arroz.

Solían existir indicadores de que alguien realmente se transformaba en vampiro, como por ejemplo: a) luego que una persona fallecía, comenzaban a morir sus parientes, vecinos y ganado; b) la visita nocturna al hogar de una figura sombría; c) desaparición de objetos en el mismo sitio; d) el hallazgo de dos o tres agujeros del tamaño de un dedo en la tumba, o e) un caballo blanco, semental negro o ganso hembra se niegan a caminar sobre el entierro. El siguiente paso era exhumar al individuo en cuestión, y se le catalogaba de vampiro si aparecía hinchado y bien nutrido con sangre roja brillante, estaba en sueño cataléptico y con una posición distinta a la hora de ser sepultado, tenía piel nueva o cabello/uñas más largos, lucía extremidades flácidas y presentaba poca o ninguna descomposición.

Uno de los métodos más comunes para destruir a particulares sospechosos era clavar una estaca (con madera de fresno, espino o roble) sobre el corazón, o en su defecto a través de boca o estómago, y si los ataques continuaban, se procedía a incinerar el cuerpo y dispersar las cenizas. En ocasiones también el muerto era decapitado y la cabeza se enterraba entre los pies, detrás de nalgas u otro lugar donde estuviera fuera del alcance, a menudo rellenando la misma extremidad con ajo. Otros métodos incluían rociar agua bendita sobre el cuerpo, cortar y quemar el corazón, disparar al engendro con una bala de plata, exponerlo al Sol, abrir el cuerpo y lavarlo con vino hirviendo, y que un sacerdote oficiara una excomunión o realizase un exorcismo. En la Grecia de los siglos XVIII y XIX, por lo común los fallecidos eran exhumados tres años después de morir, y se les echaba vino mientras un párroco leía las Escrituras. Sin embargo, si el cadáver no se descomponía lo suficiente, entonces se le catalogaba de vrykolakas y recibía el tratamiento adecuado.

El imaginario europeo delinea a los vampiros como abotagados, de aspecto rubicundo y cubiertos con mortajas; por el contrario, la ficción moderna tiende a ilustrarles un semblante demacrado, pálido, encantador y aristocrático. Esta imagen nació en 1819 con la publicación de "The Vampyre" por John Polidori, si bien la novela "Drácula" de Bram Stoker (1897) tuvo un impacto aún mayor en la configuración del estereotipo.

Christopher Lee como Drácula.

Nosferatu (Max Schreck), alias Conde Orlok, a punto de morder.

La creencia en vampiros continúa hasta hoy. A fines de 2002 y principios de 2003, en Malawi se desató la histeria sobre presuntas embestidas relacionadas: las multitudes apedrearon a un individuo y agredieron al menos otros cuatro, incluido el gobernador Eric Chiwaya, en el supuesto de que el gobierno estaba "coludido con vampiros". Los rumores comenzaron cuando el presidente del país acordó recolectar sangre humana para las agencias de ayuda internacional, a cambio de alimentos con objeto de mitigar la grave hambruna.

En 2002 Nicolae Mihut, que vivía en Transilvania, concluyó que su madre muerta se transformó en vampira porque un gato había saltado sobre el ataúd, y sus mejillas y labios estaban muy rojos. Para "liberar su alma", Mihut hundió una daga de plata en su corazón y más tarde fue enterrada. Otro caso ocurrió hacia febrero de 2004 en la aldea rumana de Martotinu de Sus, donde Toma Petre fue exhumado por familiares porque después de su entierro tres de ellos enfermaron, y cuando se abrió la tumba, Petre yacía de lado con sangre en la boca, lo cual fue visto como prueba de su carácter vampírico. Los parientes le quitaron el corazón y lo quemaron, mezclando las cenizas con agua y luego bebieron el preparado, siendo éste un rito local para matar presuntos seres análogos (www.trutv.com).


​02. Historias de vampiros

A continuación se presentan varios relatos ilustrativos, y algunos no implican consumo de sangre. De igual modo, es imposible establecer con certeza cuánto hay de realidad o ficción en ellos.

En 1591 un zapatero oriundo de Breslau se cortó la garganta, y tras fallecer, varias personas dijeron haber visto su fantasma junto al lecho, por lo que las autoridades decidieron extraer el cadáver que llevaba siete meses bajo tierra. Se le encontró completo y carente de putridez y mal olor, con articulaciones todavía flexibles, y asimismo la herida del cuello no se había infectado. Algunos reportaron que en el dedo gordo del pie derecho había una excrecencia en forma de rosa, que se vio a manera de "señal mágica". El cuerpo se mantuvo exhumado durante seis días y las apariciones continuaron; se le enterró bajo una horca, pero la entidad todavía pellizcaba y sofocaba personas por la noche, dejándoles heridas en la piel. Quince días después el acosador fue desenterrado nuevamente y se observó un aumento en su tamaño, por lo que se procedió a cortar cabeza, brazos y piernas, y le quitaron el corazón que aún se veía fresco. Los restos fueron incinerados, arrojando sus cenizas a un río, y la aparición nunca más volvió a verse. Se contaba también que una de las sirvientas del zapatero actuó de manera similar luego que ella muriera. Sus despojos fueron extraídos y quemados, tras lo cual dejó de molestar a los habitantes (Wright, 2001, 91-2; www.shroudeater.com).

Durante 1672 y en la ciudad de Kringa (actual Croacia), murió Jure Grando y el padre George estuvo oficiando su sepelio, pero cuando el párroco regresó a casa de la viuda vio a Grando sentado en el interior, causando la huida del monje y los vecinos. Pronto comenzaron a oírse historias de un ser oscuro visto de noche en las calles, deteniéndose a ratos para tocar la puerta de una casa, pero nunca esperaba respuesta; así, y de modo inexplicable, comenzaron a morir habitantes en los hogares donde el espectro llamó a la entrada. La viuda protestó por las visitas que el "espíritu" del esposo le hacía cada noche, y le dejaba profundamente dormida para alimentarse de su sangre. Dirigidos por el magistrado en jefe, un grupo de vecinos aperturó la tumba del occiso y descubrió que el cuerpo estaba perfectamente sano y sin descomponer; su cara lucía risueña y las mejillas se mostraron sonrojadas, ante lo cual muchos participantes escaparon aterrorizados. Hubo una segunda visita con un sacerdote, y cuando éste se dirigió al cadáver, supuestamente se vieron lágrimas rodando por las mejillas del monstruo. Se llevaron a cabo intentos para hundirle una estaca de espino, pero ésta rebotaba en cada ocasión. Finalmente un anónimo decidió abrir la tumba y cortó la cabeza del vampiro, momento en que el espíritu maligno se marchó profiriendo un agudo grito y provocando contorsión de las extremidades (Wright, 87-9; www.shroudeater.com).

El Consejo de Kringa situó un letrero a la entrada del pueblo, en referencia al legendario vampiro Jure Grando.

Después de su muerte en 1725, el campesino Peter Plogojowitz -quien vivió en la aldea serbia de Kisilova (hoy parte de la nación húngara)- se aparecía al anochecer a varios aldeanos y les apretaba el cuello. En las 24 horas siguientes murieron nueve personas, tanto jóvenes como ancianos, aparentemente debido a una patología desconocida. La viuda de Peter declaró que éste la visitó para exigirle sus zapatos, y tuvo tal miedo que decidió mudarse a otra aldea. En presencia del oficial imperial de Gradiska y un sacerdote, el cadáver fue desenterrado y se encontró libre de cualquier olor nauseabundo y totalmente saludable como si estuviera vivo, excepto que la punta de la nariz estaba algo seca y marchita. Su barba y cabello habían crecido y un nuevo juego de uñas reemplazó a las viejas que estaban caídas. Bajo la piel anterior, que semejaba pálida y muerta, exhibía otra nueva de color natural y fresco, y también sus manos y pies se notaron como si pertenecieran a una persona en buen estado de salud. Como en otras instancias, la boca del vampiro estaba llena de sangre fresca, que se supuso había absorbido de las personas que mató. El informe oficial también habló de "otros signos salvajes que omito con gran respeto", sin duda refiriendo al pene hinchado del cadáver. Cuando le martillaron una estaca afilada en el pecho, emanó de él mucha sangre nueva como también por nariz y boca. Luego los campesinos colocaron el cuerpo sobre una pila de leña para quemarlo, y en consecuencia el pueblo dejó de preocuparse (Wright, 83-5; Konstantinos, 2002, 43-5; www.shroudeater.com).

Arnold Paole, militar serbio, sostuvo haber sido atacado por un vampiro mientras permanecía en Gossowa (Serbia turca). Para deshacerse del engendro comió un puñado de tierra de la tumba y se untó con su sangre, de acuerdo con la creencia local. Paole regresó en 1727 a su pueblo natal de Meduegna, lindante con Belgrado, y tras confesarle a su prometida el episodio con el vampiro, cayó de un carro con heno una semana más tarde y murió poco después. No hubo que esperar mucho para que varios aldeanos informaran que el propio soldado los agredía por la noche, y fallecieron así cuatro víctimas. Al cabo de 40 días muerto se decidió desenterrar su cuerpo en público, constatando ausencia de descomposición, desprendimiento/reemplazo de piel y uñas, y flujo de sangre fresca por sus orificios. Los habitantes clavaron una estaca de madera en el cuerpo de Paole, quien supuestamente gemía mientras le brotaba dicho líquido. En lo sucesivo quemaron los restos y la entidad nunca volvió a molestar a nadie. Sus cuatro víctimas también fueron desenterradas, y se las eliminó de igual manera al constatarse que presentaban "condición vampírica". Años después y en medio de otra epidemia, 16 presuntos vampiros fueron extraídos en el mismo cementerio y quienes compartían los mismos rasgos fisicos detectados en Arnold (Wright, 95-102; Konstantinos, 39-40).

En 1738 y tres días posteriores a su defunción, un serbio de 62 años en la aldea de Kisilova se apareció por la noche a su hijo y le pidió algo de comer, desapareciendo tras alimentarse. Dos noches después volvió con el mismo pretexto, y al día siguiente el hijo fue encontrado muerto en su cama; la misma jornada, cinco o seis aldeanos enfermaron repentinamente y sucumbieron uno tras otro en poco tiempo. Dos oficiales y un verdugo encargados de investigar los hechos abrieron las tumbas de quienes llevaban inertes seis semanas, y encontraron al anciano "con los ojos abiertos, un color fino y respiraba en modo natural, y sin embargo se hallaba rígido como los muertos", concluyendo que se trataba de un vampiro. El verdugo entonces procedió a estacarle el corazón y su cadáver quedó reducido a cenizas. En este acontecimiento nunca se encontraron marcas de vampirismo en los restos del hijo o las otras víctimas (Wright, 123-5).

Durante el verano de 1875 en Croglin Grange, residencia de un piso en la actual Cumbria (Inglaterra), una noche la joven Amelia Cranswell estaba sentada en el lecho mirando por la ventana de su habitación cuando notó que dos luces extrañas se movían entre los árboles, y se dio cuenta que eran ojos de una criatura oscura y humanoide que se aproximaba a la casa. Cuando ésta desapareció de vista, Amelia corrió hacia la puerta de su aposento y escuchó que el visitante rasgaba la ventana; tenía una horrible cara marrón con mirada llameante, logró entrar por dicha cristalera y se alzó sobre su víctima, agarrándola por el cabello y le echó la cabeza hacia atrás para morder su garganta. Los gritos alertaron a sus hermanos Edward y Michael quienes rompieron la puerta en un intento de socorro, pero la encontraron inconsciente con heridas ensangrentadas en cuello y hombros. Uno de aquéllos persiguió a la criatura por el bosque y ésta desapareció sobre la pared del cementerio parroquial. Para recuperarse, Amelia fue a Suiza por unos meses, y a su regreso nuevamente el monstruo trató de ingresar a su habitación con igual modus operandi, pero los hermanos lo ahuyentaron a tiempo y balearon en una pierna, tras lo cual el atacante cruzó la cerca del cementerio y desapareció en una vieja bóveda. A la mañana siguiente, ambos hermanos y otros inquilinos descorrieron la cripta comprobando que todos los ataúdes del interior habían sido abiertos y su contenido sacado a la fuerza. Una tumba se localizó intacta y dentro yacía el vampiro que atacó a Cranswell: presentaba una supuesta momificación, aspecto rugoso y tono atezado, exhibiendo asimismo la marca de un disparo de pistola en una pierna, y fue así que terminó quemado en una pira (Konstantinos, 48-52; Keel, 1979, 29; www.shroudeater.com).

Según un informe del siglo XVIII, el espectro de cierto pastor provinciano comenzó a manifestarse ante varios testigos cerca de Kodom (Baviera), y todos murieron durante la semana siguiente, ya fuera por miedo u otras causas. Presos de la desesperación, los campesinos desenterraron el cadáver y lo clavaron al suelo con una estaca larga, pero la misma noche apareció otra vez, sumiendo a la gente en convulsiones de pánico y sofocando a muchos. Más tarde las autoridades entregaron el cuerpo a un verdugo, quien lo carbonizó en el campo, y se sostuvo que el muerto "aulló como loco, pateando y rasgando como si estuviese vivo", y cuando lo estacaron "lanzó gritos penetrantes vomitando sangre carmesí". Las apariciones terminaron sólo después que los restos fueran incinerados (Isis 1: 451-2).

Helena Blavatsky menciona otro caso de vampirismo en Rusia (Isis 1: 454-5). A principios del siglo XIX, el cruel y tiránico gobernador de la provincia de Tchernigov, sexagenario para entonces, se enamoró de la hija de un funcionario subordinado, a quien forzó para permitirle casarse con ella, y a pesar de que estaba comprometida con un joven a quien amaba. El viejo la golpeó y confinó en su habitación durante semanas y le impidió tener visitas, excepto en su presencia. Finalmente el psicópata cayó enfermo y cuando se acercaba su final, hizo prometer a la joven que nunca volvería a casarse, amenazando con que en caso contrario él regresaría del más allá con objeto de matarla. Poco tiempo después fue sepultado en el cementerio al otro lado del río.

No obstante, la mujer y su ex novio se comprometieron otra vez. En la noche del banquete que selló su compromiso, y luego que todos los asistentes se retiraron a dormir, el tirano "fallecido" entró repentinamente en el cuarto de la joven, luciendo extremadamente pálido; le reprendió por su inconstancia aplicando golpes y pellizcos que la dejaron con manchas negras y azules, y también le provocó un ligero pinchazo sanguinoliento en el cuello. A la mañana siguiente, un guardia emplazado en el puente que cruzaba el río informó que, justo antes de la medianoche, un carruaje negro y seis caballos pasaron a toda velocidad hacia la comarca, sin responder a sus órdenes.

Aunque el nuevo gobernador no creía en la historia, duplicó el número de centinelas para resguardar el acceso. Blavatsky continúa: "Sin embargo, sucedió lo mismo noche tras noche; los soldados declararon que la barrera en su estación cerca del puente se elevaba sola, y el grupo espectral pasaba a través de ellos anulando sus esfuerzos por detenerlo. Al mismo tiempo, todas las noches el carruaje sonó con estruendo en el patio de la casa; los vigilantes, incluido el grupo familiar de la joven y sus sirvientes, se quedaban profundamente dormidos, y cada mañana la joven amanecía magullada, sangrando y desmayándose como antes. La ciudad quedó sumida en consternación y los médicos no tenían explicaciones, mientras los sacerdotes pasaron madrugadas en oración, pero a medida que se acercaba la medianoche todo quedaba poseído por ese terrible letargo. Finalmente, acudió el arzobispo de la provincia y realizó la ceremonia de exorcismo en persona, mas al día siguiente la víctima del ex gobernador fue encontrada peor que nunca, y ahora estaba a punto de morir".

El nuevo soberano decidió situar cincuenta cosacos a lo largo del puente. Esa noche, el carruaje fantasma se acercó desde la dirección del cementerio a la hora acostumbrada, y cuando el oficial y un sacerdote gritaron la orden de parar, el monstruo asomó la cabeza por la ventanilla del birlocho y dijo su nombre y cargo. En ese momento, todo el grupo fue arrojado a una orilla como si los golpeara una descarga eléctrica al pasar la cuadriga.

Helena escribe: "El arzobispo resolvió, como última alternativa, recurrir al plan tradicional de exhumar el cuerpo y sujetarlo a tierra con una estaca de roble que atravesara su corazón. Esto se llevó a cabo con una gran ceremonia religiosa en presencia de todo el pueblo. La historia señala que el cuerpo fue encontrado lleno de sangre y con mejillas y labios rojos, y en el instante que se dio el primer golpe sobre la estaca, escapó un gemido del cadáver brotando por el aire un chorro de sangre. Luego el mitrado pronunció el exorcismo habitual, el cuerpo fue reinhumado y desde ese momento ya no se supo nada del vampiro (...) No podemos decir hasta qué punto los hechos de este caso pueden haber sido exagerados por la tradición, pero lo oímos hace años de un testigo ocular, y en la actualidad hay familias en Rusia cuyos miembros mayores recordarán la terrible experiencia".

Henry Olcott (1891) mencionó a una mujer hindú que según se creía estuvo poseída por un pishacha. Durante casi un año se despertaba débil, pálida y anémica en la mañana, y además quedó encinta dos veces, pero sufrió abortos involuntarios. Decidió acudir a un mantriki musulmán o exorcista, quien por medio de artes ocultas determinó que la entidad responsable era un hombre fallecido del mismo credo islámico; entonces, abrió en secreto la tumba del sospechoso que llevaba inhumado aproximadamente un año, encontró el cadáver en buenas condiciones y emanó sangre fresca al generarle cortes en un pulgar. Luego realizó ritos aplacadores, recitó mantras y alejó al fantasma de su víctima llevándolo de regreso al sepulcro, conllevando a la recuperación de la mujer.

Hacia 1922 y en el pueblo griego de Pyrgos, un joven agricultor deprimido se ahorcó en un árbol, y por ese motivo se le excomulgó de la Iglesia Ortodoxa para terminar siendo enterrado en un área sin consagrar. La esposa y varios otros aldeanos pensaron que el alma del difunto jamás encontraría descanso, pero el sacerdote se negó a ceder. Tras dos meses de luto, ocho aldeanos informaron ser zamarreados y mordidos por "algo" en sus camas por la noche; tuvieron que permanecer en reposo por debilitamiento y dos de ellos murieron, si bien al comienzo no se estableció vínculo con aquél suicidio. Posteriormente la viuda admitió que durante toda la semana previa su esposo regresaba a verla cada noche y se había "acostado con ella" hasta la madrugada. De esta forma, el sacerdote reunió a algunos pobladores y exhumaron al presunto vrykolakas, comprobando que estaba arrugado y endurecido como esqueleto, y sólo poseía una fina capa de carne rugosa. Comenzaron a desmembrar su cadáver, y al abrir el ataúd se informó el hallazgo de un corazón completamente preservado y que aún latía. El religioso vertió agua bendita y dicho órgano empezó a descomponerse hasta que fue licuado por completo. Los restos del cuerpo fueron quemados, como asimismo aquéllos de sus dos víctimas a modo de precaución, y al volver a la aldea el equipo comprobó la recuperación de los enfermos restantes. Sin embargo, después la viuda alumbró un bebé que consideró engendrado por el vampiro, pero murió segundos luego de nacido. Inclusive, los elementos básicos de esta historia fueron considerados reales por los habitantes locales hasta mediados del decenio de 1970 (Konstantinos, 52-7).