La primera parte de este principio habla del destino establecido por nada ni nadie más que el individuo subordinado a él, en la vida inmediatamente anterior u otra serie de encarnaciones previas. La segunda afirmación indica que existe un grado de libre albedrío e innato en todos nosotros, para pensar y actuar en el hoy -incluso mientras se experimentan efectos de Karma pasado- con objeto de alterar el curso del destino hacia circunstancias más felices y un fin superior en el futuro. El tercer aspecto connota que en cada existencia terrena las almas son capaces de agotar a través del cuerpo sólo una pequeña porción de la gran reserva kármica pendiente, y que se acumuló en innumerables reencarnaciones; por lo tanto, todo el Karma del ayer no puede resolverse en una sóla vida. Las cosechas producidas por hechos pasados, y sumadas al balance kármico no desgastado, forman un enorme "almacén" conocido como Sanchita Karma, el cual conlleva una serie interminable de encarnaciones a menos que el Ego adquiera sabiduría espiritual y destruya la ignorancia, el principal origen de los renacimientos involuntarios. En este artículo abordaremos la causa de ese defecto y los medios para destruirlo.
Vimos anteriormente que el pensamiento es la base para todo acto, o dicho de otra forma, en sí mismo constituye acción. Cada pensamiento está unido a deseos o emociones, y cuando ese vínculo surge en el intelecto la obra ya está hecha y deja una marca imborrable en él. Además, las entidades/energías mentales que generamos constantemente influyen para bien o mal en el karma colectivo de la especie, y estamos destinados a experimentar sus repercusiones. Nuestros órganos corporales tienen muchísimas impresiones de deseos-pensamientos, y de esa manera inducimos y promovemos tendencias mentales o gustos/hábitos físicos. El cuerpo material, integrado por órganos- que representan entidades particulares y con inteligencia propia, conformada a su vez por vidas análogas más pequeñas-, es un factor irresponsable pues dado que esos componentes pertenecen al reino subhumano no tienen mente ni sentido moral, y tampoco pueden actuar por sí mismos con ninguna intención, excepto las asignadas para desempeñar varios roles por instinto. El pensamiento engendra hechos; la repetición de éstos -por el retorno cíclico de impresiones en nuestro cuerpo- los convierten en hábitos, y a su vez las costumbres nutridas por indulgencia forman nuestro carácter. Así, el temperamento que adquirimos en una vida sigue al Ego tras la muerte del cuerpo, y forjará ese rasgo y el ambiente de un nuevo tabernáculo para el alma en la próxima encarnación u otra futura.
Puesto que nuestras acciones no se concretan de forma aislada, sino siempre en relación a nuestros semejantes o almas compañeras, cosechamos frutos kármicos en cada vida y bajo la proporción exacta con que dispensamos individual y colectivamente a otros y al mundo en general, para beneficio o infortunio. Por ello, todo evento, experiencia, pensamiento, intención y deseo que surgen e impulsan a actuar están fuertemente influenciados no sólo por el Karma pretérito de alguien, sino además por aquél que tenga la raza. Todo individuo comparte defectos comunes a la naturaleza humana, y existe un cierto destino invariable tanto unitario como grupal en nuestros esfuerzos evolutivos. Este tipo de Karma se llama Prarabdha, el cual experimentamos durante toda encarnación en y a través de los instrumentos adquiridos.
Por tanto, Prarabdha es la porción o el aspecto kármico con que uno nace y para cuya precipitación el campo está preparado; opera en la vida y el cuerpo presentes, provocando todo tipo de circunstancias y cambios. Lo que llamamos "destino" es Karma madurado e irreversible, de manera que su expresión no puede ser evitada ni pospuesta, tal y como no podemos cambiar la familia que nos permite llegar al mundo. Judge señala: "La palabra 'destino' designa un Karma tan fuerte y abrumador que su acción no puede ser contrabalanceada por otro; pero considerando que todos los acontecimientos están bajo su reinado, también todas las cosas están destinadas a medida que suceden".
Las problemáticas de vida y el entorno personal que nos rodea -por muy desagradables que sean en ocasiones- están en perfecto acorde con la justicia infalible del Karma. La ignorancia hace que encontremos "fallas" en dichas coyunturas que "parecen desfavorables" y culpamos a otros que asemejan constituir las causas. El medio aparentemente externo no es real, sino el reflejo de la naturaleza y las cualidades de factores que generamos en existencias anteriores y permanecen como impresiones imborrables en nuestra base psicológica -o depósitos mentales- que se traen a la encarnación actual, siendo éste el tipo Prarabdha ya citado. Si comprendiéramos el funcionamiento sutil de esta Ley, no cometeríamos el error de pelear contra eventualidades desagradables, y en su lugar buscaríamos interna y diligentemente las faltas éticas que producimos en ignorancia [o a sabiendas], aprendiendo a mitigarlas con actitud correcta e iniciaríamos obras más benéficas. De esta manera, los sabios no se regocijan ni protestan cuando todo parece ir bien o al enfrentar tribulaciones; sólo miran hacia dentro intentando captar la complejidad en los principios relativos al yo personal/inferior, la génesis y el material del campo operativo de su Karma pasado; así también ocurre con familias, comunidades y países bajo la Ley invariable. ¿Somos entonces "criaturas indefensas" de una "fatalidad" a que "debemos someternos sin hacer nada"? La Teosofía enseña que no es así necesariamente, a menos que se asuma dicha actitud negativa y permanezcamos como vegetales.
En "La Clave de la Teosofía" Blavatsky consigna que “si bien no sabemos qué constituye el Karma per se y en su esencia, sí conocemos (...) con precisión su modo de actuar” (p. 199, edición india). El estudio y la aplicación del conocimiento exacto sobre esta Ley muestran que si Karma nos ata a las consecuencias producidas por nuestros hechos en ciclos interminables de renacimientos, al mismo tiempo es el medio para liberarnos de dicha esclavitud. Esto nos lleva a la segunda parte del Aforismo 22, es decir, que el Karma creado en el presente dará frutos en la misma vida o instancias futuras.
Debemos tener en cuenta que, incluso si el Karma pasado de una persona y su pueblo -entendido como el conjunto kármico individual- tiene una influencia apremiante sobre pensamientos, anhelos y acciones que darán resultado en algún momento, todos poseemos libre albedrío parcial y la facultad de discernimiento para escoger y obrar de forma distinta al impulso que surge por la fuerza kármica precedente. Esto tiene buenos ejemplos en los sujetos que actúan con valentía y determinación imponiéndose ante las adversidades, y también en nuestras experiencias cuando comenzamos a aplicar prácticamente las pocas vislumbres adquiridas sobre la naturaleza del Ser Real y el trabajo de la Ley kármica.
Ante todo, es necesario asimilar bien que nuestro Ser o el Alma real no son actuantes ni están sujetos a limitaciones de tiempo, espacio o causalidad, sino que representan aspectos eternos y universales, el Espíritu en el cuerpo “llamado Maheswara, el Gran Señor que presencia, amonesta, sostiene y disfruta, y también el Paramatma o alma superior” (Bhagavad Gita, XIII). El Ser es sólo Uno, jamás una pluralidad; entonces, es el agente o yo personal -reflejo transitorio de Aquél- lo que crea Karma y también constituye el producto de éste último. Tenemos que recordar a diario que no somos el "hacedor" sino el Ser que atestigua y percibe, "la visión misma pura y sencilla (...) y mira directamente las ideas". Podemos comprobar este axioma de modo individual y hasta cierto grado mediante una pequeña introspección y al estudiar los tres planos de consciencia humana, a saber, vigilia, somnolencia y sueño profundo. Sólamente la perennidad detecta el cambio, no lo que está sujeto a fluctuaciones; sólo el Ser es inmutable en nosotros. La verdad de ello puede apreciarse mediante razonamiento y percepción intuitiva, y así Judge inculcaba a sus estudiantes: "La realización proviene al pensar de continuo en lo que va a lograrse". El egoísmo surge al pensar equivocadamente que nuestro Ser es quien ejecuta las obras, y por ese engaño caemos presa de pasiones en simpatías y antipatías, amor u odio, placer o dolor, y una multitud de otras dualidades existenciales que nos subyugan en todo momento. Las cadenas de esa esclavitud se rompen poco a poco y a lo largo de muchas encarnaciones cuando dicha falsedad se desintegra por niveles, mediante el ejercicio constante del pensamiento y la contemplación mientras actuamos; además, se recomienda practicar ecuanimidad en ganancia y pérdida, contratiempo y prosperidad, o con amigos y enemigos, y renunciando internamente al interés propio en los resultados a medida que cumplimos nuestros deberes, ofreciéndolos como oblaciones en el fuego devocional al Ser Supremo y Único. Krishna dice que incluso un poco de esta práctica nos salva de un gran peligro; así, la actitud justa y el motivo desinteresado con base en el conocimiento correcto permiten romper esas ataduras a la miseria de los renacimientos interminables.
Es imposible escapar de Prarabdha Karma, pero sí tenemos el deber constante de no adquirir nuevas "deudas" mientras se sufre o goza lo que nos reserva la gran Ley de Justicia Infalible -el atributo principal de nuestro Verdadero Ser-, pues como dice "La Voz del Silencio": “Enseña a evitar todas las causas; deja que la onda del efecto siga su curso, como la gran marejada". No podemos adquirir perfección en este trabajo de una sóla vez y se necesitan muchas vidas de perseverante fervor práctico, lo que nos acerca a la gran emancipación final para ser más capaces de ayudar a todo ser vivo durante su viaje a la otra orilla por este océano de penurias.
("The Theosophical Movement", agosto 2020).