David Pratt
Mayo 2009, agosto 2011
Contenidos:
09. Atlántida y la antigüedad americana
-Origen del Atlántico
-Migraciones
-Esqueletos humanos y artefactos
09. Atlántida y la antigüedad americana
La corteza continental y oceánica se levanta y hunde con frecuencia. Grandes extensiones de los continentes actuales han estado periódicamente bajo el agua durante el transcurso del tiempo geológico, ya que un 90% de todas las rocas sedimentarias que los componen se hallaban debajo del mar, y también existe evidencia extensa y en aumento de que grandes regiones oceánicas fueron tierra firme en diferentes épocas pasadas. El Océano Pacífico pudo haberse formado principalmente desde fines del Jurásico al Mioceno, el Atlántico desde las postrimerías del Cretácico a fines del Eoceno, y el Índico durante el Paleoceno y Eoceno (ver "Geological Timescale" para las fechas correspondientes "científicas" y teosóficas; aparece también en "Diseño y evolución de las especies", parte 17). Esto se asemeja bastante a las enseñanzas teosóficas sobre la sumersión de Lemuria hacia fines del Mesozoico y comienzos del Cenozoico, y al hundimiento de Atlántida en la primera mitad del Cenozoico (1).
En su sentido más amplio el concepto "Atlántida" se refiere en Teosofía a todas las masas de tierra que existían durante la era de la humanidad atlante (o cuarta raza-raíz), la cual tuvo su apogeo a comienzos del Terciario, mientras que en una acepción más específica el nombre hace mención al sistema continental centrado en lo que es ahora el océano que lleva su nombre durante el periodo atlante. La Atlántida ya comenzaba a hundirse a comienzos del Terciario y una gran parte se había sumergido hacia fines del Mioceno.
Origen del Atlántico
La tectónica de placas asegura que el Océano Atlántico se formó debido a que las "placas" de Norteamérica y Sudamérica se separaron de las "placas" de Eurasia y la africana. Supuestamente el Océano Atlántico Norte comenzó a abrirse a comienzos del Jurásico, pero Sudamérica no se distanció completamente de África hasta los inicios del Cretácico, unos 50 millones de años más tarde; desde entonces los continentes unidos al principio se separaron hipotéticamente cada vez más mientras que rotaban en diversas extensiones. Al tiempo que es cuestionado por una gran cantidad de evidencia geológica, este escenario no logra explicar la evidencia paleontológica, pues las afinidades faunísticas tienden a incrementarse y reducirse alternativamente, lo que requiere conexiones terrestres repetidas entre África y Sudamérica y entre Europa y Norteamérica.
La tectónica de placas asegura que el Océano Atlántico se formó debido a que las "placas" de Norteamérica y Sudamérica se separaron de las "placas" de Eurasia y la africana. Supuestamente el Océano Atlántico Norte comenzó a abrirse a comienzos del Jurásico, pero Sudamérica no se distanció completamente de África hasta los inicios del Cretácico, unos 50 millones de años más tarde; desde entonces los continentes unidos al principio se separaron hipotéticamente cada vez más mientras que rotaban en diversas extensiones. Al tiempo que es cuestionado por una gran cantidad de evidencia geológica, este escenario no logra explicar la evidencia paleontológica, pues las afinidades faunísticas tienden a incrementarse y reducirse alternativamente, lo que requiere conexiones terrestres repetidas entre África y Sudamérica y entre Europa y Norteamérica.
Existe creciente evidencia que respalda la teoría alternativa de que una buena parte del Atlántico actual había sido tierra en diferentes periodos pasados y que la moderna cuenca de este océano (que consiste en un canal relativamente angosto en forma de S) se originó por el hundimiento progresivo de antiguas áreas continentales, y así el geólogo ruso Vladimir Beloussov llama a este proceso "basificación" u "oceanización de la corteza continental" (1).
De esta manera, los datos modernos reivindican la opinión sostenida por muchos geólogos en el siglo XIX e inicios del XX. Por ejemplo, sobre la base de información proveniente de la geología y la paleontología estratigráficas, J.W. Gregory y H. Von Ihering afirmaban que el Océano Atlántico se formó por sucesivas subsidencias de antiguas masas terrestres (3), aseverando que el principal hundimiento comenzó en el Cretácico superior y fue completado posterior al Mioceno.
Respecto de las similitudes en la estructura y los movimientos de tierra en las costas opuestas del Atlántico -sobre lo cual los partidarios de la deriva continental desde Wegener en adelante han puesto tanto énfasis-, Gregory escribe:
"Las semejanzas son más conspicuas entre Terranova y las partes australes de las Islas Británicas, entre las cadenas de Antillas y del Mediterráneo, y entre el sur de África y las partes opuestas de Sudamérica, y estos parecidos no son mayores a los que se encuentran a lo largo de las cadenas montañosas de Eurasia a distancias separadas análogas. Las diferencias en detalle entre Terranova e Irlanda, Sudamérica y Sudáfrica [y] entre Venezuela y los Montes Atlas, son tan prominentes que estas regiones deben haber estado muy apartadas, aunque sufrieron las mismas vicisitudes geográficas generales. Los parecidos se deben a las áreas que pertenecieron al mismo cinturón tectónico, pero las diferencias son suficientes para demostrar que dichos sectores estaban situados en porciones distantes del cinturón" (4).
De forma similar, Helena P. Blavatsky asevera que las similitudes en la estructura geológica, los fósiles y la vida marina de las costas atlánticas opuestas en ciertos periodos se deben al hecho de que "en distantes eras prehistóricas hubo un continente que se extendía desde la costa de Venezuela, a lo largo del Océano Atlántico, hacia las Islas Canarias y el norte de África, y desde Terranova hasta cerca de las costas de Francia" (5).
Migraciones
Cuando el sector principal de Atlántida comenzó a hundirse, los colonizadores de este continente migraron a nuevas tierras que se alzaban al este, oeste y sur, las que se convirtieron en las Américas, África, partes de Asia y los presentes países europeos, extendiéndose desde los Montes Urales de Rusia a las Islas Británicas e incluso más hacia el oeste en periodos previos; Europa fue el último continente en emerger mientras que las porciones de ambas Américas son mucho más antiguas (2). Poseidonis era un remanente del sector oriental de Atlántida de la que sucumbió una gran parte poco tiempo después del surgimiento de América (3).
Hace millones de años algunos migrantes se desplazaron al Asia Central, la cual se convertiría en la cuna de la presente y quinta raza-raíz indoeuropea o aria, y se han radiado una serie de oleadas migratorias desde esa región durante el último millón de años. Se dice que los habitantes de Europa de fines del Terciario y del Cuaternario han sido ramificaciones de reservorios atlantes y afroaltlantes puros (5). Por su parte, Blavatsky afirma que los implementos de pedernal hallados en estratos del Mioceno en Thenay (Francia) y los huesos de ballena localizados en Italia que muestran marcas de cortes y que apuntan a la existencia de humanos en el Plioceno, son el trabajo de estos colonizadores quienes eran resabios de una raza antaño gloriosa y cuyo ciclo había ido en declive desde inicios del Terciario (6). La ciencia oficial rechaza estos hallazgos arqueológicos porque en esa época los homínidos fabricantes de herramientas no habían evolucionado según la teoría darwinista (ver apartado siguiente).
Egipto fue colonizado por inmigrantes atlantes durante largo tiempo antes del hundimiento de Poseidonis y algunos de ellos viajaron a las tierras recientemente formadas de Abisinia (Etiopía) y a las que se situaban justo al norte. Hace unos 400.000 años, una parte de estos colonizadores se desplazó en dirección a Egipto; entre 80.000 a 100.000 años atrás hubo otra llegada atlante (o más bien ario-atlante) desde Poseidonis a esa comarca africana y fue esta oleada la que construyó la Gran Pirámide hace unos 70.000 u 80.000 años (7).
En el caso de América del Norte, Central y del Sur [desde el punto de vista teosófico] se sostiene que pudieron estar pobladas por diferentes migraciones desde varias partes de la Atlántida, tanto del lado atlántico como del pacífico, y los desplazamientos provenientes de éste último sector hacia América fueron quizás algo mayores. Así, este proceso continuó por millones de años, por lo que no sería sorprendente encontrar restos humanos antiguos "imposibles" en algunos sectores del Nuevo Mundo.
Esqueletos humanos y artefactos
Según la teoría darwinista convencional, los humanos modernos evolucionaron de homínidos protohumanos, quienes a su vez se originaron de predecesores similares a monos en África durante fines del Plioceno y comienzos del Pleistoceno. La evidencia presentada en apoyo de esta teoría es en realidad una selección cuidadosamente editada de la evidencia total disponible, ya que existen abundantes pruebas en la forma de herramientas de piedra, huesos con incisiones y remanentes de esqueleto que sugieren que los humanos del tipo moderno existieron en el Plioceno, Mioceno e incluso las etapas iniciales del Terciario, millones de años antes que aparecieran nuestros supuestos ancestros simiescos (1). Esta evidencia es ignorada o descartada por los antropólgos ortodoxos, quienes exigen evidencias para contradecir sus teorías consentidas y que calcen con estándares mucho más altos en lugar de solicitar pruebas que las respalden.
De acuerdo con la Teosofía, las primeras civilizaciones humanas fueron resultado de los últimos lemurianos hacia fines del Mesozoico, y más que ser nuestros ancestros, los monos antropoides son el producto del cruzamiento entre ciertos reservorios atlantes y simios; a su vez, éstos se originaron de una mezcla mucho anterior entre lemurianos y un linaje animal (2).
En los párrafos que siguen se citan brevemente algunas de las evidencias que apoyan la tesis de una presencia humana antigua en América. Alex Hrdlicka (fallecido en 1943) del Instituto Smithsoniano fue un instigador clave para llevar a cabo esfuerzos tendientes a desacreditar algunos hallazgos, ya que estaba convencido que los humanos habían llegado a América sólo hace unos pocos miles de años.
En 1896 trabajadores que excavaban un muelle seco en Buenos Aires hallaron un cráneo humano en una formación del Pleistoceno temprano que se piensa data de al menos 1 a 1,5 millones de años. Puesto que era similar a las calaveras humanas modernas, muchos científicos concluyeron que debía tener fecha reciente y que de alguna forma quedó incluido en dicha formación. Durante 1970, en un museo brasileño un arqueólogo encontró una tapa de cráneo fósil con paredes muy finas y arcos superciliares excepcionalmente pesados que recordaban al Homo erectus y proveniente de una caverna en la región de Lagoa Santa (Brasil). La presencia de homínidos con características Homo erectus en ese país durante el pasado es altamente anómala, pues se supone que dicha especie apareció hace 2 millones de años y se extinguió hace unos 300.000 o quizá más tarde. Misteriosamente la pieza desapareció del museo brasileño luego de ser sometida a análisis (3).
En 1887 Florentino Ameghino descubrió fogones aparentemente artificiales, herramientas primitivas de pedernal, huesos esculpidos y una espina dorsal semejante a la de un humano moderno en estratos del Plioceno de 3 a 5 millones de años en Monte Hermosa, Argentina, y también realizó hallazgos similares en estratos del Mioceno en el mismo país, de entre 5 a 25 millones de años (4).
Desde 1912 a 1914 Carlos Ameghino localizó una serie de implementos líticos incluyendo bolas arrojadizas e indicios de chimeneas en estratos del Plioceno tardío de entre 2 a 3 millones de años en Miramar, en la costa de Argentina. También encontró una punta de flecha lítica firmemente adherida en el hueso femoral de una especie pliocénica de toxodon, un animal ya extinto. En 1913 su colaborador Lorenzo Parodi descubrió una bola de piedra en un acantilado del Plioceno en Miramar, por lo que decidió dejarla en el sector e invitó a varios científicos, incluyendo el etnógrafo Eric Boman -un ardiente crítico de los hallazgos- para atestiguar la extracción del implemento. Un segundo instrumento esférico de roca fue encontrado más tarde en el mismo sitio, seguido por otro artefacto 200 metros más adelante. ¡Confundido, Boman sólo pudo insinuar en su informe que el propio Lorenzo había puesto los implementos! En 1921 Parodi descubrió un fragmento de mandíbula fósil completamente humana en la misma formación de Miramar (5).
En 1889 una figura femenina de arcilla de unos 4 cms. de largo fue encontrada en un pozo perforado al nivel de una superficie de tierra sepultada, a 91 mts. de profundidad, en Nampa, Idaho (EEUU). Las partes de la figurilla que se veían terminadas evidenciaban una hábil artesanía y la capa en que se halló el objeto data de la etapa plio-pleistocénica, alrededor de 2 millones de años atrás. Nunca se han probado las afirmaciones de que el descubrimiento sea un fraude y que el objeto constituya un juguete elaborado por los indígenas locales (6).
Durante los días de la Fiebre del Oro en California, comenzando en la década de 1850, mineros descubrieron varios huesos humanos anatómicamente modernos e implementos de piedra avanzados en pozos de minas hundidos a gran profundidad en depósitos de grava áurea cubiertos por espesos cursos de lava, y dichos reservorios localizados bajo el magma fueron fechados en una antigüedad de entre 9 a 55 millones de años. En 1880 J.D. Whitney -geólogo estatal de California- publicó una extensa revisión de avanzadas herramientas de piedra encontradas en las minas de oro californianas y toda la evidencia reunida por Whitney indicaba que los objetos no podrían haber ingresado desde otros niveles; los implementos, que incluían puntas de lanza, morteros de piedra y pilones, fueron localizados a profundidad en yacimientos minerales bajo capas de lava espesas y no intervenidas. Así, Whitney concluyó que habían existido humanos similares a los actuales durante tiempos muy antiguos en Norteamérica. No obstante, W.H. Homes del Instituto Smithsoniano reaccionó diciendo: "Quizás si el profesor Whitney hubiera apreciado totalmente la historia de la evolución humana como se entiende hoy, habría dudado de anunciar las conclusiones formuladas, a pesar del impresionante conjunto de testimonios al que se enfrentaba". En otras palabras, si los hechos no están de acuerdo con la teoría predilecta, entonces tales evidencias, incluso si es un "impresionante conjunto" de ellas, debieran ser descartadas completamente (7).
Durante 1886, en el Condado de Calaveras y en las mismas montañas de Sierra Nevada de California el propietario de una mina encontró un cráneo humano altamente fosilizado en una capa pre-pliocénica de grava a 40 mts. bajo la superficie (8). Las opiniones sobre su autenticidad variaron, pero algunos científicos opinaron que un examen cuidadoso demostró que estaba incrustado con arena y grava provenientes del sitio y sus cavidades permanecían rellenas con el mismo material. Como se mencionó anteriormente, se descubrieron grandes números de implementos de piedra en depósitos cercanos de edad similar, y asimismo fueron halladas otras osamentas humanas en la misma región, datadas entre 9 y 55 millones de años. Sir Arthur Keith estableció que el cráneo de Calaveras "no puede ser ignorado, y constituye el 'fantasma' que acecha al estudiante de los primeros humanos (...) poniendo a prueba las creencias más poderosas de todo experto llegando casi a un punto de quiebre".
En 2003 se localizaron huellas de humanos, aves y animales en el lecho seco del lago Valsequillo cercano a Puebla, México. Originalmente se dijo que tenían 41.500 años de antigüedad, basado en la edad de radiocarbono para trozos de conchas desde una capa superior a los vestigios. En 2005 se asignó una edad de 1,3 millones de años a la capa de ceniza volcánica que contenía las huellas en base a la datación radiométrica (Ar-Ar) y paleomagnética, lo que hizo que muchos científicos concluyeran que posiblemente ninguno de los rastros podría pertenecer a humanos modernos, aunque algunos pensaron que corresponderían a un hombre-mono antiguo, tal como el Homo erectus (9).
También se encontraron huellas recientemente en una formación del Mioceno cerca del lago Titicaca en Bolivia. Una de ellas tiene 29,5 cms. de largo y pudo haber pertenecido a un humano de 1,7 mts. de alto (10).