5 de octubre de 2024

La patología del victimismo zurdifacho y hedonista


Es bien conocido el adagio por Marco Aurelio que sostiene: "Quien corre tras los placeres, no puede evitar cometer alguna injusticia". Muchos deseamos vivir y morir de buena forma, y en lo posible, inspirar a otros en su búsqueda de sentido vital. Al mismo tiempo, una horrenda mayoría no se interesa por aprender que estamos llamados a conseguir y practicar el criterio de la moderación, lo cual implica actuar siempre -y por sobre cualquier amenaza ideológica, incluyendo sus extremos perdedores- del modo más despierto, porque así lo exige nuestro sentido de conciencia natural, y el Universo del que formamos parte no suele funcionar en modo arbitrario. Y a pesar de ello, ¡con qué desparpajo esa manada de libertinos claudica a vivir de modo responsable y cae en el victimismo duopolista, por representar el camino más fácil! ¿Cómo piensa y vive un hedovictimastro? Veremos a renglón seguido algunos de sus comportamientos cíclicos.

Un hedovictimista suele pertenecer a cualquier oficio o profesión, y su objetivo es minimizar/exacerbar siempre la gravedad de problemas a nivel individual o colectivo, viviendo por tanto en rencores pasivos: todo le ocurre porque sí, haciendo que estos monstruos de avaricia y resentimiento seculares nunca asuman responsabilidad o autocríticas, o si las elaboran, proceden del modo más hipócrita o tangencial posible; tampoco "se equivocan" ni aceptan denostaciones merecidas, y sólo se nutren de la "compasión" y el "consuelo" de sus feligreses subnormales. Los hedovictimistas, prefiriendo no correr el riesgo de seguir el difícil camino medio, se pasan la vida en reclamos contra el malentendido hacia sus "libertades", que achacan como origen principal de obstáculos. Así, vemos que el "trabajo" de un victimista zurdifacho resulta muy conveniente pues no necesita apostar por nada que esté fuera de "lo establecido", que él mismo contribuye a edificar durante sus periodos de maldad premeditada.

Los hedovictimistas de duoimbecilidad lamentan no tener las oportunidades que "los otros" les bloquean (pensando "ellos sí se salen con la suya, y nosotros no"), pero son incapaces de construir una mentalidad propia, o les parece "insatisfactoria" para hacer algo realmente constructivo con sus vidas-soretes, por cuanto creen más juicioso (o "políticamente correcto") reprimirla o ignorarla. Piensan que los demás "les hacen la vida imposible" para llegar a ser lo que desean y pudieron llegar a ser, una oligomanía recurrente y autodestructiva que deviene su "aria" predilecta, venero de culebreos psíquicos y trasfondo de pseudo-existencia patética.

Un hedovictimastro comunidiota o capitalidiota (da igual el tipo de régimen) suele exhibir grandes medidas de conducta narcisa o paranoica, que encubre maravillosamente de optimismo falso o prepotencia petulante, de acuerdo con sus planes o el contexto donde les corresponda alardear. El primero de ellos se adscribe a una sensiblería extrema sobre lo que sus partidarios o enemigos "deben/deberían llevar a cabo" o "estar cediendo por ellos", y la segunda por un modo falaz de pensar y vivir: como su "sistema soñado" se ve en "tan malas condiciones" -o no puede concretarse- y esta gentuza fingida necesita "destacar" por ser una caterva de plagios bípedos y miserables, creen que lo mejor es polarizar más los problemas, renovar querellas y dárselas de "justicieros" denunciando el "pésimo estado" de la humanidad o sus países, para continuar insultando y responsabilizando a quienes, en su juicio pautado del establishment, son la causa de tantas opresiones y desgracias en sus trincheras.

También hemos de explorar su obsesión extralimitada por "justicia", lo que absurdamente bloquea toda instancia de debate maduro en la arena político-administrativa de nuestro tiempo. Esto se convirtió en la otra cara de su hedovictimismo comercial y animalizante, rehusando valorar las situaciones conflictivas en forma imparcial, y argumentando que "la culpa siempre es del otro bando", cuya solución pasaría por "transmutar" ese factor, pero casi nunca emprendiendo acciones coherentes ni razonables que perduren con el tiempo. Lo más obvio que apreciamos en estos adefesios repugnantes es su teatro contumaz de hallarse en "vulnerabilidad" recíproca, haciendo de ello su "convicción" para delinear el "discurso justiciero" que les otorgue una "eximiente". Incluso esparcen dicha perorata a otros detalles o facetas donde simplemente no es aplicable: por ejemplo, decir que "la religión/espiritualidad está en peligro por ciertas tendencias nihilistas y negacionistas", versus "la materia es el reino supremo y no hay nada más fuera de ella", mientras Helena Blavatsky ya consignaba en la década 1880 que las estulticias canónicas en el cristianismo parieron irremediablemente a los ateos sañosos e infantiles que hoy rebaten la putrefacción conceptual de aquéllas, sin que hasta hoy los actores comprometidos muestren voluntad de subsanar fechorías.

Cuando estos monstruos manipuladores se ven sobrepasados ante la cruda realidad, huyen de las consecuencias de sus actos o influencias y aplican ese patrón de pensamiento a otras áreas. Para ellos, el negocio multimillonario se sostiene gritando a los cuatro vientos que "algo o alguien externo" tienen que responder por su infelicidad, y no contentos con eso, infectan al resto de la gente a través de codicia y acrimonia sectarias, perpetuando la "neurosis culpabilista de oídos sordos" en familias, entornos laborales, jefaturas, sindicatos, relaciones de pareja y otros ámbitos. Lo fundamental es evitar a toda costa que más ciudadanos cuestionadores se atrevan a abuchear el espectáculo, pues entonces "los de allá arriba" se acogen al mantra de que "si el sistema es abusador contigo, es porque no te comprometes con la dicotomía que imponemos".

En conjunto, esos detalles preparan el terreno para saturar los medios comunicacionales con actitudes pseudocontestatarias que exigen "cambios foráneos" o a "nivel mundial". El objetivo de mayor relevancia es bombardear a los receptores con premisas ético-morales birladoras, de tal guisa que terminen considerando todos los problemas más urgentes como meros "errores" o "falencias", y que "no hay en absoluto ninguna voluntad de dañar"; es decir, las obligaciones de honor incumplidas por sedicientes "autoridades" o sus influencerdos pelotilleros se traspasan a la ciudadanía, y en esta labor es crucial el apoyo de un ejército de psicolobastardos condicionados con fobia a la parresía, que tan bien inculcaran los pioneros del cinismo filosófico y sus continuadores modernos. Estos malnacidos, pazguatos y rancios útiles del prostipolio político, al permanecer alejados de la honestidad, esperan entonces que si los demás les otorgasen lo que anhelan, o fueran objeto de mayor "compasión", nunca les darían motivo para iniciar discusiones o pleitos, etiquetándose mutuamente de "tacaños", "envidiosos" e "inoportunos".

El enfrentamiento entre obsesiones hedonistas o de falsa espiritualidad suele rendir personas muy torticeras con los demás o consigo mismas, incluso cometiendo delitos de múltiples niveles. La trampa de su lloriqueo victimista es hacernos creer que, como están en un rango polarizado de "desventaja" y no quieren abandonar la inoperancia en puestos de mando, justifican su "privilegio" a tratar con desprecio toda iniciativa de conciliación honesta y moderada. Es imposible que estos "justicieros" de microtestículos/microvarios e improvisadores de "certeza absoluta" y dicotómica sean sólo "ignorantes" atrapados en delirios, incluyendo la mencionada tropa de psicolotipejos entrenados en la moda del "blanco/negro", y no por las "razones" que elucubran, sino porque están habituados a la autocompasión enfermiza por sus inseguridades y frustraciones vomitivas, regándolas como orina a guisa de pretextos para demorar una y otra vez la consecución de metas más nobles.

Los manyaorejas zurdos y fachos, sumidos en el hedonismo antieutrapélico, tienen por costumbre pasar del análisis a la rutina podrida del prejuicio; es más, su "razonamiento" está concebido o diseñado para autoconvencerse y sermonear a las masas de que "lo más importante y sublime es lo que se nos antoja hacer, ahora y ya". A esta clase de bestias podríamos ilustrarla con un refrán de María Zambrano: "Todo extremismo destruye lo que afirma". Siempre es posible hacer algo que no esté dictado por semejantes prostitutos de facilismo, incluso en situaciones extremas, como muestran los ejemplos de quienes han sabido -y saben- afrontar eventos aciagos de manera sobria y con plena confianza en los dictados de su temperancia disciplinadora. Los hedovictimistas escogen, no obstante, vivir en calidad de verdugos falsos y maníacos, lo cual les permite compararse constantemente, envidiar, calumniar o pisotear. Diseccionan los errores de otros, pero tampoco actúan de conformidad con principios éticos universales, quizás soslayando que los electores u oponentes les retribuyan con el mismo mal que tanto temen. El hedovictimista bipolar encarna el modelo de despojo humano que encubre sus fracasos -o traspiés- porque opta directamente por culpabilizar a las "fronteras enemigas" y renuncia a construir armonía en su vida, sin controlar sus pasiones animales, vericuetos literatuchos o paranoias asalariadas.

El mayor equívoco de la actitud hedovictimista es su visión antojadiza de la vida. En el fondo de ese tártaro espumante, las arpías de esta calaña no creen en liberarse de la egolatría ni en el deber que tiene toda persona de dominar sus impulsos salvajes, menos aún la posibilidad real de sobreponerse a las malas experiencias o enseñanzas falaces provenientes del sistema o su entorno inmediato (familiar, educativo, económico, político, etc.), lo cual surte graves efectos en el plano personal. A su vez, cuando dicho enfoque logra una injerencia más amplia -tanto en Occidente como Oriente-, produce angustia, resentimiento e insatisfacción a escala social, y es precisamente esto lo que sirve de carga en los disparos de furcios doctipalurdos contra los individuos más perceptivos y honrados que se niegan a rendirles pletesía. Un caso especial son algunos "pedánticos" y lloricas chingones referente al alza de votos nulos en comicios, calificando el descontento neutral de "antirepublicano", "antidemocrático" y hasta "incivilizatorio".

Ante ese panorama, es necesario recordar que el hedovictimismo es grosero para quien está convencido de que nada ni nadie, ni siquiera las sabandijas demoníacas con tufos "libertarios" y de cualquier tribuna similar, puede impedirle ser o vivir de modo conscientemente autónomo, en estrecho vínculo con su sentido ético. Nada ni nadie puede sustraerle la libertad más radical y profunda de menospreciar y combatir la obsesión por lo material u otro tipo de fanatismos, muchísimas veces disfrazados como "credos respetables", y de tomar decisiones o juzgar por sí mismo incluso con violencia razonable de palabra u obra. Empero, cuando los hedovictimistas duopólicos se consideran "encarcelados" por la "irresponsabilidad" o "inmadurez" de sus adversarios, no demuestran intenciones de ejercer dicha autonomía, negándose a aceptar y gestionar el caos cotidiando generado por ellos, y así pretenden "aleccionar" mediante rebeliones y llantinas por lo que denominan "injusticias" provenientes del bando antílogo. No les conmueve la idea de convertirse en personas de bien aceptando las dificultades en su extensión real ni sacar de ellas las mejores enseñanzas posibles, y en su lugar se autodestruyen y denigran más porque no asumen esos obstáculos "injustos" sin afrontarlos en la verdadera libertad que sólo ofrece el vilipendio perdurable y furibundo a la codicia y el sensorialismo, sean cuales sean sus variantes.

Para vivir libres de coerciones materialistas, es necesario aceptar y estudiar el origen de todo desequilibrio humano, por más incómodo que pueda parecer. Los extremos idiotas del optimismo/pesimismo nunca han enaltecido a nadie en el largo plazo -excepto los bolsillos de tiranos bipolares y estercorarios-, inhibiendo permanentemente la mejoría o transformación eficaces de sociedades, instituciones o países. Quejarse por caprichos personales o grupales que pierden fuerza o interés es uno de los actos más ridículos y fútiles que pueden existir; de hecho, hoy es una forma "aceptable" de autoamargura, y de ese modo los hedovictimastros del "mal menor" tienden a corroerse por quebrantos "representativos" de generaciones enteras.

Los chupadores crónicos del duopolivictimismo son miedosos de primera, al no reconocer los errores o adversidades engendrados en su ignorancia comodona, sin admitir necesidades y obligaciones de crecer o madurar. En su soberbia infinita se creen "resistentes", olvidando que desde los grandes males pueden emerger provechos impensados, toda vez que las partes implicadas abandonen sus cárceles sensorias y de onanismo mental. Esas facciones podrían aprender mucho unas de otras, pues les permitiría actuar más allá de sus límites auto- o interimpuestos, en lugar de quejarse, culparse y victimizarse en la arena del hedonismo abyecto. Si estos gorrones despechados adoptaran esa óptica, se sentirían incluso agradecidos con sus oponentes y las situaciones creadas de mutuo infantilismo. Pero por desgracia, aún hoy vemos que el aprecio genuino es lo más contrario a la babería hedovictimista del rameropolio, una enfermedad que no conoce sitio en la riqueza interna de toda persona que transite el camino del refrenamiento, la agresividad ética y el realismo antimanipulador.

Aquila in Terris